Y eso iba de cumpleaños….los 50 años de Plácido Domingo en la Scala
Y porque tampoco todos los días una celebra el comienzo de una nueva década
en su vida.
Dicen, y así es, que cuando entras en una nueva década es propio y casi de
obligado cumplimiento, celebrarlo todo lo alto. Pues, haciendo caso de la
tradición y las buenas costumbres populares, esto es precisamente lo que hice.
No me lo pensé. ¿Qué mejor regalo de cumpleaños podía soñar que celebrar los 50
años de mi admirado PLÁCIDO DOMINGO en
la Scala de Milán, en una ciudad que adoro y pronta a la navidad, con miles de
luces en la calle y en la mejor de las compañías posibles?
Regalazo.
Sin lugar a dudas. Un lujo de fin de semana en Milán que tardaremos en
olvidar. El haber podido disfrutar una vez más del Maestro Domingo, en esta
ocasión, fuera de casa, y quizás la última, quién sabe, es algo de lo cual me
siento afortunada de haberlo podido vivir. Pasarán años, muchos años, quizás
más de mil como dice el bolero, pero, sin lugar a dudas, esta experiencia me
acompañará vaya donde vaya y hacia donde me depare la vida. Y siempre podré
decir “yo estuve allí” cuando en años venideros lea libros de ópera y llegue al
capítulo de los 50 años de Domingo en este teatro. Y me emocionaré, y su voz,
sana y en un estado vocal a la altura de las circunstancias, volverá siempre a
resonar en mis oídos. Su gesto agradecido y su elegancia se presentarán de
nuevo ante mis ojos. Y recordaré una vez más como todo el público de la Scala,
de pie, rindió su particular homenaje a nuestro tenor. A la voz que me acompaña
y me ha acompañado desde que era una niña. Esa gran voz. La mejor. La que más
me emociona. La que más sentimientos aflora en mi cuando empieza a lanzar notas
al aire. Sin duda, la mejor voz de tenor de la historia de la ópera.
Tutto Verdi
Y cuando se piensa en la Scala, una no puede dejar de ligarlo a la figura
del gran Giuseppe Verdi. El teatro en el que tantas óperas estrenara, en una
ciudad que le acogió en sus principios de forma hostil, pero que acabó
rindiéndose al genio y al talento del maestro de Busetto.
Imposible no acordarse de que, por esos pasillos de color crema y luces
amarillentas se pasearon grandes nombres y que el escenario de la Scala ha sido
testimonio de noches gloriosas con las voces de tantos grandes artistas….
Callas, Di Stefano, Tebaldi, del Mónaco, Caballé, Kraus, Carreras, Capuccilli,
Freni, Pavarotti…por citar a grandes leyendas que han escrito sus carreras
musicales con letras de oro.
Y lógicamente muy presente aquel lejano 7 de diciembre de 1969 con un
jovencísimo Plácido Domingo de tan solo 28 años que se enfrentaba al papel
protagonista del “Ernani” verdiano al lado de la gran Raina Kabaivanska y
Nicolai Ghiuarov.
50 años después, y con muchas posteriores visitas al teatro italiano,
Plácido Domingo regresaba con un programa totalmente verdiano, comprometido y
nada fácil con el que se metió al público de la Scala en el bolsillo.
No fue necesario que emitiera ninguna nota del “Pietà, rispetto, amore” del “Macbeth”. El público que llenaba la
Scala rindió ya su primer homenaje al Maestro con un estruendoso aplauso,
emocionante, que si bien no paralizó a la orquesta ni al cantante, fue lo
suficientemente sonoro para casi apenas percibir las dos tres primeras palabras
del aria.
Antes había sonado la obertura del “Nabucco”.
En esta ocasión, la Orquesta de la Scala de Milán, estuvo al cargo del
maestro EVELINO PIDÒ si bien cada
una de sus ejecuciones fueron buenas, eché en falta la garra, el nervio, el
genio de Verdi. Su fuerza, su sentimiento, su pasión. Aquél carácter que,
incluso alguien que no sabe del tema, lo escucha e inmediatamente dice “eso es
Verdi”. Sí, esto es lo que me faltó, tanto en esta pieza como en la obertura de
“I vespri sisciliani” en la segunda
parte del concierto.
