Butterfly titiritera
Una que… no es muy ducha en el tema, y después de haber tenido diversos y
múltiples problemas técnicos para poder ver esta nueva versión de “Madame
Butterfly”, finalmente, casi un mes después de que se representara en el MET y
se pasara por las pantallas de cine, por fin, he podido gozar de esta
maravillosa ópera de Puccini.
El aliciente principal recaía pues para mí, aunque breve su papel, en el
tenor Roberto Alagna, una voz que sigo y que disfruto de ella ya desde que
empezó su carrera, hace ya algunos añitos.
La concepción de esta “Madame” está a caballo entre lo clásico y lo
moderno. Respeta bastante el estilo japonés pero no cae en las tan raídas
puestas en escena recargadas y antiguas a las que estamos acostumbrados que se
den en esta ópera. Sustituye las caras pintadas de blanco por un maquillaje
discreto nada exagerado. ¿Que la protagonista que canta la Cio-Cio-San no es
japonesa? Pues no, no lo es y parece ser que esto no importa, y limpia su cara
de exagerada pintura para que no parezca lo que no es. En este sentido, se
agradece la naturalidad. Ya da ambiente el vestuario y el colorido. Y sobre todo
la música surgida de la genialidad de Puccini, que sitúa tanto la obra que no
es necesario emplear ningún recurso ni truco más para trasportar al espectador
a Japón.
Muñecos en la Madame
El director de escena ANTHONY
MINGELLA introduce una nueva, y acertada idea, aunque a veces choca y
resulta rara, y no es otra que hacer aparecer dos títeres en el escenario. Dos
títeres y siempre japoneses, nunca americanos. Atención al matiz y al concepto
que, en esta obra, los americanos tienen de los japoneses, y la triste verdad
de esta idea se hace patente con el genial uso de este recurso teatral. Creo
que era imposible reflejarlo de otra manera. Bravo por dicha personificación.
Realmente, extraordinaria.
La idea si se piensa y reflexiona es muy buena.
El niño de Butterfly es títere de la historia de su madre, que a la vez,
ella también lo ha sido de Pinkerton, su padre y amante fugaz de Butterfly.
Ambos, aunados al concepto que Pinkerton tiene de Cio-Cio-San, que no es nada
más que la semblanza a una muñeca, una “bambola”, un “giocattolo”, hacen
cuadrar y sostener con firmeza la imaginación del regista que no empaña para
nada el sentido de la obra, sino que la complementa y la secunda, y la
vislumbra desde otra perspectiva completamente acertada y válida.
Sin duda el efecto del niño-títere, desde la mitad de la platea del MET
debe ser extraordinario porque seguro que ni se aprecian los tres titiriteros
que dan vida al muñeco. Para ellos, el hijo de Butterfly es humano y se mueve
como tal. Pero también para el resto, pues el efecto humano, es conmovedor.
La verdad es que sorprende y mucho el fantástico movimiento del muñeco, que
reacciona a las palabras de su madre, camina cual niño de tres años y sus
encuentros y abrazos con Butterfly son enternecedores. Quizás lo único que se
pueda reprochar al muñeco es que, no tiene ojos – ni azules americanos ni
negros japoneses- y tampoco tiene pelo, ni rubio ni moreno. Pero ello sin duda
es secundario en la narración. El público ya le pone imaginación. Aquí está la
magia del teatro.
Pero, además de todo esto, en verdad la escena deja también otros buenos
detalles.
Siguiendo con los muñecos, en el preludio del tercer acto envuelto por una
romántica, fascinante y seductora música, Butterfly, muñeca inerte en manos de
Pinkeron, es abandonada por el oficial de la marina americana.
La muñeca Cio-Cio-San que, a la par que el niño, también parece cobrar vida
de forma extraordinaria, acaricia a Pinkeron, le pone cara de tristeza, le abraza
y toca su cara de forma tierna aunque éste le rechace. Pero sobretodo impacta
el abandono final: Pinkerton y Cio-Cio-San se separan. Y se separan
distanciados por la inmensidad de todo un mar entre ellos dos. A tal efecto, se
extiende entre ambos una banda de tela de color azul que personifica el mar.
Este mar desaparece en la distancia. Y en las distancia desaparecen también los
cuerpos de la escena.
Realmente algo original que me hizo venir a la mente, cuando vi la muñeca
Cio-Cio-San, aquella maravillosa canción que entonaba Patty Bravo que llevaba
por título “La bambola”: “Para ti yo soy,
para ti yo soy solamente una bambola / con quien juegas tu, con quien juegas
tu, solamente una bambola”. Cuadra y con creces la idea. La “bambola” de
Pinkerton.
