Oh gloria… Otello “è”…
Ancora un bacio… Sin espera. Sin dejar acabar la magia
musical de ese momento tan íntimo del final del cuarto acto.
Lluvia y
estallido de aplausos ayer tarde en la Faràndula de Sabadell ante la última de
las representaciones del “Otello” verdiano que se estrenó el miércoles pasado y
que está teniendo un notable éxito en nuestra ciudad y una aceptación de
crítica muy positiva.
Y es que cuando
las cosas se hacen con entusiasmo, con ganas, con ilusión… Cuando hay un
trabajo bien hecho detrás, estudiado al detalle y mesurados los pros y los
contras, es obvio que todo el engranaje de la máquina funcione a la perfección.
Aunque se dispongan de recursos limitados, como es el caso.
Es aquí donde
recae entonces la inteligencia de saber sacarlos a relucir. Hacer de oro
aquello que, en otras circunstancias, se quedaría en chatarra. En un simple
desecho.
Y temporada
tras temporada CARLES ORTIZ nos está
demostrando esto, ideando una producción que puedo tildar de inteligente y que
funciona, con los elementos decorativos justos pero necesarios para no romper
el drama. Una producción, valga la redundancia que, en definitiva, está cocinada
con mucho cariño y con mucho esfuerzo. Con amor por lo que hace.
Hacer un
“Otello” no es fácil. La A.A.O.S lo
sabe. Y seguro que él podría constatarlo también porque lo ha vivido en sus
carnes. Pero como decía, cuando hay ganas, hay ganas y con estos elementos se
produce la magia, ésta sube al escenario y convence. ¿Y dónde está pues el
truco puede preguntarse alguno? Pues aquí no hay truco que valga, porque Carles
no es mago ni de lejos. Pero es un gran trabajador. Trabajar, trabajar y
trabajar, tándem indisoluble y cómplice con el esfuerzo.
Agradecerle
todo ello a Carles Ortiz. Somos afortunados en Sabadell – siempre lo he dicho-
de contar con un profesional como él, que tanto plancha un huevo como fríe una
corbata, sin que se le caigan los anillos. ¡¡¡Bravo!!! Toda mi admiración más
sincera y profundo respeto para un profesional como él así como también para el
resto de dirección de escena JORDI
GALOBART y ALBERT GONZÁLEZ.
Vestuario y luces
Ropaje clásico
dominado por los negros y grises, colores oscuros como la turbiedad que
envuelve y en la que se mueve el drama shakesperiano, rotos solo por la pureza
del blanco del camisón de Desdemona en el primer y cuarto actos. Un rojo pasión
para la soprano en el tercero que inflama aún más los celos de Otello, y para
mí una inadecuada túnica naranja combinada con un camisón blanco para Otello en
el segundo acto (que no acabo de ver el sentido a esta extraña combinación
cromática, quizás más propia y adecuada de un primer o cuarto acto).
Como siempre un
excelente juego de luces, firma de NANI
VALLS que pasan desde los espectaculares relámpagos del inicio de la obra,
a la intimidad de los amantes al final del primer acto. Profundiza en el alma
negra y oscura de Yago en su “Credo” dejando el escenario casi a oscuras para
erigir al malvado alférez en protagonista. Luz a tutti plen, más amarillenta,
en la gran escena final del tercer acto para regresar a la pureza del blanco
durante el rezo del Ave Maria. Y de nuevo, baja la luz, cuando entra Otello con
un grave en la orquesta acorde a sus oscuros pensamientos.
Dos bravos para la casa
Es de justicia
destacar el trabajo realizado con el coro.
Entró con fuerza. Sonó. Y sonó bien. Nunca lo había escuchado de esa forma.
Consolidación fue el primer adjetivo que me vino en mente cuando entonaron
aquel electrizante “Dio fulgor della bufera…”. La obra requiere volumen. Mucho
volumen y por ello su notoriedad crece. Pero ayer estuvo acompasado y bien
medido. Era lo que tiene que ser un coro. Bravo por el trabajo ejecutado por
todos sus miembros y que no perdió ni ápice de fuelle a lo largo de toda la
función. Y eso cuesta de mantener.
