Olimpos. Dioses. ¿¿Ocasos??




Con el apunte de hoy, mi blog da un giro. Empieza quizás una nueva etapa salpicada de grandes e interesantes momentos de colaboración con aportaciones valiosísimas de aficionados que, al igual que yo, amamos el arte y la voz de este gran e inconmensurable artista que responde al nombre de Plácido Domingo, el alma que da sentido a este rincón en la red.

Dicen que la música une. Verdad como un templo. La música es internacional y lo más bonito es que todos la sentimos, con mayor o menor intensidad. Y no deja a nadie indiferente. Sí, une -y de qué manera- con lazos, en ocasiones indisolubles.

Plácido Domingo también lo hace con el poderío de su voz, con su pasión, con su sentimiento. Hace ya mucho, mucho tiempo que tengo la suerte de contar con la amistad, con la comprensión, con el apoyo (musical y moral) de mí querida Mónica. Almas semejantes, sentimientos prácticamente iguales. Vidas unidas por un mismo artista que nos conecta al instante aunque estemos muy lejos la una de la otra. A pesar de que “l´immenso ocean ne separi”, siempre la he sentido - y la siento- cerca y a mi lado.

Por esto hoy, rompo mi tanda de escritos e impresiones para hacer públicas las suyas, que perfectamente podrían haber sido las mías. Suscribo todas y cada una de las palabras estampadas sobre el papel.

Gracias Mónica Menconi por esta primera aportación, la primera de muchas otras que, espero, hagas.




Mientras en el Luna Park de Buenos Aires (otrora estadio destinado al box y devenido luego en ámbito para recitales, conciertos, ballets y etc etc etc…) José Carreras se despedía de su “idem”, yo me disponía, en esa noche bien otoñal, a ver el dvd de la Gala que la Opera de Viena ofreciera hace una semana con motivo de los 50 años del debut de PLÁCIDO DOMINGO.



Ya desearía tener un sobrado dominio de la lengua castellana para describir, con la mayor fidelidad posible, lo acontecido esa noche sobre ese venerado escenario. Más como no lo tengo, me limitaré a intentarlo.



Todos lo saben: Plácido Domingo tiene 76 años, comenzó cantando muy, muy joven como barítono para descubrir más pronto que tarde que la suya era una voz de tenor. Y ahora (el destino estaba marcado) ha vuelto a cantar como barítono. Esta situación ha despertado muy encontradas opiniones que, personalmente, me tienen sin cuidado y creo….que a él también.



La tv comienza mostrando con generosidad las bellezas de la Staastsoper y el público ingresando hasta colmar, creo que en exceso, su capacidad (1.700 ubicaciones) en tanto pensaba qué no hubiera dado por estar allí.

Juro que se siente la excitación a través de la pantalla viendo la elegancia de damas y caballeros, escuchando su murmullo mientras buscan sus ubicaciones, hasta que hacen su ingreso los integrantes de la Filarmónica de Viena y el Coro Estable, todos ellos de rigurosa etiqueta. Conduce la solvente batuta del siempre eficaz MARCO ARMILIATO.



Cuesta lograr el silencio hasta que se inicia el concierto con la Obertura de “Nabucco” de Giuseppe Verdi, autor a quien pertenecen los tres actos de las óperas que se representarán, en versión concierto, a continuación.

Notable fue la ejecución de esta obertura, ajustes perfectos de los diversos grupos instrumentales, gran balance sonoro de matices sutilmente buscados y llevados a cabo.







