Un bufón con porte de rey
Érase una vez un niño llamado Plácido Domingo que empezó sus andaduras musicales como barítono en la compañía de zarzuela de sus padres.
Poco a poco, el jóven fue interesándose por el repertorio operístico, quizás, sin adivinar, que su destino sería convertirse en el mejor artista operístico de todos los tiempos.
Con estudio y tesón pasó a la tesitura tenoril. Su nombre empezó a sonar a ambos lados del Atlántico y con su gran voz, carisma y personalidad, empezó a llenar teatros y a enamorar con su belleza tímbrica, a miles de oyentes y espectadores de todo el mundo.
A estas alturas de su gran carrera, Plácido Domingo, el Maestro Domingo, puede permitirse cualquier licencia, porque nadie debería discutirle que lo hiciera. Lo criticarán, sí, -como siempre han hecho- pero ¿qué nos (me) importa cuando, a pesar de ello, seguimos (sigo) emocionándonos (me) con su arte?
Tener la inmensa suerte de poder disfrutar de su voz a sus casi 70 años es un regalo divino y mejor aún que nos emocione y nos haga poner la carne de gallina, en roles que se alejan de aquéllos a los que estamos acostumbrados a oírle. Esto es algo que no se encuentra todos los días. Y cuando él no lo haga, nadie lo hará.
Él es el último gran tenor de su generación, de una generación que dio grandísimas voces. Unas se han apagado para siempre, otras, permanecen aún entre nosotros sin apenas brillar. La suya, aún se mantiene al pie del cañón a pesar de que en la primera entrevista que le ví, cuando aún no había cumplido los 50 años, ya comentaba que no sabía cuánto tiempo podría seguir cantando aún.
¿Aún? Pues sí, aún, y además muy bien.
Desde aquel año 1992 han pasado ya 18 años y nuestro tenor continúa cantando con una salud vocal envidiable a su edad. Y su voz, su belleza tímbrica, su fraseo, su actuación aún es capaz de hacer vibrar y entusiasmar a la gente. Esto que parece tan fácil de resumirlo en un par de líneas, como estoy haciendo, es muy difícil de lograr. Sólo los grandes artistas lo consiguen, y evidentemente Plácido Domingo lo “es”, no ahora, sino desde siempre.
¿Y todo esto a qué viene? Pues ni más ni menos porque este fin de semana estamos disfrutando de un evento mundial, y almenos por una vez en la vida, en España, lo habremos visto en directo... porque ya sabemos que la cultura y la ópera en nuestro país no es un tema que tenga prioridad, o almenos, así es como lo vemos aquellos que estamos sedientos de ópera.
“Rigoletto en Mantua” es lo que ha unido a 148 países en directo este sábado y domingo, por la obra verdiana, sí, pero sobretodo por lo especial que era ver a Plácido Domingo en su segundo role operístico de barítono representado.
El dux de Génova, Simon Boccanegra, ha dado paso al bufón Rigoletto, y Plácido se ha puesto en la piel de ese amoroso padre y a la par, vil y punitivo sirviente del Duque de Mantua.
Este “Rigoletto” es el tercer proyecto de ópera en directo en los escenarios naturales y en las horas que marca el libreto que lleva a cabo ANDREA ANDERMAN, tal y como hizo en 1992 con la “Tosca” en Roma (y en la que también estuvo presente Plácido Domingo), o en el año 2000 con una “Traviata” en París, protagonizada entonces por el argentino José Cura.
Esta función no tendría más de sí sino contara entre sus filas con la participación del gran Plácido Domingo. Y tampoco sería lo que es si, precisamente, Domingo, cantara en su lógica cuerda de tenor.
Es evidente, pues, que el revuelo y entusiasmo que se ha generado lo es, sin lugar a dudas, por la presencia de Plácido Domingo en el papel de Rigoletto: el bufón que se ríe de la deshonra de un padre, la mano que castiga a aquél que lo merece, el padre que protege, los ojos que lloran ante la desgracia de su hija, el hombre maldecido que clama justícia.
Centrándonos, ahora sí, en la representación lo primero que destacaré antes de entrar en el apartado de las voces, es que el trío principal, Domingo-Novikova-Grigolo están todos, físicamente hablando, encajados a la perfección: Domingo es un padre creíble, Gilda –en su papel de hija- también, igual que Grigolo.
