Una del oeste
Cuando se trata de beber un buen cóctel,
es imprescindible que todos los ingredientes sean los adecuados para que,
cuando nos acercamos la bebida a la boca, disfrutemos de esa mezcla hecha a
base de licores varios y sacudida con la máxima profesionalidad.
Cuando vas a un teatro a ver una ópera,
y los intérpretes, músicos, director y escena están bien escogidos y en su
papel cada uno, la sensación es que el cóctel funciona.
Que funciona y bien, tal y como ha
sucedido en “La fanciulla del west” que se representó en el Metropolitan a
principios de mes.
Será quizás porque nos atraen esta
clase de óperas salpicadas de exotismo y alejadas de los palacios, de las
brumas nocturnas, de los cementerios o del renacimiento y mitología clásica.
Será quizás porque por afinidad con el cine nos gusta ver en un teatro lo que
hemos visto en la tele, pero también por la originalidad de trasladar la obra al
“far west”, y esto nos seduce, nos interesa y nos hace disfrutar.
“La fanciulla del west” no será quizás
la obra más bella, musicalmente hablando, que salió de la pluma de Giacomo
Puccini, aunque tiene momentos inspiradísimos. Es una obra muy difícil y
alejada de tan acertadas melodías como “La bohème”, “Tosca” o “Manon Lescaut”,
sin embargo, en ella, Puccini volcó todo el exotismo de una época que no
conoció, lo que la hace aún mucho más meritoria por conseguir el efecto de
recrear una California lejana dominada por la fiebre del oro.
Lo
antiguo funciona
La puesta en escena de esta “Fanciulla”
no es para nada desconocida para el público neoyorquino, ni tampoco para
aquellos que, en su momento, adquirimos la grabación en vídeo, cuando aún había
el pleno auge de las cintas en VHS.
GIAN
CARLO DEL MÓNACO siempre, o casi siempre propone
escenografías como Dios manda. Clásicas, bonitas, de las que no molestan y de
las que ayudan a explicar la historia. Simplemente es un siervo del argumento,
y eso lo valoro y lo agradezco. No es de los que dicen “ahora quiero explicar….
Eso quiere decir… Yo interpreto que….”
No, no, no. La ópera ya nos explica. La
ópera, por si sola, ya nos dice y ya somos capaces de interpretarla y
entenderla. Gracias Sr. Director de escena por su buena voluntad, pero, ya me
sé el argumento, por favor, no lo tergiverse.
Y Del Monano no lo hace. La puesta es
antigua, está fechada en los inicios de los años 90. No es cartón piedra, los
decorados y la escena son completamente corpóreos. Los cantantes tienen que
cantar e interpretar, y lo hacen. El bar “La polka” es un verdadero
establecimiento del oeste, la cabaña de Minnie, de ensueño, y, la escena final
cerca de la mina y con la horca cerca es de matrícula de honor.
No se le escapa ni un detalle. Los
letreros de “Se busca”, la nieve en el segundo acto, los montes nevados, la
piel de oso, el ajuar de la casa de Minnie… todo funciona a la perfección, y de
entrada ya consigue el efecto deseado: el público se mete de lleno en ella. Se
traslada al oeste. Se huele el hedor a sudado en el bar de Minnie, se adivina
el hálito a whisky de los mineros, el incipiente olor a pólvora de las
pistolas, el aroma del pastel a la crema que Minnie le ofrece a Jonhson… En
fin, tiene todo lo indispensable para hacerte creer que tu también formas parte
de la historia.
El maestro MARCO ARMILIATO saca a relucir lo mejor de sí mismo y también de la
orquesta del Metropolitan. Un pulso intenso con un “tempo” ágil pero justo, que
acompaña en segundo plano a los intérpretes, pero sin perder protagonismo. Sabe
cuidar de las voces y mantiene siempre el volumen a raya para que sean los
cantantes los triunfadores de la noche. Pero cuando se da todo este cúmulo de
circunstancias es precisamente porque el director, al fin y al cabo, también
acaba siendo uno de los principales protagonistas, y no secundario, aunque el
efecto sonoro y óptico en un primer momento nos pueda engañar.
Minnie,
che dolce nome
Quizás así se lo debiera parecer al
bueno de Puccini. Minnie, un nombre dulce, quizás no sea el más bonito o
inspirado de todo el repertorio operístico y en concreto, del abanico
pucciniano, pero, es el que es.
Minnie, una mujer sola entre una
multitud de hombres que, con su dulzura y bondad, sabe mantenerlos a raya.
Quiere y es querida. Ayuda y es ayudada. Respeta, y es respetada.
