De narices...
“Amb un pam de
nas”. Esta es la expresión que utilizaría si estuviera escribiendo estas líneas
en catalán. La traducción en castellano equivaldría a un “me he quedado
atónita” o algo similar.
Pues precisamente
así me quedé el sábado pasado cuando estaba escuchando la retransmisión
radiofónica del “Cyrano de Bergerac” que Plácido Domingo estaba cantando en el
Teatro Real de Madrid.
Aunque sin embargo,
al principio de la representación me dio la sensación de que estaba un
poco
cansado y con algún leve problemilla de fiato, eso no restó para nada emoción a
la función.
Continúa
identificándose en cada nota, en cada acento, en cada incursión, su aún bella
voz de tenor, y la capacidad para conectar con el público queda patente no
solamente en este Cyrano, sino en todas las funciones que, a lo largo de todo
este tiempo que llevo admirándole, he podido escuchar y disfrutar.
Quizás por lo
meritorio que es que a sus 71 años siga en buenas condiciones y al pie del
cañón, siendo la pesadilla de muchos tenores a los cuales dobla la edad, las
ganas de escucharlo y verle en directo son mayores.
Además la función
del sábado era especial para él, puesto que precisamente un 19 de mayo de 1967
debutaba en Viena cantando “Don Carlo”, y de ello hace ya 45 años… cómo pasa el
tiempo, ¿verdad?
Pero volviendo a la
función del sábado, que es la que motiva este comentario, me gustaría destacar
sobretodo la intensidad alcanzada por Domingo en el cuarto acto, donde puede
desplegar toda la “vis dramática” del personaje alejándose del sarcasmo e
ironía que rodea al personaje, ya que en el fondo, Cyrano, el pobre Cyrano de
Bergerac es una víctima que sufre por amor y no lo demuestra.
Escuchar la
interpretación de un personaje que acaba de ser herido en plena calle, y lo
oculta a Roxanne y cómo sin darse cuenta, quizás de forma inconsciente y
sabiendo que ya nada tiene a perder, pone de relieve el amor que siente por la
joven recitando de memoria la última carta que él mismo, de puño y letra,
escribió bajo la identidad de Christian no tiene desperdicio.
Escuchar el último
aliento de vida del personaje en su voz es algo realmente indescriptible y que,
sin en la radio hace estremecerte, me imagino cómo debió vivirlo el público del
Real.
Realmente un goce
para ellos.
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