Se ha modernizado un poco el vestuario tanto para los coros como para los intérpretes, dejando trajes más clásicos para Rigoletto, para mí exclentemente vestido. A pesar de ello, la producción funciona.
Destacaría también la naturalidad del maquillaje: los intérpretes son “ellos mismos” sin enmascaraciones raras incluso con Domingo, al que han tenido la decencia de no marcarle en su rostro ni una pizca de viltad. Grácias.
La ambientación no podía estar mejor enmarcada, en la ciudad de Mantua donde el primer acto transcurre en el Palazzo Te, el segundo en el Palazzo Ducale y el tercero en la Roca de Sparafuccile.
Estoy segura que después de esta representación televisada, Mantua será una ciudad turística las próximas vacaciones, muchos peregrinarán allí en busca de estos lares y de los “decorados” por donde el gran Plácido Domingo paseó su arte y sus emociones al servicio de la música del maestro de Busetto.
Pero también destacar algo de la escenografía, y es que a pesar de que el Duque de Mantúa es ni más ni menos que un libertino sin escrúpulos de ninguna clase, la filmación no ha presentado ninguna escena que estuviera fuera de tono, y es de agradecer, ya que nos han presentado a tres personajes agradables sin ninguna nota que hiciera que en algún momento pudieran inducirte a odiarlos, porque, a pesar de que el Duca es un casquivano, no vi nada en él que me hiciera odiarle como sí me ha sucedido con algún que otro Duque... De nuevo grácias por ello.
Respecto a la producción, no quiero ser maliciosa, pero me dio la sensación que el breve encuentro entre Rigoletto y Sparafucile, justo al inicio de la segunda escena del primer acto, ya estaba grabado de antemano, así como también la llegada en barca de padre e hija a la morada de Sparafucile, detalles que, sin embargo, no restan emoción y continuidad a la obra.
Quiero verla de nuevo y seguida para no romper, precisamente y valga la redundancia, la continuidad de la música y de la obra, disfrutándola más, si cabe, que en el directo.
Entre algún que otro fallo técnico (la segunda línea de los subtítulos no se apreciaron en el primer acto, la pérdida del sonido al inicio del segundo acto y la falta de una presentación digna del evento) fueron males menores si tenemos en cuenta que para mí, el resultado final fue excelente.
El maestro ZUBIN METHA llevó para mí una buena dirección de la Orquesta de la Rai desde el Teatro Scientifico, tan sólo con un punto de demasiada lentitud en el “Tutte le feste al tempio”.
Pero pasemos a hablar de las voces, que si se me permite, dejaré para el final mi opinión sobre Plácido Domingo, porque, evidentemente, es con quien me voy a extender más.
VITTORIO GRIGOLO, joven tenor italiano (32 años) fue el encargado de dar vida al Duca. Con un físico impresionante y una buena línia de canto no fueron suficientes para dotar de una más marcada personalidad al libertino noble. Me pareció que cantaba nervioso y un tanto dubitativo, a pesar de que el timbre vocal no es, para nada, desagradable.
Sus ropajes eran más sencillos que los del bufón y su porte no era de noble. Defendió el “Questa o quella” y optó por no acabar con nota alta la cabaletta junto a Gilda “Addio, addio, speranza ed anima”.
Tampoco fue de antología el “Parmi verder le lacrime” que por “cuestiones del directo” nos perdimos las frases iniciales, y su inexpresivo rostro cuando los cortesanos narran el rapto de la que creen amante de Rigoletto, secundan una actuación pobre en expresividad.
Pero ya se sabe que la pieza más esperada de la obra es sin duda la pegadiza “La donna è mobile”, y con una casi discreta “rascada” en la voz pasó un tanto desapercibida abrumado por la presencia de dos titanes de la ópera que secundaban la escena.
Gran sorpresa sin embargo fue el descubrimiento de JULIA NOVIKOVA (29 años) a quien correspondió meterse en la piel de Gilda, un personaje que nunca me ha gustado, ni musicalmente hablando ni a nivel psicológico. No evoluciona a lo largo de la obra y completamente “loca” de amor por el vil Duca que la ha desonrado, ofrece su vida en pro de la del noble.
