Cuando la felicidad tiene nombre y apellidos


Tuvo que ser en Sevilla, en esta ciudad que embruja al que la visita, la que fuera testigo de mi reencuentro con la voz que hace más de treinta años que acompaña mí día a día.

Bajo la luna plateada de un casi ya final de verano largo y cálido por que sí, las infernales temperaturas del día dieron paso a una agradable brisa que acarició la noche sevillana en un enclave icónico como es la Plaza de Toros de la Real Maestranza. Allí, en esa plaza por la cual han pasado los más importantes toreros, allí donde Bizet la escoge como marco en el final de su “Carmen”, allí, precisamente allí fue donde se presentó de nuevo ante el público sevillano y el venido de fuera el gran PLÁCIDO DOMINGO.

La noche era especial. Había chisporreos de magia en el ambiente. Tenía un sabor especial. Como en todos los conciertos en que este gran artista ofrece. Siempre así y sin excepción.

Plácido, de 81 años, sí de 81 años, el dato es importante y relevante, saltó al ruedo y nunca mejor dicho, ofreció, como siempre todo lo mejor de sí mismo. Todo aquello que puede ofrecer a sus años. Disfrutarlo y aceptarlo en esta etapa final de su carrera está en cada uno de nosotros, y como siempre depende de los ojos con los que se mire y con los oídos con los que se escuche.



¿Por qué aún?

Esta pregunta me la han hecho muchas veces. Muchas. Me la ha formulado la gente que me conoce y sabe de mi trayectoria y de mi admiración por Plácido, y gente que se sorprende de que tantos años después esté aún intacta mi pasión y la ilusión con la que empecé a admirar a este gran artista siendo aún una pre adolescente. Y mi respuesta continúa siendo la misma e inalterable 32 años después.

Pues porque Plácido con su voz me hace sonreír, así de tajante y real. Porque su voz y su arte aún conservan el poder para arrastrarme allí donde tenga la oportunidad de irle a escuchar. Porque su fraseo, su gusto, su decir continúa estando intacto. Porque su voz me llega hasta el fondo de mi alma y me da bienestar. Porque cuando canta, notas perfectamente que disfruta y eso a mí me hace disfrutar a la par viendo cuán feliz es Plácido encima de un escenario. Porque cuando emite las notas, aún y a su edad, sigue produciéndome escalofríos. Porque logra que me emocione, que nazcan las lágrimas en mis ojos cuando le escucho y revuelva agradablemente mi cuerpo con un sinfín de sentimientos que mezclan emociones, recuerdos, nuevas sensaciones y también nostalgia. Porque cuando lo explico, revivo el momento y me emociono por todo cuanto sus actuaciones me proporcionan. Porque he aprendido a aceptar y disfrutar lo que ahora nos puede dar – y desengañémonos- que aún es mucho teniendo en cuenta la edad que tiene. Porque no le exijo lo que sé que no me puede dar. Porque a mí me vale lo que me da. Porque aprecio su valor, su coraje, su valentía y sus ganas de subirse aún encima de un escenario. Porque da generosamente lo que tiene y lo que no. Porque le admiro y le respeto profundamente. Pero, sobre todo, y por encima de todo lo anterior, y que no es poco, porque escucharle y verle me hace inmensamente feliz. Y eso, no tiene precio en la vida de una persona.

Que un artista tenga la capacidad, y a sus años, de hacerte sentir todo esto, es de aquellas cosas tan raras y remotas que solo grandes como lo es Plácido Domingo, logran. Cante ópera, cante zarzuela, cante tango o cante rancheras. Lo que está claro es que a nadie deja indiferente. Que alguien con esta capacidad de remover sentimientos haga que durante 2 horas y media de espectáculo solo haya música, solo haya buen ambiente, que solo haya felicidad es absolutamente para destacar. Y lo digo así de claro y alto porque es como lo siento. ¿Quién sino Plácido Domingo te hace salir de un concierto con una sonrisa que no cabe en la cara? Que de Plácido Domingo solo hay uno, y que no existiera, tendrían que inventarlo porque el mundo de la ópera sería muy aburrido sin y pobre de espíritu sin él.

Lástima que no le tuve delante ni tuve la oportunidad de poderle decir todo esto en persona. Una vez más, no se pudo dar un encuentro. Pero, de todo corazón y humildemente, se lo digo aquí: Maestro, fue Vd, únicamente Vd. con su voz y su saber hacer quien hizo que fuera la persona más feliz de todas las que el sábado llenaban la Real Maestranza. Gracias por su arte. Gracias por darnos tanto. Gracias por hacerme tan feliz. ¡Larga vida, Maestro!



