Alagna nos avanza su Sansón
Ante
cualquier espectáculo al que puedas ir en directo, o bien seguirlo a través del
televisor, lo importante es la predisposición con la cual lo afrontas. Y para
ver un “Sansón y Dalila” bajo la escenografía que estos días firma ALEXANDRA LIEDTKE y RAIMUND ORFEO VOIGT en Viena, se necesita mucha. Pero mucha.
Una
producción totalmente y encarecidamente fría, sin pasión, sin seducción. Ni un
solo elemento nos chivaba que eso era un Sansón. Ininteligible e incomprensible
versión a nivel argumental.
Y no, no
voy a perder ni un minuto de mi tiempo en intentar averiguar qué quería decir
aquel disparate que estaba presenciando. Conozco lo suficientemente el
argumento y época de “Sansón y Dalila” como para esforzarme a entender una
nueva idea, si es que lo que subió a las tablas de la vienesa Staatsoper, se
puede concebir como idea y no como una brutal diarrea mental.
Predisposición, sí, de nuevo
Cuando vi
que en la próxima temporada del MET se espera un “Sansón y Dalila” cantado por
la pareja protagonista que está ahora en Viena, Garanca y Alagna, se me
dispararon todos los sentidos, las ganas, la curiosidad y la ilusión. Escuchar
a grandes cantantes de la talla de ellos dos es siempre un lujo. Y en el MET, lo
va a ser aún más.
Pero, un
pajarito del otro lado del Atlántico, atento a todo lo que pasa en el mundo de
la ópera me informó de este “Sansón” en Viena, con la misma pareja. ¿Casualidad?
Quizás sí… Por lo tanto, y para saciar mi ansiedad, tendría un adelanto de lo
que en Octubre podrán vivir unos cuantos de miles de aficionados en Nueva York.
Viena se
caracteriza por difundir sus óperas via streaming por internet, y asistir,
aunque fuera en diferido al debut de Garanca y Alagna en sus respectivos roles,
era una oportunidad que no podía dejar pasar.
La cosa
se desinfló al conocer obviamente el desastre de producción, pero, como reza el
separador, mi predisposición, pasado el disgusto inicial, se mantenía intacta.
Y ayer, por fin, pude zambullirme en esta ópera.
De detalles
escénicos sin sentido la ópera estuvo llena. Vestuario bastante contemporáneo,
Sansón en pantalón y camiseta de tirantes, Dalila, poco lucida en el primer y
tercer actos, y Dagón… no sé si era un juez, un religioso, o nada de eso.
Una rampa
inclinada domina el primer acto, y se mueve y coloca, supongo, para ambientar.
El segundo acto, puertas altas y blancas simulan el seductor y perfumado Valle
de Sorek (se necesita aparte de predisposición, mucha imaginación para ello).
Las puertas acaban ambientando un salón con una bañera en el medio, para dar
paso de nuevo a la insultante rampa donde se cuece una bacanal que no sabría
exactamente como definir.
Los
personajes, completamente ausentes, así como la química o la chispa entre la
pareja principal protagonista: Dalila, fría como un mármol, aún espero que se
mire a Sansón… ¡Por favor, qué es Roberto Alagna quien tienes delante, querida
Elina, míratelo, que vale la pena…! Alagna, siguiendo un poco el patrón también
de Elina, en un artista que siempre rebosa pasión, pero que intentó crear un
poco más de ambiente, el suyo, el que nos tiene acostumbrados, con un poco más
de acercamiento, pero en una inferior justa medida. Mientras, Carlos Álvarez,
no acaba de ubicarse. Deja detalles insinuantes como que se muere de ardor por
Dalila, pero esta se burla del Gran Sardote de Dagón, y ella, Dalila, al final
del tercer acto no sabes muy bien si está con Dagón celebrando el triunfo, o
bien, se duele un tanto al ver al amante vencido y abatido. Un poco híbrido
todo. No resulta, no avanza, no resuelve nada.
MARCO ARMILIATO dirige bien, pero no hay ni un ápice de sensualidad en
su interpretación. Una ejecución dominada por un “tempo” excesivamente lento,
que tedia, juntamente con la escena.
Que en la
primera escena sea así cuando Saint-Saëns nos retrata el lamento del pueblo
hebreo que se arrastra desde hace siglos en la esclavitud, lo entiendo, pero,
en los clamores de libertad y exaltación de Sansón junto con el pueblo – el levantamiento
del pueblo oprimido por los filisteos- no. Ahí el ritmo tiene que ser más
ligero, con más pulso. Más exultante. Lo intenta, pero no lo logra, y esta
lacra, acompaña durante toda la obra, y se repite, aquí acertadamente en el “Vois
ma misère, helàs” del tercer acto, para seguir con una bacanal, “de pa sucat
amb oli”, que pasa desapercibida, vaya.
¿Dónde está Sansón y dónde está Dalila?
Supongo
que con esta pregunta, no haría falta que continuara escribiendo. Pero lo haré
ya que lo más atractivo de esta producción era sin duda, las voces de ELINA GARANCA y de ROBERTO ALAGNA.