Con el gran Domingo en el escenario de la Scala y un montón de sillas rojas
vacías en las que nadie se sentó (y a las que no encontré más sentido que
llenar un espacio enorme de una forma muy pobre) la noche no había hecho más
que empezar. Si bien esta pieza de “Macbeth” tiene dificultad ya para un
barítono de 40 años, Domingo estuvo inmenso en su intervención. Toda la noche.
Sin atisbos de cansancio en su voz su “Pietà, rispetto, amore” fue emocionante (aunque
venía de cantarse 4 Nabuccos en el Palau de les Arts de Valencia, el último el
pasado miércoles día 11, y con 78 años) y su voz sigue conservando su timbre y
su belleza, ahora en tesitura baritonal, pero sigues reconociendo en ella al
tenor que fue.
Era su primera actuación de la noche, pero ya despertó pasiones. Bravos,
griterío y aplausos desmesurados aunque nunca suficientes cuando estás ante un
gran artista como él.
En esta primera parte dedicada enteramente a “Macbeth”, la segunda
intervención de la noche correspondió al tenor canario JORGE DE LEÓN quién encarnando a su lógico papel de Macduff nos
ofreció el aria del cuarto acto “O
figli… A la paterna mano”. Una voz que no es especialmente bonita, que
cumplió su cometido pero que no me emociono como sí que lo hizo las
intervenciones de la soprano madrileña SAIOA
HERNÁNDEZ, una voz descubierta en la cantera de cantantes del teatro de la
Faràndula de Sabadell años ha, y que ahora pasea su arte por los mejores
escenarios, y comparte cartel, ni más ni menos que con el gran Plácido Domingo.
Sin duda también para ella una noche especial y llena de emoción.
“Sappia la sposa mia” el gran duo entre Lady Macbeth y Macbeth fue la tercera
pieza que sonó la noche del domingo en la Scala. Deslumbrante y espectacular
con un vestido dorado y brillante Saioa apareció junto a Domingo. Un precioso dúo, con pasajes muy difíciles y comprometidos para ambos, que en sus voces
sonó fácil.
Después de una emocionante introducción, al más puro estilo de recitativo
por parte de Plácido Domingo, escuchamos la voz de Saioa, por primera vez, en
un teatro de enormes dimensiones. La voz y el matiz intactos y bellos. Dicción
perfecta. Bello timbre y gran fraseo.
Se rio de forma prudente hace años cuando en Sabadell, hablando con ella,
le auguré que ella sería la gran ganadora del Concurso Jaume Aragall después de
haberle escuchado en la final, que en aquella edición se celebró en nuestra
ciudad. Y así fue. Saioa venció. Quizás no se acuerde de ese momento, pero, allí
ya supe que Saioa llegaría alto.
Quién le iba a decir que casi 10 años después su voz emocionaría en la
Scala y al lado de la leyenda que es Plácido Domingo. Me alegro mucho por ella.
Otro de los grandes nombres de la ópera que estuvo al lado de Plácido
Domingo fue FERRUCCIO FURLANETTO. Para
su primera intervención de la noche, escogió “Come dal ciel precipita”. Su timbre de voz reconocible desde las
primeras notas dio paso a un apoteósico final de la primera parte.
Desfiló el coro por el escenario, pero curiosamente, no se sentó en las
sillas dispuestas. Uno a uno, Jorge de León, Ferruccio Furlaneto, Saioa
Hernández, Toni Nezic y Caterina Piva, ambos solistas de la casa, y finalmente
Plácido Domingo, todos juntos y preparados para el gran brindis del final del
acto segundo de Macbeth “Salve, o Re!”, una
pieza que pasa de la alegría del festejo de un banquete real, al remordimiento
de los crímenes de Macbeth y sus visiones dementes, hasta el concertante final.
13 minutos emocionantes, de bellas melodías, de coloraturas muy comprometidas
para la soprano y que SAIOA HERNÁNDEZ supo
sortear y salvar con elevado nivel.
Qué decir de DOMINGO en un papel
que le va como pintado. Su desespero en las escenas de las visiones de Banquo
son emocionantes. Allí rememoras sus grandes Otellos. Y ahora su Macbeth arroja
ese carácter que imprimen los personajes shakesperianos que han pasado por el
cedazo de Verdi y sus libretistas, adaptándolos quizás mejor que en sus
homónimos originales. Su voz emocionó de nuevo al público. Estaba como siempre
en el papel a pesar de ser un concierto. Y el público así se lo reconoció. Allí
ya empezó la primera y larga ovación de la noche, casi inusual en un concierto
al finalizar la primera parte. Lo mejor estaba por venir, aún.