Pero también hay dos detalles, escénicos que me llamaron bastante la
atención: por un lado, me impactó que Butterfly, ya casada con Pinkerton,
adopta por así decir las costumbres y religión americanas. “Benvenuto in casa americana” le dice a Sharpless en el segundo
acto, pero, en el fondo, reconvertida a otra fe por voluntad propia, no deja de
rezar – sin que Suziki la vea- a las almas japonesas de sus antepasados, aunque
después lo niegue y quiera ser más americana que el propio presidente de los
Estados Unidos. En el fondo, con detalles así, en esta producción me da la
sensación de que Butterfly es consciente del engaño desde un primer momento,
pero está tan enamorada de Pinkerton que, aunque esté destrozada por dentro, el
escudo con el que se viste es tan poderoso que hace creer lo contrario a quien
se le acerca.
Por otro, un momento escénico que narra la historia haciendo un “flashback”
que produce un efecto visual extraordinario. Nos encontramos al principio del
segundo acto y Pinkerton sentado en una butaca besa a Butterfly que está
arrodillada delante suyo. Se nos muestra la felicidad de la pareja, pero son
los paneles móviles que a lo largo de toda la obra van creando ambiente y
lugares, los que se llevan –literalmente- al oficial. Se ve como se besan y el
panel que pasa delante del espectador, se lleva el beso y también hace
desaparecer a Pinkerton. El efecto visual es…como decía extraordinario y genial.
Pero no queda aquí. Se lleva a Pinkerton, y con ello la miseria llega y se posa
en la morada de Butterfly. Los muebles desaparecen: mesas y sillas, y en su
lugar, aflora la tristeza y la miseria.
A parte queda la escenificación del dueto final del primer acto, que con
los farolillos blancos da un guiño plateado a la luna que debería presidir esta
escena. La idea es bonita, y vista – repito- desde mitad de la platea del
grandioso MET, seguro que visualmente extasía todos los sentidos,
principalmente el visual. La escena, oscura. La música que envuelve, idónea.
Todo rezuma de un ambiente ideal. Las estrellas titilan en el cielo. Y las
miradas de los espectadores concentradas en las vestiduras blancas de los
cantantes.
En la tele pierde un poco, más que nada porque en algunos fragmentos de
este maravillo dueto, se destroza y se carga el ambiente romántico y el de
corazones acelerados por las pulsaciones de una noche de amor, haciendo planos
de lejos sin poder disfrutar de la interpretación artística de los
protagonistas, que, viene a cuento decir, que la química y la chispa entre
ambos, era absolutamente aterradora. Por favor, qué es un dueto de amor… Sra.
Opolais y Sr. Alagna, ¡mirénse a la cara cuando canten! Tomen nota para la
próxima. Muchas gracias.
Puccini… a ratos
La batuta del maestro KAREL MARK
CHICHON no es ni de lejos la de Pappano – en la actualidad el mejor
ejecutor de la música del maestro de Lucca- aunque cumplió con corrección en su
dirección orquestal. Para mí faltó matiz, sutileza, fuerza. La orquesta no
brillaba, para la ocasión lo suficiente, pero aunque discreta su interpretación,
mantuvo, a su manera toda la vis dramática de la obra.
El Pinkerton de ROBERTO ALAGNA
tuvo un nivel excelente, aunque a ratos, vale decir. Un primer acto en que en
sus dos intervenciones la voz sonaba excesivamente abierta y sin el brillo y
redondez a los que me tiene acostumbrada su instrumento. Alagna es un tenor
dotado de una voz bella y maravillosa. Si bien es cierto que ha afrontado, en
los últimos años, un repertorio para nada adecuado a su voz y le ha alejado de
aquellos roles más líricos en los cuales, continúa no teniendo rival.
Pero Alagna, ducho en su arte, sabe sacar todos sus recursos y encantos y
meterse a su público en el bolsillo. Sus momentos dulces y románticos, en los
que su voz inunda el escenario neoyorquino, son realmente conmovedores. Sabe manejar
a la perfección su voz, y haciendo gala de un fraseo extraordinario y
arrebatador, Alagna se acomoda a la ópera escenas antes de empezar el dueto
final del primer acto. Y allí es cuando pasea su instrumento en una tesitura
más central en la que se siente más cómodo. Cómo pez en el agua.