Festival “Noches de la Maestranza”

Plácido Domingo puso punto y final a este recién inventado festival de verano en Sevilla. A él le precedieron artistas como Joan Manuel Serrat, Eros Ramazzotti o Niña Pastori, entre otros.

El marco, inmejorable. Una plaza vestida con la mejor de sus galas para acoger a aquel a quien, años ha, tan vinculado ha estado con la ciudad. Fue precisamente Plácido Domingo quien impulsó una temporada de ópera estable en Sevilla. Fue asesor artístico durante la Expo’92 y muchos de los que lean estas palabras, recordarán sin lugar a dudas, la gala de inauguración del Teatro de la Maestranza por la que desfilaron, en 1991, casi todas las leyendas de la ópera española. Muchos de ellos, ya no están desgraciadamente entre nosotros, otros, están ya retirados. De todos ellos queda en activo solo Plácido.

Me gustó como vistieron la Plaza de Toros. La arena se cubrió de césped artificial, y el amarillo desierto del ruedo vestido ahora de verde, albergaba una platea generosa con varias hileras de sillas blancas impolutas con el numerito de la localidad colgado detrás. Dicho sea de paso, por el precio al que se pagaban las entradas en platea, no eran para nada cómodas, ni tan siquiera un pequeño cojín o algo que amortiguara la dura madera. Tan pobre fue, que por no haber no hubo ni programa del concierto ni tan siquiera en código QR, como ya viene siendo habitual en muchos sitios en la época post-Covid.

Pantallas gigantes a los dos lados del escenario y una megafonía que no siempre iba muy fina. Lo único que atestiguaba que aquello es una Plaza de Toros, pues las graderías iluminadas con una luz amarillenta y las barreras protectoras del ruedo. En cuanto al resto, daba la sensación de estar en un festival de verano cualquiera, pero no en Andalucía, porque como he dicho por la noche, el bochorno cansino del día dio tregua hacia una noche realmente mediterránea y para nada húmeda. No se vieron abanicos. No hacían falta. Y eso amenizó el espectáculo siendo la agradable temperatura un cómplice perfecto de los artistas.



Sabor sevillano

Como ni podía ser de otra manera, la primera parte estuvo dedicada enteramente a la ópera, y tuvo a Sevilla como telón de fondo, exceptuando dos momentos.

En esta ocasión, la REAL ORQUESTA SIMFÓNICA DE SEVILLA estuvo dirigida por el maestro EUGENE KOHN, un habitual en la carrera de Plácido Domingo y especialista en esta clase de eventos multitudinarios.

La obertura de “Carmen” abrió una noche que presagiaba ser inolvidable. Habría sido un condenable delito si en Sevilla, si en la Real Maestranza, no hubiera sonado esta manida y preciosa obertura para situar al espectador. Aquello era Sevilla. Señores, están en Sevilla y Sevilla ya se sabe – dicen – tiene un color especial. Sevilla tiene magia y eso se percibe en el aire, en sus calles, en los más recónditos rincones de Santa Cruz. Allí, en ese laberinto de callejones distintos se respira un ambiente diferente y único. 





La primera aparición de PLÁCIDO DOMINGO en el escenario despertó ya los primeros atronadores aplausos y bravos. Escogió el aria “Nemico della patria” de la “Andrea Chernier” de Giordano, que nada tiene que ver con Sevilla, pero que interpreta fantásticamente bien. Y la cosa no había hecho más que empezar. Plácido venía fresco y reposado después de un parón vacacional y se notaba. Eso ya hizo que en mis ojos aparecieran las primeras lágrimas de emoción. Su “La coscienza nei cuor ridestar delle genti” ya te pone en aviso. La orquestación de Giordano cambia completamente en ese tramo final y se vuelve mucho más sentida que en el resto de la propia aria para culminar con un “e in un sol bacio e abbraccio tutte le genti amar” que con la fuerza del libreto, de su significado (y en un solo beso y abrazo, amar a toda la gente) y con la emoción que Plácido le pone, es imposible que no te emociones, valga la redundancia, con él. Tengo debilidad por esta aria, sí, confieso mi delito.

