Un fresco “Elisir d´amore” en Sabadell
Con el sentido homenaje al Dr. Xavier Gondolbeu, vicepresidente y marido de
la presidenta de la AAOS tras su fallecimiento el pasado miércoles 13 de
febrero, toda la entidad le ha querido dedicar estas funciones de Elisir
d´Amore. Así empezaba la tarde de ayer cuando Carles Ortiz dirigía unas
palabras al público que ayer por la tarde llenaba el Teatro de la Faràndula de
Sabadell.
Pero, como reza la canción “Show must go on”, el espectáculo debe
continuar. Y si nos zambullimos en terreno operístico, terreno en el que nos
sentimos mucho más cómodos vale decir, nuestro querido Canio lanzaría al aire
su “Recitar, mentre presso dal delirio, non so più quel che dico è quel che
faccio, eppur è duopo, sforzati… va…”
Y así fue. El espectáculo continuó. Debía continuar.
La tristeza, paradójicamente, dio paso a la alegría de una ópera bufa, una
de las mejores y más geniales que jamás se hayan escrito y, de este modo,
transcurrieron dos horas y media que pasaron volando.
La producción, reciclada de la temporada 2011-2012 ambienta la función en
un pueblo marinero sin determinar, y en el escenario predominan los blancos
secundados por una iluminación realmente genial, tal y como nos tienen
acostumbrados en esta entidad, y que se ensombrece un tanto haciendo la escena
más íntima en los momentos más serios y profundos de la ópera como en el de
“Adina, credimi” aunque no tan marcado en “Una furtiva lacrima”.
Y funciona.
La atemporalidad en esta ópera es completamente irrelevante porque la
historia subyuga y enamora desde el minuto uno, así como todos sus personajes y
con su correspondiente cariz.
CARLES ORTIZ y JORDI GALOBART,
un tándem que, a estas alturas, no necesita presentación, proponen una historia
coherente, sin alejarse en demasía de la esencia de la obra original y en la
que todas sus piezas encajan perfectamente. Ambos convierten a este Elisir en una
obra fresca, juvenil, alegre y desenfada con genial uso del lenguaje corporal y
excelente trabajo escénico, y con una notabilidad que salta a primera vista y
que da mucho resultado sobretodo en la parte masculina del reparto, excluido,
Dulcamara.
Componen a Nemorino, el muchacho enamorado de Adina, como una chavalín
espontáneo, sentido, alegre y cordial sin caer en el tópico de atontarlo
demasiado. Y enseguida conecta con el
público. Nemorino siempre es la cara amable de la película.
Por otro lado, la línea que separa el carácter del joven rústico es muy
gruesa en comparación con el altivo, presumido, chulo y sobrado sargento
Belcore. Ambos dan el pego. Ambos saben lo que quieren y como conseguirlo: con
bondad y amor, el primero y, con astucia y malas artes, el segundo.
Y lo curioso, es que, a la par que Nemorino, Belcore conecta también desde
un buen principio con el público. Polos opuestos ambos personajes, pero los dos
atractivos y más teniendo en cuenta que, por norma general los Belcore quedan siempre
un poco a la sombra de los Nemorino, pero también de los Dulcamara, por
afinidad vocal en cuerda baritonal.
Dulcamara, un personaje crucial en esta ópera de dos actos intensos y
llenos de momentos maravillosos, pasa completamente desapercibido. La vis
cómica, o burleta, o aprovechada de este charlatán que vende vino de Burdeos
como elixir de amor, es completamente nula. No creo que sea un mal trabajo a
nivel de escena, sino más bien de su propio intérprete.
A Adina le falta la picardía de una pueblerina rica, caprichosa,
enamoradiza. Un personaje que chincha por el simple hecho de chinchar y al que
le gusta ser el centro de atención en todo y con todos.
A pesar de ello, en conjunto, la representación fue bastante redonda.
Dirigir con el alma
Siempre he dicho que ver dirigir al maestro SANTIAGO SERRATE es un auténtico lujo. Primero porque sabe sacar lo
mejor de la OSV y nunca cae en el
error de abusar de volumen. Pero también lo es porque es un director entregado,
que respira con el cantante, y que canta con el cantante además, y, ayer por la
tarde, Santiago Serrate fue el alma que alentaba y daba aire al Dulcamara que
interpretaba JOAN CARLES ESTEVE. Le
marcó entradas, le marcó texto, estuvo pendiente todo el rato de él, inclusive
en los concertantes y los duetos. Allí estaba su punto de mira, dar confianza a
quien ayer por la tarde lo necesitaba más.
La dirección me pareció buena y adecuada, marcando mucho el sector de la
cuerda, que sonó, excelente. Un buen tempo
en general a lo largo de toda la obra, quizás un tanto ralentido en los
momentos en que impera y se impone, de fábrica, el canto sillabato. Esto se hizo patente en la gran entrada del “dottore” su “ei muove i paralitici…” que
a mi juicio debió ser más vivaz, más alegre. Es el gran momento de Dulcamara y en
el que el bajo bufo de turno puede echar a relucir el dominio de este estilo
tan propio de las óperas bufas. Pero
ayer poco sillabato escuchamos.
Hubo algún momento de desajuste entre la Orquesta y Dulcamara, sobretodo
durante el dueto con Adina “Quanto amore”, no obstante, su dirección “engancha”
y me permite disfrutar de su trabajo a la par que el de los cantantes. El cómo
se entrega en cada nota, en cada compás. Es impresionante, además de un regalo,
verle trabajar.