“Un ballo in maschera”



Para dar comienzo al Acto 3ro de “Un Ballo in Maschera” hacen su ingreso el homenajeado y ANA MARÍA MARTÍNEZ, a quienes más adelante seguirán RAMÓN VARGAS, MARÍA NAZAROV, ALEXANDRU MOISIUC y DAN P. DUMITRESCU. La ovación hace vibrar mis parlantes y se sostiene…y se prolonga y Plácido no puede contener la emoción. Trata con mil trucos: se acomoda el níveo moño, se ajusta el cuello, inclina su cabeza una y otra vez para agradecer pero le cuesta…¡y mucho! Pero debe cantar y es un largo acto. Si bien todos tienen la partitura en sus atriles por momentos da la impresión que están actuando, sintiendo el dolor, júbilo o tristeza de cada nota. La entrega emocional, física y vocal de Plácido es absolutamente imposible de describir. Cada palabra tiene su peso específico, nada es banal. Puede haber alguna dificultad en la respiración o las notas bajas pero el oficio, la musicalidad que sólo él posee sortean todos y cada uno de estos escollos que, lógicamente, encuentra porque sigue siendo tenor aunque ya no pueda cantar en esa cuerda.



Exquisita la Amelia de ANA MARÍA MARTÍNEZ, no hay fisuras en su emisión, impecables sus agudos y su interpretación. Me sorprende gratamente su muy estilizada figura, el soberbio “haute couture” en tonos de bronce (color que repetirá en otro modelo para el “Simón Bocanegra” aunque, para mi gusto, sea demasiado monocromático por su color de cabello y piel).



Tenía yo mis dudas pero RAMÓN VARGAS ha estado a la altura de las circunstancias soltando su voz con total serenidad y muy segura emisión.

Me sorprende MARÍA NAZAROV con su voz liviana, ligera y potente.



La orquesta es suntuosa, no hallo otra palabra más adecuada a la música escrita por Verdi.



Finaliza esta primera parte con otra ovación, más estruendosa, más sostenida. Como la emoción….

La televisión utiliza con inteligencia el intervalo para dar espacio a diversas conversaciones con el homenajeado. Afortunadamente son en inglés y lo muestran en diferentes ensayos o relatándonos qué significa para él la música: lo mismo que respirar.

Nada por agregar. Punto.







“La Traviata”



Ya suenan las primeras notas del segundo acto de “La Traviata”. DMITRY KORCHAK ofrece un seguro y aplomado Alfredo, con un agradable timbre y atacando con total soltura el agudo final en “O mio rimorso”.



SONYA YONCHEVA es la Violetta Valery de hoy, sin lugar a dudas. Su voz tiene el color, la proyección y la afinación perfectas. Siente y padece lo que Verdi puso en el pentagrama con total fidelidad. Es un lujo. (No así el vestuario elegido que en nada la favorecía, más bien todo lo contrario; y su peinado contribuyó a arruinar el conjunto).

El lector se preguntará si en algo tiene que ver que destaque los atuendos femeninos en detalle. Respondo que sí y mucho. La ópera, sea representada o en concierto, es un producto musical, vocal, actoral y visual que posee una estética. Todo ello impacta en nuestros sentidos. Quien no lo crea así puede escucharla a través de un cd.



La segunda entrada de PLÁCIDO desata otra ovación. Y a partir de allí Giorgio Germont domina el escenario con voz segura, firme, ordenando que no implorando, sugiriendo, consolando, agradeciendo. Su “Di provenza il mar” es un abanico de emociones. Sortea sus pequeñas “cordilleras” con el oficio de…¿¿¿cuántos años???. Fin de la segunda parte y más ovaciones, fuertes ovaciones.





El nuevo intervalo da paso a relatos de los diversos integrantes de la orquesta y el director del coro que me hablan en alemán. Se percibe todo como muy interesante…..ni falta hace aclarar que no comprendo el idioma, más allá de un danke o bitte.





