El Liceu rendido a los pies de Plácido
Tiempo hacía ya que
no escuchábamos la voz de Plácido Domingo en nuestros lares, la voz del
incombustible, del carismático, del entrañable y hechizante Plácido Domingo.
Del irrepetible y del único tenor de su generación que sigue pisando los
escenarios más importantes del mundo.
Simplemente
increíble y sin más adjetivos que vengan a rebozar una carrera y una vida
dedicada completamente a la música. Simplemente lo dejamos en Plácido Domingo,
el músico, el artista, el hombre.
Entradas agotadas
para escuchar, y disfrutar de este gran artista que a sus 74 años aún emociona
y sigue tocando la fibra del espectador. Lejos está, evidentemente, la voz de
aquel fenómeno de la naturaleza humana, de ese gran río lleno de caudal que rebosaba
por ambos lados y que desembocaba, desbordado, al mar. Cierto es que el de
antaño se fue, es ley de vida, pero Plácido, sabio y ducho en su oficio, y aún
con certera inteligencia, supo llevarse el gato al agua, y el estallido
delirante del público fue el producto de una noche llena de emoción y de
nostalgia, y de sorpresa, pues aunque aquejado, y medio recuperándose de una
bronquitis, Domingo, una vez más Domingo, dio, cómo no, la talla.
Ese fue el susto de
la noche, cuando Christina Schepelmann, micro en mano, salió al escenario y
dijo que tenía 2 noticias. Tranquilizó al público. Plácido cantaría, pero no al
100%. Quizás esto sea el común denominador de Domingo en estos últimos tiempos,
quizás sean unas disculpas por adelantado cuando el artista no puede dar
aquello que quiere o espera el público -su público- y quizás sea ponerse una
tirita antes de haberse cortado…sí, quizás sí, pero a Plácido se le perdona, a
estas alturas, todo.
Un Liceu rebosante,
lleno hasta la bandera y con ganas de escuchar esta versión en concierto de la
sexta ópera de Giuseppe Verdi, “I due Foscari”, o mejor dicho, con ganas de
escuchar a Domingo como barítono en el Liceu, porque él era su protagonista
indiscutible. Mírese sino el programa de mano que ha distribuido el teatro, para
muestra, un botón.
Un barítono que lo
he dicho en muchas ocasiones, y en esto público y crítica estamos todos de
acuerdo, que suena a tenor pues los ecos y color de su timbre tenoril continúan
allí presentes, y no me molestan. Que Plácido Domingo no es barítono, lo
sabemos todos y lo sabe él también mejor que nadie, pero es Plácido Domingo, el
cantante más grande de la historia de la ópera y eso hace años, muchos años que
lo tiene ganado a pulso, haga lo que haga, diga lo que diga.
Tres largos años
después de su última actuación en el coliseo de las Ramblas, poco a poco,
paulatinamente, lentamente, se iba acercando la hora, y el nerviosismo y el
entusiasmo se notaba en el ambiente. Timbres de rigor, móviles en silencio,
nada artificial que pudiera romper la magia de las 2 horas y media que teníamos
por delante, pues encima del escenario había un legendario mago que se bastaba
él solito para hechizar, incluso antes de actuar, a un público ávido de su
arte.
Ni un desafortunado
ataque de tos. Ni un refriego de pañuelo. No se desenvolvió ningún caramelo y
ningún crujido de unas no muy cómodas butacas se oyeron la noche del jueves.
Magia de nuevo. Solo el dulce estruendo
de los aplausos y bravos desbocados del público fueron capaces de romper el
silencio de la sala. Impresionante.
Con todos estos
elementos es imposible no entregarse a una función. Es imposible no entregarse
a la sabiduría de Plácido Domingo. Es imposible no entregarse a su leyenda. Que
pudo más la emoción que la actuación, pues en cierto modo, sí, pero de lo que
no hay dudas es que su presencia predispone a disfrutar a quien sea, incluso al
más insensible de los mortales.
Sin abrir la boca
Otro milagro del
“efecto Plácido”.
Ovación de gala
recibiendo al tenor y al resto del elenco que le acompañó esa noche. Con ella
ya se adivinaba la predisposición del público. ¡Y cómo no!… porque a Domingo no
se le puede disfrutar de un año para otro en Barcelona, y la calidez y estima
del público liceísta para con el artista es tal que, cada una de sus
actuaciones en el Liceu se convierten en las más especiales y en las mejores
que, a nivel personal, haya podido vivir, porque además en el Liceu juega en
casa. En nuestra casa. Y ya se sabe que como en casa…nada.
Dos funciones
previstas de este “I due Foscari” es el regalo a los amantes de la ópera que nos
deja esta temporada Domingo. En versión concierto, sí, pero dado el estado
vocal del artista es preferible. Menos cansancio, menos compromiso y mayor
resultado, pues toda su concentración y esfuerzo pudo dedicarlo a la parte
vocal sin tener que preocuparse por el movimiento escénico a pesar de ser el
único que ponía cara de circunstancia acorde con su personaje y situación.
Para la ocasión la
Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu al mando del director MASSIMO ZANETTI se dispuso encima del
escenario.
Excelente idea,
ello significaba que se avanzaba la escena cubriendo el fosado de la orquesta,
lo que traducido en emoción significaba que, los artistas estarían más cerca
del público, a una distancia lo suficientemente corta casi como para tocarles.
