La generosidad del gran Plácido Domingo




Estaba anunciada de antemano la presencia de la soprano portoriqueña Ana María Martínez, pero se cayó del cartel. Ante la perspectiva, y viendo que en lugar de dos cantantes la velada contaría con cuatro, las posibilidades de que PLÁCIDO DOMINGO cantara muchas piezas eran poco alentadoras para aquellos que nos habíamos desplazado hasta Valencia.

Pero, con Plácido Domingo nunca puedes dar nada por hecho, porque, cuando se trata de sorprender, el tenor nunca defrauda.

Ayer tampoco.

He de confesar que cuando abrí el programa de mano y conté 8 intervenciones suyas, la verdad es que salté de alegría. Y, algo parejo con el repertorio, porque el gran Plácido Domingo no se limitó a hacer un mero concierto de trámite. No. Para nada. El caso es que nos encontramos con un repertorio inteligentemente escogido, variado y sobretodo, difícil y arriesgado, cuando, en un concierto como este, otros se hubieran limitado a pasar por el escenario, cuatro piezas, hartón de oberturas, preludios e intermezzi para hastiar al más conformista y transigente y, todo ello, para finalmente acabar cantando cuatro cosas sencillas y sin importancia.

Por esto el título de esta crónica se titula, en esta ocasión, como se titula. Plácido fue generoso y abordó un repertorio comprometedor, y a sus años, hacer esto, y hacerlo bien, no es fácil.

Iba con entusiasmo, pero media hora antes de dar comienzo el espectáculo, esa ilusión se había, por lo menos, quintuplicado.

Por muchos motivos ajenos al espectáculo, sabía de antemano que sería una noche especial. Y así fue. Pero quizás no calibré bien la balanza a la hora de hacer tales estimaciones. Ayer noche, en el Auditori del Palau de les Arts de València, viví una noche realmente única. Una noche que empezó con un escalofrío simplemente en el momento en que Plácido Domingo asomó su plateada cabeza en la sala. Y aún no había abierto la boca.

Sentí y presentí que la conexión con este gran artista sería extrema. Sabía también que sería inevitable emocionarme hasta lo más profundo de mi ser. Sabía, en definitiva, que era una de esas veladas en la que el artista y el público están en plena comunión. Perfectamente conectados y respirando uno y otros al mismo compás. Sabía que cuando esto sucede la situación va repitiéndose a lo largo de toda la noche. El frío desapareció ante la calidez de su voz y la emoción llevada al máximo.

Que un artista de su trayectoria consiga hacer sentir todo esto, con más de 50 años encima de un escenario y más de 3.900 funciones a sus espaldas, y todo ello contando que tiene 77 años, es realmente increíble. Pero con Plácido Domingo parece no haber límites. Único e irrepetible. Una figura de aquellas que sin la cual no podría entenderse el mundo de la ópera.

Es de quitarse el sombrero.




El programa

En la velada de ayer, junto con los cantantes, el maestro ÓLIVER DÍAZ, acompañaba la ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA. La orquesta sonó. Y sonó, además, mucho. Quizás en demasía en algunos momentos en el que apenas se hacían audibles algunos de los cantantes. Quizás era problema de la propia acústica de l´Auditori, o de que el maestro no supo frenar a tiempo la sección de cuerda y metales.

A pesar de ello, su dirección fue buena, quizás en algún momento, para mi gusto, lenta en demasía, sobretodo en el brillante y precioso “Intermezzo” de “Manon Lescaut”, para mí ralentido, o más vivo en el “Paxarín tu que vuelas” que probablemente requiera otro tipo de discurso, más lento, más pastado. Pero esto son cuestiones de gusto.

Arrolladora fue la melódica obertura de “Nabucco” donde ahora sí, cuerda y metal brillaron como nunca, y con elegancia abordó el preludio de “La Torre del Oro” del maestro Giménez y el intermedio de “La pícara molinera” de Pablo de Luna.



La velada de ayer contó con dos partes claramente diferenciadas. La primera, dedicada exclusivamente a la ópera y en la cual se hizo un viaje que empezó en Francia con la “Andrea Chenier” y concluyó en España con “Il Trovatore” de Verdi, habiendo hecho escala, no obstante, en el repertorio francés más inspirado de los sensacionales Bizet y Gonoud.

La segunda, y mucho más relajada, se dedicó enteramente a la zarzuela. Ello, sin menospreciar el capítulo de las propinas, que fue breve, pero directo e incisivo y justo en su medida.