Grandes noches en la Scala
Si la primera parte fue enteramente dedicada a “Macbeth”, la segunda se
repartió entre “Don Carlo”, “I Vespri siciliani” y “Il trovatore”.
Para ser sincera, “Don Carlo” era el repertorio que peor llevaba del
programa, quizás por mi poca afinidad con esta gran y monumental ópera.
Con un cambio de vestuario respecto a la primera parte y luciendo un
vestido de noche espectacular de flores rojas sobre fondo rojo y negro, SAIOA HERNÁNDEZ tuvo su gran
intervención en solitario. Y permítanme que recalque el “gran” porque abrir la
segunda parte con el “Tu che la vanità” del
“Don Carlo” es jugárselo todo en una pieza. Sé y sabía de la voz de Saioa. La
conozco. Y sabía que estaría a la altura. Más que a la altura, para ser
sinceros a juzgar por lo escuchado y por la reacción del público.
Cuando alguien, en un aria que no te gusta, hace que acapares la atención
de la manera que lo hizo ella, es para quitarse el sombrero. Cuando una pieza de
9 minutos no se te hace interminable, es sencillamente debido a que el cantante
en cuestión la está ejecutando muy bien. Volumen. Potencia. Cambios de registro
impolutos del agudo al más grave. Brava, Saioa! Brava.
La misma sensación tuve con el consiguiente dúo “Restate!... Penso alla mia persona” entre Felipe II y el Marqués
de Posa, o lo que es lo mismo, entre FERRUCCIO
FURLANETTO y PLÁCIDO DOMINGO. Un
dueto de 13 minutos. Una eternidad si la pieza no te convence y tampoco es de
las más conocidas de la obra.
Sin embargo, el camino encauzado por Saioa en su intervención anterior hizo
las cosas fáciles con este magno dúo, de una nobleza y elegancia tal aunque
siempre ha quedado eludido por la popularidad del gran dueto entre Carlo y
Rodrigo de Posa “Dio che nell´alma infondere”.
Siempre metidos en sus papeles y personajes de la alta alcurnia española,
Domingo y Furnaletto acallaron la Scala. El silencio se podía cortar. Ambos
estupendos de voz y para Domingo momentos de gran lucimiento personal en una
pieza que tiene ecos musicales a otros grandes momentos y pasajes de la ópera.
Fue curioso porque, a pesar de mi reticencia inicial a estas dos piezas del
“Don Carlo”, escuchándolas, saboreando las emociones y la nobleza de los
personajes, me dio la sensación de retroceder en el tiempo. Al tiempo de las
grandes noches de ópera en la Scala que jamás he vivido, e imaginé cómo debería
ser escuchar aquel dueto dentro de toda la representación. De lo que debía ser
escuchar un “Don Carlo” en directo. Y de pronto pude imaginar la platea de la
Scala reluciente de preciosos vestidos de noche de las damas y los caballeros
vestidos de rigurosa etiqueta. Me transporté al tiempo que me hubiera gustado
vivir y al tiempo en que los decorados te situaban en la época. Al tiempo de
las grandes voces. De las grandes carreras. Al tiempo al que se iba a la ópera
a sentir, a disfrutar, a dejarse llevar y no a pensar en lo que el regista de
turno quiere decirme.
Estaba viviendo una gran noche en aquel momento. Al mismo nivel, quizás
superior, de la que paralelamente estaba imaginando, porque en mi realidad
estaba la voz del tenor que deseaba que estuviera.
El “Ti guarda dal Grande Inquisitor” de un extraordinario Furlanetto me
devolvió a la realidad del momento, al presente. El dueto estaba finalizando y
en mis oídos aún resonaba la voz de un Posa altivo que me emocionó en la voz de
Domingo, por nobleza y por sentimiento. Pero, el gran momento del dúo, el que
me causó más impacto vocal y visual fue el “Sire!”
final de Domingo acompañado de la genuflexión al rey. Un momento
extraordinario que cerraba sin duda, uno de los mejores de la segunda parte y
hasta entonces, de los vividos allí.
Tras la Obertura de “I vespri
siciliani”, en la que se afloraron muchos recuerdos de mi vida como cuando
conocí esta obra en el concierto de los Tres Tenores en Caracalla, el cómo le
gustaba a mi abuelo – que estuvo muy presente en el concierto, al igual que mi
abuela-sonó de nuevo la voz de FERRUCIO
FURLANETTO en una “O patria … O tu
Palermo” en el que quizás el cansancio, aunque prefiero pensar que era la
emoción, le traicionó un poco en un pasaje.