Simon Boccanegra



Esta noche, esta larga y exquisita noche, va llegando a su fin con el último acto de Simón Bocanegra. A DOMINGO, MARTÍNEZ y VARGAS se unen Kwangchul Youn, MARCO CARIA y CARLOS OSUNA. El dramatismo de este acto es de una hondura vocal y musical maravillosas. Todos se lucen en su cuerda, mucho. A Plácido es a quien más le cuesta quizás debido a lo extenso de la noche, la emoción en exceso y un cansancio en su voz lógico de esperar, pero eso si, jamás claudica. A la hora de hacerse cargo de su parte se juega la vida (como el torero frente a los toros o el enamorado con su amada). El coro y la orquesta suenan a gloria, ¡qué magníficos son! Gracias Mtro. ARMILIATO porque más allá de ser un “todo terreno” como muchos lo mencionan con liviandad, es usted un gran director que saben llevar siempre a buen puerto una ópera. No en vano está usted dirigiendo a estos músicos que han dado brillante atención y respuesta a su batuta.








Más emociones, si aún no fueron suficientes



Todo concluye y, a decir de los críticos neoyorquinos en traducción literal, los vieneses “tiran la casa abajo”. Y entonces la emoción ya no se contiene, ni arriba del escenario ni abajo supongo yo, que hago lo mismo en mi casa: llorar.



Plácido hace todo lo posible por disimular hasta que decide no hacerlo más y llora. Y está muy bien que así lo haga. Se lo merece. Se merece compartir esa emoción, que subía desde la platea y bajaba de lo más alto de la Staatsoper, con todo ese público que despliega un enorme cartel en platea que dice “Plácido te amamos”. Eso sí lo entiendo en alemán.



Se suceden los saludos. Plácido, siempre tan atento, hace subir al escenario a los cantantes que lo acompañaron en los dos actos previos y junto al director agradecen. Plácido también gira y saluda a los músicos que están mas cercanos, y al coro, y a toda la orquesta, aplaudiéndolos. Sabe como nadie que lo que ha sucedido allí es producto de todos los que habitaron por casi tres horas ese escenario, en sabia complicidad con los que vibraron cada nota sentados en sus butacas.



Entra en escena DOMINIQUE MEYER, director de la casa, y rinde tributo al homenajeado con palabras muy celebradas por el público y todos los artistas…que comprenden el idioma claro. De todas maneras hay gestos que son sensiblemente comprendidos: Meyer quita una lágrima del rostro de Plácido con su mano, le obsequia el traje que usara hace 50 años cuando debutó en Viena con la ópera “Don Carlos”, y le entrega un gran corazón de claveles rojos y blancos (los preferidos y “cábala” de Domingo) con el número 50 que el Maestro acaricia y acaricia interminablemente.



Y ahora toma el micrófono Plácido y vaya si le cuesta comenzar a hablar…no logra contener la emoción y sus cuerdas vocales no saben mentir (como “La Tabernera del puerto”. Finalmente se compone y en inglés (thanks God!) desgrana sin pudor sus sentimientos, todos, no se guarda nada. ¡Es tan agradecido! No se olvida de nadie para finalizar nombrando a los miembros de su familia que esa noche, como casi todas las noches, están con él.



Y así se cuenta la historia de este señor que ha cantado en todos los continentes, en los más grandes teatros del mundo, las ciudades más remotas, le han otorgado tantos reconocimientos y honores como sea posible; es amigo de reyes y reinas, ha sido recibido por presidentes, varios Papas, y no duda en cantar una ranchera donde le cuadre, sea un restaurante o en la calle si alguien se lo solicita. Puede quedarse hasta más de una hora, después de pasar 3 o 4 cantando, firmando autógrafos y recibiendo admiradores. Si te acercas y hablas con él siempre será mirándote a los ojos, prestando atención a lo que dices y con una sonrisa sea la hora que sea. Figura en el libro Guinness y seguro no le importe. Lo que sí le importa es cantar porque es el “aire” que necesita su alma.



Mitologías hablan de dioses que habitan reinos jamás visitados por el hombre….hummm…

Plácido Domingo habita el Olimpo de los Dioses de la Opera. Ese Olimpo habilita pequeñas sucursales, son lugares grandes o pequeños, cerrados o no, con asientos o no, adonde los humanos pueden ir a espiarlos. Y cuando eso sucede ya no hay tiempo y espacio, principio o fin. En ese momento, el presente es siempre.




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