Plácido Domingo interpreta "Nabucco" en el Covent Garden de Londres


Nabucco. Así se llama la última incorporación al vastísimo repertorio de Plácido Domingo en este año en el que se celebra doblemente, el bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi y de Richard Wagner.

Y aún le quedan dos: “Giovanna d´Arco” que interpretará junto a Anna Netrebko en el Festival de Salzburg este verano, y “Il Trovatore” en la que Domingo se pondrá en la piel del malvado Conde de Luna en Berlín, a finales de año.

 

Pero es que Plácido Domingo viene de cantar el pasado mes de marzo el Germont padre en el MET de Nueva York. Suma y sigue. ¿Cuál será la próxima soprresa con la que nos deparará? Tendremos que estar ojo avizor.

 

“Nabucco” no es una ópera que conozca profundamente, por tanto mi opinión acerca de ella o de los matices que los cantantes puedan hacer o dejar de hacer es un tema que se me escapa, pero aún así, sí puedo dar mí opinión de las voces y de la puesta en escena.

 

Empezaré por la puesta en escena de DANIELE ABBADO, de la que no acabo de ver en qué época situa el Jerusalén y la Babilionia del 587 a. C, la verdad.

Grandes bloques que me recodaron al monumento que hay en Berlín dedicado a los judíos exterminados en Alemania y un vestuario gris y triste que me aleja de los lujosos, vistosos y sedosos trajes a los que todos, gracias a la magia de Hollywood, imaginaríamos para una ópera como “Nabucco”.

Una más de todas las producciones que se hacen hoy en día que no pasarán a la historia y en las que preferiría que Plácido Domingo no participara.

 

Bien es cierto el dicho “renovarse o morir”, pero francamente donde ha llegado Plácido y a estas alturas de su carrera, puede permitirse el lujo de decir “no” a proyectos semejantes, porque ¿qué necesidad tiene de involucrarse en uno así? Creo que ninguna.

 

No es la primera vez que lo hace y supongo que no será la última, pero me cuesta mucho ver cómo el tenor se apunta al carro de la modernidad, y más cuando tengo tan presente en mí retina todas sus grandes actuaciones de los años 80 con vestuario y decorados acordes con lo que narra la ópera. Francamente este tipo de aventuras e incisiones no le hacen para nada favor. Plácido no cuadra en ellas.

 

Pero antes de pasar a hablar musicalmente de Domingo, prefiero empezar por el coro y resto del elenco.

 

El coro de la Royal Operqa House me gustó por el buen calibraje de voces, aunque su “Va pensiero” no acabó de entusiasmarme por lo marcado que hacían algunas frases que interrumpían este bello y esperado momento de la ópera. Quizás la pieza más patriota de todas las óperas de Verdi.

 

El vertiginoso y difícil papel de Abigaile recayó en LIUDMYLA MONASTIRSKA la cual no posee, para mí, ni una bella voz ni unos agudos que hagan estremecerte en su difícil aria del segundo acto.

 

El resto del reparto bastante justo. Un Zaccaria interpretado por VITALIJ KOWALJOV que no me aportó nada, así como un poco elegante Ismaelle de ANDREA CARÈ, o una discreta Fenena de MARIANA PIZZOLATTO, que junto a un caducado ROBERT LLOYD como Gran Sacerdote, culminaban un pobre acompañamiento.
 
 
 

Pero PLÁCIDO DOMINGO es otra cosa, y después de escuchar su Germont neoyorquino, lo encontré muy bien de voz.

Que Domingo no es barítono estoy de acuerdo. Cuando canta se aprecia, indiscutiblemente su timbre tenoril. Y ello me gusta aún siendo consciente de todas sus faltas actuales.

 
Sí, un tenor ahora más faltado de fiato y que se fatiga al cantar. ¿Y quién no se fatigaría con 72 años?.

Realmente Domingo es un fenómeno vocal. Y cuando canta sigue apreciándose esa expresión y arrebato en sus frases que siempre le han caracterizado y que mantiene aún intactas.

Me gustó su Nabucco y me gustó su voz, aunque por desconocimiento de la obra no puedo entrar a matizar detalles como hice con su Germont. De lo que sí estoy segura es que de haberlo podido gozar en directo, mi entusiamo por su interpretación sería mayor al escuchar su voz inundando el Covent Garden londinense, pero almenos, gracias a la generosidad del autor del blog “In Fernem Land” pude gozar de su interpretación, a nivel visual y sonora haciéndome la idea de unas funciones en que se colgó el letrero de “No hay entradas” en todas la representaciones que protagonizó Plácido Domingo y a las cuales me hubiera gustado asistir.

 

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