Un Sant Jordi diferente.

En ese día, en el que las calles se tiñen del color rojo de las rosas recién abiertas por los primeros soplos de la primavera..., en ese día, en el que en la mayoría de los balcones y ventanas catalanas se llenan de ondeantes y orgullosas señeras..., en ese día, en que las calles de mí ciudad están abarrotadas de gente y aún así me gusta pasear por ellas, de parada en parada, mirando libros, oliendo la fragancia de las rosas de los más variopintos colores, en ese día en que celebramos la festividad de Sant Jordi, patrón de Catalunya, rebautizado a nivel nacional como día del libro... precisamente, en ese día tan especial, ponía rumbo a Milán.

Era como si algo me impulsara a ir allí. Una semana antes se había montado toda esa psicosis aérea a raíz de la erupción del volcán islandés. Todo el espacio aéreo europeo quedaba bloqueado por una inoportuna nube de ceniza que amenazaba, incesante, a todos aquellos que teníamos que viajar.

Y como no, yo también sufrí ese miedo. Incluso llegué a plantearme no ir a Milán. Entró en mí el temor al oír que las cenizas podían llegar a calentar tanto el motor hasta el punto de pararlo, así es que, aquel mismo domingo, enmedio de todas estas notícias decidí tramitar la cancelación. No perdía nada ya que viajaba a Milán sin tener entrada para el “Simon Boccanegra”, pero a la vez, sí perdía mucho.



Llegué a tomar conciencia de mi nueva situación: había planeado un fin de semana genial en Milán, y en cuestión de una hora, esa ilusión se había desmoronado. Me mentalicé de que no lo habría. Pero... siempre hay un pero.

Poco a poco la crisis aérea fue remitiendo, y de hecho el jueves me levanté con una sensación extraña en el cuerpo: algo me tiraba muy fuerte desde Milán. Algo o “alguien”...
Así es que decidí que me iba. Se habían abierto la mayoría de los aeropuertos y no estaba dispuesta a perder el dinero del avión ni renunciar a un fin de semana que tenía que ser maravilloso.

Así es que retomada la decisión, hice las maletas el día antes y el viernes a Milán.

Sin lugar a dudas, el día 23 de abril pasará a formar parte de la historia de mí vida. El día empezó mal, pero al mediodía ya iba por buen camino.

La primera buena notícia del día: era Sant Jordi y aunque el tiempo no acompañaba mucho no llovía. Recibí las rosas de rigor y a cinco minutos de salir del trabajo, me dan la estupenda notícia: por primera vez en Sabadell se retransmitía en directo una ópera en los cines, y esa primera ópera era ni más ni menos que “Simon Boccanegra”, la ópera que hacían en la Scala de Milán, y la que tenía que haber visto en directo en el templo de la ópera por excelencia, la ópera por la cual, a pesar de no tener entradas, hice casi 1000 Km. y por la que decidí desafiar esa nube de cenizas que, por suerte, ya estaba remitiendo.

Fue una notícia estupenda, vería por segunda vez a Plácido Domingo en pantalla gigante: la primera fue cuando tenía 2 años y algún recuerdo vago tengo de aquella tarde de sábado, aunque ninguno relacionado con la ópera.


 
Con estos ánimos nos dirigimos al aeropuerto y después de tener un vuelo agradabilísimo, escuchando “mí” Bohème preferida (con Domingo y Caballé), llegamos con bastante puntualidad a Milán.

Cogimos un taxi para que nos dejara en el hotel. El taxista se llamaba Rosario, y no era una mujer, era un hombre oriundo de Sicilia, y nos explicó que allí este nombre se pone a los hombres. Hablamos con él un rato y me llevo un recuerdo muy agradable y entrañable. Incluso me tarareó una siciliana.
Gesto que le honra, que sin cobrarnos más de lo establecido, nos paseó por el centro ciudad para que pudiéramos apreciar el Duomo ilumininado. “Ora sì, siamo a Milano”- le dije.




Eldía siguiente, sábado, empezó bien pero aquella tarde no pude ver la Scala en todo su esplendor, pero sí a la mañana siguiente, la del domingo. Impresionante el coliseo milanés, no podía que creer que en aquel teatro que se levantaba majestuoso ante nuestros ojos se hubieran estrenado tantas óperas. Ahora ya formaba parte de esta historia.


 
Por aquellos pasillos se había paseado el Maestro Verdi. En aquel escenario, aún caliente de la función del día anterior, había cantado el Maestro Domingo.
Toda la magia se filtraba entre los palcos del teatro.



Para la crónica del "Simom Boccanegra", tendré que esperar mañana a escucharla en el cine.

Comentarios

Fedora ha dicho que…
Aún faltando lo más emocionante de tu crónica, es genial todo lo que nos has contado. Me alegro en el alma que disfrutaras tanto en Milan.
Un beso.
Teresa Roca ha dicho que…
Grácias, guapa!

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