Se solventó
correctísimamente el defecto del movimiento escénico de forma resolutiva y
contundente, algo de lo que siempre se suele adolecer en la mayoría de teatros
y que en Sabadell no tendría que ser la excepción que rompa la regla.
Por otro lado,
loar el trabajo de la dirección musical de DANIEL
GIL DE TEJADA, respirando con los cantantes y completamente al servicio de
ellos, a pesar de que hubo algún desajuste en la parte vocal que no pudo evitar.
Logró sin embargo que la ORQUESTRA
SIMFÒNICA DEL VALLÈS sonara fuerte, verdiana, pero sin llegar a cubrir las
voces en ningún momento, aunque alguna de ellas sonara un tanto velada en el
concertante final del tercer acto.
Una lástima sin
embargo - aunque por un lado corrobora el entusiasmo del público, pero por otro
aflora su falta de paciencia y conocimiento- y es el hecho de que, en ninguno
de los actos, y repito, en ninguno, pudimos gozar de los compases finales, que
se vieron siempre ensordecidos tras los frenéticos y sobrevenidos aplausos.
Gran reparto: el trío vocal
No es fácil, en
ninguno de los sentidos – escénico y musical- montar un “Otello”. Es una obra
difícil, que supura visceralidad por los cuatro costados. Pero también es una
ópera donde la parte vocal tiene que ir indisolublemente ligada a la parte
escénica. Se puede cantar un “Otello” con voz adecuada, por características y
por color de voces, pero en “Otello”, además, se tiene que interpretar. E
interpretar significa, para mí en este caso, fundir la parte vocal con la
escénica sin que seas capaz de ver la raya que divide la una de la otra. Esto
es fundamental. Tiene que ser un uno de dos. Una totalidad. Un solo elemento.
Eso es pedirle
peras al olmo, sí. Es una partitura lo suficientemente complicada y densa, que
requiere de una enorme concentración, y una mínima distracción en lo vocal,
acarrea una interpretación inquieta por parte del artista.
No diré que
ayer esta imaginaria raya estuviera fusionada, se veía un poco, aunque para
nada disminuye ni malbarata para nada el trabajo realizado.
Hubo personajes
más creíbles, y otros no tanto, pero en general, creo la parte escénica
mejorará a lo largo de esta gira por diversas ciudades de Catalunya a medida
que vayan dejando a sus espaldas funciones y vayan sumando representaciones,
sensaciones, aplausos, errores y aciertos. Estoy segura y no me cabe la menor
duda de ello.
ENRIQUE FERRER tuvo la gran responsabilidad – y reto personal- de
asumir el difícil cometido de encarnar al Moro de Venecia. Y no es para nada
una empresa fácil hacer tuyo un personaje tan psicológicamente cambiante e
inquietante. Tan seductor, por otro lado.
Del amor a la
locura de los celos. Del combate a la calma de una noche de amor. De las
guerras externas a los conflictos más íntimos. De la serenidad a la deriva
provocada por unos infundados celos nacientes de la telaraña que le teje Yago.
De la razón a la irracionalidad, y todo ello regado por un brutal complejo de
inferioridad racial. Otello es negro. Pero Otello es un gran, grandísimo
personaje.
El tenor
madrileño enfoca un Otello con una buena voz, recia y suficiente para el
personaje. Sabes que llega y que lo hará. Pero Otello requiere, creo, un color
más oscuro, que sacó en algún momento de la representación sobretodo en el
tercer acto cuando la rabia le consume siendo testimonio directo – aunque ciego-
de la manipulación que Yago ejerce sobre él y sobre Cassio.
