Dos diamantes españoles entre unos diamantes portugueses
Con “Los Diamantes
de la Corona” descubrí, valga la redundancia, un diamante que brilla con luz y
mérito propios dentro de este maravilloso mundo musical que es nuestra
zarzuela.
“Rebolledo, tu vida
quiero salvar: ¿me puedes falsificar este diamante?”
“Con otro golpe
como este, me eternizo en el poder”
Y finalmente…
“Llegó tu vez,
Sandoval…”
Un Barbieri para mi
totalmente desconocido del que, sin embargo, me enamoré desde la primera vez
que lo escuché.
Siempre he pensado,
y sigo haciéndolo, que una obra o la adoras a primera vista o aprendes a amarla
poco a poco, pero, si de entrada en la misma no hay nada que provoque o que
logre entusiasmarte, muy difícilmente, por mucho empeño que pongas en ello,
acabará – seguro- apartada en un rincón remoto de una estantería. Sumará, sí, a
la colección que todos los amantes de la música tenemos en nuestros haberes.
Ocupará su espacio, pero, dentro de 50 años estará tan intacta como el mismo día
en que se tomó la decisión de colocarla en el sitio escogido de antemano para
su reposo eterno.
Esta sensacional
obra, desgraciadamente, y corroboro lo de sensacional -no por ello llevo desde
el mes de septiembre admirando esta partitura-, no solo había sido hasta ese
momento ignota para mí sino que también lo es, en nuestros días, para muchos
aficionados al género, pues la falta y escasos registros sonoros existentes
contribuyen a que la pieza haya quedado
durante muchos años e injustamente, por calidad y belleza, en el olvido.
Ello, junto con la
injustificada, aberrante e incomprensible fobia que algunos tienen a la
zarzuela, género que algunos consideran falto de calidad y de categoría, hacen
que músicas inspiradas como las que escribió en esta ocasión el maestro
Barbieri, queden relegadas a funciones esporádicas que impiden enriquecer y dar
a conocer al público trabajos que subyugan ya desde la primera nota.
El maestro madrileño,
en “Los Diamantes de la Corona”, crea números musicales de gran belleza,
categoría y empaque muy en la línea del belcanto italiano, roto también por
algunos momentos muy españoles. Como
ejemplo, los que su pluma deja en el famoso bolero “Niñas que a vender
flores…”, uno de los números, por no decir el más conocido de la obra y que,
forma parte del repertorio de grandes voces de soprano.
Insto pues,
rotundamente, a quien tenga una pizca de curiosidad y un suspiro de
sensibilidad, a que intente bucear en esta obra de dificultad extrema. Hallará
en ella melodías que envuelven, que flotan en el ambiente, con numerosos momentos
corales, concertantes, quintetos y tercetos, sensacionales duetos y romanzas de
los dos protagonistas principales que no dejarán indiferente a aquel que siga
mi consejo e intente acercarse a ella.
Diamantes portugueses
Como ya indiqué en
mi anterior post, “Los Diamantes de la Corona” sitúa su acción en Portugal, y
hasta Lisboa ha viajado la producción que JOSÉ
CARLOS PLAZA ideara para el Teatro de la Zarzuela en el año 2010, y que se
rescató hace escasamente dos meses, también en Madrid y en el mismo teatro y
que, hace 15 días aterrizó en suelo luso.
Plaza concibe la
obra como un cuento, de hecho, el argumento, simplón pero efectivo, no deja de
narrar la historia de una reina buena que quiere a su pueblo y que se sacrifica
por el mismo, y quien por el camino, encuentra a su príncipe azul, en la
zarzuela convertido en marqués, con el que acabará casándose. La obra acaba,
como no podía ser de otra manera, bien, una vez resueltos todos los enredos que
desfilan por el escenario durante las tres horas, entreacto incluido, que dura
este espectáculo. Todos felices y comiendo perdices como popularmente diríamos.
Para reforzar esta
idea de cuento, nos encontramos ante unos efectistas y bellísimos decorados de
papel, a la antigua usanza, y con un vestuario que ha sido pintado, uno a uno,
a mano, mérito sin duda de PEDRO MORENO.
