¡Por fin, Jonas! : Carmen en Berlín, 21-4-12

Nueve meses esperando, nueve meses de ilusión, nueve meses de nervios y el día en que me dispongo a viajar a Berlín para, después de 5 intentos fallidos, poder escuhar al tenor germano Jonas Kaufmann, me pongo enferma en el aeropuerto del Prat.

Faltaba aún una hora y media para embarcar cuando empecé a notarme dolor en la garganta. Lo achaqué a los nervios del viaje y también a la notícia que mí madre me había dado a la hora de comer, Jonas Kaufmann ofrecía un concierto en Peralada y entre una cosa y otra, por algún lado tenía que explotar... pero nada tuvo que ver el pobre Kaufmann con ello.
Este dolor se acrecentó ya en la cola de embarque. Me ardía la faringe y los carraspeos eran contínuos. Ya me lo había advertido mí horóscopo a principos de semana... que tuviera mucho cuidado si tenía que viajar.
Eso es lo que se llama tener mala suerte, porque no estás al 100 por 100 ni en la mejor predisposición para disfrutar, y esto duele y más por algo que me hacía una ilusión extrema.
Así es que, ya adivinaba lo que sería el resto de fin de semana: tos, dolor de garganta y una completa afonía que me impediría gritar en el teatro, por lo menos, un par de bravos.


Berlín

Cuándo una piensa en Alemania, es muy difícil desvincular, por años que hayan pasado, todos los crímenes que acaecieron en ese país, y más, cuando –como en mí caso- tuvimos un familiar encerrado en un campo de concentración.
De vergüenza nacional el momunento dedicado a los judíos caídos, porque aunque la intención de los autores era hacerles una especie de homenaje, la sensación que me llevé al adentrarme en el mismo fue muy diferente.
Los enormes bloques de piedra que ocupan una gran esplanada dentro de la ciudad empiezan siendo una simple marca en el suelo, dando una sensación de libertad, pero a medida que una se adentra en el mismo, los bloques van aumentando su altura ahogando al que se encuentra dentro alcanzando hasta 4 metros, y la sensación es de tocar fondo, de privación de libertad, de submisión y de miedo – parecen laberintos- para después, a medida que vas avanzando hacia la salida, el efecto es contrario, las piedras empiezan a perder altura dando otra vez una idea de esperanza y llibertad porque el aire vuelve a rozar tus mejillas.
Comparativamente hablando, y respecto de otras capitales europeas, Berlín es la que menos me ha gustado. Es una ciudad moderna, demasiado, a mí gusto, que soy de tradiciones. Una urbe reconstruida y con una tecnología y formas arquitectónicas sorprendentes que contrastan, duramente, con la austeridad que se respira en ella. Aún pueden apreciarse las trazas del muro que dividió la ciudad durante casi tres décadas y restos del mismo en la Postdamer Platz, en pleno centro. Espeluznante.
El tiempo no acompañó demasiado y ni el tímido sol, ni los colores del centro cerca de la Puerta de Brandenburgo ayudan a hacer de Berlín, una ciudad más agradable a ojos del turista.  A su favor, debo destacar su orden, su extrema limpieza, su disciplina y su seguridad.

Pero el motivo de mí viaje hasta la capital alemana, no era ni mucho menos para hacer turismo, sino que lo que me impulsó hacia allí fue la voz de uno de lo mejores tenores del momento en el panorama operístico internacional. Me estoy refiriendo evidentemente a Jonas Kaufmann.

Este señor, tiene una agenda de verdadero vértigo, en la cual, para la temporada presente, sólo coincidían tres sábados en los que cantara, y uno de ellos, fue este pasado 21 de abril en Berlín.
La ópera: “Carmen”, una de sus máximas creaciones, pero en esta ocasión en versión concierto, con lo cual, con un cantante como Kaufmann que es un buen actor, para el espectador que se acerca hasta allí es una verdadera pena no poder gozar de su actuación escénica.