Entramos después en un tramo dedicado a “La forza del destino” de Verdi. Hecho expresamente, claro, ya que la obra transcurre obviamente en Sevilla. Fue un desigual JORGE DE LEÓN quien, después de la introducción orquestal pertinente atacó con “La vita è inferno a l´infelice”. Una voz la suya que no es especialmente agradable en la zona central, demasiado oscura y tosca – para mi- y que alcanza quizás un poco más de belleza en la zona más alta, en la que también allí encuentra sus puntos de dificultad.
Tiene volumen y registro, nadie lo niega, y yo tampoco. Pero le falta matiz, dulzura, sentido del fraseo y seguridad en la zona alta que siempre da la sensación de rayar el accidente vocal.



Seguidamente la soprano uruguaya MARIA JOSÉ SIRI, que viene siendo desde hace una época habitual en los conciertos y espectáculos de Plácido Domingo, abordó la segunda pieza dedicada a “La Forza del destino”, el “Pace, pace mio Dio” que empezó muy bien la voz con un efecto regulador en el volumen de primera. Siempre lo he dicho y continuó pensando, y más por lo que le he escuchado recientemente, que Siri tiene una gran voz y tiene un talento especial para la expresión, para el fraseo, para el saber decir, para marcar el texto, y esto me gusta. Porque lo intenta, porque lo hace y porque lo consigue, sin embargo, es una voz con mucho cuerpo y con mucho volumen que no siempre sabe dominar. Y es en estos momentos cuando desde mi punto de vista pierde el control de la situación, y ya no percibes voz, ya se encamina al grito y eso sin tener para nada un timbre estridente. Creo sinceramente que, si consigue dominar esto, Maria José llegará más lejos de lo que ha llegado ya.






Temiendo que sonara la clásica, en este tipo de conciertos, obertura de “La forza del destino”, PLÁCIDO DOMINGO nos sorprendió con el imponente dúo de tenor y barítono de esta misma ópera al lado de JORGE DE LEÓN.

“Invano Alvaro ti celasti al mondo” la misma pieza que, 31 años antes sonó en la inauguración del Teatro de la Maestranza al que días antes del evento, como aquél que dice, le habían puesto la última piedra. 31 años antes, aquel 10 de mayo de 1991, Plácido compartió escenario con otro gran español ilustre, el barítono Joan Pons. Barítono, claro, porque allí Plácido cantó de tenor.

Años después el gran Domingo, como un guiño a ese concierto cambió de role y se puso en la piel de Don Carlo y desafió a un Don Álvaro, antaño soldado, ahora convertido en monje.

Es verdad que hubo momentos de lapsus en la letra por su parte. Me dio la sensación que fue una pieza escogida para la ocasión y la cual no tiene para nada rodada, como barítono. Y es normal. Que son 81 años. Bueno…¿y qué? ¿Disfruté menos debido a esto? No, para nada. Porque no salía de mi asombro por su capacidad camaleónica y por su valentía, arriesgando en un programa operístico difícil, porque no fue un concierto de trámite para nada. Fue una primera parte muy exigente y no un simple bolo de verano en el que hubiera podido escoger cualquier otra pieza mucho más cómoda y fácil y que no le exigiera la concentración que requiere la ópera, una concentración que ahora mismo le empieza a pasar factura. Pero es lógico. ¿Quién canta de manera más que aceptable a los 81 años? Pues evidentemente solo 1. Y ese uno, tiene un nombre y apellido bien bonitos.

¿Vamos a juzgar a un cantante con 81 años por lo mismo que exigimos a uno de 40? No se puede hacer esto porque se puede salir lastimado en el intento.



Finalizado este dueto, llegó uno de los momentos inesperados para mí. De repente las notas de la Obertura de “Le nozze di Figaro” de Mozart, que, por ende, también transcurre en Sevilla. Esos compases inconfundibles que dan la sensación de movimiento en las estancias, en los pasillos, de enredo, de vodeville… Mozart no podía faltar en la noche sevillana. Su personaje más famoso, Don Giovanni, el seductor español, cedió su sitió a un pícaro Figaro que logró captar la atención de todo el público.





Finalizó la primera parte del concierto con otro dúo que transcurre en España, pero sorprendentemente muy lejos de Sevilla. “Mira d´acerbe lagrime” de “Il Trovatore” de Verdi, otro de mis duetos preferidos, y donde un PLÁCIDO DOMINGO mucho más centrado y tranquilo que en el dueto anterior cantó junto a una más que acertada MARIA JOSÉ SIRI.

Los momentos dubitativos de atención y concentración que se habían sucedido en la Forza, dieron paso a uno de los momentos más especiales de esta primera parte. Es un dúo que ha cantado mucho y popularizado mucho y con el que obviamente, Plácido, encontró la comodidad que le daba lo conocido y rodado. Impresionante las dos voces al unísono.