Y el gran broche final, oficial del concierto, vino de la mano de nuevo de
un grandísimo dueto, que adoro, y que disfrutamos muchísimo. SAIOA HERNÁNDEZ y de nuevo PLÁCIDO DOMINGO en la que era su quinta
intervención de la noche, y ojito, que cuenta con 78 año. Nos regalaron el
tremendo duo de la primera escena del cuarto acto de “Il trovatore” que cantan
Leonora y el Conde de Luna “Udiste?...Mira,
di acerbe lagrime”. Emocionante, trepidante, otro gran Verdi resonaba en la
Scala, y las dos voces estaban acopladas extraordinariamente bien. Fue también
uno de los momentos más aplaudidos, pero también más gozados de la velada, que,
desgraciadamente, tocaba a su fin, aunque que se me hizo sorprendentemente corta.
A pesar de que el público no paraba de aplaudir, el bis no se hizo de
rogar, y, entró el coro y el resto de intérpretes para culminar la noche de
nuevo con “Macbeth” la ópera que había sido la gran protagonista indiscutible
de la jornada. “Mal per me che
m´affidai” la muerte del protagonista en la voz de PLÁCIDO DOMINGO, un presagio que anunciaba que allí ya se había
dicho y cantado todo.
Después de dos horas de música y de emociones intensas, aquello había
acabado ya. ¿De verdad?
El calor del público frente a la
frialdad del teatro
50 años son 50 años. Y la Scala es la Scala.
Como no es mi teatro, desconozco la política que tiene la casa cuando se
trata de celebrar un aniversario con cantantes de la misma talla de Plácido
Domingo. De un Plácido Domingo en un estado vocal sorprendente dada la
longevidad de su carrera. De un Plácido Domingo completamente entregado. De un
Plácido Domingo emocionado y agradecido con las muestras de cariño de su
público venido de muchas partes del mundo.
Sin embargo el teatro pareció olvidar que celebrar 50 años con un artista
como él debe compartirse y no reservarse para unos cuántos afortunados. Y no
estoy hablando de catar un trozo de pastel de aniversario ni beber un sorbo de
cava con autoridades y demás personalidades del mundo de la cultura, de la
moda, del diseño o de la política. No.
Me estoy refiriendo a que esperaba que la dirección del Teatro dijera
algunas palabras a Domingo y que lo hiciera con su público presente. Que
recordara su trayectoria en el teatro. Que montara algo con un poco de cara y
ojos. De que Domingo se sintiera querido rememorando aquel 7 de diciembre de
1969, y otras grandes noches, como su debut en “Die Walküre” en 1994, y tantas,
tantísimas otras funciones… El “Otello” del centenario, la “Turandot” de
Zeffirelli, la “Fanciulla del west”, su último “Otello”….
Nada. Absolutamente nada. Nada para compartir con su público y que su
público pudiera vivir con él. La celebración fue a nivel privado, después de la
función. Y me disgustó, dejándome un regusto amargo en la boca. La expectativa
por los suelos. Hubiera sido, de haberse hecho, otro momento mágico de la
noche.
Como otra opción, quizás hubieran podido echar un poco la casa por la
ventana y adornar más el escenario. Un único ramo de flores, austero y serio,
presidía el centro del escenario. Nada más. A parte de las sillas, claro. Y
todo esto estando de celebración… vaya….
Lo que Plácido se llevó
Aún así, a pesar de que Plácido no tuvo el reconocimiento oficial del
teatro y compartido con su público, sí que tuvo el nuestro. De todos aquellos
que llenábamos la Scala el domingo por la tarde.
Finalizado el concierto no cesaron los aplausos ni los bravos. Una y otra
vez sin parar. Sin descanso. Mis brazos estaban dormidos de tanto aplaudir y mi
garganta casi afónica de tantos bravos que salían de ella.
Y los intérpretes iban saliendo al escenario y recogiendo los aplausos del
público, sabedores ellos que los compartían con el más grande tenor de la
historia.
Y así iban pasando los minutos. Y el público de la Scala en pie. Estaba
completamente emocionada y con los ojos húmedos. Y de allí no se movía nadie.
