Soy de la generación de los tres tenores


  



Sí, efectivamente, de la generación en que tres voces de tenor mundialmente conocidas, decidieron unirse bajo la sofocante noche del estío romano y que, sin pasarles por la cabeza ni tan siquiera un segundo, cambiaron el mundo de la ópera poniéndolo patas arriba de un día para otro. ¡Qué digo en un día…! En dos horas, y en ese intervalo de tiempo tan reducido, resquebrajaron por completo los cimientos de la ópera sacudiéndolos como un brutal terremoto.

Los tres tenores fueron tres revolucionarios. Tres innovadores. Tres fenómenos.

Ajenos y totalmente inconscientes a la magnitud que tomarían los hechos, José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti se sucedieron uno por uno desfilando de manera superlativa por las milenarias Termas de Caracalla a lo largo de dos horas.

Habría podido ser un acontecimiento cualquiera, uno más de tantos otros conciertos, pero, no lo fue. Transgredieron las reglas del decoro operístico cantando al unísono arias de ópera, napolitanas, rancheras, tangos y fragmentos de opereta. Y es que, lo que hasta entonces había estado prohibido, mal visto y considerado como un gran pecado capital, quedaría plenamente legalizado a partir de la noche del 7 de julio de 1990. Una noche en que todo valió, lo serio y lo más ligero y, lo elitista, se convirtió en popular.  Y nada jamás volvería a ser lo mismo porque la ópera ya no se entendería de igual manera. La liaron. Vaya si lo hicieron.

Desataron pasiones y avivaron otras. Convencieron a muchos, pero también decepcionaron a tantos otros, y gracias a la difusión en soporte cassete, disco compacto y VHS,  acercaron la ópera a la gente y nacieron muchos aficionados a ella en todo el mundo. Se vendió una barbaridad ingente de copias -más de un millón en todo el mundo- realmente una proeza siendo un álbum de música clásica, pero, lo más curioso y emotivo es que, hoy en día, los tres tenores, treinta años después, aún siguen vendiendo.

Han intentado copiarlos. Pero no ha funcionado. Han probado de explotar la fórmula de muchas maneras distintas, pero… ¿cómo puede obtenerse el éxito sin saber del todo cierto cuál fue la fórmula mágica que desencadenó el éxito de ese encuentro?

No hubo fórmula, simplemente estaban allí, en el momento adecuado y en la época correcta, en una noche mágica. Vivieron el momento y lo disfrutaron. Solo ellos, los bautizados en ese momento como los tres mejores tenores del mundo podían lograr un hito similar. Y repito, ni tan siquiera ellos mismos fueron capaces de prever ni de medir sus consecuencias cuando las Termas de Caracalla, aún calientes por el magnetismo de sus voces, empezaban a recuperar la calma después de una noche diferente y llena de emociones. Una noche sin precedente.

Solo puede entenderse la dimensión de su éxito si se ha vivido el fenómeno de cerca. En este punto, pero, me permito hacer una reflexión.

Nunca pude verlos a los tres juntos, pero, me aficioné a la ópera con ellos. Viví todos sus mundiales al otro lado de la televisión aguardando impaciente cada uno de sus reencuentros. Y, treinta años después, hoy se cumplen precisamente, el concierto de Roma, lejos de anticuado, continúa siendo fresco, válido, emocionante, sorprendente. Mágico.
Pero pienso un poco más allá, y lo hago poniendo foco en las generaciones posteriores a las mías, los que ahora cuenten con 10 u 11 años. Cuando sus padres o abuelos les muestren quién eran esos tres hombres y lo que aportaron a la ópera, me asalta la duda de si serán o no capaces de vivirlo o apreciarlo como hicimos nosotros en su momento que fuimos contemporáneos al fenómeno tres tenores.

Decía Nerón en la película “Quo Vadis” que para escribir una gran epopeya, tenía que vivirse previamente, tener un modelo o una experiencia, que solo así podía comprenderse el auténtico valor de una obra de arte. Gran monstruosidad la suya, quemar la ciudad de Roma llevando al límite el principio del arte por el arte. Vivir, para crear. Vivir para entender.

No he necesitado ir tan allá, pero treinta años después, y con toda una vida llena de bagaje musical a mis espaldas, tengo el deber y compromiso moral de dar encarecidamente las gracias a estos tres grandes artistas por haberme permitido vivir tantas y tantas noches de música. Gracias por existir. Gracias por regalarnos sus voces. Gracias por descubrirme el maravilloso mundo de la ópera. Me considero una persona afortunada, porque -valga la redundancia – 30 años después de aquel 7 de julio de 1990 a las vísperas de jugarse la final del mundial de Italia 90, continúo emocionándome con sus voces y reviviendo sensaciones.

¿Casualidad? No. No lo creo. Tan sencillo como que simplemente estaba allí, en el momento adecuado y en la época correcta, en una noche mágica. Como ellos.

¡Feliz 30 aniversario!





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