Mi último más bello sueño
Zaragoza en las fiestas del Pilar es vivir en plena ebullición en unas calles rebosantes de gentes vestidas con sus trajes regionales y sonando jotas por todos los rincones. Alegría, devoción, pasión, flores, ofrendas y sobre todo, ver millares de gente en procesión dirigiéndose hacia la basílica del Pilar, no tiene absoluto desperdicio.
Como tampoco lo tiene el colofón de estas fiestas de
2024, en la que uno de sus platos fuertes era el regreso al Auditorio Princesa
Leonor del más grande intérprete que haya dado el mundo de la música, claro
está que me estoy refiriendo ni más ni menos que al inigualable PLÁCIDO
DOMINGO.
A estas alturas de su carrera y de mí vida, no voy a
descubrirle ni voy a presentarme. Aquellos a quien quiero, saben cómo vivo y
siento cada una de las funciones del Maestro, y el Maestro también sabe ahora y
de primera mano cómo las siento y las vivo, pues fue testimonio directo de mi
entrega total y sin reservas a su arte.
Una entrega intensa y pasional, llena de pulso y de
alegría y además, con la tremenda ilusión cual si fuera una principiante que
asiste por primera vez a un concierto suyo. Plena satisfacción, pues esa entrega y
alegría, y esas ganas es lo mismo a su friolera de 83 años aún me sigue
brindando y ofreciendo. Verle y escucharle en directo es siempre una
experiencia única y mágica, y siempre nueva, siempre hay algo con lo que
Plácido te sorprende, algo que, aunque tengas todo planeado, con el gran
Domingo tienes que dar margen a la improvisación, porque el improvisar es algo
connatural en él.
Auditorio lleno hasta la bandera
No sé dónde había más gente el domingo por la tarde, si
en el Auditorio Princesa Leonor o en las calles culminando la ofrenda de frutos
a la Virgen de Pilar. Zaragoza se vestía de gala para clausurar la presente
edición de las fiestas con un concierto de absoluto lujo y de gran calibre. PLÁCIDO
DOMINGO no cantaba en Zaragoza desde 2018. Su última actuación allí era la
segunda de un ciclo de conciertos dedicados a la zarzuela que había iniciado
justo dos días antes en el Liceu y al que tuve la enorme suerte y privilegio de
poder asistir, una de aquellas tardes imborrables en mi memoria.
En esta ocasión el concierto era una gala de ópera y
zarzuela, y en la que contó con el acompañamiento a la batuta del maestro MARCO
BOEMI y que estuvo al frente de la ORQUESTA CLÁSICA SANTA CECILIA.
Quiero destacar varias cosas de este director, al que
acabé disfrutando muchísimo durante todo el concierto. Tengo que confesar que
cuando empezó la Obertura de “I vespri siciliani” de Verdi me dije que algo iba
a marcar enormemente diferencias entre otras interpretaciones que había
escuchado de esta gran, grande, grandísima y colosal música. Inicio lento y con
una percusión muy concentrada, muy solemne que precedieron al inicio de la furia
verdiana con todo el metal a pleno pulmón para dar rienda suelta a la cuerda
que entona una melodía de ensueño y acaba culminando con un delirio de violines
y metal que te dejan completamente extasiado.
Sí, marcó diferencia con ello y porque en ningún momento
de la actuación cogió la batuta, detalle que me pareció curioso.
En segundo lugar me gustó mucho la complicidad del
director con los cantantes, sobre todo con Plácido Domingo. Atento, al servicio
de la música, de la voz y del artista, entendiendo perfectamente aquello de que
el director y la orquesta acompañan, no al revés, huyendo siempre del
protagonismo absoluto para cederlo a los cantantes.
Pero si hay algo que quiero destacar es lo feliz que fue
durante todo el evento, siempre con una sonrisa en la boca, disfrutando,
cantando con Plácido y con Mónica, fijándose en sus gestos, atendiendo sus
necesidades. Y todo ello sin olvidarse que al frente tenía una orquesta a la
que dirigir. A MARCO BOEMI no tenía el placer de conocerle y fue un
total descubrimiento.
Su dirección fue clásica, sin complicaciones ni grandes
matices, pero a mi gusto fue buena, con un tempo correcto y un sonido bien calibrado
que en ningún momento sobrepasó a los cantantes.