Victoria masculina
Sí, y por goleada.
Ayer por la tarde quienes se llevaron al gato al agua fueron, sin lugar a
dudas, el tenor colombiano CÉSAR CORTÉS
y el barítono catalán MANEL ESTEVE,
ya conocido de la casa.
El primero posee una bonita voz de tenor lírico ligero. Muy bien timbrada.
Y además con una excelente y elegante línea de canto. Me sorprendió, y lo hizo
muy gratamente. Por voz, por sentimiento, por actuación y por su
caracterización de un personaje al que cuesta darle el punto justo de ternura y
de inocencia sin caer en el tópico de pintarlo como un payaso. Ya lo dice Adina
“lo compadite, egli è un ragazzo, un malatorto, un mezzo pazzo”… Pero no,
Nemorino no está medio loco, tan solo está profundamente enamorado. Es un chico
joven. Es un niño. Joven y perdidamente enamorado.
Y así lo dibujó ayer tarde César Cortés con su voz limpia y dicción
perfecta, con coloraturas marcadas estupendamente, y que culminó con su
“furtiva lagrima” impecable y por la que se ganó un estruendoso aplauso por
parte del público sabadellense.
El segundo en discordia, y nunca mejor dicho, porque bebe los vientos
también por Adina, es ni más ni menos que el sargento Belcore al que ayer puso
voz y físico MANEL ESTEVE, absolutamente
inmerso en un personaje en el que nada más salir a escena y sin abrir la boca
ya se te hace antipático.
El barítono catalán está en un excelente estado de forma. Una voz muy bien
timbrada, potente, con cuerpo, de aquellas que salen al escenario y dicen “aquí
estoy yo”. El trabajo escénico-artístico de Manel Esteve está, en el mismo
nivel desde el minuto que entra en escena hasta el final.
Al igual que el tenor, su dicción es impecable. Decir solo que fue, junto
al tenor, el segundo más vitoreado en la sala.
Y además, tiene esa vis cómica más que suficiente y que hace al personaje
encantador y antipático a la vez. Su Belcore es, resumiendo, de traca y
petardada multicolor. Inmenso.
Toda esta comicidad, que derrochaban a raudales los dos anteriores, fue lo
que le faltó a JOAN CARLES ESTEVE, y
que, en un gran personaje como Dulcamara, es casi un pecado capital no hacer
gala de ella.
Sin duda el cantante debe trabajar más esta parte para hacer un Dulcamara
creíble. El “dottore” es un personaje
clave en esta historia y debe hacer creer a Nemorino con sus tracas y mañas que
lo que es vino, en realidad es elixir. Y no, no te lo crees.
Entiendo que no es que desde escena estuviera mal marcado, sino que, estaba
demasiado pendiente de la parte vocal mientras actuaba. Nunca apartaba los ojos
del maestro Serrate, y esto, le mermaba espontaneidad, frescor, improvisación.
Volviendo a lo que decía al principio, su canto sillabato justo y casi inexistente. Su gran escena necesita de un
canto più vivace, ahí está la gracia
del bajo bujo. Repetición, rapidez y marcar bien cada sílaba a una velocidad
considerable. Y esto no sucedió ayer por la tarde a excepción de una sola
ocasión, y en la que acabó derivando en un claro desajuste entre el cantante y
el foso orquestal. Toda las revoluciones estaban en el escenario y la orquesta
tuvo que correr para atrapar, sin éxito, al cantante.
Banqueta femenina
La Adina de NÚRIA VILÀ fue
irregular. Si bien en su escena final “Prendi, per me sei libero” la sorteó
bien, no acabé de encontrar a la pizpireta, coqueta, caprichosa y enamoradiza
Adina. La voz y el timbre no destacan ni por bella ni por especial, pero es un
tanto pesado para un role como el de Adina que requiere más ligereza que
cuerpo, aunque cumplió vocalmente, a pesar de que las coloraturas se le
hicieron un poco cuesta arriba, pero, en conjunto vocal defendió una Adina
aceptable.
LAURA OBRADORS como Gianetta, pasó, al igual que Dulcamara, un tanto
desapercibida. Muy concentrada siempre en la parte vocal, pero apelmazada en lo
escénico, demasiado rígida.
Ei corregi ogni diffetto…
Así culmina, triunfal, Dulcamara, casi ya cayendo el telón. El charlatán
abandona el pueblo, Nemorino se queda con Adina, mientras que Belcore, se lleva
tan solo como premio de consolación a Gianetta.
Pero, a pesar de todas las cosas que se puedan corregir de estas funciones,
y que estoy segura que, a medida que avance la gira por toda Cataluña será así,
lo más importante es el mensaje que, temporada tras temporada, dan desde la
AAOS, y que no es ni más ni menos que, con ilusión, con inteligencia, con
pasión por lo que se hace y con profesionalidad, a pesar de tener un bajo,
bajísimo presupuesto, se puede hacer buen trabajo. Se puede hacer buena ópera.
Y buena ópera es lo que vimos ayer por la tarde.
Por esto, nunca dejo de quitarme el sombrero ante ellos, porque esta gran
casa que es la AAOS dispone de grandes profesionales que hacen gala de todo lo
mencionado en el párrafo anterior.
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