Don Carlos con "dream team" en París (entre lo perdurable y lo efímero).




Segunda valiosísima aportación de Mónica Menconi, que desde el otro lado del Atlántico ayuda a complementar este rincón dedicado a la ópera. Como siempre de forma exquisita, con pasión y realidad, repasando hasta el último detalle y comentando siempre con toda gama de matices una ópera que adora.
Conocedora y ducha en la materia, Mónica nos traslada hoy hasta París haciendo un extenso repaso al esperado "Don Carlos" que interpreta Jonas Kaufmann en la capital francesa.

Gracias Mónica.





Una vez más, y sin ánimo alguno de competir siquiera con las autorizadas palabras de valiosos y admirados críticos musicales, he aquí mi impresión sensorial y emotiva de esta versión en francés del Don Carlos de Giuseppe Verdi de casi 4 horas según consta en youtube.



El registro es de excelente calidad HD con subtítulos en francés.



Era ésta, junto al Otello del pasado julio en Londres, la segunda ópera más esperada de la presente temporada. El cast no podía ser mejor: cinco grandes estrellas de la lírica actual, un gran director de orquesta y una nueva puesta. Esos lujos se los pueden dar pocas casas de ópera. En este caso la Opera de París.



Mi primer pensamiento, cuando me entero de la programación de este Don Carlos, fue hacia 1996…Le Chatelet: José Van Dam, Roberto Alagna, Thomas Hampson, Karita Mattila, Waltraud Meier, todos bajo la batuta de nada menos que Antonio Pappano y la puesta de un atrevidamente moderado y austero Luc Bondy. Inmediatamente me pregunté cómo se podría “empardar” un acontecimiento tal. Pues aquel Don Carlos, aún hoy a 21 años de su estreno, tiene tal magnetismo, tal poder que traspasa la pantalla.



También recordé aquellos cantados en italiano pero con puestas no tradicionales y también austeras: Munich 2012 con Kaufmann, Harteros, Pape (maravillosos los tres) con puesta de Jurgen Rose y dirección de Asher Fisch.  Salzburgo 2013 con Kaufmann, Harteros, Hampson y Salminen, batuta de Pappano y puesta de Peter Stein. Londres 2008 con Villazon, Poplavskaya, Keenlyside, Furlanetto, Lloyd, Halfvarson y otra vez Pappano.



Nada menor se podía esperar de Jonas Kaufmann, Sonya Yoncheva, Ildar Abdrazakov, Elina Garanca y Ludovic Tezier, dirigidos por el gran Philippe Jordan, puesta de Krzysztof Warlikowski y dramaturgia de Christian Longchamp. Todos ellos casi los mejores en su cuerda y menester (menos uno, ya se verá).

Quizás me traicionaron mis ganas, la ansiedad, los nombres más que rutilantes. Pero no, este Don Carlos no tiene “aquella aura”. No hago comparación alguna, solo marco una cualidad. Bien es cierto que no es exactamente el mismo, este dura casi 20 minutos más, pues es la versión original que incluye segmentos musicales y cantados que no estaban en la primera señalada.



Y voy a ir a lo peor primero: la puesta en escena. Horrible. Es como decirles que David McVicar hará un Trovatore que habita en una favela de Rio de Janeiro y lucha contra el capo narco…..o una Boheme que tiene lugar en una nave espacial del 2085. Porque si es cuestión de ser originales…..vamos, no nos quedemos atrás. Este señor no va tan lejos, se queda por aquí cerca, 1950/60, con un bello vestuario eso sí, pero con una mesa que bien hubiera estado en la corte, un busto del gran Carlos V, un caballo blanco que todavía me pregunto qué hace allí desde la obertura y todo el primer acto. Claro que a Don Carlos lo viste con pantalón amplio, sweter de tenis (blanco con vivos azul petroleo) pero descalzo (y después se quejan que el pobre se enferma y cancela…) y pareciera estar en alguna “casa de descanso”. El joven tiene las muñecas vendadas y manchadas de sangre (no me digan que se quiso suicidar???), sufre movimientos espasmódicos tan poco naturales (pobre Kaufmann…). Oh si claro, debía yo recordar que el verdadero Don Carlos era un hombre feo, semi deforme, carente de inteligencia y que murió muy joven. Mala mía!



