Giusto ciel ! Qué Adriana en el Liceu...
Esta ópera,
injustamente olvidada, cuyo título es tan sugerente que rememora las viejas
noches de gloria operística vividas en el teatro de las Ramblas, y para
aquellos que, como yo, no las hemos vivido, nos ayuda a imaginar cómo deberían
ser aquellas veladas.
“Adriana
Lecouvreur” no se había representado en el Liceu desde 1989, y en parte poque es
una obra que requiere cuatro grandes voces para dar vida a los cuatro
personajes principales.
Sin
duda, “Adriana Lecouvreur” es una perla que ha quedado enterrada en el fondo de
un cofre durante muchos años, y que, afortunadamente, parece que va asomando la
cabeza en los grandes teatros.
Desde
principios de mayo se ha desempolvado esta ópera de Cilea en Barcelona, y los
amantes del verismo y de las buenas voces hemos ido desfilando a lo largo de
este mes, concluyendo precisamente, el domingo por la tarde, toda la serie de
representaciones que los tres repartos alternativos nos han ido ofreciendo.
Cuando se tiene en
mente un título grande como lo es el citado, tienes realmente unas
expectativas: tan solo su nombre ya nos da una pista de obra de gran
repertorio, olvidada, pero que en el corazón de los aficionados está presente.
Son títulos, y “Adriana” es uno de ellos, de los cuales hay ganas de gozar y
ver en directo, precisamente por su escasa divulgación en los teatros pero
también por el bajo número de grabaciones oficiales existentes.
He visto la citada
grabación, varias veces, bueno, muchas veces para ser sincera, y lo primero que
me chocó cuando se alzó el telón del Liceu fue el tamaño de la producción: si
bien por la televisión me daba la sensación de una gran enormidad, la impresión
que me llevé ayer tarde fue completamente diferente, pues encontré la
escenografía pequeña, y si no me equivoco, comparándola con la del Covent
Garden, los intérpretes cantaban mucho más adelante, lo cual no me disgustó en
absoluto, pues me permitió ver perfectísimamente la cara de los intérpretes.
Todo un lujo.
Creo que a estas
alturas, no debo entrar en el análisis de la puesta en escena, por la mayoría
conocida, pero sí que tengo que destacar algo negativo de la misma, ya que en
el cuarto acto, mientras Adriana agoniza en los brazos de Mauricio se oye el
ruido del teatro que está montado en el escenario y que va girando poco a poco,
destrozando toda la escena final tan llena de dramatismo y distrayendo sin
piedad a los oyentes concentrados en la música y completamente entregados a
ella y a la historia que se nos cuenta. Realmente penoso.
Pero ello, a pesar
de ser un problema técnico que hubiera podido solucionarse durante las
representaciones que se han ido ofreciendo, no quita la magia vivida el domingo
por la tarde.
De
entrada destacar el trabajo de la Orquestra Simfònica del Liceu por el gran
trabajo realizado en estas funciones.
Y el éxito de la
orquesta se debe sin duda al gran trabajo del director italiano MAURIZIO
BENINI, que propone una dirección italianísima de la ópera de Cilea
desplegando un abanico de detalles que son difíciles de apreciar y de escuchar
habitualmente en esta ópera.
Todo en su
dirección rezumaba matices: qué gran tratamiento le da al arpa de la que se
distingue el más mínimo detalle. El arpa, instrumento más propio de las óperas
románticas, adquiere en este tejido musical verista un papel casi protagonista.
Benini pone la más
pura pasión en el intermezzo del segundo acto, quizás una música más propia del
genio de un Puccini (hay un momento que me recuerda al preludio del tercer acto
de “Madame Butterfly) que de Cilea, cuya música es intermitente en la ópera,
pero que pone toda su piel y sentimiento en todos los dúos y arias de los
protagonistas principales, ello sin tener en cuenta el pequeño desliz en el
tercer acto en forma de aria titulada “Il russo Mencikoff” que no aporta nada a
la obra ni musical ni argumentalmente hablando.
Y el final del cuarto
acto, la orquesta es casi un suspiro que acopaña la desgracia de Maurizio es un
hilo de notas que se van desvaneciendo a medida que va bajando el telón,
lástima que el mismo fuera interferido por el ruido del giro del teatrino del
escenario.
De todas maneras,
es un autentico lujo haber contado con la batuta de este gran director en el
Liceu. Bravo merecidísimo para Maurizio Benini.