A ambos lados de
las tablas, tres atriles, aunque Domingo cantó toda la primera parte al lado
contrario de mis localidades, en fin… todo no se puede tener.
La orquesta y coro
sonó equilibrada sin caer en la tentación de ir siempre en forte y supo
acompañar y secundar siempre a los intérpretes principales.
¿I due Foscari?
Si bien así se
titula la obra, el jueves por la noche debería haberse titulado “Foscari padre
y nuera”, porque allí sólo había uno de Foscari, el otro, Foscari hijo al que
ponía voz un muy discreto y no demasiado acertado AQUILES MACHADO pasó completamente desapercibido.
No es una voz de
timbre bello, cumplió en cierto modo con su cometido pero sin expresión, sin
pasión, sin sentimiento, amén de varios y repetidos desajustes vocales en la
primera parte así como también en la segunda. ¡Y eso a pesar que Machado no
adolecía de bronquitis, cantaba, al 100%! Le noté tenso en algún momento y
faltado de “feeling” vocal con la explosiva Lucrecia que tenía a su lado.
Voz imponente la de
la soprano ucraniana LIUDMYLA
MONSTYRSKA. Dotada de un impresionante volumen que, en ocasiones le cuesta
de contener cuando quiere lograr un efecto más delicado, más lírico. La suya es
una voz de gran teatro, potente y electrizante en la zona aguda, segura y bien
asentada, a pesar de que alguna vez pueda sonar (sonarme) estridente. Pero allí
hay madera de soprano dramática de coloratura, una coloratura que, le vino un
poco grande en algún momento pero que solventó sin dificultad y sin titubeo,
tanto en sus pasajes individuales, como en los respectivos duetos con Foscari
padre – mejor con el padre- como con Foscari hijo, así como también en los
concertantes.
Respecto al resto
del elenco destacar el Loredano de RAYMOND
ACETO, y los cumplidores JOSEP FADÓ y
MARIA MIRO, como Barbarigo y Pisana,
respectivamente.
Emocionante Domingo
¿Qué puedo decir a estas
alturas que no se haya dicho ya de la voz del gran Plácido Domingo? ¿Qué?
¿Qué palabras
bonitas, elogios, piropos pueden decírsele a un artista y un músico como él?
¿Cuáles?
Me sería muy fácil
encontrarlas, pero no voy a entrar en ello porque sería repetir lo que durante
años el mundo entero viene diciendo, y quiero intentar no caer en ese tópico.
A Plácido se le
tiene que vivir en directo y solo entonces comprendes – y te convences- como a
sus 74 años sigue arrastrando al público al teatro. Cualquier similitud que
quiera hacerse con cualquiera de los vídeos que podemos ver en las noticias,
cualquiera de ellas mata con alevosía su arte y su directo.
Quizás a uno en
televisión pueda parecerle decepcionante, patético, caducado, mayor y con un
pie (o ambos) fuera del escenario. Quizás más de uno rece por una ya inminente
retirada al escuchar el eco de lo que años ha fue este artista, pero, todo
aquel que sienta esto, que se pase por el Liceu o por algún teatro en directo
apreciándole con cariño y la respuesta será sin duda, “qué grande es Domingo”.
74 años suma y
sigue emocionando. ¡¡¡Y cómo!!!
Es verdad que
detrás de esta emoción que provoca hay, valga la redundancia, mucha carga
emocional, muchas cosas, muchas situaciones y sensaciones vividas a lo largo de
muchos años, pero, con todo esto a parte para con mi persona, la respuesta del
respetable barcelonés fue unánime: “standing ovation” para Domingo. El Liceu en
pleno de pie, desde platea hasta el quinto piso aplaudiendo y braveando. Tres
veces le he escuchado en el Liceu, tres versiones concierto – “Die Walküre” en
2008; “Tamerlano” en 2011 y “Foscari” antes de ayer- y en las tres la reacción
ha sido la misma. Y estas experiencias tienen que vivirse allí, en directo,
respirando con el artista y compartiendo con él esa emoción.
Señores… qué
Plácido tiene 74 años… ¿Qué otro artista es capaz de conseguir esto? ¿Me lo
presenta alguien?
Desde el lado
opuesto de dónde cantó en la primera parte, escuché la voz que me ha acompañado
tanto tiempo como reflejo de lo que ha sido y sintiendo cierta nostalgia,
cierta melancolía.
Cuando en la
segunda parte disfruté de su presencia y de su voz justo delante mío, sin
ningún obstáculo entre ambos, escuché lo que continúa siendo Plácido Domingo
para la ópera. Escuché y sentí lo que Plácido Domingo continúa siendo para mí.
No tiene precio que
su mejor momento, toda la concentración dramática de Foscari casi al borde la
muerte, toda su fuerza, toda su emoción, toda su voz y su arte lo cantara
frente a mí. Eso no lo olvidaré en la vida, como tampoco la ovación de 4 minutos
en mano que le regalamos y la humildad de Domingo ante semejante delirio.
Así es la ópera.
Así es el directo. Así es Plácido Domingo.
Y quiero acabar con
una frase que he leído hoy en Facebook y que es un excelente colofón a esa
noche del 30 de abril y que es el reflejo de lo que he venido siempre diciendo
de los cantantes:
“Músico no es el que canta. Músico es el que a través
de una canción toca el alma y el corazón de la gente”.
Comentarios