De las cuatro piezas orquestales, la citada de “I vespri
siciliani”, el Intermedio de “Las bodas de Luis Alonso” y el Intermedio de “La
leyenda del beso”, fue precisamente esta última dónde alcanzó el punto de
máximo interés, no logrando lo mismo con el bello Intermezzo de “Manon Lescaut”
al que le eché de menos esa intensidad que requiere Puccini y que solo hoy en
día dos directores son capaces de dar, claro está estos son Antonio Pappano y
Marco Armiliato.
È in sol baccio, e abraccio tutte le genti, amar
Creo que no hay mejor pieza para empezar un concierto que
ese tan fantástico “Nemico della patria” de la “Andréa Chénier” de Giordano.
Y es que antes de ver aquel cabello cano y abundante que
tanto me gusta, antes de que pudiera ver su frente despejada con alguna arruga
por el paso inclemente de los años, antes de ver aquella gran presencia en el
escenario, ya había escuchado los primeros aplausos y estaba ansiosa por verle
aparecer. No se hicieron esperar los bravos ni la gente puesta en pie rindiendo
su más sentido tributo al Maestro PLÁCIDO DOMINGO. Y fue cuando sin
pensarlo, me puse de pie a aplaudir a aquel que con tan solo 10 años en mi
haber cambió por completo mi vida de la noche a la mañana poniéndola del revés
como un calcetín.
Un Nemico bien entonado, bien fraseado convierten a esta
gran aria de barítono, que por años quedó ensombrecida por la popularidad de la
“Mamma morta” o del “Improvviso”, en un completo talismán, una gran aria
verista al que un artista mayúsculo como es Domingo, aprovechó para meterse de
lleno ya a todo el público del auditorio nada más empezar.
Y es que teniendo en cuenta sus años, y no me voy a
cansar de repetir que son 83, nos da lo que aún le sale del corazón, lo que
tiene, sin reservas porque continúa siendo un cantante tremendamente generoso.
Con todo ello, puedo decir que aunque el instrumento está gastado por el paso
inexorable del tiempo, conserva aún una muy buena saludo vocal, yo diría que
envidiable, y su timbre, aquel color chocolate con leche que tanto me gusta
continúa estando allí. Abre la boca, emite dos notas y dices, sí,
indudablemente este es PLÁCIDO DOMINGO.
Y en este tipo de arias Domingo sabe lo que da y lo que
provoca en el público cuando la volada más melódica de ese Nemicco llega a la
parte de “La belleza del cuor ridestar delle gente, racogliere le lagrime
dei vinti, e i sofferenti, ¡fare del mondo un Pantheon! gli uomini in dei
mutare e in un sol bacio e abbraccio tutte le genti amar! Sabe
almenos lo que me hizo sentir a mi.
Se presentaba junto a él la soprano de origen cubano
estadounidense MÓNICA CONESA que, casualidades de la vida, había sido
prefinalista en la última edición del concurso de Operalia de este año celebrado
recientemente en Mumbai.
De figura espectacular, y amanerado gesto excesivamente
teatralizado y arcaico, es una voz fresca y joven, a la que, en una primera
escucha, seamos sinceros, en una breve escucha, crees que estás ante una voz
interesante, con color más bien oscuro y centro-grave poderoso, y agudo a veces
un tanto excesivo y estridente. Sin embargo, esa voz adolece a mi gusto de un
engolamiento terrible y fácilmente audible. La voz en el centro-grave se le
queda atrás en la nuca, afeando sonido en una voz que ya de por si no tiene un
timbre homogéneo y que según en que notas parece imitar el color de la Callas,
que tampoco tenía esa homogeneidad, pero la Callas era la Callas. Punto final.
Escogió para la primera parte dos piezas del repertorio
pucciniano, melódicas, pero para nada fáciles. Un “Vissi d´arte” de la “Tosca”
al que le faltó emoción e interpretación, le faltó creerse el texto y sentir la
música tan maravillosa que sale de la inspiración del de Lucca.
Poca cosa aportó a la genial aria del segundo acto de la
Butterfly “Un vel dì vedremo” al que optó por entonar el “sull´estremo,
confin del mare” de la forma tradicional cometiendo el gran pecado mortal de ir
corta de fiato, rompiendo el legato de la frase afeando y quebrantando la
expresividad del momento cuando respiró justo después de su “confin”. Y es que
ya había empezado la pieza un poco antes en lugar de atacar directamente ese
dificilísimo “Un” de la partitura pucciniana.