Nuestra querida Isabel de Valois entra en escena ya vestida de novia, con velo y todo aunque en un momento se lo quitan para luego volvérselo a poner. Descansa sus pesares apoyada amablemente en su caballo blanco frío e inmóvil. Todo esto sucede como si fuera la mala proyección de una película en blanco y negro; el escenario tiembla levemente, hay manchas negras como en los viejos films y el rostro de Don Carlos (ya con saco y camisa) con mirada triste y perdida ocupa todo el fondo de la escena.



Mientras el coro (todos vestidos de calle) canta cercado por un vallado como el que se usa en el MET o en cines para ordenar la cola de ingreso; un joven siervo vestido de época (de época como tal digo…) se acerca a la futura reina para entregarle un presente, Don Carlos se sienta en la mesa y con una tijera recorta notas de los protagonistas que serán puestas en un panel como recordatorio. Perdón, olvidé decir que todo transcurre como en una gran caja (está muy de moda….). Semi recostado en una cama/sillon de época (de época como tal digo….) -cama que se quedará como sillón para la reina en el tercer acto, cama donde pondrán el cuerpo inerte del Marques de Posa en el cuarto-  recuerda nostalgioso el bosque de Fontainebleau. Y como por arte de magia de pronto alli están ambos, en aquellos bosques. Bueno así se traduce de la proyección del film pues semejan árboles mientras, inquieta, la dama de compañía (Thibault) de la futura reina se acerca rápida y espléndida en su outfit blanco de pantalón y chaqueta y zapatos negros de tacón.



Stop aquí.



Si, porque este Don Carlos es muy largo. Solo voy a señalar algunas otras “cositas descolgadas” que me hicieron mucho ruido durante el transcurso de esta bellísima ópera.



La corte de la reina está integrada por esgrimistas de blanco níveo menos Eboli que está de negro y tiene un approach lésbico con una de las damas, y fuma

El rey Felipe toma…y bastante, viste trajes muy caros pero su capa en el auto de fé es original de época (de época como tal digo….). Canta su “Elle ne m’aime pas” mientras Eboli descansa en un sillón contiguo y sin zapatos y con su falda abierta, y a juzgar por el estado de la camisa del rey han hecho el amor. Qué lindo que la gente se quiera!!

La reina cambia varias veces su lujoso vestuario al igual que Eboli, aunque los vestidos sí corresponden a los 50/60.

El Marques de Posa viste muy bien y también bebe, aunque menos que el rey y sin duda es el más inteligente y ubicado de todos.

El Gran Inquisidor no es ciego, lleva lentes de sol (también la reina en varias ocasiones) y fuma.

Don Carlos por momentos es aniñado, infantil, y por momentos muy decidido y sufre, sufre mucho. Yo diría que es bipolar y regresa a sus movimientos cuasi epilépticos.



Stop segundo.



Hasta aquí todo pareciera ser un “esperpento” no? Pues no es tan asi, en verdad. Qué es lo que hace que yo no diga que ni se les ocurra ver este Don Carlos? Qué pasa que a pesar de una puesta semi desquiciada yo no haya podido dejarla hasta el final? Porqué a medida que avanzaba el desarrollo de la misma “algo” me tenía tan prendida a una historia harto conocida? Y en definitiva, porque la gente pagó carísimos tickets, llenó la Bastilla y gritó y braveó con fervor?

Yo creo que es la magia intrínseca de la ópera, de la ópera como género. Y las voces (ya iremos a ellas una por una). Y las interpretaciones. Y la música. Y la dirección de Jordan (en general criticada y en lo que no coincido). Y la música…..Y la música…Verdi…Verdi!








Voces



Don Carlos es una ópera en la que el CORO tiene un rol importantísimo, es fundamental. Y vaya si lo fue. No se podía pedir nada mejor. El nivel fue superlativo, tanto coral como actoralmente. Qué delicia fue escucharlo. Una paleta de matices de altísimo nivel. Asi fue también el reconocimiento del público y del Mtro. Jordan en su abrazo fraterno a su director el Mtro. José Luis Basso (y…argentino tenía que ser!) en los saludos finales.



