De Domingo a Domingo…
El de ayer fue un
día extraño que vino a culminar una semana en la que han aflorado demasiados
sentimientos juntos, todos mezclados sin orden ni mesura. Un estallido brutal
de sensaciones y de recuerdos. Un cóctel, agitado en exceso, que me ha
obligado, a la quieta, a dejar un peldaño más atrás y enfrentar el siguiente
con toda energía y positividad posibles.
Pero si hay algo
que no puedo hacer, o no debería hacer, es cometer el error de disfrutar de
Domingo con 49 años y luego pretender (a conciencia de que no lo haría) hacer
lo mismo, por la noche, y veinticinco años después, cuando el tenor (lo siento,
me resisto a etiquetarlo como barítono) cuenta con 74 años.
Creo, quizás
equivocada que, aunque más largo, es la pieza que para su estado vocal actual, es
menos exigente. Es un dúo en el que prima por encima de todo el saber cantar,
el saber frasear, el saber emocionar, y en esto Plácido, es un auténtico
maestro. No hay notas muy comprometidas, quizás a excepción de un par que no
pudo salvar a pesar de su empeño, pero, en conjunto fue para mí la más
aceptable de las tres intervenciones, a pesar de que en algún momento iba
demasiado rápido y de algún pequeño desliz con la letra, que a estas alturas de
su dilatada carrera, se queda como mera anécdota.
Mención especial
para la soprano Maite Alberola, una voz que he escuchado muchas veces en
Sabadell, en el Teatre de la Faràndula, y con la cual me quedé realmente
sorprendida de la grata y buena evolución que ha hecho su carrera, pero también
su voz, la cual hacía un cierto tiempo que no escuchaba.
Y volviendo a Plácido…
Y así, como un
caracol, arrastrándome por este sendero al que llamamos vida, he empezado el
día de hoy.
Sin embargo, ayer, fue
un día lleno de música, como hacía tiempo que no tenía. La mañana transcurrió,
ya desde tempranas horas, al son de “Lucia di Lamermoor”, que disfruté, a pesar
del pedacito escuchado, breve y demasiado escueto, al máximo. ¡Y cómo no!.
Pasada la euforia
del fragmento, y no podía ser de otra manera esta semana, quise disfrutar una
vez más del acontecimiento que fue, en su momento, la primera unión del
triunvirato Carreras, Domingo y Pavarotti. Sin más tarjeta de presentación: los
Tres Tenores.
Gozar de nuevo sus
voces frescas y jóvenes y con el concierto original con dos popurrís pero sin
el “Nessun dorma” que en su día no televisaron y que sí se incluyó en la
edición comercial que todos conocemos y hemos escuchado hasta la saciedad.
Y saco a colación dicho
detalle, que me sirve de preámbulo para hablar del concierto de ayer que Plácido
Domingo ofreció en el Teatro Real de Madrid, y La 2 tuvo la gentileza de
retransmitir.
Cuándo una mira
atrás, y contempla que desde aquel encuentro han pasado 25 años, me vienen
muchas cosas a mi mente: buenas cosas y cosas no tan buenas. Buenos recuerdos,
pero también de malos. Gestos, palabras, olores, sensaciones… la película de
los 25 últimos años de mi vida desfilaron en 2 horas por mi frente. Una tras
otra y a compás de la batuta de Zubin Metha.
Y en estas dos
horas volví a emocionarme con cada una de sus interpretaciones: la sutilidad de
un Carreras con su “Core´ngrato”… un arrollador “Nessun dorma” de Pavarotti y su
refrescante “Torna a Surriento”, o toda la fuerza en la garganta de un “Oh
Paradis” de Domingo, una especialísima “No puede ser”, o la dulce “Dein ist
mein ganzes herz” en la voz también del madrileño que, 25 años después, hacen
aún levantarme de la silla como en otrora hice.
Y mientras mi mente
proyectaba imágenes de cuándo era pequeña, inevitablemente, como siempre, vino
a la mente la figura de mí abuelo, lugar en el que siempre está presente y más
aún cuando me dedico a mi actividad preferida: la Música.
Fue gracias a él, a
mi querido y añorado abuelo, lo que hace que ahora yo esté aquí escribiendo
estas palabras, pues solo con sus indicaciones, su sensibilidad y su buen gusto
y con su amor por la música hizo posible que me acercara a ella, y el legado
musical que me ha dejado lo guardo celosamente en mí haber. Gràcies, avi!!!
Moltes gràcies!!!
Las lágrimas de
emoción por la voz de Domingo entonando la alemana “Dein ist mein ganzes herz”
brotaron en mis ojos, y temblando en ellos, al final se deslizaron mejilla
abajo. Inevitable poder contener el llanto y la emoción en ese momento.
Carne de gallina…
cómo estaba cantando Domingo…y el frescor del llanto hizo un pobre intento de
refrescarme la cara, sin éxito. La temperatura corporal alcanzada, mezclada con
el calor que estamos sufriendo y la emoción que sentía, impidieron este efecto
reflejo y reconstituyente.
Iba avanzando el
magno evento, y aunque lo he visto y oído hasta la saciedad, siempre sigue
llegándome al corazón. De ahí arrancan mis recuerdos musicales más conscientes,
punto de partida de una vida llena de música.