La noche empezó fuerte con el difícil “Nemico della patria” que viene siendo uno de los recientes caballos de batalla de Plácido Domingo, una pieza con mucho discurso y que le permite muchas posibilidades: reflexión, introspección y un estallido de emoción que transmite toda la pasión de este gran artista. Si bien el aria es un poco desigual y en ocasiones rompe la melodía apostando por un fraseo casi más hablado que cantado, Plácido, se lleva el gato al agua, lógicamente, con su “Un di m´era di gioia pasar fra gli odi e le vendette” frases que anteceden al punto más brillante de esta aria “La cosciendza nei cuor ridestar delle genti…”. Palabras y música que parecen escritas para ser lanzadas por un artista como él.

Una aria por la que tengo especial predilección y que arrancó en mí escalofríos, calor y cómo no, lágrimas. Y solo había hecho que empezar. La noche aguardaba muchos momentos como ese. Y era consciente de ello.



Junto a Plácido domingo, pudimos también escuchar la voz de la soprano rusa IRINA LUNGU que empezó por una emotiva aria de uno de los compositores más queridos del mundo de la ópera. No logró emocionarme su “Donde lieta uscì” de “La bohème” de Puccini. La voz es atractiva pero Mimì requiere algo más. Más volumen, más pasión, más sentimiento.

Es curioroso, pero ayer escuchamos sin palpar la pasión a uno de los compositores más apasionados. De un frío “Donde lieta uscì” pasamos a un Intermezzo de “Manon Lescaut” que no acabó de arrancar.



De las tres voces que acompañaron al maestro Domingo, la de Irina Lungo era la más hecha, prueba de ello es que el concierto fue un toma y daca entre ambos. A su lado, dos promesas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo: VICENT ROMERO y CAMILA TITINGER.

Y precisamente fue con el tenor VICENT ROMERO con el que Plácido Domingo volvió a compartir escenario, esta vez para interpretar el afrodisíaco dueto de “Au fond du temple saint” de “Los pescadores de perlas” de Bizet. Un tenor que está aún entre fogones y que intentó, con dignidad, dar la réplica a uno de los más grandes.

Su voz no es especialmente atractiva ni arrebatadora, y la línea de canto puede y debe mejorar, pero brillar al lado de alguien como Domingo es imperiosamente muy difícil, hito al alcance de muy pocos. Su luz es cegadora y no evita el deslumbramiento a su público.

De la isla de Ceilán, nos trasladamos a la Verona de Shakespeare con el dificilísimo “Quel frisson court dans mes venes” del “Roméo et Juliette” de Gounod, en esta ocasión, de nuevo en la voz de IRINA LUNGO. La pieza es soberbia. Difícil y llena de matices. No obstante, sorteo y bien todas las coloraturas que rellenan esta fascinante aria.

Y de Gonoud a Gounod, y del Romeo al “Faust”. Con esta ópera hacía su primera incursión en el escenario la soprano CAMILA TITINGER abordando la bella y complicada “Ah, je ris de me voir si belle”. La voz al igual que el tenor, también está por hacer, pero el timbre es bello, la línea exquisita y apunta cosas realmente buenas.



Y de Faust vamos a las orillas del río Jordán con una espectacular intervención de la Orquestra de la Comunitat Valenciana al cargo de OLÍVER DÍAZ para acometer la bella Obertura de “Nabucco”, una pieza llena de fiebre pasional, melodía, tensión y calma. Parece contradictorio, pero todos los movimientos son incorporados por la magistral pluma de Giuseppe Verdi. Escuchas este estilo y aún sin saber a qué ópera puede pertenecer sí que siempre hay algo que te identifica al maestro de Busetto. En ese momento, buscas la mirada cómplice de tu acompañante y al unísono, como si ambos leyeran el cerebro de uno y otro, y acabas rindiendo la siguiente frase: “esto es Verdi”. Fúria y pasión desbocada. Inspiración y melodía. Pulso. Sí, este es Verdi, sin lugar a dudas.

Y con Verdi entramos en el bloque final de la primera parte, primero con una sentida interpretación del gran Domingo con su “Dio di guida”, muy aplaudida y braveada, aunque no tanto como su inspirado Gerard; siguió un “È strano… Ah forse lui” de “La traviata” al cargo de IRINA LUNGO quien de nuevo se enfrentó plantando cara a las difíciles coloraturas y a la que un lejano y no demasiado acertado VICENT ROMERO dando la réplica a la escena más famosa de la cortesana más famosa del París contemporáneo de Verdi, Violeta Valery, finalizando con un “Pensier” más pensado que espontáneo – nunca mejor dicho- a juzgar por su breve y casi irreconocible silencio para abordar el final en forte y no en reposo.

