Breve crónica de una atropellada “Bohème”
Fue en Antibes, esta bella localidad de la costa
azul francesa bañada por nuestro luminoso mar Mediterráneo, el escenario
propicio en el que el pasado martes día 19 de mayo se estrenara una poco
tradicional “Bohème”, que el director de escena DANIEL BENOIN ambienta en la revolución de mayo del año 1968.
En ella los cuatro
bohemios Rodolfo, Marcello, Schaunard y Colline, se enfundan vestiduras
modernas sin perder un ápice el espíritu de la obra, mientras que Mimì luce
pelo planchado al estilo ondulado, símil de las tan explotadas planchas de los
años 80 que pusieron de moda personajes tan variopintos como Alaska en la
llamada “movida madrileña”. Todo ello, da paso a unos trajes de color blanco en
el cuarto acto, y que en la distancia, parecían de algodón, muy propicios e
idóneos para la estación de primavera.
Escenario multicolor
y con movimiento constante, alcanza sin embargo –a mi gusto- su punto álgido de
ambientación poética y romántica que requiere la obra, al final del primer
acto, cuando una azulada luz inunda la buhardilla de Rodolfo y sus amigos,
mientras – insólitamente- nieva dentro de la habitación. Que alguien me lo
explique, esto, por favor.
La producción, que ya
se había realizado hace ya unos años en Niza y en otras ciudades francesas,
contaba para tal ocasión con un Rodolfo de lujo y a la par, si se me permite, una
de las mejores y más bellas voces de tenor de la actualidad: Carles Cosías, del que entraré a hablar
después.
Rarezas
Circunstancias más
que atropelladas marcaron esta “Bohème”. Situaciones que siempre procuro evitar
cuando voy a la ópera. Prisas, nervios, estrés, día cargado de trabajo, horas
intempestivas de llegar al teatro, poco relax, y por si fuera poco, sin la
certeza de que aquella mañana, que empezó bastante de madrugada, acabaría en la
ópera disfrutando de una voz de tenor que adoro. De no ser así, de no ser por
lo que me aporta la belleza de su voz, mí final de día hubiera sido, sin duda,
mucho más tranquilo, pero también, tedioso. Aburrido. Mortalmente agobiante.
Diferente. Y así fue como, sorprendentemente empezó para mí el día de ayer,
largo también donde los haya.
Confieso pero, valió
la pena el recorrido, aunque, para ser sincera, hacer esto no es ir en las
mejores condiciones para gozar de una partitura tan bella e inspirada como es “La
bohème” de Puccini, ni tampoco para hacer un análisis o repaso meticuloso,
punto por punto, como acostumbro a hacer siempre. No se dio la posibilidad, las
circunstancias mandan, y el cansancio vence al personal y es una lástima, en
una producción llena de ideas de las cuales, con sosiego, estoy segura hubiera
podido decir muchas cosas. Pero sí gocé de la voz que como decía, motivó todo
este torbellino atropellado de ir y venir, de mareos en carretera y de soportar,
con aplomo y buena cara, comentarios cercanos, que una preferiría haber evitado.
Hay gente para todo y muy faltada de sensibilidad. Musical, evidentemente; pero
también en otros sentidos. Pero esto, es otro cantar.
En materia
La ORCHESTRE REGIONAL DE CANNES PACA
comandada por el maestro GYORGY G. RÀTH
supo mantener y recrear el ambiente desenfadado y luego romántico, festivo,
decisivo y trágico que impera en cada uno de los actos, acompañando bien a los
cantantes, aunque en algún momento puntual sonando con demasiada fuerza.
La expectación y las
miradas estaban puestas de antemano en la presentación en Antibes de la soprano
francesa NATHALIE MANFRINO, que fue
una Mimì exquisita con una voz sólida, bien timbrada, con refinamiento y fácil
al agudo. Artísticamente bien puesta en el personaje marcado por Benoin y su
voz se acopló muy bien con la del tenor.
Un tenor que resultó
ser, para su suerte – o no- un tenor de lujo que también acaparó miradas. CARLES COSÍAS nos ofreció una versión
extraordinaria del poeta Rodolfo. Su voz corría bien por la sala y llegaba
llena de luz y musicalidad. De sentimiento.
Y quiero matizar el
adjetivo luminosidad, algo que ya dije hace unos días en este mismo lugar a
raíz de una actuación suya en la localidad tarraconense de Valls. Su voz suena –
siempre ha sido así- pero ahora más acentuado, de manera libre y fácil. Y a
pesar de que está cantando algo muy difícil, la sensación de simplicidad en la
proyección es absolutamente aplastante. Por Antibes desfiló también su cuidado
fraseo, ese gusto innato que tiene al hacer música. Rodolfo, sin duda, es uno
de sus grandes personajes. Y se nota que lo quiere. En el fondo, es bastante
Rodolfo. Si la primera vez que se lo escuché en Oviedo me encantó, ahora, años después
y con una mayor madurez vocal desarrollada, el intérprete, que se encuentra en
un momento muy dulce profesionalmente, nos permite gozar de una versión
mejorada y más matizada.
¡Qué fácil es hablar
de una voz como la de Cosías que transmite ya desde el primer minuto de la
ópera!. Reivindico una vez más desde aquí que se le den más y mejores
oportunidades. Se las merece por mérito propio.
Una voz a tener en
cuenta la del Marcello de GIUSEPPE
ALTOMARE, bien timbrada y amplia que contrastaba con el interesante y
musical instrumento de DONATA d´ANNUNZIO
LOMBARDI, no tan bello quizás, pero que dejó detalles de gran calidad a lo
largo de toda la función.
Del resto de bohemios
reconvertidos en “hippies” destacar el buen trabajo de BERNARD INBERT como Schaunard y el descubrimiento de la voz de ANTONIO DI MATTEO como Colline, que además de ser poseedor de una voz
de bajo bella de naturaleza, cuenta además con un espectacular físico.
Brevedad
Dicen que lo breve,
si bueno, dos veces bueno. Breves han sido en esta ocasión mis impresiones. El
ajetreado día vivido, y las circunstancias avalan la síntesis. No hay más.
Lluvia de aplausos
para los intérpretes. Una función para mi redonda en la que encontré lo que
había ido, improvisadamente, a buscar. Dos representaciones más se pueden aún
ver, hoy día 21 y también, la última de ellas el sábado día 23 festividad de
Sant Jordi. Pues… piénsenlo… en lugar de regalar una rosa o un libro, según el
caso, a los enamorados de la ópera y de las buenas voces, regalen “La bohème”
de Antibes. No por la producción. No por la transposición. No para polemizar.
Simplemente para disfrutar una vez más de nuestro querido Puccini y para
quienes no conozcan aún su voz, de Carles Cosías. Vale la pena. Sin exagerar.
Pura verdad.
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