Fue el propio Maestro Konh quien anunció un breve descanso de entre 15-20 minutos. Eternos.



Y con la zarzuela hemos topado 

Después de la danza de “La vida breve” de Manuel de Falla se sucedió un programa dedicado íntegramente a la zarzuela, con piezas muy conocidas y habituales en los conciertos de homenaje a este género, pero también de romanzas menos frecuentes, no por ello menos conocidas por aquellos, que, entre los cuales me encuentro, amamos tan profundamente esta música tan nuestra.

“Luche la fe por el triunfo” de la “Luisa Fernanda” de Moreno Torroba, fue la romanza con la que PLÁCIDO DOMINGO abrió la segunda parte. Con voz poderosa, que sorprende por volumen, por un volumen que impone aún y que imprime su sello personal y distintivo como es ese saber cantar, ese fraseo y ese timbre bellísimo que conserva intacto aún con el paso del tiempo.
Y no es para menos decir, ni le quita mérito al arte del Maestro Domingo que, es precisamente en este género, en el que ahora se encuentra más cómodo.
Lo conoce, lo ha sentido y vivido desde niño, y le requiere ahora mismo – entiéndaseme bien- menos exigencia y concentración. Y eso se nota. Él la disfruta cuando la canta. Y nosotros, aquellos que, al igual que él, amamos la zarzuela, nos transmite ese amor y ese disfrute. Y con estas condiciones, obviamente, todos salimos ganando.





Qué momento de expresión y matiz tuvo MARIA JOSÉ SIRI en la romanza de Rosa de “Los claveles” de José Serrano, “Qué te importa que no venga”. Es que es de loar su acento, y su fraseo, e incluso el timbre de voz cuando dosifica el volumen.
Cabe decir que era la primera vez que la escuchaba en directo. Su voz, como anteriormente he dicho impresiona y su actuación en el escenario es seria y respetuosa. Pero el torrente de voz que tiene, o la emoción que le pone detrás, le traiciona.

Y de nuevo PLÁCIDO DOMINGO junto a JORGE DE LEÓN interpretando su segundo dueto de la noche. En esta ocasión viajamos a las costas catalanas de Lloret de Mar, pueblo pesquero donde transcurre la “Marina” de Emilio Arrieta. “Se fue, se fue la ingrata” uno de los momentos más bellos de la obra y en el que sucedió un poco lo mismo que en el dúo de la Forza, a pesar de aquí Plácido estaba a sus anchas, permitiéndose incluso poner cara y gesto a lo que Jorge iba cantando. No, definitivamente la voz de Jorge de León no es bella. Cumple, sí, pero para cantar, para emocionar, para que te hagan sentir que aquello que cantas es especial o que con tu voz lo haces especial, hace falta mucho más.





Y sin salir del escenario, una vez Plácido ya lo había abandonado, llegó para JORGE DE LEÓN uno de los momentos más exigentes de esta segunda parte, con una romanza bellísima que no suele prodigarse mucho en los conciertos. “Hecho de un rayo de luna” de la zarzuela “La leyenda del beso” de Soutullo y Vert. Permítanme… qué geniales compositores… Tenía que decirlo.
Una romanza difícil, bella, poco cantada porque es de una dificultad extrema y a la que su voz – perdóneme el artista – no le hizo, a mi parecer justicia, haciéndosele bastante cuesta arriba.

Otro de los momentos más españoles, y también más aplaudidos, y sorprendentemente, al que no se le había puesto voz, fue cuando la REAL ORQUESTA SIMFÓNICA DE SEVILLA bajo la dirección del maestro KOHN interpretó el intermedio de “Las bodas de Luis Alonso” de Gerónimo Giménez. ¿Quién no conoce este pasaje orquestal? ¿Quién no lo ha escuchado alguna vez en su vida? Y, ¿cuántas personas del público, no siguieron ese compás tan característico con pies y manos? La respuesta, pues fácil, a mi alrededor, todos.

