Don Giovanni seduce en Sabadell
Cuando el calendario señala, implacable, finales de octubre, a todos – creo- nos viene en mente uno de los personajes más universales de nuestra literatura. El mito de Don Juan Tenorio que, entre la oscuridad y rachas de viento de la noche, conquista tras conquista, fechoría tras fechoría, se pasea, embozado, por las calles solitarias al lado de su fiel criado y compañero de corredurías. Sin embargo, todo ello hace que acabe deambulando entre la espesa bruma nocturna del cementerio desafiando al poder de la muerte y al mismo cielo, invocando al infierno, el mismo que, al final de la obra, le engullirá hasta sus abismales profundidades.
Personaje curioso e
interesante.
Don Juan el conquistador.
Don Juan el rebelde. Don Juan, el que goza de los placeres mundanos con
desenfreno, sin control. Don Juan el pérfido que seduce por divertimiento y por
hastío. Don Juan el mentiroso y el confabulador. Don Juan el que se burla de
todo y de todos sin excepción. Don Juan el despiadado. Don Juan el que a nada
ni a nadie teme. Don Juan, evidentemente, de alma libre.
Don Juan Tenorio, tan
apasionante. Tan odiado. Pero no obstante tan querido y deseado. ¿Qué tiene Don
Juan que nos agrade tanto? El típico chico malo que se contrapone a la bondad y
a la nobleza, pero que, sin embargo, nos fascina.
Y qué mejor manera que
empezar la Temporada de Ópera en Sabadell que con un “Don Giovanni”. Las fechas
lo demandaban, y el público lo pedía a gritos. Buena elección para esta
trigésimo quinta temporada.
Ni más ni menos que 35 años
hace ya del empeño de nuestra ciudad para con una temporada operística estable,
y a la par envidiable. Un trabajo bien hecho de la A.A.O.S que, no hubiera sido posible sin
la pasión, empeño, ganas, entusiasmo y buen hacer de su presidenta Mirna Lacambra. A ella se le
debe este reconocimiento, y al equipo que la ampara, la apoya y le
brinda coraje y ganas para continuar con lo que en su momento fue un proyecto,
y que, se ha consolidado – hace ya muchos años- como a una realidad.
Sabadell es una alternativa
al Liceu. Una envidiable y atractiva opción con letras mayúsculas y de
auténtico lujo. Sin duda, uno de los referentes más asentados musicalmente en toda
la geografía catalana. Porque hay trabajo y dedicación detrás. Porque hay
compromiso. Porque hay un buen plantel de voces. Pero sobretodo porque hay
magia e ilusión. Y esa magia no sale solita de la chistera. Aquí no hay truco
que valga. No, no lo hay. Aquí hay trabajo. Trabajo y del bueno. Así es que, mi
primera felicitación es para todos aquellos que están tras el telón y que no se
ven pero que son imprescindibles para que todo el engranaje funcione a la
perfección.
Paleta
de colores
La escenografía, reciclada
de la anterior edición, es minimalista pero efectiva y tiene el don y la virtud
de no molestar, lo que permite una total concentración en los verdaderos
protagonistas que, en una ópera, deben ser siempre los cantantes. No lo
olvidemos ni perdamos el horizonte. En esta ocasión, las riendas de la
producción las sostenía PAU MONTERDE
que opta, de forma inteligente, por tres colores principales: el negro, el
blanco y el rojo.
El negro que acompaña la
tiniebla y misterio de la noche y que personifica la oscuridad de su personaje
principal y sus acciones. El blanco, como flor que se abre a la vida en
contraste con el tema de la muerte que acecha y amenaza a Don Giovanni ya desde
el inicio. Y el rojo de la lujuria, de la pasión, del desenfreno, de la orgía y
del infierno.
Sigue también la lógica y el
equilibrio el vestuario. Negro, blanco y rojo. Y un desvío hacia el lila del
vestido de Doña Elvira en el segundo acto. Más suave que un rojo lujurioso pero
que esconde tras él la pasión, la necesidad, la dependencia de este personaje
para con Don Giovanni. Y desviados de esta línea, está el traje azul turquesa
de Don Ottavio, y el negro-gris chispeante de Donna Anna.