Bien la orquesta al mando de MARCO BOEMI. Estaba
esperando que resonara la percusión en el “romba” y sonó, pero siempre
lo he dicho, si una intérprete no te provoca un escalofrío con esta aria,
entonces es que no es la voz adecuada para cantar Puccini. Ni Puccini ni nada.
O, casi nada.
“Macbeth” de Verdi se ha convertido en estos últimos años
en uno de los caballos de batalla de PLACIDO DOMINGO. Su voz actual de
tenor con tintes de barítono hace que puedas escuchar a un Macbetto de timbre
más broncíneo y para nada oscuro que hacen más agradable y plausible al
personaje.
Si bien es cierto que a estas alturas Plácido necesita
las letras cerca, y a pesar de algunos desajustes en las entradas, le escuchas
y lo primero que te sorprende al oír ese torrente de voz en directo y sin micro
es, con su edad, ¿de dónde saca esa voz? Su cara canta relajada cosa que le
permite no afear sus ataques de las notas con movimientos y espasmos
innecesarios de los músculos de la cara. Cubre notas, claro que las cubre, y no
decirlo ni reconocerlo no sería justo. Pero, aun así, sigue transmitiendo con
su arte, con su voz y con su entrega. Y eso le permite marcar la gran
diferencia, aún, con los cantantes actuales. Y no se trata de una fina raya que
se difumina, no, es claramente una de continua y gruesa que dice aún prohibido
el adelantamiento.
Culminó la primera parte con el gran dueto de “Il
trovatore” de Verdi “Udiste… Mira d´acerbe lagrime”, otra de las piezas
que vienen formando parte de su repertorio habitual y que ahora mismo al gran
Domingo le van como anillo al dedo. Quien sepa de ópera y quien conozca de “Il
trovatore” e incluso aquél viajero que no sepa ni de la primera y no conozca a
la segunda pero que, peregrine a Zaragoza sabrá que, a tan solo unos quilómetros
del Auditorio se alza el majestuoso y bien conservado Palacio de la Aljafería,
sede actual del Gobierno de Aragón, en cuyas murallas, precisamente en la
llamada Torre del Homenaje, más bien conocida como Torre del Trovador,
transcurre este último acto de la ópera verdiana al que pertenece este genial
dueto al que, un ducho Domingo rebosante de experiencia y sabiduría dotó de
gran solemnidad en una pieza que de por si levanta pasiones sobre todo en la
parte final del dueto, donde se desata todo el genio de Verdi. Su saber estar,
su faz expresiva – de enfado al principio que se torna esperanzada ante la
posibilidad de poseer a la mujer que tanto desea- junto con una línea de canto
acurada y ajustada, hacen que artista y público entren en una comunión difícil de
explicar y sentir, al menos que estés allí viviendo y cantando cada una de las
frases del Comte di Luna.
Una vez más la soprano MÓNICA CONESA destacó en volumen,
pero su canto fue para mí totalmente inexpresivo y excesivamente engolado y al
que vinieron absolutamente grandes y pesadas las coloraturas de la cabaletta
final con la que culmina un dueto en la que la voz de Domingo se impuso invadiendo
el escenario y arrancando unos fervorosos aplausos de un público deseoso de una
segunda parte dedicada a la zarzuela.
Delirante segunda parte
Allí donde esté PLÁCIDO DOMINGO no puede faltar un
sentido homenaje a la zarzuela, la música con la que creció, la misma que hizo
que yo hoy ame la ópera de la manera que la amo. Domingo se siente cómodo con
ella, a la par que canta en su lengua, y eso, le facilita mucho la retención de unas letras simples pero que a sus años, a
veces, embrollan su mente.
Poca gente es capaz de en un concierto tener en mente y
de forma clara las letras como las tenía yo, tanto de la parte de ópera como de
la parte de la zarzuela, no en vano llevo pues toda una vida nutriéndome de
ellas. Junto con el Maestro, respirando con él, canté primera y segunda parte.
Su primera intervención fue con su sensacional “Ya mis
horas felices” de “La del soto del Parral” de Soutullo y Vert, romanza de
la que, junto con “No puede ser”, Plácido Domingo ha convertido en todo
un clásico. Y es que no es una romanza para demostrar facultades canoras, sino
que es para revelar al público que se sabe cantar, y de eso, créanme que el Maestro,
sabe un pozo.
