Un Chénier sin poeta ni poesía
Aparentemente, la “Andrea
Chénier” que se presenta estos días en el Covent Garden de Londres tiene todos
los atractivos para que una esté predispuesta a pasar una espectacular tarde de
música, de intensidad, de pasión y de verismo que tanto me gusta.
Aparentemente. Sí,
puesto que en realidad, una vez vista, decepciona un poco. Cierto es que la
escenografía, clásica – que se agradece-, vestuario y disposición arropan junto
a la inspiración del maestro PAPPANO
al frente de la orquesta, un espectáculo interesante y tentador. Pero, una cosa
es la tentación, y otra la satisfacción.
Ver, en nuestros días,
un montaje clásico es cosa rara, porque estamos acostumbrándonos a la transgresión
en el mundo de la ópera, y con un DAVID
McVICAR en medio, una a veces le asalta el miedo.
En esta ocasión sin
embargo no. Una puesta en escena totalmente clásica, recargada en justa medida,
con colores brillantes y dorados, que no deja en ningún momento de ser lo que
es. Y ello ayuda a ambientar y entender mejor la obra, y lo más importante, no
distraer la atención del público, permitiendo que se concentre en la música, o
al menos, creo que esta debe ser la intención.
Sin duda alguna, volviendo a la orquesta, a manos de Pappano, exprime lo mejor de lo
mejor. Un sonido brillante, intenso, incisivo, pero también contenido y
mesurado sin llegar nunca a ahogar las voces en el escenario. Es todo un lujo,
en estos tiempos, contar en el foso orquestal con alguien como Pappano, que
siempre saca el mejor partido de los músicos. Un director con sensibilidad, con
pasión y dotado de una inteligencia tal que convierte en mayúsculo todo lo que
su mano acaricia.
¿Qué es Andrea Chénier?
“Andrea Chénier” es
verismo, sí. Pero también debe haber momentos de poesía, de inspirada poesía,
de brillante poesía. Y la poesía, el romanticismo, la intensidad, la pasión, el
amor, la chispa, la compenetración, y más que podría enumerar, brillaron por su
ausencia.
No se puede
afrontar una ópera de esta envergadura sin sentimiento ni pasión, e insisto en
el tema de la pasión. Y ello, desgraciadamente es de lo que adolecen las tres
voces de los protagonistas principales.
EVA- MARIA WESTBROEK
no me convence en su rol de Maddalena di Coigny. Adolece la voz de muchos
problemas sobre todo en el registro agudo. Un canto sin intención ni matiz,
siempre igual en todas las escenas, y donde se hace más patente es en su aria “La
mamma morta” y también en el dueto final del cuarto acto, donde las
dificultades son extremas y le cuesta de sortearlas.
Es que no se puede
afrontar un role así sin ponerle un ápice de sangre. No se puede cantar
Maddalena como se canta Sieglinde, repertorio más afín a su vocalidad y donde
la soprano holandesa se siente mucho más cómoda.
A nivel escénico, no
hizo para mí creíble su personaje. Pero a ver… ¿dónde dejamos la pasión de
mujer enamorada?
Y este olvido va
también evidentemente para Kaufmann, del que voy a hablar seguidamente.
JONAS KAUFMANN, su
nombre anunciado en un cartel operístico es sinónimo de interés, y de lleno
total en cualquier teatro del mundo.
Tenía interés en su
Chénier como en tantas obras y personajes que haya cantado o pueda cantar, pero…
hay un pero.
Kaufmann afronta,
al igual que su colega femenina, un poeta sin poesía ni pasión y no consigue
transmitirme con su voz la fuerza del poeta que planta cara a la nobleza en el
primer acto o del hombre que se está declarando a Maddalena en el segundo, o la
defensa de sí mismo en el tercero.
Para mí, su mejor
momento, fue en “Come un bel di di maggio”, que si bien no fue para tirar
cohetes, rocé un poco – y tan poco- aquello que yo llamaría la sensibilidad o
la dulzura de las palabras que Chénier, con su habilidad, convierte en poesía.
Su actuación escénica
no era espontánea. Era comedida, artificial, estudiada y cerebral, y en ningún
momento se deja llevar por un arrebato pasional. No. Kaufmann canta a lo
Kaufmann y actúa a lo Kaufmann también. No vi al poeta. Le vi a él empeñado en
hacer esos movimientos y gestos tan característicos suyos presentando, en el
segundo acto, un Chénier “chispado”… vaya, esto es lo último…
No, no me gustó su
creación del personaje envuelto en ropaje maravilloso que le sienta como un
guante y destaca, evidentemente por elegancia, tipo y figura. Pero Chénier es
algo más que una buena figura o una cara fotogénica. Chénier es la pasión, la
explosividad de sentimientos, y para lograr esto tenía a sus pies una orquesta
en estado de gracia, pero en esta ocasión, como en tantas otras, no lo consigue
como siempre que se empeña en cantar este tipo de repertorio.
Le falta la dulzura
y la brillantez en la voz en los momentos más románticos como en ese precioso “Ora
soave, sublime ora d´amore” que te tiene que levantar de la silla. Ello, unido
al hecho de la poca química entre soprano y tenor, que se están declarando a
Pappano, hace que, tenga que hacer una introspección profunda a su Chénier e
intentar sacar todo aquellos matices que, por otro lado posee, y que en esta
ocasión dejó a la puerta de su camerino.
Intenta sin
embargo, acercarse un poco en el dueto del cuarto acto, pero… por Dios… otra
vez lo mismo… los personajes no se miran ni a los ojos… ¿Realmente van a morir
juntos, o bien van a morir con Pappano, objetivo de sus miradas durante toda la
obra?
ŽELJKO
LUČIĆV que daba vida a Carlo Gerard, otro gran personaje, es el tercero en
discordia aunque para mí fue el más regular de la representación. No es una voz
espectacular ni muy bella, pero cumple su cometido en el papel. Alejado, al
igual que sus colegas, de lo que es el matiz, la intención y la pasión, hizo
una buena caracterización del personaje, aunque no brilla en elegancia y
presentó un Gerard despeinado y un tanto destartalado.
En definitiva, muy
mejorable todo. Un caramelo envuelto en un papel muy atractivo, pero el
caramelo es tan pequeño que no he podido saborearlo como me hubiera gustado.
Comentarios
En cuanto a Eva-Maria una cantante sobria que parece no comprometerse en su actuación, no es que queramos ver a la divina Callas en todo momento pero podría ponerle un poco de color como decimos por acá en Chile, a ella la ví en vivo en Tannhauser hace unos dos años cantó bién y todos se olvidaron de ella all salir del teatro. Cero impacto.
Su Werther de la Bastilla es impresionante y su Carmen también.