Éste, junto al talento indiscutible de José Carlos Plaza, dan como
resultado un espectáculo colorido y atractivo a la vista que, los amantes de
decorados y vestuario clásico, agradecemos con creces, cansados ya de ver
montajes con escenarios despojados de elementos de decoración y con ropas
actuales.
Concebida pues la
idea de presentarlo como cuento, solo cuando visualmente se disfruta de la
escena te das cuenta de que así es. Personajes que en alguna ocasión
reflexionan en solitario dirigiéndose al público mientras los otros permanecen
inmóviles y más a oscuras. Se refuerza así también su protagonismo gracias al
fantástico efecto de iluminación de FRANCISCO
LEAL, que centra al público completamente en su historia, en sus
desaciertos y en sus enredos, e invita a la par, a hacerle disfrutar de un
espectáculo mágico.
Si antes hacía
referencia a la parte musical, quiero también detenerme en que, con “Los
Diamantes de la Corona” se recupera el teatro del s. XIX, pues los diálogos son
todos en verso con uso reiterado de la redondilla, el cual añade aún más dificultad
a la ya de por sí dificilísima parte vocal, pues recordemos que la mayoría de
cantantes no están acostumbrados a tener grandes bloques hablados de texto dentro
de una obra. Texto que se tiene que memorizar y que es, por otro lado, difícil
con intervenciones habladas largas.
Realmente los
versos escogidos para la ocasión, dado que no se presenta el libreto entero,
son divertidos, acertados y con el justo acento de humor que hacen que, cuando
los escuchas, esboces inevitablemente, una sonrisa en los labios.
Por eso quiero
también destacar el trabajo que ha realizado José Carlos Plaza desde esta
perspectiva con los actores - cantantes, resultado que se cuaja con un
notabilísimo éxito.
La facilidad y
entonación en el recitado ha sido algo que a mí, particularmente que soy una
amante de la voz, me ha sorprendido mucho, y todo ello sin dejar de lado ni
ignorar las extremas exigencias y dificultades belcantistas que se encierran en
la música vocal de Barbieri, que son enormes ya desde el primer minuto de la
obra.
“Cada bache dice a
voces que estamos en Portugal”
Cierto es que no es
lo mismo escuchar una zarzuela en España que fuera de nuestras fronteras. Se
puede rozar el estilo o alcanzarlo totalmente, pero sin lugar a dudas la
esencia de nuestro género, solo puede apreciarse realmente cuando se tienen
todos los ingredientes necesarios para elaborar bien la receta.
Si intentas hacer
crema pastelera, y te olvidas de comprar los huevos… vamos a ir muy mal,
porque, con qué ingrediente al abasto de nuestras manos se podrían sustituir a
los mismos. Difícil. A no ser que se tenga mucha invención, imaginación e
ingenio, y que el paladar que finalmente deguste la crema no tenga mucha
sensibilidad y trague todo lo que le pongan en un plato sin pararse a
saborearlo.
Y esto es un poco
lo que ha pasado en estas funciones lisboetas. Falta del ingrediente principal,
que es el estilo afín al género. Falta de ingenio y de inteligencia.
Un espectáculo sin
embargo que, haciendo el símil con la receta culinaria, degustó un público poco
diestro y no muy exigente, de oídos poco entrenados a escuchar las mil y una maravillas
de nuestro género lírico.
Sí, quizás en el
momento en que escribo esto lo haga un poco influenciada por comentarios y apreciaciones
hechas y que no vienen al caso sacar a relucir aquí, pero que sin embargo no me
impidieron gozar de las voces. Atención y digo de las voces y apostillo, voces
de los protagonistas, el coro y la orquesta son dos mundos completamente a
parte.
Primer bache. “Aquí un tumbo me desquicia…”
Estaba al frente de
la ORQUESTA SINFÓNICA PORTUGUESA el
maestro RUI PINHEIRO, quien hizo
sonarla de forma atronadora, pesada, sin matiz y todo “forte”, y con un “tempo”
inadecuado para las voces.