Pero el broche de oro de la primera parte estaba por venir, ya que para cerrar, PLÁCIDO DOMINGO escogió una pieza para nada fácil porque de sencillo el dueto entre el Conde de Luna y Leonora, “Udiste?... Mira di acerbe lagrime… Vivrà!” no tiene nada. Ni tan siquiera, la intención. Este dúo, quizás a mi gusto, uno de los más bellos de “Il trovatore” de Verdi, es especial para mí dado que fue mi abuelo – como en tantas otras ocasiones- quien me hizo fijar en él. Si ayer lo escuchaba desde el cielo, y de ello estoy completamente segura, es fácil de adivinar que se emocionó y también derramó, lágrimas como yo. De esto, sin lugar a dudas y valga la redundancia, estoy segura.

Sentir toda esta pasión y la tensión que tiene este dúo es arrebatador, como lo es la voz de PLÁCIDO DOMINGO.



Balance de la primera parte

Si me preguntáis el por qué de este breve separador… Sencillo.

Llegados aquí, vamos a poner las cartas sobre la mesa antes de continuar.

¿Qué hemos dicho? Pues que el repertorio fue equilibrado y bien escogido. Sí, hasta aquí creo que todos podemos estar más o menos de acuerdo. Es cuestión de gusto, y en la variedad, allí está.

Pero a donde quiero llegar es al punto con el que iniciaba este escrito, y que no es ni más ni menos que la generosidad de PLÁCIDO DOMINGO. Fijaos: Chénier, Pescadores, Nabucco y Trovador.

Alguna de ellas es fácil para un artista de… vamos a poner, ¿45 a 50 años? No, para nada.

¿Y para los de 30 a 35…? ¿Tampoco, verdad? Podríamos decir que la voz aún está en fase de construcción para enfrentarse a piezas tan brutales.

¿Y para Plácido Domingo? Cuenta 77.

Tampoco lo es, quizás menos que para todos los anteriores. Por esto decía que su generosidad no tiene precio. Que alguien como él ofrezca tanto es de lo mejor que podemos tener en el mundo de la ópera. Y tenemos que agradecérselo.



Zarzuela al poder

Y de nuevo apareció DOMINGO al inicio de la segunda parte con una de las más bellas romanzas escritas por el maestro Guerrero, “Mi aldea” de “Los gavilanes”.

Plácido conserva aún, intactos, en centro ese color chocolate con leche que tanto me gusta y su gran saber cantar. Medias voces, matices y fraseo nítido que hacen estremecer. Y así fue, ya que en el caldeado ambiente de l´Auditori, volvieron a mí de nuevo los escalofríos, porque ya no se puede disfrutar más con una voz y con un artista.

Lástima que, el escenario fuera tan pequeño y la mayoría de las piezas los cantantes las interpretaron al lado izquierdo. Ello suponía que según su posición y el vaivén del director no pudieras apreciarlos siempre.

Plácido, ducho y curtido en esta clase de detalles, iba alternando lado izquierdo y lado derecho. Ahora aquí ahora allá.



El preludio de “La Torre del Oro” en la interpretación de la ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA con ÓLIVER DÍAZ al frente dio paso al sensacional dueto de “La del manojo de rosas” con las voces de CAMILA TITINGER y PLÁCIDO DOMINGO.

Me alegro que haya incorporado esta inspirada pieza rellena de casticismo que retrata el Madrid de los años 30, sus gentes, sus ambientes y sus clases. Es un dueto de aquellos en que el cantante se te lleva y te hace levantar de la silla.

Tiene de todo. Diálogo, intercambio de piropos, y música pegadiza y llevadera. Un momento en el que solo tienes que dejarte subyugar por la voz, y simplemente, disfrutarlo.



“De España vengo” de la zarzuela “El niño judío” de Pablo de Luna fue la primera intervención de la segunda parte para la rusa IRINA LUNGO, con un español perfecto, con coloraturas impecables en un fragmento archiconocido, a la par que muy querido, y que defendió con mucha inteligencia y una puesta en escena con uso de un chal simulando un mantón que resultó ser fina, discreta, pero efectiva.



Tiempos modernos, letras actuales

Y para aquellos que pensaron que Plácido se había equivocado de letra porque ya está mayor e interpone una por otra a su antojo improvisando “quereres” en lugar de “mujeres”... Para todos aquellos que pusieron un grito al cielo… Plácido, otra vez PLÁCIDO DOMINGO,  único e inigualable se dirigió al público saliendo con una buena arenga, justificada, pensada, reflexionada.

“No, Plácido no se ha equivocado” – dijo.

Acababa de cantar junto al tenor VICENT ROMERO el dueto de “Marina” de Arrieta “Se fue, se fue la ingrata”.

