Giusto ciel ! Qué Adriana en el Liceu...

Adriana está de moda. 
Esta ópera, injustamente olvidada, cuyo título es tan sugerente que rememora las viejas noches de gloria operística vividas en el teatro de las Ramblas, y para aquellos que, como yo, no las hemos vivido, nos ayuda a imaginar cómo deberían ser aquellas veladas.
“Adriana Lecouvreur” no se había representado en el Liceu desde 1989, y en parte poque es una obra que requiere cuatro grandes voces para dar vida a los cuatro personajes principales.
Sin duda, “Adriana Lecouvreur” es una perla que ha quedado enterrada en el fondo de un cofre durante muchos años, y que, afortunadamente, parece que va asomando la cabeza en los grandes teatros.
Desde principios de mayo se ha desempolvado esta ópera de Cilea en Barcelona, y los amantes del verismo y de las buenas voces hemos ido desfilando a lo largo de este mes, concluyendo precisamente, el domingo por la tarde, toda la serie de representaciones que los tres repartos alternativos nos han ido ofreciendo.
Cuando se tiene en mente un título grande como lo es el citado, tienes realmente unas expectativas: tan solo su nombre ya nos da una pista de obra de gran repertorio, olvidada, pero que en el corazón de los aficionados está presente. Son títulos, y “Adriana” es uno de ellos, de los cuales hay ganas de gozar y ver en directo, precisamente por su escasa divulgación en los teatros pero también por el bajo número de grabaciones oficiales existentes.

 La producción, co-producción realmente, del Liceu, de la Staatsoper de Viena, de la Ópera de San Francisco, de la Ópera de París y de la Royal Opera House que se apreció ayer tarde fue estrenada en noviembre de 2010 en Londres con las sublimes voces de Angela Gheorghiu y Jonas Kaufmann en los papeles protagonistas, y de la cual acaba de salir a la venta un flamante DVD o Blu-Ray para gozar de una gran “Adriana” y hacerse a la idea de lo que se ha visto estos días en Barcelona.
He visto la citada grabación, varias veces, bueno, muchas veces para ser sincera, y lo primero que me chocó cuando se alzó el telón del Liceu fue el tamaño de la producción: si bien por la televisión me daba la sensación de una gran enormidad, la impresión que me llevé ayer tarde fue completamente diferente, pues encontré la escenografía pequeña, y si no me equivoco, comparándola con la del Covent Garden, los intérpretes cantaban mucho más adelante, lo cual no me disgustó en absoluto, pues me permitió ver perfectísimamente la cara de los intérpretes. Todo un lujo.
Creo que a estas alturas, no debo entrar en el análisis de la puesta en escena, por la mayoría conocida, pero sí que tengo que destacar algo negativo de la misma, ya que en el cuarto acto, mientras Adriana agoniza en los brazos de Mauricio se oye el ruido del teatro que está montado en el escenario y que va girando poco a poco, destrozando toda la escena final tan llena de dramatismo y distrayendo sin piedad a los oyentes concentrados en la música y completamente entregados a ella y a la historia que se nos cuenta. Realmente penoso.
Pero ello, a pesar de ser un problema técnico que hubiera podido solucionarse durante las representaciones que se han ido ofreciendo, no quita la magia vivida el domingo por la tarde.
De entrada destacar el trabajo de la Orquestra Simfònica del Liceu por el gran trabajo realizado en estas funciones.
Y el éxito de la orquesta se debe sin duda al gran trabajo del director italiano MAURIZIO BENINI, que propone una dirección italianísima de la ópera de Cilea desplegando un abanico de detalles que son difíciles de apreciar y de escuchar habitualmente en esta ópera.
Todo en su dirección rezumaba matices: qué gran tratamiento le da al arpa de la que se distingue el más mínimo detalle. El arpa, instrumento más propio de las óperas románticas, adquiere en este tejido musical verista un papel casi protagonista.
Benini pone la más pura pasión en el intermezzo del segundo acto, quizás una música más propia del genio de un Puccini (hay un momento que me recuerda al preludio del tercer acto de “Madame Butterfly) que de Cilea, cuya música es intermitente en la ópera, pero que pone toda su piel y sentimiento en todos los dúos y arias de los protagonistas principales, ello sin tener en cuenta el pequeño desliz en el tercer acto en forma de aria titulada “Il russo Mencikoff” que no aporta nada a la obra ni musical ni argumentalmente hablando.
Y el final del cuarto acto, la orquesta es casi un suspiro que acopaña la desgracia de Maurizio es un hilo de notas que se van desvaneciendo a medida que va bajando el telón, lástima que el mismo fuera interferido por el ruido del giro del teatrino del escenario.
De todas maneras, es un autentico lujo haber contado con la batuta de este gran director en el Liceu. Bravo merecidísimo para Maurizio Benini.
Su entrega fue además recompensada por el público hasta en dos ocasiones durante la representación obligando a levantar a la orquesta, por dos veces, por un lejano “bravo orquesta” en el inicio del tercer y cuarto acto.
En la ronda de aplausos el Liceu estalló de nuevo.