Sin embargo, no quiero dejar
de comentar otro color que, a mi parecer, tiene más de principal -como los
otros mencionados- aunque en una primera lectura, pueda percibirse como
secundario, y es el gris marmóreo de las estatuas que acompañan la escena a lo
largo de toda la función. Es verdad que el negro lo asociamos a la muerte. Esto
es indiscutible, pero, el gris no hace, sino que recordarnos que es su
mismísima antesala. La frialdad de la muerte que ronda ya casi desde la primera
escena y desde las primeras notas de la obertura. Oscuras, contundentes, aplastantes.
Interesante también como
siempre la iluminación de NANI VALLS que
ambienta sabiamente la noche, el día, los exteriores y los interiores. Es de
auténtico lujo el contraste de la escena final cuando Don Giovanni se dispone a
cenar y, en medio de las risotadas, irrumpe en su casa la estatua del
Comendador. En ese momento, la estancia oscurece y arrastra con si el aire
espeso, brumoso y enrarecido del cementerio. Es la ronda de la muerte que se
avecina sobre la cabeza de Don Giovanni.
Buena lectura de la partitura
mozartiana es la que hizo el maestro DANIEL
MARTINEZ GIL DE TEJADA. Supo respirar bien con los cantantes y logró que la
orquesta sonara a Mozart. Matiz importante, a pesar de que, en alguna ocasión
puntual, la SIMFÒNICA DEL VALLÈS
sonara demasiado fuerte haciendo inaudible en algún pasaje a los cantantes.
Tríades
Se diferenciaron dos. De
forma clara y contundente a lo largo de toda la obra, pero, hubo una mucho más
sobresaliente que la otra. Es así. Así fue. Y es de justicia así decirlo.
La primera de ellas, quizás
la menos lucida – a pesar de haber buenas voces- fue la formada por Donna Anna,
Donna Elvira y Don Ottavio.
Donna Anna, encarnada por NÚRIA VILÀ está dotada de una voz a
primera escucha bonita y suficiente para el papel, pero con demasiado son
metálico y frialdad que impide percibir los sentimientos del personaje. Zona
aguda bien asentada, buena técnica y sorteo notable de coloraturas. Sobriedad
en su interpretación, constancia y regularidad.
La otra “Donna”, que no es
otra que Donna Elvira, fue encomendada en esta ocasión a EUGÈNIA MONTENEGRO. Tiene un timbre bonito y una voz interesante,
sin embargo, empezó un tanto floja y a veces con notas que en la tesitura más
central-baja parecían casi inaudibles, como afónicas. Lee bien su personaje y
en su faz se trasluce la angustia de la amante traicionada, pero, creo que le
encajan mejor los papeles más dulzones y con menos transcendencia en los que puede
sacar a relucir mejores bazas, que las tiene. Aplaudida con entusiasmo fue su
“Mi tradì” en el que solventó – a pesar de su dificultad- con eficiencia las
difíciles coloraturas y canto encadenado que la hicieron, en más de una
ocasión, sufrir.
Finalmente, DAVID ALEGRET, Don Ottavio, ayer tarde.
Elegante en fraseo y adecuado en su discurso, aunque la voz del tenor no me
pareció de aquellas que sean especialmente bonitas, en una tesitura muy alta
con ciertos ecos nasales. Sorteó con más o menos eficiencia sus dos
comprometidas arias, “Dalla sua pace” y “Il mio tesoro”. Escénicamente, lo que
cabe esperar de un Don Ottavio, que pasa de forma intempestiva y discreta por
la obra.
Inmejorable
terceto
La atención sin duda recayó,
ayer tarde en Sabadell, a la segunda de estas dos tríades de las que apuntaba
en el separador anterior. Ellos tres fueron el principal atractivo y sustento
de una ópera de tres horas, larga, con un interminable parangón de recitativos
que, por primera vez, me permitieron confirmar que, en Mozart, los “recitativi”
no tienen por qué ser apabullantemente aburridos, insulsos o sobrantes cuando –
como en esta ocasión- se interpretan con elegancia, con sentido y profundidad,
en lugar de pasar por encima hastiando hasta al más mozartiano de los
mozartianos.
CARLES
DAZA, nuestro Don Giovanni. En él recaían, claro está todas las
expectativas de la función, no en balde, su personaje da título a la ópera,
pero siempre es interesante cualquier actuación suya, porque nos permite
apreciar la excelente evolución vocal, artística y psicológica del intérprete.