Absolutamente nadie. Nadie hasta que por fin, después de dos o tres rondas de
aplausos, finalmente Plácido salió solo al escenario, que era lo que el público
esperaba.
Y allí llegó el delirio. Nuestro particular y sentido agradecimiento a
todos sus años de carrera – más de 50- pero también por lo que nos acaba de dar
hacía tan solo 15 minutos. En la sala, aún caliente de emociones, aún retumbaba
su imponente voz.
Pero no fue suficiente. Algunos ya marchaban, con prisas, un poco
atropellados. Otros, como yo, allí seguíamos al pie del cañón sin dejar de
aplaudir. Y más, y más y más…. Rondaban ya casi los 20 minutos de aplausos
cuando por fin de nuevo, el grandísimo Domingo apareció otra vez en el
escenario con un par de rosas amarillas en las manos que minutos antes le
habían lanzado. Ante el estallido de aplausos y bravos, con sus manos hizo el
gesto de acallar al público.
Órdenes del Maestro. El público se silenció y, Domingo, generoso y
agradecido donde los haya, “a capella” nos cantó el “No puede ser” de “La
tabernera del puerto”. Emocionante, sin palabras, con lágrimas en los ojos. Así
es como viví toda la ronda de aplausos y especialmente ese momento y con la
pieza que, además, significó mi pistoletazo de salida en el mundo de la ópera y
mi amor por su voz.
El teatro se vino abajo. ¿Dejamos de aplaudir? No. Absolutamente no. ¿Para
qué? Sabíamos que ya no habría más, y Plácido también. Pero ese momento no
debía tener fin.
Plácido volvió a entrar, pero los rezagados que aún estábamos allí no
dejábamos de bravear. “El més gran de tots”, en catalán, en mi lengua, tal como
lo sentía, es lo que salió de mi casi afónica garganta cuando su “Porque no
sé…. Vivir”… ponía punto y final a esa noche. Porque no hay nadie, ni habrá
nadie como él. Solo espero que Dios le de mucha salud y que en la medida que
nos sea posible, podamos volver a disfrutarlo.
Palmas conjuntadas. Todas al mismo ritmo reclamando de nuevo la presencia
de Plácido en el escenario. Me estaba poniendo ya el abrigo y pronta a
abandonar mi localidad, cruzando ya el umbral para dejar la sala, fue cuando de
pronto, unos fervorosos bravos rebelaban de forma indiscutible que Plácido
había vuelto al escenario. Reculé, y con todo mi cuerpo apoyado en la
barandilla del palco, me tumbé entera en él para darle mi último aplauso al
Maestro. Mi adiós y mi agradecimiento a una noche tan especial para mí. Un
sueño hecho realidad.
Ese es el gran Plácido Domingo.
Agradecimientos
Todos los acontecimientos tienen detrás nervios, ilusiones, compromisos y
sacrificios. Y en esta ocasión, ha habido un cóctel de todos ellos.
He de decir que para que yo cumpliera el sueño de disfrutar estos 50 años
en la Scala de Plácido Domingo hay alguien que ha hecho un enorme sacrificio.
Me hacía ilusión, por lo que significaba musicalmente pero también para
celebrar la década que acabo de empezar, que mi madre y mi hermano estuvieran a
mi lado en esta noche tan especial.
Si no hubiera sido por el temple de mi hermano, quizás a estas horas, yo no
estaría finalizando estas líneas. Fue gracias a él, a su entusiasmo, a su
generosidad y bondad, lo que me ha permitido vivir lo que jamás olvidaré. Pero
también por su sacrificio, tragándose su miedo a volar, pasándolo mal, para que
yo pudiera estar allí y contribuir a la celebración, pospuesta, de mi
cumpleaños. Esto es de agradecer y de reconocer públicamente. No todos estarían
dispuestos a algo así. Sin un ápice de egoísmo y con toda generosidad por su
parte, Joan, aguantó lo que para él era lo inaguantable. Gràcies Joan, sense
tu, no hauria estat posible aquest cap de semana ni hauria estat el mateix.
También a mi madre, compañera de mis andanzas con Domingo. Siempre allí
aguantando estoicamente, y con un programa muy lejos de su repertorio ideal. A
ambos, a los que yo quería que estuvieran allí conmigo, un gracias enorme. Sois
los mejores cuando de Plácido Domingo se trata.
¿Se puede celebrar mejor un cumpleaños? Con mi familia, a un lado, y al
otro Plácido. Creo encarecidamente que no.
Comentarios