La Berliner Philarmoniker

A pocos minutos de la Postadmer Platz se encuentra la Berliner Philarmoniker dentro del recinto llamado “Kulturforum”. En esta sede, concretamente en la Groer Saal se representaba esta esperada “Carmen”, con una única representación con el mismo reparto que, hace 15 días la cantó en Salzburg, aunque allí sí que hubo puesta en escena. Alrededor de la Philarmonie no había ningún letrero, ningún cartel, ninguna fotografía delataba lo que se cocería en la sala durante la tarde noche.



La Filarmonia es un auditorio moderno y grande, no sé exactamente su capacidad. La acústica excelente, al menos desde nuestras localidades, y quizás lo más triste la iluminación que entre el color de la sala, ocre dominante, daba la sensación de poca luminosidad, ténue y apagada.

Faltaban pocos minutos para las seis de la tarde, y con unos nervios que me comían, encaminé mís pasos hacia la Philarmonie, pero el caprichoso clima berlinés detuvo mís pasos en el Sony Center: unos cinco minutos de intensa lluvia y viento precedieron el resto de una maravillosa tarde a pesar de la baja temperatura.
Cuando llegamos a la entrada, por los alrededores del recinto, la reventa de entradas era inevitable y los grandes fajos de billetes de 50 € se visionaban en las manos de los reventas.

Entradas agotadas desde hacía un mes y medio la Sala Grande de la Filarmonia de Berlín se vestía de gala para la ocasión. La cita, a las 7 de la tarde y diez minutos antes de empezar, el coro infantil, con un sigilo sorprendente hacía su aparición en el escenario para dar paso a la entrada del Coro adulto, igual de silencioso que el primero.
Una vez la orquesta estuvo colocada en sus puestos, hacía entrada el director Simon Rattle, y a las 7 en punto, alzaba su brazo, batuta en mano, para dar inicio a la ópera.

En pocas ocasiones, en directo, se puede apreciar el silencio del público que presenciamos el sábado por la tarde: un público prácticamente inmóvil y libre de toses, atenuadas en el tercer acto por los pañuelos, permitieron que pudiéramos concentrarnos más en la música, a pesar de que en mi caso particular no estuviera en la mejor de las condiciones.

Fue entrar en la sala y me invadió una sensación de felicidad enorme: por fin, faltaban ya cinco minutos para que pudiera apreciar por primera vez en directo la voz del tenor que me llevó hasta Berlín. Una mezcla de calor y frío, y nervios, muchos nervios, se hicieron patentes en mí, pero todo ello daba igual, porque allí estaba, y después de la odisea vivida para conseguir dos entradas, bien valía la pena. Estaba dispuesta a pasar una gran tarde, y así fue, sin lugar a dudas.


Carmen: temperamento y furia españolas

No deja de ser extraño y chocante la programación, en Alemania, de una ópera tan visceral, tan arragida a nuestro país como es “Carmen” y que necesita de unos intérpretes que posean el adecuado temperamento y pasión.

El encargado de la dirección de la Orquesta Filarmónica de Berlín fue SIMON RATTLE que empezó con un tiempo brillante, de pulsaciones rápidas y brío en la orquesta, pero en la mayoría de la ópera la orquesta, al igual que el coro adulto, sonó bastante pasada de decibelios, a mí gusto, llegando en el primer acto a hacer inaudibles, algunos momentos, a los intérpretes.
En los pasajes más intimistas, la orquesta regulaba el volumen y se hacía perfecto aliado de los cantantes. Y aún así, qué orquesta tan fantástica.

La propuesta era en versión concierto, y los intérpretes cantaban bastante atrás en el escenario. Una hilera de sillas de color amarillo y un breve espacio entre ellas y la orquesta, ocasionaron un improvisado escenario, y una semi-escenificación de la obra, cosa que se agradece, sobre todo en el último acto rompiendo el estaticismo y solemnidad del concierto.
Pensaba que antes de iniciar la ópera saldrían a saludar todos los intérpretes, pero no fue así, y con remarcable puntualidad, las notas de Bizet empezaron a sonar en la Groer Saal a las 7 de la tarde.

