“Le Chanteur”: Canciones francesas, melodías del mundo
Lo primero que me viene a la
mente cuando escucho un nuevo cd del gran ROBERTO ALAGNA es lo bonita
que es su voz, en lo bien que suena y sobre todo que, a lo largo de más de 30
años de carrera, lo sana que se conserva. Todos los harmónicos de esta bella
voz mediterránea están ahí, intactos, resistiendo con elegancia el paso inexorable
del tiempo. Una voz que te lleva a soñar y a disfrutar. Sin duda alguna, la mejor
y más bella voz de tenor actual posterior a la generación de los tres tenores.
Grabado en pleno
confinamiento, en este nuevo disco “Le Chanteur” Roberto Alagna nos propone un alentador
viaje dentro y fuera de Francia a través de melodías populares francesas
rellenas de letras impactantes, potentes, sufridas y en ocasiones también
azucaradas. Sin lugar a dudas, con este “Le Chanteur” invita al oyente a
desplegar su imaginación, su posibilidad de crear imágenes y lugares, y con ambas
a trasladarse desde los barrios de Montmatre y el patetismo de los años 20-30
hasta la Argentina de Carlos Gardel para regresar, al final, a ese París de
Alagna que ha sido fuente de inspiración de tantas canciones, de tantas
películas y de tantas óperas.
Si hay algo que tiene la
música popular francesa, es que, con tan solo los primeros acordes, eres capaz
de reconocer París, de sentir como surcas el Sena y cómo son los paseos por sus
grandes boulevares e inclusive, de oler el ambiente de los antros de bajo fondo
de Montmatre.
Y es que para mí, el viaje
empieza precisamente allí, en Montmartre con la canción que da título al disco.
Esto es, con “Le Chanteur”. Ya con las primeras notas quedas mentalmente
situado y, se adivina tras su discurso que es el cantante-actor, Roberto
Alagna, quien personalmente nos invita a cada uno de nosotros a ese recital
explosivo de sentimientos y recreación de lugares que escucharemos a
posteriori.
Cuál Tonio en Pagliacci en
su prólogo, veo a Roberto convertido en Canio, y, enharinando su cara deja
entrever al cantante, aquél que reirá y que llorará a lo largo del cd, ya nos
lo dice. Con estas bien colocadas y encontradas palabras – que serán fundamentales
en este recorrido- Alagna comienza su recital en París y lo culminará también
en la ciudad de la luz después de haber dado la vuelta al mundo, igual que
cualquier cantante-actor. “Venid esta noche a ver al cantante, el cantante que
os hace ver a aquél que ríe a aquel que llora”.
Escuchad con qué elegante
fraseo, con que dominio de las palabras, de los silencios y del buen gusto,
Roberto Alagna nos deja en esta primera canción. Soberbio. Magistral. Y eso,
solo es el principio.
Empieza la función
Sin movernos de Montmartre.
Cualquier local, una noche
como tantas otras de las noches que se viven en ese barrio. Finales años 20,
principios de los treinta, quizás. Humo y aire sofocante dentro, y frío
invernal fuera. El ambiente está muy cargado y las copas de alcohol servidas en
vasos raídos por el tiempo y el uso han dejado ruedo en las pegajosas mesas de
madera. Llega la locura y la obcecación con ese “Padam, Padam”. Me alegro de no
entender el francés al 100%, porque ello me permite dar rienda suelta a mi
imaginación y a la creación de imágenes en la mente a partir de una música que es
lo suficientemente descriptiva. “Padam, padam, padam…” una y otra vez, como
alguien que da vueltas de forma descontrolada después de haberse pasado un
tanto por las copas. “Padam, padam, padam” y cada vez más fuerte e intenso. Y
cada vez más subido de tono. La música que acompaña ambienta la canción y los
personajes. Ojos excesivamente maquillados y labios rojos hasta la exageración.
El ambiente de un cabaret barato, de los bajos barrios. El cabaret patetizado y
agobiante de Liza Minelli.
Pero seguidamente, Roberto
abandona por un momento Montmartre y, sin dejar aún de lado París nos propone
conocer una cara más amable de la ciudad.
Un domingo en París. Los
domingos en París los imagino tristes y más en tiempo de pandemia. Junto con el
otoño – estación a la que siempre he asociado esta ciudad-, el cielo gris y los
nubarrones amenazadores de tormenta vacían las calles, unas vías en las cuales
solo cobran vida las alfombras de hojas muertas que caen sin piedad sobre el
cemento urbano.
“Les feilles mortes”. Así es
como imaginas a Roberto, solo, caminando por alguno de sus amplios boulevares.
A ambos lados, hileras de árboles que se van deshojando. El ambiente, húmedo.
Triste y melancólico. La soledad del cantante y la tristeza del amante aunadas
en esta canción le permite un canto relajado y suave en ese París tan suyo, y que
gracias a su voz, ahora tan nuestro.
