“M´ama, si m´ama lo vedo”...
Con qué palabras más idóneas podía decir Rolando Villazón que quiere al público del Liceu…
Y lo dijo por dos veces, en italiano primero y luego en español.
Con gritos de “Viva México”, “Maco”, “Bravo”… el tenor mexicano regresaba, triunfal, a Barcelona en medio de un delirio general.
No hay teatro, por pequeño y remoto que sea, que no quiera a Rolando Villazón –de eso no me cabe la menor duda-, pero el romance que el mexicano mantiene con el público de Barcelona, es algo de lo que muy pocos y grandes artistas pueden presumir.
Un teatro rebosante, lleno hasta la bandera, con gentes de casa y muchas venidas de fuera. El ambiente respiraba cariño y emoción. Rolando lo captó - ¡y cómo no! y supo con su arte, correspondernos. Su fuerza, su carisma, su arrolladora personalidad… todas ellas se pusieron ayer por la tarde al servicio de la música y brindó uno de aquellos momentos que se mantienen en la memoria de los aficionados durante muchos, muchos años.
Rolando Villazón en el Liceu es sinónimo de éxito, como no puede ser de otro modo. Se sintió querido, arropado por todo un ejército de melómanos que acudían a una de la “citas” más especiales de la temporada.
Los aficionados nos sentimos queridos por él, también.
El tenor no se olvidó de nadie, desde la primera fila de platea hasta la última del 5º piso, todos en pie aplaudiéndolo. Fue realmente impresionante. Una sensación que sólo he tenido la gran suerte de vivir dos veces en el coliseo de las Ramblas: en 2008 con “La Walkyria” que protagonizaba Domingo, y ayer por la tarde – con su “hijo artístico”- Rolando Villazón.
Antes de empezar el concierto, se anunció por megafonía que el director previsto sufría una indisposición y tuvo que ser substituido. Aún así, la tarde discurrió sin ningún tropiezo.
El programa estaba divido en dos partes, la primera íntegramente dedicada a Mozart, y en la que Rolando paseó por el teatro un sinfín de coloraturas y alardes de fiato que, sin ser todo lo adecuadas a su vocalidad, defendió y con nota.
Evidentemente, no voy a extenderme en esta parte ya que no puedo valorar justamente un estilo que se encuentra muy alejado de lo que a mí, operísticamente hablando, más me emociona.
Por lo tanto, para mí el concierto empezó en el momento en que la Orquestra Simfònica del Liceu entonó las primeras notas del “Intermezzo” de la “Cavalleria Rusticana”, una ejecución que produjo escalofríos. Los primeros en toda la tarde después de la primera entrada de Rolando al escenario y de la calurosa y – de paso- ruidosa bienvenida al teatro por parte del público asistente.
Qué ganas tenía de escuchar las dos arias de la “Adriana Lecouvreur”: “La dolcissima effigie” muy bien cantada y fraseada. Aquí es donde salía ya el auténtico Villazón, aquí es donde se podía apreciar su “verdadero yo”, su personalidad. Era Rolando en estado puro, más suelto y más cómodo – para mí- que en toda la primera parte.
Me gustó más en ésta que en “L´anima ho stanca”, cantada quizás con un demasiado exceso de dramatismo, un poco lo que le pasó en el “Quando le sere al placido”, pieza que interpretó inmediatamente después de que la orquesta ejecutara la obertura de “La forza del destino” de Verdi.
El público enfervecido, aplaudía y aplaudía sin dar tregua. Los suelos del Liceu retumbaban con los zapatazos que daba algún sector del público, a mí muy próximo.
Y de nuevo salió Rolando con su simpatía y cariño, auténtico sello de su forma de ser. Salió el Rolando que nos tiene acostumbrados, más la persona que el artista, aquel Rolando al que todo el mundo quiere, y al que todos desean estrecharle la mano o compartir dos segundos con él.
¿Y cómo no iba a cantarnos “Una furtiva lagrima” del “Elisir d´amore”, ópera con la cual el tenor se ganó, para siempre, los corazones de todo el público barcelonés?
De nuevo se vino abajo el teatro. El griterío era monumental y la gente que se agolpaba delante mismo del artista iba “in crescendo” cada vez más con cada uno de los bises que iba ofreciendo.
¿Cómo debe sentirse un artista en esos momentos al ver las multitudinarias y constantes muestras de cariño que se le brindan? Rolando era la máxima expresión de la felicidad.
Continuó con “Ya mis horas felices” de la zarzuela “La del soto del parral” para meterse de nuevo al público en el bolsillo –por si alguien aún estaba fuera de él- con la famosa y querida “Rosó” de la zarzuela “Pel teu amor”, con un catalán loabilísimo.
Aplausos, estruendosos aplausos, sin cesar en ningún momento. Y Rolando iba y venía una y otra vez para recibirlos. Llegó el momento de los chistes – en aquellos momentos a Villazón se le permitía todo-.
Pero ya no cantó más.
Un gran éxito cosechado por el mexicano. Una tarde que se tardará en olvidar.
Grácias Rolando, grácias por compartir su arte con nosotros.
Comentarios
Sens dubte ens podem considerar afortunats de presenciar coses com les d'ahir a la tarda. Especialment en la segona part, Villazón va demostrar que en sap molt i sap molt bé com transmetre-ho. Hi ha molt poca gent que ho pugui dir això.
Una abraçada
Una abraçada, Josep!
Tal com bé dieu, en Rolando té allò que molts cantants matarien per aconseguir: La capacitat d’arribar al cor.
En dono fe que diumenge ho va fer!!