Poderoso Plácido
9 de julio
de 2011...
Una fecha
que todos los aficionados a la ópera tardaremos en olvidar.
Había sido
ya todo un éxito la representación del “Tamerlano” de Händel el pasado
miércoles, primera de las dos funciones programadas por el Gran Teatre del
Liceu, y nada daba pie a pensar que la función del sábado no lo fuera.
Todos
íbamos entusiasmados ante la gran expectativa suscitada por la representación
anterior.
No soy
partidaria de las óperas ofrecidas en versión de concierto, ya que considero
que una ópera es un conjunto de elementos que la hacen única y mágica: teatro,
decorado, vestuario, y voces, sobretodo esas grandes voces que te elevan a lo
más alto.
Voces que
hacen emocionarte con el más mínimo susurro, pero.., cuando un teatro programa
una ópera en versión concierto, y ante las enrevesadas puestas en escena de las
cuales se hace gala hoy en día, y... cuando además – como ayer- se tira la casa
por la ventana y todo el elenco es de “primera división”, no hace falta
apoyarse en un decorado, en un vestido o en un gesto para vivir las mismas
sensaciones que con una ópera representada.
El barroco
definitivamente no es mí estilo, nunca lo ha sido y jamás lo será por mucho que
lo intente. Puede hacerse más pasable si las voces que lo interpretan son de
gran calidad, pero me quedo aquí.
Había visto
esta obra en Madrid tres años atrás y no me gustó. Ayer siguió sin gustarme,
insisto, la obra, aunque debo reconocer la gran excelsitud de todos los
intérpretes.
Dentro del
teatro, la puerta de entrada a la platea mostraba ya los atriles de los
intérpretes. La inmensidad de la sala barcelonesa, aún vacía, se abría ante mís
ojos.
Y quise
disfrutar del momento del acceso a la platea. Disfrutar el paseo hasta la
primera fila con mís entradas soñadas. Todo a punto para que empezara la
representación. Teníamos ni más ni menos que cuatro horas por delante.
Pasemos
pues a la parte estrictamente musical.
WILLIAM LACEY tomó la batuta y se puso al frente
de una reducida Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Fue cómplice en
todo momento con los cantantes, especialmente con Plácido Domingo. Entusiasmado
con el género nos ofreció una gran representación.
El gran
actractivo y reclamo de la noche recaía en el regreso de Plácido Domingo a
Barcelona después de su excelsa “Walkyira” en mayo del 2008, pero permitidme
que deje a Domingo para el final, puesto que, evidentemente, va a ser el
intérprete con el que voy a extenderme más.
BEJUN MEHTA encarnaba al personaje que da
título a esta ópera de Händel. Él asumía el role protagonista de la velada, y
la verdad es que se erigió, junto a Plácido, en el “otro” protagonista de la
velada.
No quiero
dar la sensación de este “otro” en sentido despectivo, al contrario.
Tengo
debilidad por los tenores, lo confieso, pero no por los contratenores. Son
voces que me cuestan, que no me son agradables al oído, pero después de
escuchar los dos de ayer noche, -aunque nunca seré amante de estos registros-
debo decir que la voz de Mehta es
agradable de escuchar.
Ofreció una
extraordinaria representación dándolo todo en cada una de sus intervenciones
vocales y, a pesar de ser versión concierto, estaba metido en su papel.
Una
partitura rellena de endiabladas coloraturas que hacía fáciles en su voz.
Realmente un prodigio vocal que hemos descubierto, al que sin duda, le podemos
augurar una brillante carrera en el género.
Y siguiendo
con los contratenores, MAX EMANUEL
CENCIC, de una voz bien timbrada y dulce de contratenor, quizás con no
tanto volumen que su compañero Mehta, interpretó el papel de Andronico.
Me gustó en
todas sus intervenciones, especialmente con el dueto con Asteria.
Preciamente
es este último papel a quien puso voz la soprano SARAH
FOX quien dejó grandes detalles de musicalidad sobretodo en su última aria
del segundo acto “Cor di padre e cor di amante”.
Me gustó ANNE SOPHIE VON OTTER en su breve papel
de Irene. Perfecta conocedora del estilo en que nadaba transmitía al público su
canto como algo fácil. Se entusiasmó con sus partes dándome la sensación de que
en aquél momento estaba cantando lo más maravilloso del mundo.
Mención
especial para el Leone de VITO PRIANTE,
una voz bien timbrada de la que hizo gala en su única aria de la noche,
aplaudida generosamente.
Y
finalmente ahora sí, la voz por la cual soporté 4 horas de coloraturas, de un
estilo que es completamente ajeno a lo que más me emociona, pero por PLÁCIDO todo.
Él tiene el
gran don de convertir algo que no te gusta en algo que pasado por sus cuerdas
vocales queda revestido como algo maravilloso.
Bien es
cierto que, excepto Domingo, todo el cast, era especialista en barroco, o
almenos, habían hecho en dicho estilo, más “campaña” que el propio Plácido.