Pero Roberto no se conforma
con esto. Si al principio hueles los atolondrados y malolientes años 20, luego,
desciende de Montmatre hasta el centro de París, con su “J´attendrai”. Ves unas
calles en las que empiezan a titilar las primeras luces del amanecer y el aire
que respira, mucho más limpio, deja atrás la cargada noche que muere.
Aquí imaginas al
actor-cantante en una época muy posterior. Años 50, una sala elegante. El
vestuario caro y el ambiente lujoso de una sala de fiestas de postín. Un cóctel
que combina a la perfección con la línea canora de Roberto. Y aquí deja
entrever de nuevo que su fraseo no es bueno por casualidad, al igual que su
gusto innato por la belleza. Y eso, se tiene o no se tiene. Y Roberto, lo
tiene. Y muy agudizado, además.
“J´attendrai” empieza
haciendo un guiño al coro de “bocca chiusa” de la “Madame Butterfly” de Puccini
y en la que Roberto está absolutamente fantástico. Y allí es donde sale una vez
más lo que yo llamo “tener la sonrisa en la voz”. Alagna la tiene, y te das
cuenta de ello por su manera de cantar. No hace falta que le veas para saber cómo
el cantante interpreta al personaje, como el cantante hace de actor. Su voz nos
lo dice.
Y habiéndonos mostrado
diversas caras de París, Roberto, ahora sí, hace sus maletas y abandona su
Francia para irse a otro país.
Tengo que reconocer que
cuando escuché la canción “Adieu mon pays”- la pieza más exótica del disco- el
primer país que me vino en mente fue Afganistán. El estilo de música
árabe-musulmana que me sugiere me hace ver a un Roberto en medio de un desierto
bien protegido del abrasador beso del sol, lamentando haber dejado toda su vida
en otro lugar y, a su hija, en otro país que le puede dar una oportunidad mejor
de vida. Los ecos de su hija pequeña MALÈNA, en esta primera
colaboración con su padre, nos llevan al desgarro y al dolor de un padre que
está lejos de ella. Aunque tiene sentido, para mí, es la canción que me
descuadra de este disco en una primera escucha, pero que luego, me he dado cuenta
de que es una pieza clave para entender la idea de “Le Chanteur”.
Necesito una brújula
Una de las características
que me llaman más la atención de este trabajo es que las piezas se van
ejecutando sin solución de continuidad y ya desde la primera de las canciones.
Seguramente esté hecho a posta para que el oyente entre dentro de la función
que Canio, el actor-cantante, el que ríe, el que llora, nos invita a disfrutar.
Me gusta, pero a la vez me
provoca un poco de caos. Hasta ahora el recorrido ha estado muy bien marcado,
por estilos, por ambientes, y por fraseo.
Abandonamos Afganistán y
maleta en mano Roberto aterriza en un barrio cualquiera de Argentina.
En “Un jour je te dirai” es
indiscutible el estilo del tango porteño, y una vez más, Roberto Alagna
despliega toda la belleza de su voz, y con el toque justo de tristeza y del
desgarro del tango, hace de esta pieza una interpretación magistral,
aprovechando todos sus recursos expresivos y el gran uso y el partido que saca
a aquellos silencios de los que una vez la gran Teresa Berganza dijo que
“también eran música”. Y cuánta razón tenía.
Seguidamente, del tango
Argentino, Roberto sigue trazando su ruta con la canción “Mayari” que canta a
dúo con su hija mayor ORNELLA. “Mayari” es para mí uno de los bombones
del disco y situada estratégicamente justo a la mitad del recital. Recordemos
que de Afganistán viajamos, más o menos, en línea recta a Argentina, y desde
Argentina, Alagna de nuevo en línea recta nos traslada a Cuba. Al menos es lo
que me sugiere cuando escucho los primeros compases de esta canción. Puedo
reconocer claramente el estilo de Lecuona, pero me generó duda en uno de los
momentos de la canción en los que unas simples palabras pusieron en jaque mi noción
del tiempo y del espacio. ¿Era Cuba o era África? Los balbuceos de Ornella
simulando la esclava Mayari, ininteligibles para mí me hicieron dudar. ¿Cómo
podía ser que desde Argentina reculara a África? No tenía sentido ir de nuevo
sobre los pasos ya dados.
Pero no, cuatro vocablos en
español de Roberto Alagna simulando el estilo y acento cubano me reafirmaron
que no había errado a la hora de adivinar en qué país estábamos.
Decía que en esta ocasión es
su hija Ornella la que le da la réplica a su padre. Una voz afinada y muy bien
entonada, que junto a la de su padre luce de forma extraordinaria y sin duda la
hija, ha heredado de su progenitor el gusto y el fraseo claro. Ya lo dicen,
¿no?... De tal palo…tal astilla. Fijaros en los adornos que padre e hija se
marcan en su “oh, Mayari, esclave…”. Lo dicho un bombón.