Las filigranas y castañuelas que salieron de la pluma de Giménez dieron paso al dueto que sirve como telón de fondo a uno de los pasodobles más famosos en todo el mundo y que, si no voy equivocada, siempre se toca en las corridas de toros. El dueto “Me llamabas Rafaelillo” de la ópera del maestro Penella “El gato montés” con su final “Torero quiero ser…” y encima interpretado en la Real Maestranza, levantaron ya por primera vez al público hispalense que el sábado por la noche se dio cita en este recinto. Agradecí que MARIA JOSÉ SIRI no le palmeara ni taconeara el “Torero quiero ser” a PLÁCIDO DOMINGO. ¿Y por qué digo esto?
Pues porque por lo conocido de la pieza, porque en Sevilla las palmas es algo connatural en sus habitantes, y en una plaza de toros y en una zarzuela claramente de ambiente taurino, aquello hubiera podido ser todo un festival que, a pesar de contar con una megafonía atronadora, hubieran ensombrecido el arranque torero de Plácido.

Y el programa oficial terminó con una “No puede ser” de “La tabernera del puerto” en una interpretación de PLÁCIDO DOMINGO que en los días que corren, es difícil de escuchar con este sentimiento y pasión, pero también con una voz que sorprende y que no puedes evitar preguntarte, ¿pero vamos a ver… de dónde saca la voz este señor?
El segundo momento de la noche en la que Plácido me hizo llorar y en una romanza que para mí significa mucho, que me trae muchos recuerdos y que me vincula aún más estrechamente a personas que ya no están conmigo pero que siempre me las llevo a mis conciertos.






El momento en el que la Real Maestranza se le pone de pie

Ducho como es en su arte, PLÁCIDO DOMINGO aún guardaba varias sorpresas para la tanda de propinas. Cuando le vimos entrar con una gran sonrisa y una partitura en la mano, ya dijimos… “a ver la que lía ahora”… Lejos de liarla, si aún no había tocado lo suficiente el talón de Aquiles del público sevillano con un repertorio que fue un pedal continuo de guiños a Sevilla, el grandísimo Domingo se arrancó con, quizás, una de la coplas más bellas y bonitas de todo el repertorio, “Morena de mi copla” de Alfonso Jofre de Villegas.

No hizo falta presentación, porque todos los ahí presentes, sevillanos, españoles, e incluso los extranjeros que habían cruzado medio mundo para estar allí, la reconocieron.
La música, independientemente del género que sea, digamos ópera, digamos zarzuela, digamos tango o bolero, o lo que sea, si es bonita, la cante quien la cante llega al corazón del público.
La copla tiene todos los ingredientes necesarios y suficientes para gustar, claro está, al público que esté dispuesto a ello: explica una historia generalmente de amor o desamor, de traición, de celos, o de nostalgia -cuál ocurre en la ópera, ¿nos suena, verdad?- con diferencia de que Verdi o Puccini, necesitan 2 horas y un poco más (Wagner… pues bueno…unas 4 por lo bajo), y en cambio la copla, con dos minutos, remata la faena con unas letras bien construidas, fáciles y que llegan y con una música realmente en muchas ocasiones talentosa y envidiable.
Además, y hecho que también influye, la copla siempre hace alusión a este nuestro gran país que es España y eso, a los españoles, nos toca y nos hace vibrar, lo mismo que un francés cuando escucha “La marsellesa”.

Y pensaba yo, si siendo española, y en esta ocasión estando en España aunque a muchos quilómetros de mi casa, eso a mi como española me llega, me emociona, no me quiero ni imaginar escuchando esa “Morena de mi copla” fuera de nuestras fronteras, porque aún removería muchos más sentimientos. Un poco como también se canta en el pasodoble “En tierra extraña” que ya había cantado Doña Concha Piquer y que narra la vida de unos emigrantes españoles en Nueva York durante una cena de Nochebuena y que bebiendo vino en una reunión de españoles haciendo eco de la nostalgia hacia su país dicen, “que bien sabe este vino cuando se bebe fuera de España”… Si una escribiendo esto se emociona, cómo no tenía que emocionarme teniendo a Plácido delante de mí cantando esta belleza de copla.

Y esta “Morena de mi copla” reúne todos estos elementos. Plácido lo sabe. Y fue un disfrute verle tan cómodo, tan feliz cantando, verle como su expresión cambiaba y se tornaba realmente tan placentera y de satisfacción cuando sus labios arrancaban ese… “Morena… la de los rojos claveles…” Qué bien se lo estaba pasando… Esa cara, esa sonrisa, esa voz… Creo que no hubo nadie, nadie que no le hiera los coros el sábado. A mi lado una pareja que la tarareaba, a mis espaldas, uno de los integrantes de “Los del Río”, también hacía lo propio, y yo… que acostumbro a hacerlo siempre, pues también.
Los olés cuando llegaba el citado pasaje eran impresionantes. Fue uno de los “momentazos” de la noche, como alguien popularizó y sinceramente pienso que si Plácido hubiera pedido “colaboración” al público como a veces suele hacer, nadie se lo niega, y la Real Maestranza se le pone en pie y le acompaña. El final, pues ya se puede imaginar. La Real Maestranza enloquecida y lanzándole bravos “a grito pelao”.