Cierto es que había
momentos, sobre todo en las romanzas de los protagonistas, que estaban bastante
ralentizadas. Para muestra la entrada del tenor con su “Que estalle el rayo” o
la primera ejecución de la soprano “En noche callada…”.
No tengo tampoco el
suficiente conocimiento técnico como para sentenciar si el resto de la parte
musical fue de una obvia lentitud, pero, sí que puedo afirmar que esa forma de
tocar comiéndose dinámicas y matices, no contribuyen para nada en una obra a la
que un director con mayor conocimiento del género, o con una mayor
profesionalidad, sensibilidad o interés, o quizás con una mente más dispuesta
al diálogo con los artistas, hubiera podido sacar petróleo de la misma, porque
en definitiva, la partitura es genial.
Es sin duda una
verdadera pena ver cómo se puede tratar – quizás más adecuado sería decir,
maltratar- a nuestro género lírico.
Pinheiro no entendió nada de esa música endiablada…
Segundo bache.
“Allí la vida en un tris…”
Tampoco estuvo para
nada acertado el CORO DO TEATRO NACIONAL
SAN CARLOS al mando de su director titular GIOVANNI ANDREOLI, quien pecó, al igual que su colega Pinheiro, de
matar matices, sutilidades, cambios de volumen aunado con un completo
desconocimiento del estilo.
Como curiosidad se
me hizo raro escuchar cantar, ya desde la primera intervención, un español mal
pronunciado, asimilando al sonido de la “s” las consonantes “c” y “z”… ¿Por qué
es el español un idioma tan maltratado?
“Gloria a la reina
de Portugal”
Esa fue SONIA DE MUNCK, la misma voz que dos
meses ha, la representó también en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Lo primero que
quiero destacar, y que para mí es muy importante, es la dicción clara y
entendedora de la soprano madrileña, de fraseo intuitivo y con una más que
suficiente sensibilidad vocal.
La suya es una voz
de timbre atractivo, quizás no muy grande o extensa, pero que sabe reconducir y
proyectar con la suficiente inteligencia y contención para evitar notas agudas
que suenen estridentes.
Sus duetos, tan
bien conjuntados con la bella voz de Cosías, fueron quizás sus mejores momentos.
Y eché en falta quizás un poco más de intensidad en su aria final “De qué me
sirve…”, no obstante, bien planteada y cantada.
A nivel escénico
supo, para mí gusto, desenvolverse como pez en el agua, y mejor, en el segundo
acto, con miradas, con gestos y dejando que saliera a relucir una esbelta
figura que ya se adivinó en el primer acto, resaltada, en esta ocasión aún más
por un ropaje y peinado más femeninos y favorecedores.
Sin embargo, a
pesar de estar todo enfocado como un cuento, Catalina, que en realidad es la
reina María de Portugal, es una reina y, aunque la comicidad de la obra invita
a lo contrario, me hubiera gustado un poquitín más solemnidad y aplomo de la
reina sobretodo en el último acto. Pero es simplemente una apreciación personal
mía.
El uso del verso fue
cuidado y exquisito, quizás en algún momento hubiera precisado un tinte más de
intención, pero agradecí también que no optara por utilizar una voz en registro
muy agudo, sino que sabiamente escogió una impostación más natural.
“(…) Tiene una hija
de hermosura, según dicen, soberana”. “La cual se llama Diana”
Es una voz
importante y tímbricamente muy rica y de volumen generoso la de CRISTINA FAUS, que al igual que De
Munck, venía de interpretarla también en el Teatro de la Zarzuela, pero en el primer
reparto.
Destacar
evidentemente, y rasgo aplicable para todo el resto del reparto, su perfecta
dicción a nivel vocal, que combinó a la perfección en su momento más popular,
el bolero “Niñas que a vender flores…” primero con Cosías, y luego con De Munck.
Con una seguridad y
autoridad aplastante, su voz se impuso en todos los números habidos y por
haber, mientras que su trabajo escénico, fue cuidado y desenfadado, divertido y
adecuado, haciendo gala de un vestuario muy acorde al personaje y supo desenvolverse
con coquetería unas veces, y con un buen sentido teatral de la interpretación
en otras.