Todo ello que ya auguré desde la primera vez que le escuché en casa. Han pasado desde aquel entonces
11 años, pero el cantante sigue haciendo gala y manteniendo aquello que le es
innato: un lujoso fraseo, una dicción impoluta, nobleza en su canto, matiz e
intención, todo ello, además, sazonado con un timbre baritonal de un color precioso
que le hacen valedor de un merecido éxito.
Daza estaba cómodo
vocalmente en su papel, en una tesitura, creo, que se adecua mucho a su
vocalidad y expresividad. Él sabe remarcarlo a lo largo de toda la ópera, y hace
que contraste notablemente las dos caras que – en su personal lectura- puso
encima del escenario. Se dice, dicen, que Don Giovanni es un crápula, que tiene
un lado muy oscuro. Que tiene maldad. No discutiré sobre ello a quienes han
hecho esta interpretación y escrito sobre ello, pero, aunque así sea, y seguro
que es así, me gustó el enfoque contrario.
Daza juega, y muy bien, al
arte de la seducción. Su porte elegante y refinado le ayuda sin lugar a dudas,
y aunque en su mirada pilla quizás se adivina un poco al libertino, sabe
contenerse muy bien hasta el final. De manera que, jamás, viendo y escuchando
su Don Giovanni, y analizando su interpretación escénica, repito, jamás podría
odiar a semejante personaje a pesar de ser el chico malo, el burlón, el que
nada le importa y el que aplasta a quien se le ponga por delante e intente
destruir su filosofía de vida y visión, más que particular, del mundo. De su
mundo lleno de libertinaje y fechorías.
Y es, como decía, en su
escena final donde finalmente decide sacar el lado más oscuro y desafiante del
personaje. Por robustez de voz, por expresión vocal, por interpretación
escénica y por absoluta comodidad. Gran, gran escena su “finale”. Quizás con el
paso de los años, y cuando madure el personaje nos ofrezca un Don Giovanni
distinto. Pero, aunque distinto, estoy segura que será igualmente lleno y rico
en matiz. Gran tarde la de Carles Daza.
¿Pero, que sería de Don
Giovanni sin un contrapunto como el de Leporello? Cuesta de imaginar al
“padrone” sin su “servo fedele”. O lo mismo vale decir, que ayer tarde Daza
estuvo espléndido, pero no menos lo estuvo la genial interpretación de TONI MARSOL en un papel que conoce, y que,
por características vocales, y a la par histriónicas, le hicieron valedor,
también de un gran y predecible éxito.
Una real exhibición en su
aria del catálogo, así como a lo largo de toda la función, en donde supo marcar
la burla sin freno, pasando por la duda que se hinca en su corazón y que
cuestiona sus malas acciones que predominan sobre las buenas, hasta la escena
final de auténtico terror ante la faz desafiante de la muerte.
Estupenda compenetración,
vocal y artística con Carles Daza, erigiéndose junto a este último, en uno de
los más aplaudidos.
Como también lo fue la
maravillosa, dulce y pizpireta Zerlina de la joven soprano SARA BLANCH. Mozart, inteligentemente, nos presenta a Zerlina con
una música alegre y popular, que sigue a una escena oscura. Una oscuridad que
preside casi toda la obra. Y ayer tarde, el genio de Mozart no pudo ir más
acorde con la luminosa entrada del personaje. Pero no entró solamente la luz,
fruto de un inteligente juego de luces que contrapone el bien y el mal, sino
porque a nivel vocal, además, entró la frescura en escena. El contraste, entre
una música y otra, mérito atribuible como decíamos al compositor salzburgués.
La credibilidad y milagro para tal fusión, se la debemos a su intérprete a Sara
Blanch que estuvo deliciosa en todas y cada una de sus intervenciones sin
excepción.
Buena línea de canto, fraseo
elegante y más que adecuado para el personaje y una voz bonita por naturaleza y
sobretodo expresiva tanto en sus arias y duetos, como en los “recitativi”
además de su creíble interpretación escénica.
Relegados al plano de la
discreción quedaron el Masetto de JOAN
CARLES ESTEVE y el Comentdatore de SINHO
KIM.
Guiño
final
Fue una tarde magnífica a
nivel vocal a la altura de las expectativas creadas. Buenas voces, excelentes
intérpretes y una obra para gozarla. Pero, lo mejor, lo más maravilloso de la
tarde, mi guiño final, aludiendo claro está al título de este último separador,
fue sin lugar a dudas, por la inmejorable compañía.
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