Pero para
Plácido Domingo esto no es un impedimento. Sus intervenciones eran las únicas
que me hacían olvidar –grácias a Dios- que me estaba enfrentando a una ópera
barroca.
Puntualizo
y no quiero que se entienda en sentido negativo: pasado el primer acto en que
en sus dos arias están caracterizadas por la presencia de bastantes
coloraturas, en el resto de la obra es donde le encontré, libre de pirotecnia
con un canto “mucho” más próximo a su estilo.
La escena
final de su muerte fue sencillamente deliciosa y extraordinaria: para mí no era
en aquel momento Bajazet. Era un Boccanegra agonizando, matizando cada una de
las palabras, cada una de las notas emitidas. Casi con un hilo de voz que hizo
temblar al Liceu entero. Un sonoro y entusiasta “bravo” se oyó al final de su
última intervención.
Quien dijo
que al inicio de su carrera en México que Plácido Domingo no tenía nada qué
hacer en un escenario de ópera, vaticinó el peor de los dislates escuchados y
escritos.
Ayer se nos
presentó un señor de 70 años... sí 70 años, pero con un poderío vocal y
escénico arrollador. Cuando abría la boca su potencia era evidente, conserva
ese volumen de timbre fresco y unos centros preciosos que han sido y son aún,
característica de su inconmensuable voz y arte.
Sólo por la
entrega, por el entusiasmo y la pasión, por su fraseo y serenidad, por su
imponente poderío escénico y arrolladora personalidad y presencia vale la pena
disfrutar de algo que tardaremos en olvidar. Al menos yo.
Las ganas
de un principiante y la sabiduría ganada con la madurez adquirida en los
escenarios hacen de Plácido Domingo un intérprete único e irrepetible.
¿Qué puedo
decir yo de alguien respecto del cual ya se ha escrito todo?
Alguien
que, en cualquier parte del mundo, por recóndito que sea, que tiene ganado el
cariño y el respeto del público simplemente antes de emitir una sola nota, es
algo al alcance de muy pocos.
La
veneración de todos sus admiradores fue palpable ayer noche, una vez más en el
Liceu con un público completamente entregado al portento vocal del intérprete
madrileño.
Y es que en
Barcelona hay ganas de Plácido, lástima que sus visitas a la ciudad condal no
sean tan frecuentes como las que realiza en su ciudad natal, pero el cariño del
público del Liceu es tan, o más ardiente, que el que recibe en Madrid.
Queremos
mucho a Plácido y una vez más se lo demostramos.
Con el
separador de la orquesta clavado en mí cuerpo aplauidí y braveé una y otra vez
a Plácido, sin descanso, con entusiasmo, con fe y total convicción de lo que
estaba viviendo ayer noche no se vive en cada función de ópera a la que asisto.
Era tal mi
emoción en la ronda de aplausos que no pude contener el llanto al ver todas
esas espontáneas muestras de cariño que una y otra vez se iban repitiendo y en
todos los idiomas.
Un aluvión
de claveles blancos y encarnados forraron el escenario del Liceu.
Quizás como
dije cuando acudí a esa inolvidable “Walkyria” es probable que ayer por la
noche viviéramos un momento histórico: a lo mejor era la última función del
gran Plácido Domingo en el Liceu y estábamos allí...
Aunque
sinceramente, dado el estado de salud vocal en que lo encontré, no descarto una
próxima presencia en Barcelona, ya que a este paso, Domingo los jubila a todos.
La
totalidad del público que llenaba el teatro en pie desde lo más alto hasta la
primera fila de platea forzó una nueva ronda de aplausos.
Un Plácido
entregado, se arrodilló en el escenario y con una mano besó las tablas
barcelonesas en muestra del cariño que estaba recibiendo.
Salí
completamente emocionada y tocada del teatro con una sensación de bienestar
indescriptible con ganas de volverle a escuchar en directo. Con muchas ganas.
Sólo me
queda por decir: ¡Grácias Maestro, regrese pronto a Barcelona!
Comentarios
dinkrol
Que sorte tem de viver em Barcelona, seguramente o melhor local em Espanha para ver e ouvir ópera de excelente qualidade.
Desculpe escrever em português, mas penso que o entenderá sem dificuldade.
Regards,
FanaticoUm!
No hay problema que escribas en portugués!
Grácias por tu comentario. Realmente la del sábado fue una de aquellas noches que no olvidaré jamás en mí vida.
Un abrazo,
brunilda
Fantástico!!
Y lo mejor de todo es que salí con la convicción que volveré a ver a Plácido en el Liceu!! Si es que este hombre es incombustible!!
Coincido al 100% contigo, tampoco el barroco es lo mío, pero... la presencia de Plácido fue definitiva para acudir al Liceu.
No sé si volverá o no al Liceu... pero si lo hace, allí estaremos. Si señora, incombustible Plácido. Único.
Besos.