Los intérpretes principales
Qué difícil es, llegado a este punto, hacer una valoración de los cantantes sin caer en la tentación de compararlos con otros que has escuchado anteriormente. Ya lo dice el refrán, “las comparaciones son odiosas”, y en efecto, así es, pero es inevitable hacerlas. Aún así no quiero entrar en este juego e intentaré centrarme en lo que escuché a través de la radio, y sobretodo, el domingo por la tarde.
Si se me permite, me tomo la licencia de reservar mis comentarios acerca del tenor para el final.


El difícil “ròle” de Adriana Lecouvreur fue encomendado a la soprano milanesa BARBARA FRITTOLI.
La suya es una voz bastante robusta que sabe encontrar momentos de sutileza y contrastarlos con momentos más dramáticos, como demostró en el cuarto acto, donde su “Poveri fiori” fue escandalosamente aplaudido y con un “bravo” inicial que resonó en toda la sala.
Sin embargo, y aunque tiene una voz adecuada para este papel me da la sensación de que cuando la voz asciende a las notas más altas adolece un poco de “vibrato” que no hace sino que afear su proyección haciendo sonar su voz con un poco de estridencia.
Su aria de entrada, la bellísima “Io son l´umilie ancella” fue bien ejecutada y fue valedora de los primeros bravos de la tarde, aunque no fue nada antológica. Algo similar ocurría en sus dúos con Maurizio o con la Principessa, en los cuales quedaba un poco a segundo plano (opinión personal).
Donde realmente me gustó más fue en el recitado del tercer acto: “Giusto ciel, che feci in tal giorno”, un momento en que se permite a la soprano que se luzca hablando y no cantando, y ella lo hizo realmente muy bien, sin coquetear demasiado con el exagerado dramatismo y desespero que otras antecesoras suyas ponen de manifiesto en este momento. Realmente dio en ese instante una gran credibilidad como la actriz de teatro a la cual estaba dando vida.

El caso de JOAN PONS como Michonet es un punto y a parte. Hacía un par de años que no le escuchaba en directo y corroboré la sensación que en aquel entonces ya me dio: y es que – permitidme que acuda otra vez a nuestro prolijo refranero- pero debo decir que “quien tuvo… retuvo”.
Su voz ha perdido el esmalte que tenía y aunque cuando abre la boca y empieza a emitir notas, su inconfundible timbre continúas identificándolo, lo cierto es que la voz suena hueca, sin aquel terciopelo oscuro tan característico del barítono menorquín.
Su Michonet es serio y contenido y, aunque enamorado de Adriana, sus ojos y movimientos no delatan ese amor que sufre en silencio. ¿Tierno?, no, tampoco, pero si correctísimo en todas y cada una de sus intervenciones.
Además, el público del Liceu lo quiere. Y de qué modo. Quedó perfectamente demostrado en los aplausos finales.


Objeto de numerosos bravos y griterío desenfrenado fue la reacción del público barcelonés cuando la mezzosoprano DOLORA ZAJICK salió a recibir sus más que merecidos aplausos.
Era la primera vez que le escuchaba en directo y me hacía particular ilusión. La conocí gracias a un video de “Aida” grabado en el Metropolitan de finales de los años ’80 en el que compartía reparto con Plácido Domingo, Aprile Millo y Sherril Milnes. Y me entusiasmó aquel poderío vocal que exhibe y sus grandes dotes dramáticas junto con la capacidad de combinar, en un mismo fragmento, notas agudas para regresar a las tan bien ejecutadas notas bajas. En fin, para mí fue un gran descubrimiento de una cantante que me ha acompañado a lo largo de todos estos años que llevo escuchando ópera. Y por esto tenía especial interés en escucharla en vivo.
Lástima que el papel de la Principessa de Bouillon no es lo suficientemente largo, pero bastaron tan solo dos palabras, dos únicas palabras para que me pusiera la carne de gallina: “Acerba voluntà”. Todos sus recursos, todo su portentosidad vocal estaban puestas en ellas, y eso tan solo era el principio. Faltaba aún el dueto con Maurizio y el final del acto con Adriana, donde la Principessa despliega toda su furia con la que ya ha descubierto que es la nueva amante de Maurizio.
Dolora Zajick estuvo a la altura de mis expectativas y no me defraudó en absoluto: genio y temperamento brutales en su enfrentamiento al final del segundo acto con Adriana, y aunque no dotó su dúo con Maurizio de elegancia propia de una mujer de alta alcúrnia, su intervención fue extraordinaria.
Quizás lo único que le podría reprochar es una dicción pésima en la que apenas se distinguían las palabras si no fuera porque conozco bien el papel. Pero aún así, qué gran cantante. Toda una leyenda pisando el escenario del Liceu.


