“Making off”: La Traviata en el MET, 30-3-13


Cómo si se tratara de un cuento, hoy debo empezar con un… Érase una vez…

Érase una vez que, en el Madrid de la postguerra, vino al mundo hijo de dos cantantes de zarzuela, un niño al que llamaron Plácido Domingo, un niño cuya vida, y como no podía ser de otra manera, estaría dedicada completamente a la música.

Ese mozalbete se convertiría con los años en el tenor más importante de la historia y uno de los más queridos y seguidos por su público. Y no exento de detractores, Plácido Domingo se mantiene a día de hoy en la brecha a pesar de los años que han pasado desde su debut en 1961 interpretando al Alfredo de “La Traviata” en Monterrey

 
Muchos años después y con una importante carrera ya a sus espaldas, nacería la que suscribe estas líneas. Sin adivinarlo, sin planearlo y sin quererlo, de una manera completamente diferente a la suya, mí vida acabaría estando dedicada casi al completo a la ópera y a sus emociones.

 
Poco a poco, siendo yo muy niña aún, Plácido Domingo iría entrando en mi vida y yo empezaría a soñar con asistir a alguna de sus funciones, quizás en alguno de aquellos teatros que me tenían enamorada y que había visto una y otra vez, una y otra vez en mis viejas cintas de vídeo rayadas de tanto repetirlas.

 
¿Llegaría para mí la ocasión algún día – me preguntaba – de poder asistir a una representación en alguno de estos teatros y poder escuchar a Plácido Domingo en ellos? Era algo para mí tan inaccesible que por aquellos días de mí infancia me contentaba con poder escucharle a través de los videocasetes en la televisión, y gracias que podía disponer de ellos, que lo mío me costaba.

 
Estoy segura, y no me queda la menor duda de ello de que, de alguna manera u otra, mí vida estaba predestinada a cruzarse con el arte y la voz de Plácido Domingo. Sería ahora muy largo hacer una enumeración del por qué, pero al igual que el poeta Chénier, siempre he creído en el destino.

 
 

 
El punto de partida

 
Cuando hace justo un año estaba planteándome la idea de asistir a una representación de “Tosca” en Múnich y cuando ya casi había confirmado las entradas para esta función, aún no sé cómo, en medio se me apareció un banner de un blog en el que se informaba que Plácido Domingo debutaría en Londres, una ciudad muy especial para mí, el “Nabucco” de Verdi.

No dudé ni por un momento en cambiar una “Tosca” por un “Nabucco”, y no precisamente por las músicas porque me gusta mucho más la música de Puccini que la ópera de Verdi, pero no ocurría así con los intérpretes: no podía poner a la misma altura a Jonas Kaufmann que abordaría el Cavaradossi – a pesar de que el tenor germano me gusta mucho-, que a Plácido Domingo, que cantaría la obra verdiana.

Pero el caprichoso destino, una vez más, me deparó algo mejor: Domingo volvía a cantar “La Traviata” y en el MET. No sé como me enteré liada de por medio con el “Nabucco”, pero lo cierto es que tuve conocimiento de ello con un margen de antelación escaso, aunque suficiente, como para plantearme la posibilidad de cruzar el Atlántico con la única finalidad de oír de nuevo la voz del tenor.

 
Pero en aquel momento hubo algo que no me cuadró, ¿cómo iba Plácido a cantar el Alfredo? Había algo que tenía que estar equivocado. No podía ser.

Antes de confirmar mís entradas para el “Nabucco” londinense, me pudo la curiosidad, y entré en la web del Metropolitan, y cuál fue mi sorpresa: Plácido interpretaría a Germont padre, y no a Germont hijo…

 
Creo que en esos momentos mis ojos se iluminaron y mi cerebro no pudo pensar ya en otra cosa. Cuánto tiempo llevaba diciendo que el personaje le vendría que ni pintado….

 
Plácido Domingo+ La Traviata + Metropolitan era un cóctel demasiado fuerte y poderoso como para no embriagarse de ilusión y dejar volar la imaginación.

Sólo faltaba concretar fechas, y en esta ocasión todo estaba en mí favor, puesto que algunas de las representaciones tendrían lugar en Semana Santa.

 
¿Quién podría resistirse a ello? Sinceramente yo no pude, y sin más, reservé entradas, y con la maleta y el corazón lleno de ilusión, aguardé un año hasta que por fin llegó el deseado día.

 
 
Primeras veces: “La Traviata” y el MET

Fue con tan solo dos años cuando vi por primera vez “La Traviata”.
 
“La Traviata” fue la primera ópera que grabé de la televisión.

La primera vez que asistí a un teatro de ópera fue para escuchar “La Traviata” y “La Traviata” ha sido la primera ópera que he visto en el teatro de mis sueños, el Metropolitan de Nueva York.

 
“La Traviata” es quizás la ópera más importante y significativa de mí vida así como la que, probablemente, más veces haya escuchado. Es la ópera que recomendaría a cualquier persona que se acercara por primera vez al género. “La Traviata” es una de las obras maestras de Verdi y una de las más queridas por los aficionados a la ópera.

 
Aún recuerdo perfectamente un lejano 6 de enero de 1991 en la que retransmitieron por televisión una Traviata desde el MET con Plácido Domingo e Ileana Cotrubas encabezando el reparto. Cuánto hubiera dado a lo largo de los años que han pasado por ver una función como aquella. Mi Traviata de cabecera, la mejor referencia para mí de esa obra. Mí primera ópera.

 
Poco a poco fui enamorándome, también, de su teatro, del Metropolitan, tal como lo llamaba en aquellas épocas.

 
Pero sin lugar a dudas me rendí a los pies del teatro neoyorquino cuando se celebró los 25 años de la remodelación del mismo con una gala especial en la que se interpretó el tercer acto de “Rigoletto” que tuvo como Duca a Pavarotti; el tercer del “Otello” con Domingo y Freni y el segundo de la opereta “El murciélago”.

En riguroso directo pudimos apreciar aquellos cambios de decorados en segundos, aquella magnificencia y estructuras, aquella precisión que lo transforma todo en oro. Sin duda, para mí, profrana y principiante en el género, me dejó del todo impresionada ver todo aquello y ver un poco del “backstage” y de los entresijos de aquel gran teatro.
Creo que en aquel momento tuve claro que algún día, lejano, tendría que asistir a una función allí, en el teatro más grande del mundo.

 
Pasarían aún muchos años para que pudiera pisarlo. Pero como todo en esta vida nada es imposible. Absolutamente nada. Tesón, voluntad, esmero, sacrificio, e ilusión, sobretodo ilusión, la que nos alienta y alimenta en todas nuestras aventuras operísticas. Ella no debe faltar nunca.

Y como la cosa iba de primeras veces, no podía ser de otra manera que escuchar, por primera vez en el MET a Plácido Domingo, interpretando por primera vez el grandísimo personaje de Giorgio Germont que Verdi escribió para la voz de barítono. Una ocasión especial que merece se explique también de una manera especial como sin duda lo fue.

 

 

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