Y de Cuba, me da la
sensación de que Alagna continua su camino hacia América del Norte pero con
algún eco español. El tema del destino de Carmen es el que escuchas cuando
sales de Cuba, y su “Bohémienne aux gran yeux noirs” empieza a sonar, quizás
con un ritmo de swing. No tengo muy claro el estilo, pero lo que si tengo claro
es que en estas 5 palabras está presente de nuevo el estilo de Lecuona
apuntando un tanto descaradamente a la canción “Siempre en mi corazón” pero con
diferente ritmo, y también, por qué no, un toque al tercer acto de “Los cuentos
de Hoffman” con el “Oh mon Antonia” que canta el poeta que da nombre a esa
ópera. A estas alturas del viaje se mezclan ya canciones y melodías, óperas y
palabras. Un símil al caos de un aeropuerto.
“Nuages”, o lo que es lo
mismo en español, “Nubes”, me llevan a la película “Sabrina” a la escena del
baile en que Audrey Hepburn hace pareja con William Holden. Una melodía que me
recuerda y me sitúa en los años 50 de nuevo. Una música que probablemente, de
haber vivido en Francia, quizás la hubieran bailado mis abuelos con toda seguridad.
Pero la plácida fiesta que
me sugiere “Nuages” se opone con un toque espectral en la canción “Domino” que
canta a dúo, de nuevo con su hija pequeña, MALÈNA y en la que puedes
adivinar ya su estilo propio a pesar de su corta edad. La canción y el dúo te
hace poner la piel de gallina cuando es la niña quien da la réplica al padre,
como si fuera un eco, una voz del más allá que le viene a la mente a su
progenitor al recordar primaveras vividas con ella.
Podría estar situada en
cualquier lugar, en cualquier país, pero mi mente se traslada a una feria. Una
noria dando vueltas tristemente, y los árboles desnudos en otoño. El incipiente
frío y un cielo gris ayuda a darle un toque de tristeza, y, mientras la noria
gira, el padre evoca el recuerdo de su pequeña Domino. Algodones de azúcar que
acaban enganchados en la naricita de Malèna y, el recuerdo de aquellas tardes
infantiles con ella y padre e hija de la mano, es lo que aparece en la mente Roberto.
Seguramente la letra no hable de nada de eso, pero, de tener que ponerle una
imagen a esa canción, sin duda alguna, esta es la que escogería.
Quizás las tres siguientes
“Mon pot´le gitan”, “Il pleut sur la route” y “C´est un mauvais garçon” me
quedan un tanto más lejanas después de haber quedado bastante tocada al
escuchar “Domino”, y no haber tenido aún tiempo de sobreponerme. Sí que adivino
el retorno de Roberto a Argentina y después de un batiburrillo musical deja sus
maletas en Polonia con la canción divertida y simpática y espumeante “Maniusiu,
ach” que canta a dúo con su esposa ALEKSANDRA KURZAK.
Y escuchándola me viene en
mente la opereta “El murciélago” o quizás una fiesta de fin de año. El ambiente
alegre y jovial de esta canción polaca se cuela en esta penúltima pieza para
culminar con “La Chanson des vieux amants”.
Y aquí claramente hemos
llegado al final del recorrido exhaustos tras un extenso viaje. Le chanteur,
el cantante-actor acaba su función dónde la ha empezado. En París, en el
gris París otoñal en el cual se escuchan melodías del bandoneón en las barcazas
del río Sena. La bruma matinal sorprende a dos viejos amantes caminando al alba
por los puentes de París. Se quieren. Se quieren hasta el fin de sus días.
¿Algo en contra del disco? Solo
una cosa y es terminar esta desgarrada canción en italiano porque me mezcla sin
piedad la tristeza del gris París con la luminosidad mediterránea de esa
Italia, que, dicho de paso, amo tanto.
On est venu, ce
soir, voir le chanteur…
Fijaros todos los estilos
que nos comparte en este trabajo Roberto Alagna y que permite que un disco
enfocado totalmente en francés consiga alejarte de ese París en el que empieza
y en el que acaba el recital. Y eso tiene mucho mérito, por los ritmos y
estilos, pero también por la recreación que hace Roberto. Por tanto, la
sensación que tienes cuando te dispones a escuchar el disco de que va ser algo
muy nacional, se rompe con “Adieu mon pays”, y te das cuenta que, aunque
disonante en estilo, es del todo imprescindible para entender este trabajo como
el viaje del cantante-actor, que ofrece una noche de diversión a los que han
decidido irle a ver.
Reitero sus palabras… “On
est venu, ce soir, voir le chanteur”… y disfrutad de la extraordinaria voz y
del fraseo del grandísimo Roberto Alagna. Un buen regalo en tiempos de
confinamiento que, con imaginación, ya que no podemos viajar físicamente, Roberto
nos permite hacerlo de pensamiento, y de momento, tanto soñar como pensar, es
gratis. Soñad, vivid, viajad con él, y sobre todo, disfrutarlo tanto como lo
estoy disfrutando yo.
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