Escénicamente,
me faltó un poco de la brutalidad que adolece este singular personaje y sé, y
estoy segura, que lo corregirá en funciones posteriores una vez digeridas estas
primeras. Muy creíble en el momento en que su vida se desmorona alrededor suyo
cuando Yago le cuenta el cuento – y nunca mejor dicho- del supuesto amor
clandestino que Desdemona tiene con Cassio.
Sí que en su “Niun
mi tema” aparecieron esos tonos oscuros y su cierre de acto estuvo sensacional.
Vale decir
además que su presencia escénica era espectacular. Un Otello de lujo, que
espero, desarrolle vocal y psicológicamente. Será una referencia a seguir y un
cantante a tener en cuenta.
La Desdemona de
MARIBEL ORTEGA tuvo gran equilibrio
durante toda la obra. Afinada y refinada. Voz recia que se erige en los
momentos corales como el concertante del tercer acto y que sabe interiorizar en
la delicada “Ave Maria” que mereció un aplauso espontáneo del público. Vale
decir que fue el único momento en que el público sabadellense irrumpió cortando
la función.
Escénicamente,
encarnó una dulce Desdemona, cumpliendo con las directrices del personaje sin
alejarse en ningún momento de los patrones clásicos del role.
Interesante el
malo malísimo Yago de TONI MARSOL al
que tenía especial interés en escuchar en un role serio, dado que siempre había
tenido la oportunidad de hacerlo en roles bufos. Y el salto fue más que
satisfactorio. Marsol mandaba y estaba en su personaje, al que vocalmente,
excepto una entrada antes de tiempo, no hay nada que reprochar. Voz adecuada y
suficiente y escénicamente a la par que sus compañeros.
Pero a pesar de
ser el malo de la obra a su personaje le faltó, sobretodo en la expresión de la
cara no tanto en lo vocal, la malicia demoníaca de la que tiene que hacer gala.
Era imposible odiar al Yago de Toni
Marsol, era un personaje que inevitablemente, aunque no quisieras, acababa
cayéndote bien.
Los otros
Cassio es un
personaje que, al igual que el de Emilia, quedan un poco a la sombra de Otello
y de Desdemona. Es así, y siempre ha sido así.
No es un role
fácil el del capitán al servicio del moro, pero sin embargo es poco lucido. Dispone
de un tercer acto exigente que queda en medio de todo el concertante en el
cual, la atención del público – o mi atención- recae en Otello y sobretodo en
las pulsaciones de la orquesta, que dan la sensación de ser las que pasan por
las sienes de Otello y le provocan un estado de catarsis humana que le
derrumba.
CARLES CREMADES asumió este papel con dignidad vocalmente hablando,
aunque en la escena no estuvo tan creíble. Le faltó sacar a relucir su rango de
capitán, segundo de Otello, el que está al lado del Duce. La altanería que
requiere el role brillaba por su ausencia en el primer acto. Correcto en los
otros en el resto de la obra más a caballo entre el arrepentimiento y la sumisión
a su superior.
Correcta
también la Emilia de CARLA MATTIOLI así
como el resto del elenco que cumplieron su cometido del que destaco el Lodovico
de JUAN CARLOS ESTEVE.
Roderigo y
Montano fueron, respectivamente SAMUEL
PELÁEZ y ANTONI FAJARDO.
Gracias por
asumir retos que parecen imposibles y que dado los resultados nos damos cuenta
que no, que con tesón, esfuerzo, ilusión y duro trabajo, quien la sigue, la
consigue.
Gracias desde
vestuario, maquillaje, peluquería, de todos aquellos que no se ven, gracias desde
la dirección de escena y musical hasta
la parte vocal que siempre es la más comprometida y es lo que acaba quedando en
la retina y en nuestros oídos.
Gracias a todos
ellos por convertir a Sabadell ayer tarde en la capital catalana de la música. No
admite discusión. Gracias por este “Otello”. Gracias por haber visto cumplido
mi sueño de un “Otello” en casa.
Gracias, en
definitiva, por hacernos soñar.
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