Sabía que estaba ante un magnífico reparto, puesto que ya había escuchado hacía quince días la función de Salzburg, y con ello ya hay mucho de ganado.



De entrada, el papel de Carmen fue protagonizado por MAGDALENA KOZENA a la que, hasta la citada función de Salzburg, no había escuchado nunca y no sabía ante qué tipo de voz e intérprete me estaba enfrentado.
La voz de Kozena me gustó mucho, muy bonita por naturaleza con grandes dotes de expresividad y fraseo, aunque para el papel de Carmen le falta temperamento y más graves, le falta la racialidad gitana de la protagonista que da nombre a la ópera. Tan sólo saca el genio en el último acto, cuando, con un escenario vacío y sola ante Don José, pone de manifiesto su carácter plantando cara al oficial.

Bien ejecutada su “Habanera” la segunda estrofa de la cual, Magdalena Kozena, que subió descalza al escenario, cantó sentada en el escenario, presagiaba lo que podría ser ya el resto de la obra.
Después de una “seguidilla” y un “les tringles des sistres tintaient” bastante frías, siguió faltándole carácter en el resto de los actos segundo y tercero, y castañuelas en mano, la escena de seducción a Don José, quedó un poco apagada pero a partir de aquí, empezó a subir un poco la temperatura de la sala, y también entre los intérpretes, dado que el primer acto fue bastante frío a nivel general.

En su aria del tercer acto, “En vain por eviter les résponses amères”, bella donde las haya, se echaron en falta esos graves de desesperación ante lo que las cartas anuncian, pero sin duda, su mejor momento de la noche fue en el dueto final con Don José.


De igual belleza la voz de GENIA KÜHMEIER que dio vida al papel de Micaëla, la provinciana enamorada de Don José a la que supo dotar de dulzura y candidez, sin necesidad de coquetear, como muchas otras antecesoras suyas hacen, el grito. Una timbrada voz que la hace completamente convincente en su papel.

Escamillo, fue interpretado por el barítono KOSTAS SMORIGINAS, cuya entrada en el según acto fue discreta, sin levantar a nadie de la silla, en un pasaje que, por norma general, arrebata al oyente. Sin embargo en el tercer acto estuvo más convincente en el dueto con Don José, donde pudieron apreciarse la fusión de las dos voces aunque claramente diferenciadas.

La Frasquita y la Mercedes de CHRISTINA LANDSHAMER y RACHEL FRENKEL respectivamente, cumplieron con su papel, al igual que el Zúñiga de CHRISTIAN VAN HORN, el Morales de ANDRÈ SCHUEN y el Dancaire y Remendado de SIMONE DEL SAVIO y JEAN-PAUL FOUCHECOURT.


Jonas Kaufmann y yo con fiebre



He querido dejar para el último al tenor, a JONAS KAUFMANN, ya que él fue la razón de mí viaje a Berlín.
Tenía muchas ganas de escucharle en directo, y después de su cancelación en Barcelona aún más. Era la primera vez que lo escuchaba en directo, y no me decepcionó en absoluto.

La de Kaufmann es una voz completamente consolidada en el panorama operístico internacional y ahora es preciso que la salud lo respete y tenga sensatez suficiente como para llevar su carrera a cotas más altas, si ello es ya posible, puesto que sin duda, lidera, hoy en día, la lista de tenores a nivel internacional.

“Carmen” fue la segunda ópera, después de su magnífico “Werther” en la Bastilla de París, que le pude escuchar a través de la televisión. Y Kaufmann es un cantante que no decepciona: todo aquello que se le puede apreciar en las grabaciones enlatadas, está – y muy presente- en el escenario. Su voz, llega y sus tremendos y seguros agudos están allí.

Me gusta su Don José porque no es ninguna copia de otros Don José que le han antecedido: el frágil personaje que es en el primer y segundo acto, le va como anillo al dedo, y la brutalidad del tercer y cuarto actos, nos desvelan a un Kaufmann más temperamental de lo que en principio puedes imaginarte que pueda llegar a ser. El cambio del personaje se aprecia claramente en el curso de la ópera y se hace más que patente en su escena final.