En los tiempos que corren, todos estamos sensibilizados con las reiteradas ofensas machistas para con las mujeres, y Plácido decidió en su momento poner un freno a una letra que, escrita en tiempos ya inmemoriales, reza así “No más no más mujeres, que iguales todas son”…

¿Cómo que las mujeres son todas iguales?

Plácido dejó bien claro que sus palabras iban especialmente dirigidas para todas las mujeres que llenábamos la sala. Y no éramos pocas. “No todas las mujeres son iguales. Por eso, decidí un día sustituir la letra adoptando quereres por mujeres. Los quereres pueden ser iguales, las mujeres jamás”. Esto es lo que vino a decirnos.

Como también matizó un detalle significativo de la comedia musical “My fair lady” explicando que en la obra original Eliza Dolittle al final se queda con el profesor Higgins, y después de hacerle durante toda la obra la vida imposible, le trae las zapatillas para que se ponga cómodo. En la versión renovada, Eliza imprime su carácter, y de traerle las zapatillas, nada de nada. Mejor se las tira a la cabeza. Ella también tiene su dignidad de mujer.

Bravo. Bravísimo Plácido. Gran artista y caballero.



Y como colofón final de la noche, el “Intermezzo” de “La pícara molinera” dio paso a una de las más bellas arias escritas para tenor: “Paxarín tu que vuelas” del maestro Luna, de la misma obra. La voz de VICENT ROMERO no lució en una interpretación demasiado rápida que, a mi gusto, requiere más calma que brío, dejando lugar para que la orquesta te envuelva con la música que acompaña a esta pieza, que es de una belleza realmente espectacular y que en la que la voz debe secundar toda la pasión y sufrimiento de un hombre enamorado, a la vez que doliente.



PLÁCIDO DOMINGO cerró con una sentida “Maravilla” del maestro Torroba y que en sus conciertos, nunca falla. La voz, claramente baritonal tintada de tenor, te envuelve y apasiona con su “Amor, vida de mi vida”, y que, junto con el “No puede ser” de “La tabernera del puerto”, es una de sus romanzas talismán.

Llegados aquí, todos sabíamos que aquello no había acabado. Continuaba aún sintiendo escalofríos a cada una de las notas que salían de los labios del Maestro. Indescriptible. Solamente se puede entender si se vive. Si se vive con pasión. Sino, más vale dejarlo. Y pasión es algo que ni a Plácido Domingo, ni a mí, nos falta.



“Lippen schweigen” de “La viuda alegre” fue la primera de las dos propinas de la noche. En esta ocasión, el dueto lo interpretó con la rusa IRINA LUNGU. Medio escenificado y con cuatro puntos de un vals lento, cauto y prudente dio paso a una extraordinaria romanza que en la voz del más grande luce y brilla como en ninguna “Ya mis horas felices” de “La del soto del parral” de Soutullo y Vert. Y de nuevo, emoción en mis ojos y escalofríos en mi cuerpo.

Ronda de aplausos. Vítores. Bravos. Y gente de pie inmortalizando el momento con el móvil. Un foto, un recuerdo, una ilusión para que aquella noche fuera inolvidable y no efímera.



Y sucedió así

Había presentido bien ya desde el principio, desde el mismo momento en que entró en el escenario. Sí, la de ayer tenía que ser una noche especial. Diferente. Y lo fue.

Diferente porque una actuación de Plácido Domingo nunca es igual. Siempre aporta. Siempre sorprende y siempre ilusiona. Pero ayer mucho más, y por un motivo personal. Ayer era la primera vez que mi hermano veía y escuchaba en directo la voz que me cautivó cuando era aún una niña.

Estaba feliz y contenta por compartir con él semejante momento. Para que pudiera vivir como vivo un momento así. Para que pudiera sentir como siento un momento así. Para que pudiera entender, y en primera persona, el por qué Plácido Domingo aporta tanto a mi vida.

Poder mostrarle todo esto me hacía mucha ilusión a la par que feliz. Quizás mi hermano ya no tenga muchas otras ocasiones para hacerlo, pues Plácido Domingo tiene la friolera de 77 años, y no son pocos, pero, asistir a un concierto suyo, ni que sea una vez en la vida, es una de esas cosas que todo el mundo debería experimentar, y sobretodo disfrutar.

Gracias Maestro por brindarle esa oportunidad a mi hermano.

Gràcies Joan, per ser-hi!






Comentarios

Unknown ha dicho que…
Hoy también he tenido la oportunidad de disfutarlo gracias al detalle de tu crónica. Te lo dice una con poca cultura musical pero con la suerte del gusto por la mûsica y el agradecimiento de poder leerte. Gracias Teresa.

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