Regresa al Liceu la Turandot "made in Espert"

Casi 10 años después de aquel 7 de octubre de 1999 en el que el telón del Liceu subía por primera vez después del incendio del 31 de enero de 1994, las notas de “Turandot” volvían a sonar en el coliseo de las Ramblas, pero además, el público pudo disfrutar de la ópera de Puccini en un espacio tan refrescante como es la playa de San Sebastià en Barcelona y también en el centro de la ciudad, en el Palau Robert.

Esta simpática iniciativa nació hace tres años. El lema “El Liceu de Tots” empezaba a cuajar y para la ocasión fue “Norma” la ópera seleccionada para inaugurar esta propuesta.
Ayer, y enmarcada dentro de los actos de celebración del décimo aniversario de la reinauguración del Liceu, fue “Turandot” la que emocionó a más de 6.000 personas y a muchas más que seguimos la retransmisión por televisión.

A tal efecto, el teatro barcelonés reponía la misma puesta en escena que hace casi diez años presentó, con la dirección escénica (y polémica) en su momento de NÚRIA ESPERT, a día de hoy más que asimilada, pero que en aquellos entonces llenó páginas y páginas en los periódicos.


Los intérpretes no eran los mismos, pero no por esto dejaba de ser especial, ya que lo era por otro motivo: la soprano guipuzcoana AINHOA ARTETA debutaba (había debutado concretamente el martes 21 de julio y anteriormente el año pasado se había presentado al público barcelonés con un recital) en el teatro con el role de la esclava Liù.

Poco se puede decir que no se haya dicho ya acerca de los decorados y vestuario que firmaron EZZIO FRIGERIO y FRANCA SQUARCIAPINO. Quizás sin ser nada del otro mundo, para mí un poco atemporales, sobretodo en los coros, cumplían con el efecto deseado. Chocaba quizás un poco el vestuario de Liù que, a proporción, era mucho más vistoso que el de la princesa Turandot.
A pesar de esto, estos dos nombres asociados entre sí son sinónimo de buen saber hacer en la ópera, y aunque a veces, crucen un poco la frontera de lo clásico, no son nunca escandalosamente transgresores.

Si bien la dirección escénica de Núria Espert es más que correcta, no me gustó el movimiento que da al coro en el primer acto, ya que todo el rato estaban con las manos arriba y moviéndolas y francamente, a mi vista, me molestaba bastante. Parecía que estuvieran en un concierto de rock bailando al son de la música. Por lo demás, movimientos que no molestan y enmarcados en una ambientación “clásica” y esto ya es de agradecer.

El maestro CARELLA, batuta en mano, dio comienzo a los primeros compases de la ópera pucciniana. La orquesta me gustó, para mí los “tempi” fueron más que correctos, sin embargo, en el dúo del tercer acto entre la princesa Turandot y Calaf, a mí gusto, demasiado rápido (quizás porque estoy acostumbrada a escuchar versiones mucho más lentas), pero lo curioso es que cuando el dúo es más lento tampoco me gusta, y es difícil en este punto de la ópera encontrar un “tempo” adecuado que case bien con las primeras palabras que dirige, de manera enfurecida, el príncipe desconocido a la princesa Turandot.

Muy bien el coro infantil y los coros del Gran Teatre del Liceu (sobretodo al inicio del tercer acto).

Pasemos a los intérpretes principales.

El role estrella de la ópera, la princesa Turandot, fue encomendado a la soprano MARIA GULEGHINA. Si pensamos en que hay crisis de voces (en todas las cuerdas) quizás lleguemos a la conclusión que, una de las voces de la actualidad para abordar el reto de la gélida princesa corresponda pues, por analogía, a esta soprano.
Es verdad que tiene una voz potente, y que hay determinados papeles en los que de manera automática los teatros asocian a su voz, pero no en vano se ha ganado a pulso el sobrenombre de “Gulegrita”. Y es que la soprano, no canta, grita. Y bastante.
Pero es que además “grita” en todo lo que le he escuchado (Manon Lescaut, Nabucco, Adrina Lecouvreur…)

El tenor MARCO BERTI fue el encargado de defender el papel de príncipe desconocido. Y sin ser una gran voz, capeó bastante bien la ópera, a pesar de algunas desafinaciones o alguna nota calada. Tuvo al menos la decencia de no chillar, cosa que se agradece.
La página más esperada, el “Nessun dorma” del tercer acto pasó desapercibido, y no logró levantar al público con esta aria, donde los agudos fueron cortos y prudentes (y es que todos tenemos en mente el genial “Nessun dorma” del tristemente fallecido Luciano Pavarotti, que hizo de la pieza su caballo de batalla).
Las comparaciones son odiosas, es cierto, pero es del todo imposible escuhar esta pieza y no pensar en el gran Luciano… y al lado del genial intérprete de Módena, “casi” todas las versiones del “Nessun dorma” quedan apagadas.

Pero para mí, la gran sopresa de la noche la puso la voz de la soprano vasca AINHOA ARTETA.
La había escuchado hace unos meses interpretando el papel de la coqueta Musetta en el Metropolitan junto a la soprano rumana Angela Gheorghiu y el mexicano Ramón Vargas.
Quizás porque el personaje de Musetta no me gusta o porque todas las Musettas gritan bastante el personaje, pero lo cierto es que en aquella función Arteta me decepcionó y pensaba un poco con recelo a ver cómo saldría esta Liù en Barcelona.



Pues nada tuvo que ver la una con la otra, puesto que ya desde las primeras notas Arteta destacó de entre todos los personajes, con una voz que, para mí, ha ganado en cuerpo pero también en sabiduría. Fueron todas sus intervenciones afinadísimas con un gran sentido de la musicalidad. La voz de Arteta llenó a la perfección el teatro y llegó a los corazones del oyente. A mí me llegó, y como rectificar es de sabios, rectifico y digo que en esta precisa función, Arteta estuvo sobresaliente, a un nivel mucho más superior que el resto del elenco.
El público, tanto en el teatro –con su primera aria “Signore ascolta”- y posteriormente en la playa, supo recompensarla con un aluvión de bravos. Para mí fue la mejor de la noche y con bastante diferencia.
Y por ello me he quedado con las ganas de escucharla más.
Detalle que me gustó mucho de ella y es que en la fugaz entrevista en la playa se puso a hablar en catalán.

El viejo Timur se alzó en la voz del bajo STEFANO PALATCHI que cumplió bien con su papel al igual que los tres ministros Ping, Pang, Pong.

En resumen, una función para el disfrute de los amantes de la música pucciniana, con final cambiado a instancias de la Sra. Espert, que opta por el suicidio de la princesa Turandot antes de que esta se entregue al príncipe Calaf. El final no me desagrada, incluso puedo defenderlo argumentalmente, pero choca un poco con la música coral del final donde desde dentro del escenario entonan “O sole vita eternità”, un himno de alegría ante el descubrimiento por parte de la cruel princesa de lo que es el Amor.





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