Con una amplitud vocal como la que tiene el tenor germano, se hace dífícil poder contener aquel torrente sonoro, pero Kaufmann lo logra y, aunque se le puedan achacar los mil y un defectos, a mí me convence en su papel. Hace un personaje joven, ingénuo, que se abre a la vida, y que el impacto que le causa Carmen es tan brutal que, todo el amor en el más puro sentido que siente por la gitana en los dos primeros actos, se convierte paradójicamente en una extrema necesidad para el soldado en el resto de la obra. Y ello, sabe marcarlo bien, con voz, con fraseo e incluso en sus partes habladas de la obra.

Debo reconocer, a pesar de todo, que en el primer acto, como decía cuando hablaba de Magdalena Kozena, fue bastante flojo, incluso para él.
Contención en el dúo con Micaëla, supongo que para deleitarnos en el segundo acto, ya más puesto en la obra, con una “La fleur que tu m´avvais jeteé” de verdadero lujo, y sólo por esta aria, valía la pena haberse desplazado hasta la capital germana. Su “E j´étais une chose à toi” empezó siendo un hilo de voz, para ir ensanchando volumen y regularlo posteriormente hasta que acabó como había empezado, con un un sonido – audible en todo momento- pero sutil, como un suspiro dicho a la oreja.
Y yo, ante lo que acababa de oir, delirando y sin voz, sólo puede gritar, como pude, desde mí localidad un afónico bravo. Una aria tan bien cantada que, estoy segura que la canta en el Liceu, y el teatro se viene abajo, no como en la Groser Saal, que guardó toda la fúria para el final.
Antes de ello pero, se había sacado de la manga un agudo que nunca había escuchado, en su “Halte-là qui va la, Dragon d´Alcalá”. Y cómo sonaba la voz desde dentro del escenario...

A medida que iban pasando los minutos, la tensión iba acrecentándose, y a mí me estaban dando ya subidones de fiebre. Qué mala suerte, un año entero para ponerme mala, y precisamente tiene que ser este fin de semana. Así que entre mi tos, ahogada en un pañuelo, y mís subidas de temperatura, finalizaron los dos primeros actos.
Mís ojos eran el reflejo de la felicidad, estaba disfrutando y mucho.

Quien dijo que Kaufmann no se oía, no estaba sin duda en lo cierto, su voz destacó en el inicio del tercer acto, para dar paso a un magnífico dueto con Escamillo donde las voces, acopladas entre sí, distinguían los dos personajes. Y ahora Jonas Kaufmann estaba ya metido de pleno en el papel, y su enfado hacia Carmen era terrible, sin perder nunca la compostura.

De auténtico escándalo fue el dueto final, donde ambos personajes, se dejaron llevar por el temperamento y la pasión. El carácter de Magdalena Kozena apareció ante un suplicante Jonas Kaufmann, y la brutalidad de Don José acalló la desafiante Carmen. Uno de los puntos álgidos de la ópera, en la que el vacío del escenario fue el aliado perfecto para esta escena final, casi completamente representada, que vino a culminar una estupenda tarde de ópera.

Fue este dúo final el momento más explosivo de la ópera y afloró en cada uno de los personajes el fuego de sus caracteres. Kozena incluso le daba empujones a Kaufmann para apartarlo de su camino, y Kaufmann con gestos amenazadores alzándole la mano con intención de pegarla, se acercaba a ella y sufría su rechazo.
Carmen estaba desfiándole, y Don José entona antes de matarla un “Ah, ma Carmen adoreé” –que nunca se canta- y ella, burlona le pasa por delante y Don José-Kaufmann, la mata sujetándola por la cintura y dejando que resvale lentamente hacia el suelo.