Su entrega fue
además recompensada por el público hasta en dos ocasiones durante la
representación obligando a levantar a la orquesta, por dos veces, por un lejano
“bravo orquesta” en el inicio del tercer y cuarto acto.
En
la ronda de aplausos el Liceu estalló de nuevo.
Los
intérpretes principales
Qué difícil es,
llegado a este punto, hacer una valoración de los cantantes sin caer en la
tentación de compararlos con otros que has escuchado anteriormente. Ya lo dice
el refrán, “las comparaciones son odiosas”, y en efecto, así es, pero es
inevitable hacerlas. Aún así no quiero entrar en este juego e intentaré
centrarme en lo que escuché a través de la radio, y sobretodo, el domingo por
la tarde.
Si se me permite,
me tomo la licencia de reservar mis comentarios acerca del tenor para el final.
El difícil “ròle”
de Adriana Lecouvreur fue encomendado a la soprano milanesa BARBARA
FRITTOLI.
La suya es una voz
bastante robusta que sabe encontrar momentos de sutileza y contrastarlos con
momentos más dramáticos, como demostró en el cuarto acto, donde su “Poveri
fiori” fue escandalosamente aplaudido y con un “bravo” inicial que resonó en
toda la sala.
Sin embargo, y
aunque tiene una voz adecuada para este papel me da la sensación de que cuando
la voz asciende a las notas más altas adolece un poco de “vibrato” que no hace
sino que afear su proyección haciendo sonar su voz con un poco de estridencia.
Su aria de entrada,
la bellísima “Io son l´umilie ancella” fue bien ejecutada y fue valedora de los
primeros bravos de la tarde, aunque no fue nada antológica. Algo similar
ocurría en sus dúos con Maurizio o con la Principessa, en los cuales quedaba un
poco a segundo plano (opinión personal).
Donde
realmente me gustó más fue en el recitado del tercer acto: “Giusto ciel, che
feci in tal giorno”, un momento en que se permite a la soprano que se luzca
hablando y no cantando, y ella lo hizo realmente muy bien, sin coquetear
demasiado con el exagerado dramatismo y desespero que otras antecesoras suyas
ponen de manifiesto en este momento. Realmente dio en ese instante una gran
credibilidad como la actriz de teatro a la cual estaba dando vida.
El
caso de JOAN PONS como Michonet es un punto y a parte. Hacía un par de
años que no le escuchaba en directo y corroboré la sensación que en aquel
entonces ya me dio: y es que – permitidme que acuda otra vez a nuestro prolijo
refranero- pero debo decir que “quien tuvo… retuvo”.
Su voz ha perdido
el esmalte que tenía y aunque cuando abre la boca y empieza a emitir notas, su
inconfundible timbre continúas identificándolo, lo cierto es que la voz suena
hueca, sin aquel terciopelo oscuro tan característico del barítono menorquín.
Su Michonet es
serio y contenido y, aunque enamorado de Adriana, sus ojos y movimientos no delatan
ese amor que sufre en silencio. ¿Tierno?, no, tampoco, pero si correctísimo en
todas y cada una de sus intervenciones.
Además,
el público del Liceu lo quiere. Y de qué modo. Quedó perfectamente demostrado
en los aplausos finales.
Objeto
de numerosos bravos y griterío desenfrenado fue la reacción del público
barcelonés cuando la mezzosoprano DOLORA ZAJICK salió a recibir sus más
que merecidos aplausos.
Era la primera vez
que le escuchaba en directo y me hacía particular ilusión. La conocí gracias a
un video de “Aida” grabado en el Metropolitan de finales de los años ’80 en el
que compartía reparto con Plácido Domingo, Aprile Millo y Sherril Milnes. Y me
entusiasmó aquel poderío vocal que exhibe y sus grandes dotes dramáticas junto
con la capacidad de combinar, en un mismo fragmento, notas agudas para regresar
a las tan bien ejecutadas notas bajas. En fin, para mí fue un gran
descubrimiento de una cantante que me ha acompañado a lo largo de todos estos
años que llevo escuchando ópera. Y por esto tenía especial interés en
escucharla en vivo.
Lástima que el
papel de la Principessa de Bouillon no es lo suficientemente largo, pero
bastaron tan solo dos palabras, dos únicas palabras para que me pusiera la
carne de gallina: “Acerba voluntà”. Todos sus recursos, todo su portentosidad
vocal estaban puestas en ellas, y eso tan solo era el principio. Faltaba aún el
dueto con Maurizio y el final del acto con Adriana, donde la Principessa
despliega toda su furia con la que ya ha descubierto que es la nueva amante de
Maurizio.