A pesar de algún pequeño desajuste, sobretodo en el dueto final del primer
acto, Alagna, en la actualidad, no tiene rival en este papel, que hace suyo por
méritos propios y por voz, haciéndome poner la carne de gallina a cada
intervención suya. Pero también por imagen, pues la credibilidad como personaje
es absoluta y Alagna, a pesar de sus entrados cincuenta y… sigue aun
maravillando por su esbelta y agraciada figura encima del escenario. Y ello, se
agradece.
DWUAYNNE CROFT fue el encargado de dar vida al cónsul Sharpless. La
voz, sin duda, no es la que era y ha perdido el frescor de antaño, pero su
timbre, en algún momento fatigado, continúa siendo agradable al oído. Escénicamente
estuvo correcto.
Me encantó la Suziki de MARIA
ZIFCHAK que estuvo excelentemente
interpretada a nivel escénico, aunque no tanto a nivel vocal y cumpliendo en
sus respectivos papeles TONY
STEVENSON como Goro y YUNPENG WANG
como Yamadori. Más discreto, pero, el Bonzo de STEFAN SZKAFAROWSKY.
Cuando Butterfly no es Butterfly…
Ya desde la
primera escena, cuando Cio-Cio-San irrumpe en el escenario, nos damos cuenta de
que KRISTINE OPOLAIS en ningún
momento de la obra es Butterfly.
No tiene
nada de frágil mariposa, de inocente muchacha, y la manera en cómo enfoca
interiormente el role, impiden ver la evolución psicológica del personaje en
cuestión – tan importante en esta ópera- y que tiene que ir de la tierna
inocencia, de la ilusión de la primera noche de amor al desenlace final. Todo
ello, pasando por la mentira encubierta, la reacción de una mujer enamorada que
se siente engañada y traicionada, y que además ha sido madre, hecho que
fortalece a cualquiera, hasta el declive final, hasta la apertura de sus ojos y
mente hacia lo irremediable, la consabida y consciente pérdida del honor que le
llevará, sin remedio, al suicidio. A la muerte. “Con onor muore qui non può serbar vita con onore” reza sabiamente
el libreto.
A nivel
vocal la voz es suficiente. Llega a las notas y su canto no denota sufrimiento,
pero se olvida siempre del matiz, de la sutilidad que requieren sus
intervenciones, sobre todo en el primer acto. La sumisión a veces, brilla por
su ausencia, al igual que la ilusión y la alegría ante una boda que, cree,
real. Bien es comprensible que el personaje no exteriorice a raudales sus
sentimientos, pero, sí se agradecería al menos el intento.
Opolais
afronta una Butterfly siempre seria. Enfadada. En su rostro no se trasluce ni
una pizca de relajación. Su semblante siempre frío y distante, que sí, en
cierta manera cuadra con el segundo acto – a pesar de que introduce alguna
monería propia de la tierna edad de la protagonista cuando la música se lo
permite. Sin embargo, no me vale para un primero.
Es una
Butterfly que no te la crees como personaje. Le hubieran bastado pequeños
gestos, pequeñas sutilezas escénicas para aproximarse a un role en el que,
vocalmente está francamente bien si introdujera algún piano o algún matiz más.
Era más creíble, a nivel escénico, la muñeca Cio-Cio-San del preludio del
tercer acto que ella misma.
Nadie niega
la espectacularidad de Opolais, como mujer, encima del escenario, pero en este
caso su belleza letona juega en su contra.
Una pena
que, un papel tan profundamente sensible, no llegue a emocionar ni un ápice de
mi cuerpo. Creo que Opolais sería una buena y notable Tosca, pero, Butterfly,
escénicamente, jamás. Su “Un vel dì…” aunque bien acometido no acabó de
convencerme, al igual que su “Tu, tu, piccolo iddio…”, sí, ambos bien cantados,
y si se me apura, bastante bien fraseados, pero, con esto no es suficiente para
despertar los sentidos al oyente.
Siempre he
dicho que una Butterfly que no es capaz de hacerte poner la carne de gallina en
estos dos fragmentos, es porque, tristemente, no es Butterfly. Y en estos casos…
a otra cosa, mariposa. Y nunca mejor dicho.
Entre muñecos anda el juego
Sin duda, el
niño y la “bambola” Butterfly fueron y se erigieron, en dos más de los
protagonistas. Por sus movimientos que rayaban la veracidad dando vida a sus
inertes cuerpos con una expresión justa, equilibrada y sensacional. Vamos, que
el niño de Cio-Cio-San se hacía querer a pesar de ser un títere… un títere
lleno de la expresividad que, desafortunadamente, le faltó a su madre.
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