El pack “Cav / Pag” de Jonas Kaufmann en Salzburg
El binomio más
famoso del mundo de la ópera. Un “tanto monta…monta tal…”
No se entiende ni
se concibe la “Cavalleria Rusticana” si detrás no va seguida de “Pagliacci”.
Así nos hemos acostumbrado a ellas, y, aunque por regla general se presente
siempre en primer lugar la de Mascagni, he de confesar que por costumbre, y
porque así lo vi por primera vez, prefiero delante la ópera de Leoncavallo.
Pero, todo es cuestión de gustos, y el orden de factores no altera en este caso
el producto.
Y es que en estos
días se ha representado este tándem en el Festival de Pascua de Salzburg,
ciudad austríaca en la cual supura y se respira la música por todos y cada uno
de sus recónditos rincones y que es frecuentada con asiduidad por Jonas
Kaufmann, sobre quien recaía, como siempre, el mayor interés de estas funciones
por ser la primera vez que el tenor bávaro se enfrentaba a estas dos obras.
Y con incongruencias empezamos
Como acostumbra a
ser ya desde hace años, pero aun así, nos sigue sorprendiendo el mismo disco
rayado.
Ahora le ha tocado
el turno a la “Cavalleria”, una obra muy arraigada a la pasión y a las
costumbres pueblerinas, y atada excesivamente al concepto de familia, en la
cual, un giro en su argumento, desmonta toda la obra. Y esto es lo que pasa en
esta representación.
El “nuevo”
argumento no pega ni con pegamento. Choca y desmonta la historia original. Como
muestra, por qué le pide Turiddu a su madre, cuando este se encuentra a las
puertas de la muerte, que cuide de Santuzza y le haga de madre, si en realidad
el director de escena, PHILIPP STÖLZ, ya
nos enseña en la primera escena que Turiddu vive con Santuzza y además tienen
un hijo. ¿No será pues de cajón que Mamma Luccia, aquí ya convertida en “Ava
Luccia” cuidará de su nuera y de su nieto en falta de su hijo?
Otra: si tenemos en
cuenta que Turiddu y Lola viven un amor clandestino, un amor correspondido,
pero imposible, ¿cómo se le ocurre a Turiddu, que ya va pasadito de copas,
marcarse un baile a lo payaso en medio de la plaza del pueblo, delante de sus
vecinos, y encima zarandear a la mujer de otro y cogerla en brazos? Pero si se
supone que nadie tiene que saberlo…
Y cómo estas más…
Alfio convertido en un “capo” mafioso y lo de Mamma Luccia, no tiene nombre…o
el “Intermezzo” ejecutado viendo los tejados de la ciudad un poco al estilo
“Chim Chimney”… de “Mary Poppins”…
Sí que es cierto
que la idea de mostrar la escena a varios niveles es un recurso socorrido e
inteligente, que a veces cuadra y a veces no. La obra se ve desde todos los
puntos de vista, por un lado el del pueblo, siempre desde el nivel inferior,
mientras que los protagonistas muestran sus verdaderas caras, pasiones y
sentimientos en el nivel superior. Esto ayuda a conocer quizás la vertiente
íntima del personaje, su introspección más profunda, pero poco aporta en una
obra como “Cavalleria” de por sí incisiva, directa, pasional y temperamental
donde lo íntimo se intenta ocultar por apariencias que no son tales sino que
son verdades.
Mejor para mí la
escena en “Paglliacci”. El espacio íntimo y real de los protagonistas se
convierte en público y consecuentemente en farsa cuando atraviesan el escenario
para actuar. La pena, los celos, las pasiones refrenadas y también las no refrenadas
dan paso a la pantomima. “Show must go on”, el espectáculo debe continuar, pase
lo que pase, estando contentos, estando tristes, estando buenos o estando
malos. Pero en esta ópera la farsa quiere, pero no puede rebozar la realidad y
no lo logra ni con pintura en la cara que esconda la tristeza, ni con vestidos
aparatosos que protegen cuerpos destrozados por el dolor que sienten. Acaba y
debe acabar aflorando la visceralidad de los personajes, y la supuesta comedia
es engullida por la realidad latente de sus corazones heridos y agrietados por
las vicisitudes de la vida.
Por este motivo
aplaudo la idea de que el “Intermezzo” presente a Canio pintándose,
reflexionando, con la vista absorta, con el corazón en un puño y hecho trizas,
con movimientos instintivos de cabeza que sugieren incredulidad de lo que acaba
de ver. Canio ha dado. Y ha dado mucho, pero no recibe nada.
Quizás a nivel
escénico fue una de las mejores aportaciones de la obra.
Al son de Mascagni y de Leoncavallo
O de intentar ir a
estos sones, pues el director de orquesta CRHISTIAN
THIELEMMANN opta, sobretodo y más marcado en la “Cavalleria”, por tiempos
lentos que en nada ayudan al desarrollo de una acción que debe ir un poco más
rápida y punzante. Alarga innecesariamente y hace que el drama pierda
pulsación.
