La bohème a la fresca
La de ayer en el Liceu era la segunda de las dos representaciones de “La
bohème” de las que he podido escuchar este año, la primera de forma presencial
en Antibes y la segunda, gracias a Dios, a través de la televisión.
Irrisorio que para gozar de estos espectáculos tengamos que esperar de un
año a otro. Es en julio, cuando el calorcito del incipiente verano que acaba de
instalarse en nuestras casas empuja a sacar la ópera a la calle para que todo
el mundo, para duchos en la materia, para los que están entrando y para
aquellos que jamás han visto una ópera puedan disfrutar o descubrir este arte
inmenso y tan grandioso junto a aquellos que la amamos tan generosamente y por
el cual hace años que nos dejamos seducir: por sus melodías, por las más bellas
obras y por las voces de artistas de primera línea que nos visitan en nuestras
respectivas ciudades y teatros.
Con “La bohème a la fresca” – bajo este ideal título- el Gran Teatre del
Liceu saca cada año la ópera a la calle y en esta ocasión ha aumentado y de
forma considerable el número de ciudades y municipios catalanes que se han
sumado a tan acertada iniciativa. Hasta 121, incluyendo territorios de Catalunya
y también en Menorca. Sin duda alguna, cualquier ocasión es buena para
compartir durante dos horas una música como la que dejó escrita el maestro de
Lucca. Y una ópera que, a pesar de las altas temperaturas de la noche
barcelonense, abriga -si una ya puede inmiscuirse desde el minuto uno en la
historia- un ambiente frío, nevado, con rachas de viento y olores típicos y
propios de la noche previa al día de navidad. No dejas por ello, claro, de
tener menos calor, pero ver nieve aunque sea de mentira en pleno mes de julio
alivia o nos ayuda a aliviar un poco el bochorno que estamos sufriendo estos
días.
Bohème en los años 30
La dirección de escena de JONATHAN
MILLER nos traslada la historia al París de los años 30.
Soy defensora de las puestas en escena clásicas, siempre lo he sido, y me
temo que siempre lo seré. No obstante, también me gusta reconocer cuando la
modernidad se pone al servicio de lo clásico y, con un lavado de cara, no se
desvirtúa la música ni distrae para nada al oyente, pues cuando ocurre lo
contrario, apaga y vámonos.
Cuando se entra en el juego de que el director de escena quiere explicar…
pues por ahí como que no. Las óperas hace más de 200 años que están escritas y
explicadas. “Ya me sé el argumento Sr. Director de escena de turno, por favor,
no se moleste a hacer interpretaciones y a pensar por mí. Gracias.”
Sin embargo ayer la puesta en escena que propone Miller me gustó, claro que
una Bohème tiene que estar muy mal concebida para que las cosas no cuadren. Me
gustaron los decorados, me gustó el vestuario, la escenificación, el juego de
luces y el aprovechamiento de espacios que iban cambiando a medida que iba
transcurriendo los diferentes actos. Un simple giro, y la historia seguía su
propia narración. Con continuidad.
Cuando las cosas se hacen con estilo, y con sentido, me quito el sombrero.
La historia de la vela que se enciende y se apaga se resuelve con un apagón de
la luz eléctrica y la buhardilla bohemia queda en la penumbra de la noche
iluminada por los rayos de la luna. El café Momus aunque pequeño recrea el
espacio idóneo. Un poco más de nieve quizás para el tercer acto hubiera venido
bien y justa y adecuada la amarillenta luz de la primavera que se cuela por los
acristalados ventanales de la buhardilla.
Por tanto, esta Bohème liceísta tenía, a priori, todos los ingredientes
necesarios para arrastrar a los aficionados al teatro y a los diferentes
espacios en los que se proyectaba la ópera en pantalla gigante. Y también a
aquellos que seguimos la función por la televisión.
Vestuario correcto y bonito, patrones elegantes de los años treinta así
como también los peinados, y sobretodo, debe comentarse que todos, todos,
cuadraban con los personajes: la juventud se adueñaba de los cuatro bohemios
protagonistas. Sus movimientos eran flexibles, espontáneos. Actuaban. Daban el
tipo, como coloquialmente se dice.
No del todo Puccini
Es mucho lo que se espera, a nivel musical, de una ópera como “La bohème”.
Brillo, pasión, sentimiento, lirismo, y cómo no, temperamento, carácter, dulzura
y dureza.
Poco de lo aquí definido, a mi parecer, encontramos en la dirección
orquestal de MARC PIOLLET, aceptable
aunque sin tan siguiera rozar la barrera que separa lo cotidiano de lo
extraordinario, quedando un poco a segundo plano. Una lástima para una
partitura que encierra mil y un detalles y posibilidades de expresión.
Me sorprendió el Rodolfo de SAIMIR
PIRGU que junto al Marcelo de Gabriel Bermúdez y de la soprano ucraniana Olga
Kulchynska destacaron
en la función de ayer noche.
La voz del
tenor albanés es agradable y firme, e intenta sutilezas y medias voces que
funcionan cuando, las hace, distinguiendo al artista que tiene la voluntad de
sortear y dejar de lado un canto demasiado plano para Rodolfo. Su voz llega a
los agudos aunque me falta expresividad y una pizca de dramatismo que compensa
con una actuación escénica creíble al lado de una Mimí con la cual jamás tuvo
un ápice de química. Él lo intentaba, la miraba, actuaba pero la faz de la
soprano italiana siempre estaba en dirección contraria.
ELEONORA BURRATO, o lo que es lo
mismo, ayer noche Mimì, está dotada de una voz interesante, por timbre y por
buenos centros, con agudos seguros y bien proyectados, pero... Pero no logró
transmitirme nada a lo largo de toda la función, y esto en un papel como el interpretado
cuesta de digerir y si a eso añadimos, como decía, la falta de química con
Pirgu… Quizás en otra función, con otro tenor, en otras circunstancias, logre
convencerme más porque el material es bueno. Lo espero firmemente.
Me gustó ya
desde su primera intervención el barítono madrileño GABRIEL BERMÚDEZ, una voz robusta, bien timbrada con la que dotó
de apabullante dignidad un personaje para nada fácil que, aunque segundón de
Rodolfo, tiene muchos grandes momentos de protagonismo en la ópera. Su
interpretación artística me gustó y con Musetta había mucha más compenetración.
Aquella que no supe saborear en la pareja protagonista.
OLGA KULCHYNSKA puso voz a la
coqueta y pizpireta Musetta, un personaje por el cual no siento especial
predilección a pesar de que canta una de las arias de ópera más bellas jamás
escrita. Voz interesante y musical que no flirteó en ningún momento con el grito
que muchas otras suelen visitar y desgraciadamente con mucha frecuencia cuando
afrontan este role.
Amén de una
figura extraordinaria, la soprano ucraniana logró hacerme disfrutar en su
genial escena del segundo acto, pero sin embargo estuvo un tanto apagada en el
tercero y cuarto.
Del resto de Bohemios, todos cumplieron con corrección y acordes a las indicaciones musicales y de escena.
Sin ser “La
bohème” más maravillosa de mi vida, una “Bohème” es siempre una “Bohème” y
Puccini es siempre Puccini. Hacerle ascos, sería un gran dislate. Hacérselos a
la digna representación de ayer, también lo sería, cuando a nivel general se
disfrutó de una mucho más que digna versión.
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