JONAS KAUFMANN nunca pudo, para mí, conectar de forma honesta con su personaje. Simplemente lo actuó, pero no lo sintió. Tuvo momentos espléndidos y en el final, donde se dejo fluir, lució todos sus recursos pero ya más relajado porque no quedaba mucho por delante. Vale decir, cuida  su voz, la dosifica para llegar entero. Y esto es lo que viene sucediendo con él después de su largo parate de más de 4 meses. Ha perdido brillo pero no potencia ni matices. Sigue siendo un placer escucharlo pero no es ese “actor” comprometido como en la Carmen de la ROH o el Werther de París o el MET. Hay que ser honesto y decir que no es todo su responsabilidad, aquí ha habido una dramaturgia muy marcada lo que ha resultado en cierta frialdad. El dúo con Posa fue muy correcto pero casi sin contacto físico.



SONYA YONCHEVA fue de menos a mas. Hubieron tres momentos de zozobra notables (uno de ellos ni bien comienza a cantar) pero tiene mucho oficio y es una gran actriz. Isabel de Valois tiene una tesitura muy aguda y algunos de esos momentos tuvieron una emisión metálica y muy al límite sin embargo llevó dignamente su rol. En el final, la extensa aria “Toi qui sus le néant” (Tu che la vanitá), fue un tour de force magnífico.



ELINA GARANCA….qué voz, qué interpretación, qué soltura escénica más allá de la marcación. Seduce desde que aparece. Si bien su registro es de mezzo llega a ser casi una soprano. No noté problemas en los graves (que sí marcaron algunos críticos y que suele tenerlos), todo lo contrario. Quizás con el correr de las funciones pudieron equilibrar más con el foso. No tuvo fisuras y su aria “O don fatal” fue una clase magistral, decididamente. Y así también fue la respuesta de la audiencia: una ovación que no cesaba aún sin ella en escena y ya con Posa sobornando al guardia de Don Carlos en la prisión (se repitió en el saludo final y fue, por lejos, la más aplaudida, el público la amó). Impresionante momento.



ILDAR ABDRAZAKOV tiene la voz y el porte pero le falta edad, madurez. Tiene 41 años y Jonas 48 que es su hijo. Bien, no hilemos tan fino, de acuerdo. Pero pesa. Aún y asi es un grandísimo intérprete que fue quien mejor juzgó su rol (después de Elina) fuera de la marcación. Gran rango de voz que hace correr con facilidad. Su presencia es notable, no solo por su altura, si no porque la impone desde su propia personalidad. Es un alcohólico, culposo….(bueno, así lo decidió el regista) pero debo decir que la famosa aria “Elle ne m’aime pas” fue una clase de canto, con dos momentos en donde hizo gala de un fiato absolutamente increíble.



LUDOVIC TEZIER, finalmente el local. Admiro profundamente a este hombre. Tiene una dignidad escénica como pocos he visto. Se mueve como en su casa, con naturalidad pasmosa. Él es el Marques de Posa, él sí! Lo siente y no lo actúa, lo vive. Su voz se proyecta todo el tiempo con una fluidez abrumadora. Cada matiz de su voz es perfecto, no hay un vibrato que interfiera ni moleste. Su emisión es perfecta. Está en un momento de total plenitud. La escena final con Don Carlos es helada porque no hay contacto físico alguno (bueno….nuevamente el regista), es desgarrador porque todo el sentimiento está en la voz. Cuando muere la ovación es atronadora. Bravo!



DMITRY BELOSSELSKIY fue un Inquisidor correcto, simplemente correcto. No imprimió temor, ese horrible temor de un ser nefasto y manipulador. Es un rol de gran peso en esta ópera y su voz no tuvo la profundidad ni la autoridad suficientes.

Philippe Jordan y orquesta estuvieron muy a la altura. Impresionante rendición del foso y gran batuta. Repito lo dicho, encontré mucho equilibrio entre escenario y director. Quizá en dos momentos fue demasiado apabullante y tapó un poco a los cantantes pero eso no empaña para nada el gran profesionalismo y el nivel que tienen.





Entre lo perdurable y lo efímero



Y aquí vale que regrese a mi subtítulo. Porque este Don Carlos será efímero, no es una versión que recorrerá otras casas de ópera ni la recordaremos 21 años después. Creo en la urgente necesidad de revalorizar el arte de “poner” una ópera, o de ser reggiseur, o regista, o set designer o como quieran hoy llamar a estos “illuminati”. Lo que “ilumina” es la música, ese don maravilloso que han tenido algunos genios de combinar notas en un pentagrama y regalarnos óperas como esta. Eso perdura. Verdi perdura y perdurará más allá de las voces que la inmediatez del mundo de hoy quiera imponer.

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