En la sala ni se respiraba. La tensión era tal en este momento final que cuando Simon Rattle dio su último batutazo, la sala estalló y rozó el delirio. Unas cuatro o cinco veces tuvieron los intérpretes que salir al escenario a recibir la ovación del público y un bravo mío, más afónico que el de “la flor”, manifestó por mí parte, el magnífico espectáculo que, por disgusto mío, acababa de finalizar y que tan rápido había pasado. La ilusión de casi un año, agotada en tan solo tres horas.


Bravos, bravos y más bravos, pero se había acabado. Una lástima. Pero yo no podía irme de aquella manera de la sala. Había hecho muchos kilómetros, había pasado muchos nervios, me había puesto incluso mala y con fiebre, pero ello no me impidió irme, convencida, a la entrada de artistas a esperar a aquél que motivó mí viaje.


“Ce n´est pas défendu d´attendre, et il est toujours agréable d´espérer”

Con dolor de garganta y fiebre, nos encaminamos hasta la entrada de artistas, que estaba soprendentemente casi vacía. Qué extraño. No podía creer que, ante lo que acabábamos de escuchar el público alemán fuera tan poco receptivo. Estoy segura que esto pasa en España, y nos lo encontramos abarrotado de gente.

Cuando llegamos, éramos a penas unas 16 personas, que fueron desertanto poco a poco a medida que abanzaban los minutos. Pensé que me quedaría sola esperando fuera, y así fue.
El tiempo se hacía lento, y yo apenas me aguantaba, pero era tal la ilusión de poder ver a Jonas Kaufmann de cerca, que iba apurando y apurando. El domingo por la mañana me levanté sin voz.

Al cabo de una hora y media de espera, salió un trabajador de la Philarmonie y empezó a hablarme en alemán, por lo que yo tuve que responderle en inglés, que lo sentía mucho, pero que no entendía nada de lo que me estaba diciendo, y enseguida se puso a hablarme en un correctísimo español, y preguntó lo que en estas ocasiones no hace falta preguntar: ¿A quién estaba esperando?

¿Era necesaria la pregunta? De risa, ¿verdad?.
Evidentemente, la respuesta era que se estaría esperando que le diera: “A Jonas Kaufmann”.
Me contestó que aún estaba dentro y que había una especie de fiesta y no se sabía cuando saldría, pero que siempre lo hacía por la puerta en la que estaba plantada.
Paciencia, me dije, media hora más, media hora menos, no va a venir de aquí. Pero Kaufmann no bajaba.

Salieron unos señores con este trabajador, y se sorprendieron de que estuvieramos allí tan solo dos personas, y por lo que pude entender (ya que hablaban en alemán) el trabajador les estaba contando que habíamos venido de Barcelona para escuchar a Kaufmann y que estábamos aguardando su salida.

Dos horas. Dos horas estuve plantada esperando a qué saliera. Estaba ya en malas concidiciones, pero ahí seguía plantada. Sí había esperando ya tanto cinco minutos más no eran nada, pero era ya medianoche y Kaufmann no salió, lo deberían tener secuestrado aún.

Y así fue, que con resignación y con la espinita clavada de no haberme podido acercar a él, regresamos al hotel para intentar dormir.

¿Dormir? ¿Y quien lo hace después de unas horas tan intensas?


Jonas Kaufmann en Peralada

Si el tiempo acompaña, no llueve, y Jonas no cancela, este año pone punto final al Festival ampurdanés un concierto del tenor alemán. Será, si Dios quiere, la tercera vez que actúe en España. Una cita imprescindible para los amantes de la ópera, para la cual, servidora ya se ha sacado entradas.
Kaufmann estará acompañado por la Orquesta Simfònica de Cadaqués dirigida por  Jochen Rieder.
No hay que perdérselo.

Comentarios

Fanático_Um ha dicho que…
Obrigado por este seu texto tão interessante. Lamento que não tenha conseguido falar com Kaufmann no final. É um homem muito acessível e simpático. Espero que na próxima vez tenha mais sorte.
Teresa Roca ha dicho que…
Gracias Fanatico_Um...

Pues verdaderamente fue una lástima, me consta, por tu propia experiencia que Jonas Kaufmann es tal como lo describes.
Será en otra ocasión, espero.

Un beso,

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