Manías a parte con el personaje, disfruté de su Gilda porque su interpretación vocal, sin ser de antología, me gustó y cosa bastante dificil, no me sonó para nada estridente en ninguna nota, regulando muy bien la voz sin acercarse nunca a la barrera que separa el canto del grito.
Al igual que su compañero Grigolo, Novikova también daba, físicamente el papel de hija, la dulce niña a quien el padre guarda recelosamente del mundo y sobretodo de los cortesanos y del Duque de Mantua, a quien sirve.
Así como en Grigolo comentaba que le ví nervioso en toda la obra, ella no, y quizás iba por dentro, pero me transmitió una Gilda dulce, sensible y amorosa, una niña buena que deja de razonar en el momento en que conoce el “amor” del Duca. Deja de ser la niña, la hija de Rigoletto, y se convierte en “mujer” a marchas forzadas en manos del Duque de Mantua.
Donde me gustó menos fue en el dueto final con Rigoletto, donde la encontré quizás un poco más forzada que en el resto de la obra, pero sin embargo, todo ello no empaña un buen fin de semana operístico.
Otra vieja gloria con la que tuvimos la inmensa suerte de contar entre el reparto fue RUGGERO RAIMONDI, una voz que adoro porque es de aquellos intérpretes que hoy en día hacen tanta falta en el mundo de la ópera.
Dos grandes en la misma producción: Domingo y Raimondi dejaron uno de los mejores momentos de la obra con el breve diálogo que tienen al incicio de la segunda escena del primer acto. Salud vocal envidiable no podríamos haber contado con un mejor Sparafucile.
NINO SURGULADZE no me acabó de gustar en el papel de Maddalena a la que eché en falta quizás unos graes más poderosos de los que exhibió ayer por la noche.
Y finalmente, ahora sí, PLÁCIDO DOMINGO. Lo suyo fue un sin palabras porque su Rigoletto ya me convence desde el primer momento, vocal y artísticamente.
Qué Plácido Domingo no es barítono, esto está claro, porque la voz, a pesar de los años que lleva de carrera continúa teniendo ese timbre broncíneo tenoril del principio, y su expresión, su fraseo y su línea de canto continuan estando allí.
Me preocupaba la caracterización que le podrían dar porque se ha visto bufones haciendo pallasadas en escena, pero a Plácido esto no le quedaría bien, no es un artista que suba al escenario y esperes ver su vis cómica. No.
Al gran Domingo le va el temperamento, el sufrimiento, la ternura... por esto, grácias a Dios, le evitan hacer algo con lo que su aplastadora personalidad chocaría de pleno.
Sólo es bufón en la escena incial “In testa che avette signor di Ceprano” para cambiar completamente su registro cuando el viejo Monterone, un padre, un hombre, igual que él, reniega de los cortesanos, del Duca y de Rigoletto mismo.
Domingo aporta la bondad y la nobleza al personaje, y su deformidad no es tal comparada con el peso que lleva en sus espaldas. Su andar es fatigoso porque lleva encima suyo el remordimiento de “tener que ser como es”, un ser que debe aparentar no tener escrúpulos y que sin embargo no es así. Se convierte en quien aparenta ser cuando entra en la morada del Duca, pero que desaparece horrorizado ante el dolor de otro padre que le maldice.
Rigoletto se toma esta maldición en serio, le afecta, porque por encima de todo es padre, es hombre y le pesa esa vida que lleva por necesidad, no porque le guste ser maligno.
Domingo no dota de malícia al personaje, ni siquiera en la primera escena. No lo hace, y no quiere hacerlo porque el personaje, como padre, es mucho más interesante que el bufón.
Su gesto de preocupación, de miedo y de desesperación le acompañarán hasta el final de la ópera.
Qué gran momento su “Pari siamo”, por vocalidad y por expresión, porque con su actuación trasmite sentimientos y el poder hechizante de su intepretación lo consagran una vez más como el más grande de todos los tiempos. Encontró la nota alta en su “È follia” sin titubear ni un momento.
Al igual que comentaba en los casos de Julia Novikova y de Vittorio Grigolo, Domingo también está encajadísimo en el papel de padre con una credibilidad tal que traspasa la pantalla.
Y no se me hace raro, ya que he crecido viendo su evolución física y por esto no me choca verle ahora en el papel de padre: Plácido Domingo ha dejado de ser el galán, el hombre por el cual se disputaban su amor la soprano y la mezzo... ha dejado de ser el amante para convertirse en el padre, en la personificación de la bondad y protección paternal.
