"De zagal mi sueño fuiste... por ti he querido..."
22 de diciembre de 198...
Fin de las clases. Día de la lotería. Se escuchaba en todas partes “treinta
millooooooooooooooones…. de pesetas”. Nuestras pesetas, nuestras queridas y
añoradas pesetas. Cómo las echamos de menos, ahora.
Empezaba la época de descanso navideño, pero para nosotros, chiquillos en
aquellas épocas, daba inicio al período más largo del año, la cuenta atrás para
la llegada de los Reyes Magos de Oriente.
El plazo para escribir la carta a Sus Majestades daba su pistoletazo de
salida. Aguardaban pues 15 días de nervios, de mirar anuncios por la televisión
como locos. Catálogos señalados, páginas marcadas, imaginar en qué tramo de su
larga ruta estarían Melchor, Gaspar y Baltasar… ¿Se cansaban sus camellos de
tanto trote desde Oriente…?
¿Habrían llegado ya a España? La incógnita. Nadie lo sabía, y la duda no
hacía sino que abrasar nuestros cerebros inocentes llenos de pajarillos.
En aquellos años pensábamos que los Reyes, los de verdad, y los Magos, llevaban
coronas. En aquellos días en que aún no sabíamos que los Reyes hacían también
malabarismos para contentar a los niños… En aquellos tiempos en que, ser
buenos, obedecer a los padres, estudiar mucho e irse a la cama tempranito el
día antes del día mágico eran las premisas necesarias para, al día siguiente,
encontrar nuestros flamantes regalos… Eran otros tiempos. Tiempos en que todos
éramos muy monárquicos.
Éramos y somos, pues la tradición de los Reyes Magos de Oriente, a pesar de
estar bombardeados con la imagen de Papá Noel, es una de las pocas cosas que
han perdurado a lo largo del tiempo. Aquellos que como yo somos de Reyes Magos,
nos resistimos a perder esta costumbre.
Aquellos días eran el vivo reflejo de la ilusión: que un adulto te
escribiera la carta, y nosotros, los niños, provistos de gorro, bufanda y
guantes íbamos a entregar la carta en mano al Embajador Real, pues por ningún
motivo deseábamos que Sus Majestades no entendieran la letra, pues aquello
podía significar quedarse sin ningún regalo.
Éramos “monárquicos” y continuamos siéndolo… porque siempre me había caído
mal ese personaje rechoncho, de pelo y larga barba blanca, vestido de rojo y
arrastrado por un trineo con ciervos voladores. Papá Noel nunca, nunca se coló
en mi casa por la chimenea, primero porque nunca le escribí una carta, y
segundo, pues probablemente no entró porque en nuestro hogar, nunca hubo
chimenea.
Papá Noel… que venía a hacer la competencia al rey Blanco… no, no, no…
¿Dejaba también carbón a los niños malos como hace Baltasar? Cómo era posible
que los niños de otros países no supieran de “nuestros Reyes Magos”.
Siempre lo tuve claro el por qué no lo hizo: Papá Noel era una estafa. Una
costumbre, una imagen ideal y bucólica de los países del norte, y que lo mismo
respondía al nombre de Papá Noel, como de Santa Claus, Nikolaus o de Viejito
Pascuero.
Pero lo mejor de todo era pensar que mientras Papá Noel era una estafa, nuestros
Reyes, no … qué estafa tenían que ser… eran Magos de verdad, y buenos además.
Magos porque a pesar de que en algunas casas se pasaba algún apurillo
económico, los Reyes siempre las llenaban de regalos, y eran tan buenos que el
único carbón que dejaban era una bandejita muy dulce con botellas de champán de
chocolate, gominolas, y azúcar negro.
Y claro, eso era señal de que en aquella ocasión había sido Baltasar quien
había trepado por el balcón y había inundado el comedor de regalos. Otras
veces, se dejaba caer Gaspar, que siempre fue muy generoso conmigo.