Dolora Zajick
estuvo a la altura de mis expectativas y no me defraudó en absoluto: genio y
temperamento brutales en su enfrentamiento al final del segundo acto con
Adriana, y aunque no dotó su dúo con Maurizio de elegancia propia de una mujer
de alta alcúrnia, su intervención fue extraordinaria.
Quizás
lo único que le podría reprochar es una dicción pésima en la que apenas se
distinguían las palabras si no fuera porque conozco bien el papel. Pero aún
así, qué gran cantante. Toda una leyenda pisando el escenario del Liceu.
Il gran Maurizio,
voi?
ROBERTO ALAGNA. Creo que tan solo
escribiendo su nombre ya es aval suficiente y sinónimo de garantía y de gran
tarde operística.
Sin
duda el tenor francés está en un momento muy dulce de su carrera, y eso nadie
lo puede poner en duda.
Su
timbre bellísimo está. Y de qué manera. Profeso que soy una de sus muchísmas
admiradoras, desde hace mucho tiempo, desde mediados de los años ’90 en los que
empecé a leer su nombre en revistas de ópera y a escuchar su voz a través de
programas radiofónicos. En aquellos momentos su voz ya me subyugó.
Alagna
es un cantante que sabe comunicar perfectamente con el público. Éste le quiere
y él se deja querer. Casi en la franja de los 50 su voz suena redonda, segura,
bella, como siempre.
Quizás
pueda pensarse que el estilo verista escape un poco a sus características
vocales, pero él se lleva al personaje a su terreno dotándolo de dulzura e italianidad.
Su Maurizio no es para nada frío, es prudente cuando canta con la Principessa y
apasionado, muy apasionado, cuando lo hace con Adriana.
Además
cuenta con una gran baza: encima del escenario interactúa siempre y se mueve
con facilidad, libre.
Había
escuchado la retransmisión radiofónica y me había encantado. Su “No, che giova”
del segundo acto me hizo poner la carne de gallina, y en el teatro pasó lo
mismo.
Ya
su entrada con “La dolcissima effigie” presagiaba lo que podría ser el resto de
la tarde, una de aquellas tardes que nunca se olvidan.
Su
“L´anima ho stanca”, sin prisas, bien fraseada intensificó aún más los bravos
del teatro en comparación con los recibidos en su aria de entrada y toda la
mediterraneidad de su cálido timbre quedó reflejado en el juguetón dueto con
Adriana casi al final del segundo acto.
Pero si hubo un momento de genialidad por parte de Alagna
(¿más aún?) durante la tarde fue en la ejecución del dueto del cuarto acto su “la mia gloria sen va tra le ruine”
manteniendo las palabras, matizando cada una de ellas, envolviendo con su voz el
aura de un amor imposible, trágico, sin vuelta atrás. Magnífico.
Tras el dúo se
oyó un lejano “bravi” que afortunadamente no rompió la magia del momento y, los
cantantes y orquesta, continuaron hasta el delicado final, hecho trizas por el
ruido del escenario. Parece increíble que un teatro, un gran teatro como el
Liceu adolezca de estos problemas y que no haya sabido solventarlo a lo largo
de todas las funciones que se han ofrecido.
Cuando Alagna
salió a recibir los aplausos los “bravos” del público eran atronadores,
incesantes, una y otra vez, una y otra vez. A Alagna se le quiere en Barcelona
y se le demostró. Bravo Roberto, qué gran Maurizio.
La
anécdota
Siempre está presente en todas y cada una de las
representaciones que se ofrecen en el Gran Teatre del Liceu, y aunque los
cantantes nunca se olvidan de él, el público muchas veces ni es consciente de
que está.
Me estoy refiriendo, claro está, al maestro-apuntador JAUME TRIBÓ, que se llevó una de las
sopresas de la tarde cuando Barbara Frittoli, Roberto Alagna y Maurizio Benini lo
estiraron, literalmente, de la concha y le hicieron aparecer en el escenario.
Esto nunca lo había visto, y aunque no deja de ser aparatoso para el mismo Sr.
Tribó, fue un acto emotivo, simpático y de agradecimiento de los cantantes.
Comentarios
Saudações de Portugal.
Saludos,