Fue después de una muy buena ejecución del Intermedio de “Las
bodas de Luis Alonso”, Plácido Domingo abrió con fuerza esta segunda parte
claramente de tintes españoles para deleitar a todos aquellos que amamos el
género.
Siguió también la “Petenera” de “La marchenera” de
Moreno-Torroba a cargo de MÓNICA CONESA con la cual obtuvo muchos bravos.
Demasiados para una ejecución sin brillo y pobre de espíritu a la que supo
rellenar y maquillar con un disfraz infalible: una espectacular figura, una
gestualidad recargada y un agudo final totalmente innecesario que provocó y
encendió unos inflamados bravos por parte del público. Un recurso manido de
aquellos que saben que jamás van a ser lo que quieren llegar a ser y se ganan las
primeras filas de platea a base de truco y mímica.
“Mi aldea” de “Los gavilanes” en la voz de PLÁCIDO DOMINGO volvió
a deleitar nuestros oídos, una romanza que me encanta por su música, por el
especial apego familiar y sentimental que le tengo, pues mí abuelo que fue el
artífice de mí amor por la zarzuela y posteriormente por la ópera y siempre
está presente cuando la escucho, pero, también por la letra que le cae como un
guante a Plácido cuando entona el “no importa que el mozo fuerte vuelva
viejo, si alegre el corazón salta en mi pecho”. Quién ha visto y escuchado
al Plácido de antaño añora lo que ha sido a pesar de que acepta y ama lo que
ahora es, pero, cada vez que oigo pronunciarle estas palabras, en cierto modo
es como si él en aquellos momentos estuviera pensando precisamente esto. Su bella
voz de timbre intacto arrolló el auditorio y aquel Plácido mozo regresó mayor y
más sabio para brindarnos su penúltima pieza en solitario de esta segunda parte
oficial.
Siguió a “Los gavilanes” el Intermedio de “La leyenda del
beso” que para mi fue sin lugar a dudas la mejor ejecución orquestal de la
tarde, al único dueto de zarzuela del programa oficial. “El gato montés” y su “Me
llamabas Rafaelillo” al que a Plácido le gusta, y lo canta con placer y
ganas permitiéndole sacar su alma fallida de torero al cantarse aquello que
todo el mundo sabe y que en alguna vez de su vida ha cantado como es el famoso
pasodoble de esta ópera del maestro Penella, “Torero quiero ser”. Hubo por su
parte un desajuste en una entrada que solventó con inteligencia y acelerando el
ritmo como solo aquellos grandes saben hacer cuando se han metido la pata sin
que la mayoría del público que llena recintos se de cuenta porque ni se fijan
en estas cosas. Y qué volada melódica y qué bien cantado aquello que consigue
arrancarme una sonrisa y hace que un escalofrío recorra mi cuero y que solo él es
capaz de hacerme sentir eso con su “Qué graciosa es mi gitana… qué preciosa…
qué bonita…”
Y de Penella pasamos al gran Barbieri y “La canción de
Paloma” de “El barberillo de Lavapiés” en una interpretación de MÓNICA
CONESA que no me gustó ni en la voz, ni en el gesto queriendo imitar el
vuelo de una paloma, exagerado y rococó y nada refinado, en una romanza que
requiere más de picardía que de pasarse de ademán. Lo más bonito y logrado de
su exagerada teatralidad fue cuando entona la segunda estrofa “Como está mi
ventana cerca del cielo…” en la que
apoyada en la barandilla del atril del director cual si fuera un ventanal,
empieza a cantar mientras la complicidad de un entregado MARCO BOEMI como
si fuera un espectador único marcó un momento simpático y original. Me gustó.
Sobraron sus vueltas, su vuelo y su voz que quedaba en la parte de atrás de la
nuca.
Y allí donde esté PLÁCIDO DOMINGO no puede faltar
su gran “No puede ser” de “La tabernera del puerto”. Emocionante, con un
texto tan bien fraseado y una interpretación tan sentida y antológica que es
inevitable que, la que suscribe, y con mi personal historia con el “No puede
ser” no acabara levantada de la silla lanzándole un bravo colosal. Pero, ¡qué
grande que es, Maestro!