No… claro… los reyes no podían ser una estafa pensaba yo, y así pensábamos
la mayoría de los que en los ’80 éramos aún niños que íbamos a E.G.B.
La navidad, sin duda, una de las mejores épocas del año cuando eres niño.
Era tiempo de soñar, de reír, tiempo de ilusión y de nervios que llegaban a su
punto álgido la noche del 5 de enero, la noche más larga del año para los
niños.
En aquellos entonces mis cartas a Sus Majestades estaban llenas de palabras
en las que intentaba explicar lo buena que había sido durante el año, y después
de una buena “enjabonada real” venían las peticiones: muñecas, juegos, colores,
libretas, música y bicicletas, ositos de peluche, y lo que buenamente Sus
Majestades consideraran. Siempre caía algo que no te esperabas…
31 de diciembre de 2009
Pero los años no pasan en balde. Las cartas a Sus Majestades los Reyes de
Oriente se acabaron, pero pienso nos siguieron teniendo aprecio a aquellos que
siempre hemos creído en ellos.
Año tras año, nuestros Reyes algo han dejado siempre algo en mi balcón. Más
o menos… en función de lo buena que hubiera sido durante el año, porque ya
sabemos, dado que así nos lo enseñaron cuando éramos pequeños, que los Reyes lo
ven todo.
Ahora sabemos que los Reyes no llevan corona pero continuamos
ilusionándonos como niños cuando se acercan estas fechas tan entrañables.
Pero, un buen día de 2009, el día 31 de diciembre de ese mismo año decidí
rescatar la vieja tradición de escribirles…
Recórcholis… ya iba tarde para hacerlo, pero me decidí a hacerles a los
Magos una petición más apelando a mi cariño hacia ellos.
Es verdad que iba tarde, pero los Reyes Magos de Oriente, en 2009 ya se
habían hecho dueños de la tecnología. Ya no era necesario librar la carta al
Embajador Real, la podíamos mandar via email dirección “melchor_gaspar_baltasar_deoriente@yahoo.com”
sin miedo a que no entendieran nuestras letras temblorosas por la emoción suscitada
al escribir a gentes de semejante rango.
El ordenador nos aseguraba la llegada de la misiva, se podía poner la marca
de lectura, y que el mensaje fuera legible sin dificultad alguna. Los Reyes no
tenían excusa ya para sacar a relucir que no habían recibido la petición. El
ordenador no engañaba.
Aquel día solicité una vez más un regalo. ¿Y qué les pedí? Pues atendiendo
la longevidad de la carrera de mí tenor preferido, de Plácido Domingo, les pedí
a ellos, que están en todas partes, y que sin duda deben tener línea directa
con Domingo, que le convencieran para emprender un nuevo viaje musical que
tuviera como hilo conductor la zarzuela.
Y digo lo de línea directa por lo de la magia, porque sin duda debe pesar
sobre el madrileño algún encantamiento, pues si no, no se entiende que a sus
años esté en activo aún. De Magos a Mago. Todo ello inmensamente mágico.
La carta era muy explícita, pues lo que me atrevía a pedir era que el
Maestro grabara un disco de duetos de zarzuela, de piezas que me encantan y que
sin lugar a dudas estaba segura de que en la voz de Plácido sonarían a gloria. Me
permití, incluso, el atrevimiento de sugerirle una lista con los mismos. Y es
uno de ellos, el "Ten pena de mis amores” de la zarzuela “La del soto del
Parral” el que me hacía especial ilusión.
Leí, en alguna crítica del reciente concierto que protagonizó en Chile
junto a Verónica Villarroel, que Plácido lo había cantado. No podía creérmelo…
no podía… sin duda el Rey Gaspar, el Rey Rubio, aquel con el que tan buena
compenetración tengo, le había guiñado el ojo a Plácido.
Plácido, mago entre los Magos, entendió y respondió cantando… “De zagal mi
sueño fuiste…”
Y el mío también.
Gracias Rey Gaspar…Majestad, le quedo agradecida enormemente.
Comentarios