A GARANCA le fallan los graves, aquellas
notas que dotan de perversidad al personaje. La línea de canto es fina y
limpia, pero Dalila requiere otra cosa. Necesita de sensualidad, de malicia. Y
algo que eché en falta durante toda la obra: lo más importante en una Dalila es
la seducción de su voz. Necesita unos centros carnosos que no tiene aunque las
notas altas son brillantes. Necesita también un buen discurso, un buen fraseo.
Y, obviamente, es indispensable creerse el personaje y reflejarlo en la voz,
una voz que es bonita, pero que para Dalila, no es suficiente. Dalila, no
solamente se canta, debe, tiene, es imprescindible que se interprete. Y para ello se requiere también un trabajo
psicológico interior ausente en la interpretación de la mezzo letona.
ALAGNA tampoco es Sansón. La heroicidad requerida en los
exigentes fragmentos del primer acto que invitan al levantamiento del pueblo
hebreo, no están. La voz no tiene el suficiente empaque ni la corporeidad requerida.
Y eso Roberto Alagna lo sabe.
El tenor
francés conoce perfectamente cuáles son sus mejores bazas, y, el canto heroico,
no está entre las suyas, pero su discurso es impoluto, y es un goce escuchar
ese fraseo sensacional en francés, no obstante es su lengua. Esto lo aprovecha
y le saca partido en el primer acto, pero también en el segundo en la entrada “En
ces lieux, malgré moi” y en el resto de dúo con Dalila, que concluye una
de las mejores escenas de amor más bien compuestas de la historia de la ópera.
Alagna es un maestro en el fraseo. Y cierto, no acabas de ver a Sansón, no, es
cierto, aquí ves más al tenor que al líder hebreo, pero como, excepto en
momentos puntuales, el bloque central de la ópera no requiere sino que saber
cantar, Alagna, de esto sabe un rato. Y lo aprovecha.
Cierto es
que no hay entre ellos ni una coma de juego de seducción. Cero. Todo muy frío y
vacío. Aún así, Alagna es capaz de crear un destello de ambiente en una
producción sin encanto, permitiéndose incluso detalles de gran profesional
atento siempre a todo y a los compañeros, como cuando Dalila está apunto de
cortar su pelo, y antes del obligado revolcón – un tanto húmedo escenográficamente
hablando- separa un tanto el pie a Garanca, que está de rodillas frente a él,
para que el tumbarla en el suelo, no caiga todo el peso de su cuerpo y fuerza
sobre ella, de la misma forma que, la fuerza de los filisteos debería haber
caído sobre Sansón.
Alagna,
no es Sansón como decía. No. Y quizás no lo sea nunca, pero, se marca una
sensacional “Vois ma misère helas” en el tercer acto, donde toda la expresividad,
fraseo, discurso y sentimiento abren un tercer acto por el resto, bastante
deslucido. Conserva en su voz aquel sentido de la expresión, aquel justo llanto
en la voz que tanto se agradece en estos momentos sin que tengan que resultar hastíamente
patéticos.
CARLOS ÁLVAREZ quizás por voz era quien estaba más justamente encajado
en su role. La voz suena sana, y regular en todas sus intervenciones. Lástima
que Dagón no sea especialmente un role muy lucido.
Final bíblico
El derrumbe
del templo es quizás en una producción de “Sansón y Dalila” el secreto mejor
guardado. Lo que todo el mundo espera. ¿Cómo se soluciona un problema escénico
de similar calibre”.
Pues
desde lo clásico, tirando de decorados, o de efectos especiales que lo simulan;
otros acuden a la oscuridad atronadora del castigo del Dios de Sansón; otros se
apuntan al carro de los relámpagos…
Pero lo
de ayer fue totalmente inesperado. Sansón no es conducido a las columnas del
templo, por tanto, no podía haber ningún templo que se viniera abajo.
Un “otro
yo” de Sansón, el mismo del que se habían burlado en la bacanal se acerca hasta
nuestro Sansón-Alagna, y, se prende fuego en ambos brazos y espalda, ante la
mirada atónita del pueblo filisteo, vestido de gala, como si acudieran al
estreno de una obra en un teatro.
Las
últimas palabras de Sansón dirigidas a Dios imploran que éste se acuerde de su
servidor al que le han privado la vista para que le renueve la fuerza perdida e
invoca su venganza para aplastar a sus enemigos en ese mismo lugar, en el
templo. “Qu'avec toi je me venge, ô Dieu!En les écrasant en ce lieu!”.
Pronunciadas
estas palabras por Sansón, se levantan varias columnas de llamas rojas. El fuego
de Dios quema a su servidor y a los filisteos, demostrando una vez más que no
se puede desafiar al poder divino del Dios de los hebreos.
Cual
columna de fuego símil de la derrota del faraón Ramsés segundo en “Los diez
mandamientos” de Cecil B. de Mille, los filisteos entienden que Dagón es un
ídolo pagano de piedra, o de oro. Pero que respecto a Sansón, su Dios es Dios.
El fuego
purifica castigando a todos los presentes, quizás lo más aprovechable de todo
el montaje.
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