No es un personaje de ensueño, y aun
siendo la protagonista de esta ópera, papá Puccini tan solo le escribe una
única aria en toda la ópera: “Laggiù nel Soletà…”, una aria que ya no sigue la
estructura de tal, sino que está incrustada en medio de un pseudo-dueto con
Rance.
EVA-MARIA
WESTBROEK es la voz que puso cuerpo y alma a esta Minnie neoyorquina.
Partiendo de la base de que este role es dificilísimo y con una tesitura muy
alta, demasiado, al extremo diría yo, Eva-Maria sabe imprimir carácter a esta heroína
del lejano oeste. Es dulce y bondadosa con los mineros, comedida con Rance.
Enamorada con Jonhson.
La voz es adecuada para este tremendo
role en el que es muy difícil, por la altura de las notas que le toca cantar,
que a veces no te dé la sensación de que está rozando el grito. Un grito que no
es tal, pero, que lo parece. Eva no lo grita y llega perfectamente y sin
dificultad a cada uno de los tremebundos agudos que rellenan esta complicada
parte.
Su Minnie es creíble desde que entra ya
en escena en el primer acto escopeta en mano. Sus ojos brillan cuando dialoga
con Jonhson y se apagan cuando se le acerca Rance. Su voz combina perfectamente
con ambos personajes. Es una Minnie segura y con aplomo. Ideal e impecable.
Como impecable que lo fue también el
Dick Jonhson de JONAS KAUFMANN en su
segunda producción como bandido en “La fanciulla del west”. El personaje ha
madurado y está mejor encajado que en la versión vienesa de hace unos cuantos
años.
Su visión del bandido es plana y sin
evolución. Siempre con el rostro sombrío, preocupado. Sin apenas ninguna mirada
dulce a Minnie que indique que la chicha le gusta, que la está cortejando, que
es un hombre ducho en esta materia y que
se interesa por ella. Nada. Nada de esto adivinas en la interpretación escénica
de Kaufmann aunque sí que consigue que veas al personaje y no al hombre en toda
la obra a excepción de la escena de baile en el primer acto. Allí saca al
Kaufmann payasete, y chafa un vals en lugar de darle la elegancia que este
baile – rey de los bailes – merece.
Jonas, acabas de conocer a Minnie, sé
un poco más dulce, más fino, más elegante. Y si no lo eres, por favor, fíngelo.
Te lo vamos a agradecer.
A nivel vocal su Jonhson es impecable
como decía. Todas las notas bien colocadas. Agudos lacerantes, seguros,
desafiantes. Eso sí, da lo que puede dar, no más. Su canto es comedido,
cerebral, para nada pasional. Le falta aquello que le falta siempre en todas
sus interpretaciones: dulzura, sangre, pasión. Eso no lo puede dar,
sencillamente porque no lo tiene.
Quizás debería haber trabajado más su
personaje a nivel escénico-interpretativo, pero, es lo que hay: el abundante y
estigmatizante temple germánico.
Estupendo en sus dos arias “Or son sei
mesi” en el segundo acto y en su “Ch´ella mi creda” en el tercero. Por
condiciones, por voz y por adecuación hace que en el panorama operístico
internacional se quede solo para afrontar estos roles tan difíciles y
seductores a la vez.
Solamente apostillar que, en el tercer
acto, el dueto final “Addio mia dolce terra, addio mia California” se vio
abrumado por el bestial volumen de Eva Maria cual río que se desborda después
de una intensa y copiosa lluvia y llega al mar. No se escuchó su voz.
ZELIKO
LUCIC fue quien puso voz al malvado sheriff Jack Rance. Quizás su
voz no sea precisamente bonita ni elegante, pero, para el papel sirve y de
sobras. Estático y poco trabajo a nivel de escena no supo dotar al personaje la
maldad que otros sheriffos saben darle. Y eso se traduce en que al público el
personaje no se le hace desagradable, y este punto, es precisamente crucial
para ofrecer un buen Rance. Pasa desapercibido en el primer acto y en el
segundo durante la partida de cartas en la que Minnie y el mismo, se juegan la
vida de Jonhson.
Mágico
Si. Mágico. Una buena velada de música
que hizo que, durante más de dos horas, y a pesar de los pequeños puntos
negativos o a mejorar pudiera meterme dentro de la ópera, con su música, con
sus personajes. Olía el perfume del frío que azotaba la cabaña de Minnie y los
cigarros-puros que fumaban los mineros. Sentí el compás del vals y la pasión de
la música de un Puccini semi-inspirado y a ratos. Toqué la barra pegajosa de la
Polka y mi boca se hizo agua con el pastel a la crema y una taza de café.
Retrocedí en el tiempo. Desconecté.
Estoy en el oeste. La arena de los caminos entró en mis botas, y justo paré
delante de la Polka. Yo también soy extranjera, al igual que Jonhson, y también
me apetece un whisky con agua.
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