Il gran Maurizio, voi?

ROBERTO ALAGNA. Creo que tan solo escribiendo su nombre ya es aval suficiente y sinónimo de garantía y de gran tarde operística.
Sin duda el tenor francés está en un momento muy dulce de su carrera, y eso nadie lo puede poner en duda.
Su timbre bellísimo está. Y de qué manera. Profeso que soy una de sus muchísmas admiradoras, desde hace mucho tiempo, desde mediados de los años ’90 en los que empecé a leer su nombre en revistas de ópera y a escuchar su voz a través de programas radiofónicos. En aquellos momentos su voz ya me subyugó.



Alagna es un cantante que sabe comunicar perfectamente con el público. Éste le quiere y él se deja querer. Casi en la franja de los 50 su voz suena redonda, segura, bella, como siempre.
Quizás pueda pensarse que el estilo verista escape un poco a sus características vocales, pero él se lleva al personaje a su terreno dotándolo de dulzura e italianidad. Su Maurizio no es para nada frío, es prudente cuando canta con la Principessa y apasionado, muy apasionado, cuando lo hace con Adriana.
Además cuenta con una gran baza: encima del escenario interactúa siempre y se mueve con facilidad, libre.
Había escuchado la retransmisión radiofónica y me había encantado. Su “No, che giova” del segundo acto me hizo poner la carne de gallina, y en el teatro pasó lo mismo.
Ya su entrada con “La dolcissima effigie” presagiaba lo que podría ser el resto de la tarde, una de aquellas tardes que nunca se olvidan.
Su “L´anima ho stanca”, sin prisas, bien fraseada intensificó aún más los bravos del teatro en comparación con los recibidos en su aria de entrada y toda la mediterraneidad de su cálido timbre quedó reflejado en el juguetón dueto con Adriana casi al final del segundo acto.




Pero si hubo un momento de genialidad por parte de Alagna (¿más aún?) durante la tarde fue en la ejecución del dueto del cuarto acto su “la mia gloria sen va tra le ruine” manteniendo las palabras, matizando cada una de ellas, envolviendo con su voz el aura de un amor imposible, trágico, sin vuelta atrás. Magnífico.
Tras el dúo se oyó un lejano “bravi” que afortunadamente no rompió la magia del momento y, los cantantes y orquesta, continuaron hasta el delicado final, hecho trizas por el ruido del escenario. Parece increíble que un teatro, un gran teatro como el Liceu adolezca de estos problemas y que no haya sabido solventarlo a lo largo de todas las funciones que se han ofrecido.
Cuando Alagna salió a recibir los aplausos los “bravos” del público eran atronadores, incesantes, una y otra vez, una y otra vez. A Alagna se le quiere en Barcelona y se le demostró. Bravo Roberto, qué gran Maurizio.


La anécdota

Siempre está presente en todas y cada una de las representaciones que se ofrecen en el Gran Teatre del Liceu, y aunque los cantantes nunca se olvidan de él, el público muchas veces ni es consciente de que está.
Me estoy refiriendo, claro está, al maestro-apuntador JAUME TRIBÓ, que se llevó una de las sopresas de la tarde cuando Barbara Frittoli, Roberto Alagna y Maurizio Benini lo estiraron, literalmente, de la concha y le hicieron aparecer en el escenario. Esto nunca lo había visto, y aunque no deja de ser aparatoso para el mismo Sr. Tribó, fue un acto emotivo, simpático y de agradecimiento de los cantantes.





Comentarios

Fanático_Um ha dicho que…
Que comentário fantástico! Fico com muita pena de não ter podido ir ao Liceu ver esta Adriana.
Saudações de Portugal.
Teresa Roca ha dicho que…
Muchas gracias FanaticoUm! Viví una gran tarde de ópera.

Saludos,

Entradas populares