Y de nuevo el Auditorio literalmente a los pies del
intérprete.
Tres, solo tres
Quién asiste a los conciertos de Plácido Domingo sabe de
antemano que el programa no finaliza donde oficialmente la gente cree que tiene
que culminar, porque Domingo, continúa siendo un artista entregado, generoso y
agradecido. Y eso, en el capítulo de las propinas es dónde queda perfectamente
demostrado.
Sin embargo, y tratándose del final de las fiestas del
Pilar pensé que habrían un poco más de bises. Pero no, solo tres. Y después del
concierto entendí el por qué, pues había después una recepción oficial con autoridades
y un encuentro con sus admiradores, e imagino, que tampoco era para demorar más
ese momento. Ni para los artistas, ni para las autoridades, ni para los ansiosos
admiradores venidos de todas partes principalmente de Alemania y Austria, junto
con una minoría de españoles, ni tampoco para el personal del Auditorio que
aguantó estoicamente hasta muy pasadas las 11 y media de la noche o quizás más.
Fue “La morena de mi copla” el primero de los bises
en sonar, una pieza que ha convertido en una de las más esperadas en sus
conciertos, por sus aires de copla populares, de melodía sencilla y a compás de
pasodoble todo muy, muy español, con la que una vez más Domingo hace estallar
unos estruendosos aplausos, la gente en pie entregada a lo que acababa de
escuchar y de tararear, y me di cuenta que no era la única que se arrancó con
la Copla.
Los dos finales
La gran entrada de Cecilia Valdés de la zarzuela cubana
del Maestro Roig fue la pieza escogida por MÓNICA CONESA, una romanza
que está debiendo popular y que tiene una melodía muy bonita y ritmos cubanos
sabrosones que invitan al baile de la intérprete y del público que, después de
dos horas, el cuerpo ya le pide fiesta. La he escuchado mejor cantada, e insisto,
a pesar de que convida a mover caderas, si quieres hacer un espectáculo de
baile, eso al Molino o a Pasapoga, no en ese lugar.
Arrancó lógicamente unos estruendosos bravos sobre todo
por parte del público masculino. Pero eso es ir a lo fácil. Lo siento, pero,
valga la redundancia, lo siento así.
El último de los bises fue precedido de una explicación emanada
de los labios del propio Domingo. Nos entonó a capella ese “Por fin
te miro, Ebro famoso” de la zarzuela “Gigantes y Cabezudos” que además le
hubiera gustado cantar de haber allí coro, pero no fue posible. Alguien gritó
desde el público “La jota de la Dolores”, pero estaba claro que eso Domingo no
lo cantaría, así es que, apostó por el dueto de “El dúo de la Africana” por eso
de que en su letra dice… “Ay baturro fogoso, nacido muy cerca del Ebro
famoso…” en el que nuevamente la experiencia y el saber estar aplastó a la
inexperiencia y juventud.
Lo que no podía pensar era que allí finalizaba todo. Ni
un solo bis más. Ni aquel “Los de Aragón” en su romanza “Cuántas veces solo”
que se cantó en 2018, ni cualquier otra mención a la verde llanura aragonesa
que el Ebro riega a su paso.
Nada. Y partitura en mano, Plácido abandonó el escenario dejando
atrás dos horas de música que transcurrieron en un suspiro.
La anécdota de la tarde
Encima del escenario he visto a Plácido luchar con los
micros, con las partituras, con el tremendo oleaje de una orquesta pasada de
decibelios… pero hasta el día de ayer no le había visto tan pendiente del molesto
atril que sostenía su carpesano con las letras. Para adelante, para abajo para
que no le tapara la cara, sorteándolo en sus entradas porque lo dejaron tan
cerca del de Mónica Conesa que Plácido no pasaba por el medio. En fin, fue una
sucesión de entradas y salidas en las que ibas diciendo, vamos a ver que no
tropiece con esto o con lo otro. Y digo yo, pero ¿para qué sirven los ensayos? ¿Es
que nadie es capaz de poner un atril bien, con la separación necesaria y a la
altura pertinente para que no tape a los intérpretes? Ya no recordamos los
tiempos de pandemia en que teníamos que guardar… ¿cuánta distancia de seguridad
entre las personas…? Ni lo recuerdo. Y si yo no lo recuerdo, está claro que, en
los teatros, tampoco. Y así van las cosas.
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