Rebolledo,
industrial de profesión en la obra, fue encarnado por FRANCISCO SANTIAGO, el cual cumplió su cometido a nivel vocal, en
las escasas partes que tiene cantadas, sin embargo, para mí, a nivel
interpretativo eché en falta en sus versos muchos y múltiples matices desde el
principio de la obra.
Y lo mismo sucedió
en la escena de la lectura de la memoria que dirige a la reina María,
desconociendo aún que realmente la está dirigiendo a la que él conoce como
Catalina.
Así lo afirma y
declara el Conde de Campomayor, padre de Diana, tío del marqués de Sandoval y
regente de la monarquía portuguesa mientras
la menor edad de la reina María.
Es el personaje de
Campomayor para un tenor, que si bien tiene alguna parte comprometida,
acostumbran a cantarlo voces ya de avanzada edad. Es un role de gran encanto
que, como sucede con Rebolledo, tiene más parte hablada que cantada, y si se le
sabe encontrar el punto justo, Campomayor puede resultar ser uno de los
puntales en que se sostiene la acción cómica de la obra.
Y aquí,
sinceramente, RICARDO MUÑIZ, crea un
personaje correcto pero no me convence en el papel de regente, quizás porque su
predecesor, Antonio Ordóñez, en las funciones que se representaron en 2010 en
el Teatro de la Zarzuela de Madrid consiguió construir un gran personaje, muy
bien matizado en el texto, con una gran intención, lleno de inflexiones y
matices interpretativos sin igual que hizo, que en ningún momento escuchando a
Muñiz pudiera olvidarme de su predecesor.
Cuando escuchas
solamente la parte cantada de Campomayor, a mi gusto, nada atractiva, el
personaje puede resultarte un poco antipático, pero, escuchar sus versos, su
texto estupendamente construido, hace que acabes adorando a este enredón
ministro de la regencia portuguesa que no duda en traicionar a todo el mundo
con tal de ir bien él.
“Ves visiones, Sebastián: burla el deseo vuestra razón”
El enamorado
realmente de Diana, puesto que Sandoval, a pesar de tener con ella un
casamiento en proyecto, realmente de quien se ha enamorado es de Catalina.
GERARDO BULLÓN
estuvo magnífico y convincente en su personaje, vocalmente y también en cuanto
a la parte de su verso.
¿Qué es lo que tengo de contar de la voz que daba vida, cuerpo y
alma a este pícaro noble luso?
Pues lo diré sin rebozo: en cualquier otra ocasión, quedarme tranquilamente en casa, me hubiera llenado de gozo, pero cuando la voz que lo interpreta responde al nombre de
CARLES COSÍAS, no dudé ni por una
fracción de segundo en irme a Lisboa a ver esta función.
Dueño de una bella
y timbrada voz de tenor lírico, Cosías posee la sensibilidad suficiente para
afrontar un papel que borda a la perfección. Evidentemente en la parte vocal,
no tenía la menor duda de ello, pues… ¿cuántas veces habré escuchado su Sandoval?
¿Cuántas veces habré soñado con ese adorable
y galante marqués?
Pues tantas, ambas,
como para poder hablar extensiva y detenidamente de cada una de sus
intervenciones y dar a conocer todos los matices que emplea y en los que
siempre encuentra el equilibrio y punto justos. Y estoy segura que, en el
intento, me van a quedar muchos en el tintero y muchos de silenciados.
Carles un cantante
inteligente y con gusto, éste último, indispensable para mí. Gusto, más que
suficiente para que resuene lisonjera su
voz en mis oídos. Algo que, aparentemente, parece sencillo y que sin
embargo es dificilísimo de hallar en un cantante. Pero Cosías lo posee, lo tiene,
y creo que en este punto todo aquel que le haya escuchado, en lo que sea, estará
de acuerdo conmigo.
Su gusto, unido a
su pasión por su oficio, y un excelente trabajo escénico, hacen que nos hallemos
ante un cantante completo que merece muchas más oportunidades y reconocimientos de los que tiene. Y eso, lo oso afirmar.