De ahí arranca
quizás el tercer recuerdo más claro que tengo de Plácido Domingo. Del Domingo
en plenitud de facultades. De aquella voz que arrasaba en los teatros. De ese
hombre que, con su sola presencia, hacía temblar a los coliseos operísticos. De
ese Maestro, y en mayúsculas, que nos ha arrastrado por el mundo permitiéndonos
peregrinar hasta los grandes templos de la ópera con la finalidad de disfrutar
de su voz, de su arte, regalándonos emoción, sensaciones y felicidad.
Veinticinco años ha
de todo esto…
No puedo volver al
pasado. No. Pero me alimento de él, pues no me queda otra con Plácido en estos
momentos.
Todos estos
recuerdos, todas esas emociones que sentí a tan temprana edad deberían estar en
su correspondiente cajón. Abrir la cajonera con cuidado, verlos, sentirlos y
cerrarlo. Allí están. Allí permanecen. Allí deben permanecer. En su lugar.
Pero todo esto es muy
fácil de decir y muy difícil de hacer y más tal como se planteó mí día de ayer.
Bien es cierto que,
la sola y abrumadora presencia de Plácido Domingo, sin que ni siquiera abra la
boca es sinónimo de emoción por mí parte. Un grande entre los más grandes. Un
Zeus en su Olimpo, pero como todo mortal, Plácido, a todos nos llega la hora en
que debemos reflexionar. A todos nos llega la hora de madurar. Todos, todos sin
excepción, tenemos que ser conscientes de que los años no pasan en balde y que,
con el tiempo, el esplendor de años ha pierde quirates y acaba brillando la
leyenda, un nombre, un personaje querido por el público que, una vez más, se
resiste a aceptar lo más temible e inaceptable en la vida de un artista. La
palabra que ningún artista quiere pronunciar.
Estos días,
Domingo, debía interpretar en el Teatro Real la obra de Puccini “Gianni
Schicchi”, que debido al reciente fallecimiento de su hermana María José, prefirió
cancelar.
Sin embargo, el
tenor, para estar con su público de Madrid se avino a cantar un mini-concierto
con dos arias y un dueto, como deferencia a ese público que sigue, aún, peregrinando
y adorando por dónde pisa. Y sigue haciéndolo ciegamente. Lo entiendo
perfectamente.
Y allí apareció
Plácido con su pelo y barba blancas hirientes a los ojos. Vestido de gala para
la ocasión.
Y ese Domingo que
veía yo ayer por la noche, ¿realmente era el Domingo que había visto por la
tarde y que resplandecía bajo el cielo romano y que estaba flanqueado por las milenarias
Termas romanas de Caracalla?
Pues aunque es la
misma persona, el mismo nombre, el artista es ahora un pálido reflejo de aquél
ciclón inagotable lleno de vida, de fuerza y de voz que en su momento fue,
pero, aun así, bastan dos frases para que, aquellos como yo que le tenemos gran
estima, nos emocionemos con dos o tres notas suyas, a pesar de que somos
conscientes de su decadente e irremediable y evidente declive.
Como decía, Plácido
impone. Impone mucho. Él manda aún. Sí. Pero ¿a qué precio?
Me emociona por todo
lo vivido con él, porque ha sido, y en cierta medida, continúa siendo parte de
mí cotidiano día a día, y que aún tenga el poderío suficiente como para hacerme
poner la carne de gallina es por algo. Y lo es porque aunque la voz esté en una
galaxia sin dimensión, en una realidad incalificable, tres notas, tres
palabras, o una frase del madrileño bastan para recordarte que “quien tuvo…
retuvo”. Pero nada más que esto. Y yo, qué le voy a hacer, revivo emociones.
Lágrimas de nuevo
en mis ojos que brotaron espontáneamente al escucharle su “Nemico della patria”
mientras mi cabeza decía “pobre Plácido, no puede”. El aria es preciosa, y a
pesar de su empeño, no consigue hacerle justicia. No Plácido. No ahora.
Sobre su “Pietà,
rispetto, amore” del “Macbeth”, quizás estuviera mejor que en la anterior, pero
dónde le encontré más cómodo, más relajado fue en el dueto de “La Traviata” que
interpretó junto a la joven soprano, MAITE
ALBEROLA.
Maite cantó con
sentimiento, con emoción y sensibilidad dominando a la perfección un instrumento
de por sí excelente, en un cometido nada fácil por el peso del personaje y por
la emoción y por lo especial que es el cantar al lado de la voz más grande que
ha dado el mundo de la ópera. Pero no le tembló la voz y dejó bien alto el
pabellón. Sin duda una gran oportunidad para ella. Un impulso más a esta
difícil carrera que es el canto operístico.
Mis sinceras
felicitaciones para ella. Y desearle lo mejor.
Y volviendo a Plácido…
Aunque se resista y
quiera aferrarse desesperadamente al escenario, porque lo necesita tanto como
el aire que respira, a Plácido le ha llegado su hora. Hace tiempo que le llegó.
Y esto, Plácido, y por primera vez en mí vida te tuteo, tienes que entenderlo.
Comentarios
El.aplauso, para ser justo, no puede dejarse oir en nombre del.pasado, por más glorioso que éste sea. No se puede premiar por nostalgia.sin.caer en la.injusticia.
Gracias.
Pues el repertorio es lo que explico en el escrito. Empezó con el "Nemico della patria", siguió con el "Pietà, rispetto, amore" del Macbeth, y el dueto de "La traviata" Madamigella Valery... Son io.
Besitos, Paolo!
Saps que subscric cada una de les paraules que dius. Estic completament d´acord.
Crec que tots, artista i públic, hem de fer una reflexió. Fer-la o no, cadascú que decideixi!!
Petonassos!!!