Más adecuado en
“Pagliacci” con una música que se presta más a ejecutar con algo más de brío,
pero pecó de lo mismo ya comentado, en general.
La Orquesta de la
Staatskapelle de Dresden presenta un buen sonido, mientras que el coro no
estuvo especialmente brillante.
Santuzza, Alfio, Lola y Mamma Luccia
El primer de los
roles fue encarnado por LIUDMILA
MONARSTYSKA, a quien le faltan graves y contrastes en la voz para afrontar
un role como el de Santuzza. Su personaje no es pasional, es frío y distante,
la mediterraneidad y el temperamento brillan por su ausencia, pero esto es algo
a nivel general en todo el reparto, y carece además, respecto a sus
intervenciones con Kaufmann de la chispa y química que tiene que haber para
estos dos roles.
Tres cuartos de lo
mismo sucede con AMBROGIO MAESTRI, que
para el “nuevo papel” que le otorga el director de escena está bien pero
vocalmente es otra historia dado que en algún momento su prestación vocal
tendía a rozar bastante el grito.
Correcta la Lola de
ANNALISA STROPPA y también correcta
la Mamma Luccia de STEFANIA TOCZYSCA.
El primer Turiddu de Kaufamnn
Como todo lo que
hace el tenor muniqués, genera expectación. Pero como viene sucediéndome desde
hace un tiempo con él, todo lo que le he visto en el último medio año me ha
decepcionado – a excepción de su disco de canciones berlinesas.
Espero más de un
cantante que tiene facultades y voz para afrontar estos roles, que tiene ricos
matices y sentido de la interpretación, pero que carece de algo fundamental
para afrontarlos y es la sangre. O la pasión. O el temperamento. Y también,
dicho sea de paso, la dulzura en la voz que es lo que en definitiva acaba
enamorando al oído del espectador y oyente.
Sí. Llámesele como
quiera, pero, carece de ello para encararse en primer lugar con un Turiddu.
No puedo decir,
claro está, que Kaufmann no tenga las notas y la voz para hacerlo y hacerlo
bien, pero Turiddu necesita temperamento y parece que esto no acaba de entenderlo.
El carácter de su Turiddu continúa siendo germánico, frío, de acero. Sí, lo
intenta, quiere y no puede, pero no consigue las pulsaciones que necesita este
peculiar siciliano.
Puedo entender, en
la versión cuadriculada de Stölz que cante una siciliana suave, cuando en
realidad, allí te esperas ya la primera explosión de la noche, un Turiddu lleno
de pasión, ávido de amor por Lola, y que viene de pasar una noche con ella y
está tan feliz, contento y satisfecho que de su garganta emerge y saca toda la
pasión y fuego habido y por haber. Y la siciliana suave se justifica cuando ves
que la está cantando en su casa, en la que convive con Santuzza y su hijo, por
lo tanto, lo hace en voz baja para no despertarlos, para no levantar sospechas,
acción incomprensible sin embargo cuando al final de la obra se dedica a
zarandear en público a la mujer de Alfio.
Quitando esto,
Kaufmann no es Turiddu. El dueto con Santuzza le pesa, su canto es arrastrado e
inconmensurablemente rígido en exceso – quizás por la dirección lenta en este
momento- y quede sus cuerdas vocales sale como atropellado.
Más correcto y
centrado en su despedida a Mamma Lucia, con las notas bien colocadas pero que
no emocionan, y respecto al brindis… lo dejo en anécdota… hace tanto el payaso
con Lola que soy incapaz de valorar qué cantó.
No, no me convence,
y si a esto añadimos la falta de química con Santuzza, una mira para un lado y
Kaufmann todo el rato con la vista absorta, como aquel que mira pero no mira
nada en concreto, con los ojos en el vacío, hacen que, una obra tan sublime
como es “Cavalleria rusticana”, acabe convirtiéndose en algo tortuoso con la
gran ventaja que sólo dura una hora y poco.
Acaba. Apagas y
vámonos. A otra cosa.
Pagliacci, a otro nivel
Curioso siempre
que, en la mayoría de ocasiones, cuando se representan estas dos obras juntas,
acaba saliendo siempre mejor ésta. El por qué… pues no sabría decirlo, porque la
de Leoncavallo es tanto o más exigente que la de Mascagni, pero es así. Quizás
la obra, el argumento, el colorido, la farsa…se presta más a ejecuciones más
concentradas y trabajadas.
Evidentemente, y
comparándola con la “Cavalleria” ya comentada, si tengo que escoger entre una y
otra representación, me quedo en general con este “Pagliacci” que sin ser una
versión que pase a los anales de la ópera, está mucho más equilibrada, por
voces, por escena y por congruencia respecto a su argumento original, que no
cambia.
Cambia el
vestuario, cambia el decorado, cambia el maquillaje, cambian las voces, pero la
esencia genuina de esta ópera se mantiene intacta, con algún punto negro, sí,
como el hecho de que Tonio nos presente la obra con el coro detrás, y no solo en
el escenario dirigiéndose al público real, al de la sala. Pero quitando este
grano, el resto del engranaje funciona bien.