Pero lo más importante es que, como digo, es que a Plácido se le veía extraordinariamente feliz cantando a sus anchas algo que para él no presenta la menor dificultad. Y con toda sinceridad también puedo decir y testimoniar que pude ser partícipe de esa felicidad. Porque en ese momento era lo único que podía sentir, y el resto del mundo no existía.


Un momento que tampoco olvidaré

Por lo especial y por lo que me sorprendió y que, sin ir conmigo, hizo de nuevo que se me pusiera la carne de gallina.
Eso se produjo cuando JORGE DE LEÓN estaba cantando un “Júrame” que sin duda no pasará a la historia de este concierto, ni mucho menos, pero creo que lo sucedido en ese momento, a mi sí que me acompañará siempre.

Hay un momento muy bonito de esta bella canción en el cual se dice “Bésame, con un beso enamorado como nadie me ha besado”…
Aquí, yo creo que se produjo magia. A mi lado tenía sentada una pareja joven, entre 35-40 años. Sevillanos ambos de pura cepa, y vale decir, los dos muy atractivos. Justo cuando Jorge entona esto, el chico que estaba justo a mi derecha, se inclinó hacia su pareja y le dio un beso, largo, como manda la canción “un beso enamorado”. Un beso limpio, bonito. Un bonito beso de amor.
Sí, no iba como decía lógicamente conmigo, pero me pareció muy bonito y estremecedor. No dije nada, ni les comenté nada, lógicamente, fue un momento muy íntimo pero que ellos compartieron sin el menor pudor. Un acto de amor, sin lugar a dudas. Solo desear que este amor, les dure.


Tramo final

Plácido aún tenía cuerda para un rato más. Y cantó de Agustín Lara una canción que en su momento prodigó bastante en el disco dedicado a este compositor mexicano, “Bajo el cielo español”. De nuevo como decorado, Sevilla, con “Clavel sevillano” partitura en mano, algún pequeño desliz que dejó al desempolvar una partitura de la que seguramente debe hacer más de 25 años que no canta.

Seguidamente fue MARÍA JOSÉ SIRI la que interpretó “Tres horas antes del día” de la zarzuela “La marchenera” de Moreno Torroba y, cerró el concierto, otro de los clásicos del inmenso repertorio que atesora el grandísimo PLÁCIDO DOMINGO, y que no podía ser otra canción que “Granada”. Y de nuevo la Maestranza de pie rendida a aquella voz que acababa de darlo todo a un público completamente en comunión con el artista madrileño. Ya no hubo más bises, a pesar de que las inconfundibles palmas sevillanas pedían a Plácido más.


Declaración de intenciones

No miento, y la gente que me conoce lo sabe porque lo he comentado en más de una ocasión, que iba completamente convencida y con muchas ganas a este concierto después de un lapsus de dos años de Covid y porque no se había dado la oportunidad de poderle escuchar antes.
También iba pensando, debido a su edad, que 81 no son pocos, de que esta vez en Sevilla, y más después de sus últimas actuaciones y reportes en los que se lo ha machacado mucho si se me permite usar esta palabra, de que esta sería sin lugar a dudas mi última vez. Mi despedida. El final. Mi final, lógicamente, de poderle ver en directo, aunque estaba segura que él seguiría un poco más aún, pero no tenía la esperanza de volver a verle.


Sin embargo me encontré a un Plácido en forma – siempre valorando y teniendo en cuenta su edad- un Plácido Domingo que como viene sucediendo va a tener días mejores, y días no tan buenos, claro está, pero un Plácido que – Dios le guarde la salud- va seguir quizás mucho más de lo que yo me pueda imaginar.

No sé si sea ya o no la última, ya que esto vengo diciéndolo desde el año 2008 y en cada función me digo “puede ser la última”, “esta será la última”, “ya no le veré más”… Pero bueno…después de lo del sábado, tengo mis dudas – agradables dudas, claro- y eso me abre las puertas a la ilusión de podría haber una próxima vez y de que a lo mejor, y ojalá así sea me he vuelto a equivocar y a anticipar, y ésta, la del sábado, no sea la última.

Vamos a dejarlo en que Sevilla fue… la penúltima.



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