70. Sólo son 70.
Conozco la voz de Plácido Domingo desde mucho antes de nacer.
Siempre me ha acompañado, en todas las etapas de mí vida, y siempre me acompañará. De eso no tengo la menor duda.
El pistoletazo de salida, el cuarto recuerdo más sólido que tengo del artista antes de convertirme en amante de la ópera, emana de un ya lejano 7 de julio de 1990.
Los tres mejores tenores del mundo, aquellas tres voces que hicieron vibrar los restos que aún se tienen en pie de las milenarias termas romanas de Caracalla y cuya unión – algo sin precedentes en el mundo de la lírica- revolucionaron y acercaron la ópera a millones de personas en los cinco continentes, de ellas, sólo queda en activo la de Plácido Domingo, ya que José Carreras ya hace algún tiempo que no coquetea con ninguna ópera representada.
Su salud, hasta ahora de hierro, le ha permitido y le permite mantenerse en lo más alto del olimpo operístico.
Tras haber superado este pasado año una operación de cáncer de colon, inesperada para él y para sus admiradores, Domingo, lejos de retirarse, regresó – aún si cabe- con más fuerza y energía que antes de someterse a la intervención quirúrgica.
Y para ello no escogió una ópera cualquiera, sinó que desafió al público scaligero ni más ni menos que asumiendo el papel principal (¡de barítono!) de la verdiana “Simon Boccanegra”, título que había debutado tan sólo 5 meses antes en Berlín cuando no podía ni imaginar que a la vuelta de la esquina le aguardaba uno de los peores golpes de su vida: plantar cara a una enferedad que le recordaba la triste y temida realidad de todo ser humano, la muerte.
La guadaña le amenazó, pero luchó y venció.
No hay aficionado a la ópera que no sepa de él. No hay ningún melómano que no tenga una grabación suya en casa. No hay nada, absolutamente nada en el mundo de la ópera que no lleve asociado el nombre de Plácido Domingo.
Su público siente un cariño especial por el artista, y él en la medida que le es posible, corresponde favorablemente a esas muestras de afecto: nunca tiene un no para nadie, siempre encuentra el equilibrio justo de esa extraña, y a la vez estrecha relación que une al artista con su fan.
Plácido Domingo es, valga la redundancia, un gran artista y mejor persona. Quienes le conocen con profundidad así lo afirman, y es por ello que no me gustan esas calificaciones sensacionalistas que lo tildan de “Superplácido”, o “Superman Domingo” o “Placidiós”, etc...
Plácido no es un Dios, ni pretende serlo. Es por encima de todo un ser humano sencillo, sensible y extraordinario que nació con el difícil don de provocar, con el poderío de su voz, sentimientos en las monótonas vidas de los que amamos la ópera.
Mañana, día 21 de enero, cumple 70 años y Madrid se viste de gala para homenajearle en uno de los días más especiales de su vida.
2011 es su año. Tiene que ser su año. El año Plácido Domingo.
Disfrútelo Maestro y muchas felicidades.
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