MARIA AGRESTA encarna una buena
Nedda a nivel vocal, aunque carece también de fuego y de pasión sobretodo en el
dueto con Silvio.
Más carencias:
aunque no al nivel de la Santuzza de Monastyrska, no alcanza tampoco la química
deseada ni con Kaufmann ni con Alessio Arduini, cantando todo el rato
dirigiéndose a Thielemann, en lugar de a sus colegas.
¿Es que tanto
cuesta meterse en la piel del personaje y hacerlo un poco más natural?
Me gustó el Tonio
de DIMITRI PLATANIAS. Su voz no es
para nada desagradable y ejecutó un “Prologo” correcto, quizás eché en falta
algún que otro matiz expresivo, pero en general, y teniendo en cuenta que se comió
el agudo el “Incomminciate”, le apruebo con buena nota.
No así me pasó con
el Silvio de ALESSIO ARDUINI. Siento
debilidad por el personaje de Silvio, al igual que me sucede con el de Canio.
Personajes completamente opuestos, el primero lleno de pasión y lirismo, de
romanticismo; el segundo lleno de temperamento y resignación, un personaje que
roza a Otello, que tanto me subyuga.
Silvio es un bombón
para un barítono con una bella voz, y Arduini tenía mucho tipo pero la voz,
para mí, áspera y sin matiz, sin intención ni gusto.
En cambio me gustó
el Beppe de TANSEL
AKZEYBEK. Una voz bien timbrada que cumplió
más que correctamente con sus breves intervenciones.
Canio
kaufmaniano
Introspectivo. Falto de
brutalidad. Echo en falta en Kaufmann todos los elementos interpretativos necesarios
para encarnar un personaje como Canio.
Su Canio es más cerebral como nos
apunta al son del “Intermezzo”. Su pantomima, es realmente una pantomima en el
sentido estricto de la palabra. No te lo crees como personaje, porque no es en
ningún momento el personaje.
Se acaba de enterar que Nedda le
pone los cuernos y ni una gota de sudor recorre su frente. Sus movimientos
corporales son ensayados, marcados. Nunca se pasa de la raya, y no deja nunca
dar rienda suelta a la pasión porque la razón le domina en todo momento. No ha
lugar a la improvisación porque está todo calculado y ajustado al milímetro.
Kaufmann es un Canio que en la
escena final no da miedo, ni artísticamente ni vocalmente. No aterroriza a
nadie, ni siquiera cuando cuchillo en mano se abalanza sobre Nedda y se lo
clava en el vientre. Su actuar, de nuevo comedido, quizás más centrado en lo
vocal que en lo artístico, le pasa factura y quita drama al drama que se
avecina.
Debo decir, sin embargo, que a
nivel vocal estuvo más acertado en “Cavalleria”, es más Canio que Turiddu, pero
Canio requiere algo más que la voz. Canio necesita genio, brutalidad. Bondad al
principio de la obra e inspiración un tanto más lírica en su “Sperai tanto il
delirio accecato m´avvea….” para regresar del viaje sentimental a la realidad,
ya de por si triste, del pobre payaso.
Agudos seguros, firmes, descarados
y bien ejecutados, Kaufmann no tiene problema a nivel vocal dado que arremete
el personaje con seguridad, pero… siempre me queda el pero de falta de
temperamento, de sangre, de visceralidad, porque Canio es un personaje
visceral, actúa a impulsos, a calentones, y sin embargo a Kaufmman estos
calentones los pasa por alto.
Este es el regusto amargo que me
queda de su interpretación, que una cosa es grabar las arias y los fragmentos
en disco, y la otra bien diferente es encarar estos roles encima de un
escenario, con una escena que despista más que guía y con un resto de elenco
que parecen salidos todos del Polo Norte bien lejos, y nunca mejor dicho, del
clima solar de nuestro mediterráneo.
Señores, se trata de verismo, de
sangre, de pasión, de celos, de impulsos, de pulsaciones, de irracionalidad de
conductas, de explosión de sentimientos y no de actuaciones de frío mármol sin
ton ni son que acercan al oyente a una realidad que para nada tiene que ver con
la idea original.
No pasarán estas funciones a la
historia de la ópera. No. Se han cantado e interpretado demasiado bien y eso,
pasa factura en los oídos de los amantes duchos en este tipo de repertorio. Se
requiere la realidad encima del escenario que retrata, propiamente, la realidad
de la vida misma.
¿Y cuál es esta realidad?
Pues que Canio al sentir que
lleva cuernos le coge un ataque de celos y arremete contra quien sea, como sea
y donde sea. Deberá el buen Jonas mejorar sus versiones y entender, como
decíamos, lo que es la pasión y el impulso. Ponerle carácter. Mientras se
empeñe en hacer estos personajes de esta manera, a lo Kaufmann, Kaufmann, valga
la redundancia, no me va a convencer en ellos.
Veremos qué pasará cuando el bávaro
afronte el Otello… pero esto…ya será otro cantar.
Comentarios