“Papá Germont" gana de nuevo la partida…
¿Qué
se puede decir que no se haya dicho ya de una ópera – de una gran ópera- como
lo es “La Traviata?
Sobran
las explicaciones y las aclaraciones. Una obra maestra mundialmente reconocida y
archirepresentada de punta a punta del mundo. No hay temporada en que en algún teatro,
por pequeño que sea, que no se represente esta singular y querida ópera, sin
duda, una de las preferidas del público.
Y
de nuevo Verdi volvió a sonar en el antiguo teatro romano de Orange. Un marco
que se ha convertido, al igual que hace años lleva haciéndolo la Arena de
Verona, en un referente estival dedicado a la ópera. Y para la ocasión,
encabezaba el reparto – al menos era uno de los reclamos principales- nuestro
tenor, ahora reconvertido en barítono, Plácido Domingo.
Intento de elegancia
Es
difícil en nuestros tiempos, y cada vez más desde hace años ya, que lo
recurrente se convierta ahora en excepcional, y ello se traduce en ver una ópera
con vestuario y escena adecuados a la época en la que transcurre el libreto.
Si
bien en esta ocasión el encargado de vestuario DIEGO MENDEZ CASARIEGO evoca ecos pasados, lo cierto es que el
vestuario acaba siendo monótono, de líneas sencillas pero efectivas, donde el
rojo y el negro, dominan completamente la escena. Solo un toque de la pureza
del blanco salpica la escena: las camelias blancas, combinadas con el rojo
pasión del vestido que Violeta luce en el primer acto, así como también con el
negro de rigor – sinónimo de elegancia- que viste la protagonista en la segunda
escena del segundo acto.
Para
ellos, indiscutiblemente el frac. ¿Más símbolo de elegancia? Imposible. Como
también, elegante es el vestuario que se enfunda Germont padre. Todo ello,
parece una mezcla de épocas. Tallaje moderno que sin embargo se amalgama correctamente
con un ambiente de clase social alta propia de hace siglo y medio. Sin duda, un
poco de desequilibrio entre lo masculino y femenino, pero, se acepta.
¿La
nota discordante?
Sí,
la hay. El quimono de Violeta para el segundo acto. Una pseudo-gheisha japonesa
para una verdadera cortesana parisina.
La
dirección del maestro DANIELE RUSTIONI
está a caballo entre lo tradicional y lo moderno, y combina tempi rápidos contrastando con algunos
más lentos, sobretodo en las arias de los protagonistas. Claro ejemplo el “È
strano…” de Violeta y el “Lunge da lei” de Alfredo, así como en el “Di Provenza”
ejecutado un poco a la medida de su intérprete, haciendo de la misma, el gran hit de la representación del día 3 de
agosto.
Volumen
justo, quizás falto un poco más de pulsaciones y emotividad, supo secundar
correctamente a los cantantes sin erigirse en protagonista.
Violeta y Alfredo
De
entrada, y para un primer acto donde la música escrita para la soprano es mucho
más ligera y menos dramática, la voz de la soprano ERMONELA JAHO no me pareció para nada adecuada. Un timbre quizás
demasiado oscuro (o que ella oscurecía hasta sonar engolado) y pesado, que
hacía temer, en un momento inicial, el ataque adecuado de todas las coloraturas
que debe salvar en su cierre triunfal del primer acto. Sin embargo, las mismas
fueron sorteadas con habilidad pero sin sensibilidad. Intentaba el cambio de
narración tentando cambios en su fraseo, pero sin llegar a ofrecer un diálogo
lo suficientemente emotivo.
Mejoró,
incluso el color, a partir del segundo acto, donde creo, estaba más cómoda y
donde la voz no oscurecía tanto. Es un instrumento con medios y los tiene y
luce para ser Violeta, pero Violeta es algo más que una voz, y que en ningún
momento requiere de una interpretación, quizás a ratos, un poco exagerada y con
unas notas al extremo de la estridencia.
Poca
química artística con su Alfredo de turno y vista siempre al infinito,
construyó bajo la apariencia de calidez una Violeta fría y distante.
FRANCESCO MELI no es que sea una gran voz. No. Intenta sutilezas y
medias voces, de las que sale, en cierto modo, victorioso. La voz es agradable
a pesar de que algunas notas son atacadas con un poco de rudeza, y aun así,
sigue sonando bastante bien. No emocionó en ningún momento. Alfredo requiere de
dulzura – que posee en cantidades comedidas-, también pasión –que le pone sin
llegar a cotas altas-, y cómo no, emotividad y sensibilidad – quedándose un
poco a medio camino- y a la sombra sobre todo en las escenas conjuntas, donde
coros y Violeta junto a Germont padre, cual tsunami, ahogan su voz.
De
todos modos su Alfredo vocalmente es digno a pesar de que a nivel artístico la
caracterización del personaje brille por su ausencia.
Il
tempo avrà fugate…
Ha
podido pasar el tiempo. Sí. La voz puede haber perdido el brillo fulgurante de
antaño. El color ha cambiado intentando oscurecer una voz de tenor – aún presente-
para abocar todas las energías a una tesitura de barítono.
Sí.
“Il tempo avrà fugate…” pero la figura del grande, del grandísimo PLÁCIDO DOMINGO sigue levantando pasiones – y también ampollas
a sus detractores que los hay, y desgraciadamente muchos, muy a mí pesar.
Pero
sin lugar a dudas quien volvió a acaparar la atención de la obra fue sin duda
el madrileño, cuyo estado vocal es realmente sorprendente, si se compara, así
por encima, de un año para aquí.
Sonó
una voz firme, bien asentada, con un fraseo excepcional – marca de la casa y de
la que siempre ha hecho gala- bella donde las haya, y segura. Como seguro y
relajado se notaba al intérprete ya desde su entrada triunfal con su particular
“Madamigella Valery”. Sorprendida, emocionada y contenta de escucharle en tan
buena forma, pues parecía cantar cómodamente y sin esfuerzo aparente. Sólo
quizás en su cabaletta “Non udrai rimproveri” rozó un poco el
cansancio de una pieza que requiere un pellizco de rapidez y control brutal de
respiración, pero que ejecutó con aires de perfección.
Su
voz sigue imperando ya en el momento en que sube al escenario y continua
manteniendo volumen y timbre que, aunado con su parte escénica, hacen que
Domingo componga de Germont uno de sus actuales caballos de batalla. El
personaje le va estilísticamente hablando y también físicamente, siempre
elegante y de porte aristocrático.
Se
puede decir lo que se quiera de este gran artista. Para gustos, los colores.
Pero Plácido Domingo sigue emocionando, sigue arrastrando al público a los
teatros, y lo más sorprendente de todo es que su estado vocal es, para su edad,
es sumamente impresionante.
¿Retirada?
¿Para
qué? Si cada vez que lo escucho le encuentro mejor… Realmente el pacto hecho con
el diablo está dando y con creces, su fruto. Disfrutemos de lo que nos da
ahora. Poder gozar de sus coletazos, para nada finales, es un regalo que nos da
este excepcional artista.
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