Qué gran escena con Gilda. Su “Patria, parenti, amici...” estremece al igual que su “Vegli o donna”, el primero a caballo entre la ironía y el dolor; mientras que el segundo está envuelto de afecto.
Pero lo más difícil estaba por llegar, ese arrebatador segundo acto en el que el barítono cobra especial protagonismo ya des del primer momento en que aparece en escena. Intenta seguir el cinismo de los cortesanos para obtener de ellos la respuesta que ansía pero es en vano hasta que el dolido padre, no el bufón, rebela a los raptores de Gilda que la muchacha es su hija. Es ahí, en este momento donde estalla todo el sentimiento que Rigoletto ha ocultado a la corte, se humaniza ante ellos poniendo sus sentimientos a merced de almas que no tienen piedad sino sed de diversión y de burla. ¿Quién es ahora el bufón?
Y en este preciso instante es cuando Rigoletto escupe todo su odio y asco a los cortesanos con su “Cortigianni, vil razza dannata, per qual prezo vendeste il mio bene”. Un momento en el que, seguramente, en todos los hogares en que estaban presenciando la retransmisión, se hizo el más absoluto silencio para presenciar toda una declaración de principios del padre herido.
Si bien es cierto, para ser justos, que Domingo estuvo en algún momento justo de respiración, sí, es verdad... entrecortando alguna que otra frase, sí, también, pero... y ¿qué más da cuando estamos ante una interpretación fantástica de una ilustre voz y que además, a pesar de todo ello, es capaz de emocionar y transmitir con la fuerza de su voz y su interpretación artística?
¿Empaña esto la brillantez de su arte? No, para nada... y además, aunque soy consciente de todo ello, la inteligencia de Domingo se pone una vez más al servicio de la música, porque en esta escena Rigoletto tiene que sonar entrecortado, llorando, y por esto le queda bien.
Un tanto igual sucedió en su “Vendetta, tremenda vendetta”, que ya lo dice todo la palabra “tremenda”, pero antes de dar paso a esta cabaletta final del dúo con Gilda, pudimos apreciar una vez más el portento artístico de Domingo: me pareció estar viendo a Otello veinte años antes en el momento en que escucha el “Tutte le feste al tempio” de su hija.
Con la cabeza apoyada en la silla, revivía en Rigoletto la angustía del Otello de años ha. Su expresión, su preocupación, su gesto, e incluso su postura, todo, absolutamente todo desvelaban en él el guerrero abatido, ahora convertido en padre. Y al igual que su moro de Venecia, su Rigoletto es “bestialmente” creíble.
Superado este acto, Domingo nos brindó un tercer acto de ensueño... pero qué fuerza tan grande que con una simple cerrada y apretada de ojos es capaz de transmitir tanto cuando le dice a su hija “Povero cuor di donna”... ¡Qué grande es!
Su ternura final al descubrir el cuerpo de Gilda, casi inerte, a sus pies, fueron capaces de hacerme llorar, de emocionarme, aún más de lo que había hecho en el resto de la transmisión.
Grácias, grácias maestro por ese entusiasmo, por esa entrega. Grácias por regalarnos una vez más su arte, por emocionarnos. Grácias por existir.
Le discutirán y criticarán un millón de cosas, ya habrá quien se encargue de hacerlo, como siempre ocurre en estos casos. Yo me quedo con otras cosas, con aquellas que me llegan, con una voz que me emociona y que pone a flor de piel todos mís sentidos... Sin palabras...
Ya les gustaría a muchos de 30 cantar como Domingo a sus casi 70...
Comentarios
Me da igual lo que piensen algunos (derecho tenemos todos a pensar lo que queramos), a mi me emocionó desde la sinceridad de su bella voz puesta al servicio de la interpretación al igual que sus ojos, sus manos, su forma de caminar…. Y es que Plácido vive el personaje con todos y por todas las partes de su cuerpo, dotándole de humanidad.
Este experimento es otro eslabón más en la cadena que Plácido ha tendido, desde siempre, para acercar la ópera a todo aquel que quiera detenerse a escucharla y lo ha logrado de nuevo.
¡Triunfo el artista! ¡Gracias maestro! ¡ Disfruté de lo lindo!