Pero antes de pasar
a la parte vocal, me gustaría hacer hincapié en dos puntos meramente artísticos
en el sentido estricto de la palabra.
Por un lado, el
cuidado uso del texto. Un verso bien matizado y pronunciado, con
intencionalidad, con numerosos cambios de inflexión en su voz, con una
entonación excelente y para nada llana, que supo imponerse en las escenas en
que su personaje ejerce de seductor intentando conquistar a Catalina, o en las
que saca a relucir un poco su estatus de noble portugués que mira un poco por
encima del hombro al falsificador Rebolledo.
Gran trabajo del
tenor en este aspecto si lo comparo con el realizado en el Teatro Zarzuela en
el año 2010. Aquí me gustó mucho más porque se nota la evolución del personaje
y la madurez alcanzada del artista.
En segundo lugar,
es de justicia destacar su sentido de la teatralidad y del humor con el cual
nos encandiló en esta función, faceta hasta este día, para mí desconocida.
No quiero, bajo
ningún concepto, desmerecer al resto del elenco, pero su personaje, Sandoval,
es quien más interactúa a lo largo de la zarzuela. Siempre está en medio de los
enredos, cantando, o simplemente actuando, moviéndose o hablando con la mirada.
Y…¡cuánto decían sus ojos y gestualidad sin necesidad de abrir la boca!-. En definitiva,
no para quieto en todo el rato, sea de una forma o bien de otra, y es un gran
placer disfrutar de su actuación desenfadada.
Para lograr esta
naturalidad en la escena, evidentemente, hay muchas horas de estudio y ensayo
detrás, ello, unido a la gran concentración con la que actuó hicieron que,
fuera, y merecidamente, el más aplaudido. Y en esta ocasión, el público
portugués, con oídos no duchos a escuchar zarzuela, supo al menos entender y
recompensar la actuación y la valía del artista.
A nivel vocal, su
primera intervención, “Que estalle el rayo” fue sensacional. Sí, ralentizada un
poco – o un poco bastante debiera decir y con conocimiento de causa- pero no
por ello le impidió hacer unos estupendos matices en su fraseo que ponen de
manifiesto, como decía, su inteligencia, su gusto y sensibilidad. Y es que
Cosías “sabe” cantar. No se limita a las notas. Acaricia notas y texto, lo
pronuncia bien y sabe lo que está diciendo, y además se hace son el personaje.
Con “su” personaje, que dicho sea de paso, me encantó y adoré durante tres
horas.
Cuando la voz se
mueve en la zona más alta, es cuando se puede apreciar aún más de que estamos
ante una voz limpia, bella, rica en matiz y que no se come coloraturas, pues puedes
contar todas las que ejecuta. Su voz brilla y se mueve con facilidad y mesura.
Para ello, basta escuchar sus duetos con Catalina, tanto el del primer acto “No
es tu prima” como el del segundo “Por qué me martirizas”, para mí gusto, el
momento mejor de los duetos entre los dos protagonistas.
Y allí Cosías volvió
a envenenarnos con su pasión.
Sí, porque también
es un cantante que pone pasión cuando canta. Fue un momento tan, tan especial
escuchar este dueto esperando su “Mátame… mátame” tan bien cantado, tan
sentido, justamente contenido y, conteniendo, en cuatro notas ejecutadas y bien
transmitidas toda la pasión de un amante que espera ser correspondido y que
pide solo un beso. Fue algo tan bien matizado que mata, literalmente como dice
su personaje. Sí, mata con el fuego que le puso y abrasaría el alma de cualquier persona que le escuchara, como hizo
con la mía.
Contrastó
extraordinariamente su voz con la de Cristina Faus en el inmediato dueto que
sigue al que acabo de comentar, donde una vez más, se pudo observar la vis cómica
del tenor que, arropada por un ramillete de diferentes y bellas melodías de la
que destacaría su ensoñador “Si a dividir no aciertas las tiernas ansias mías…”,
tienen como resultado algo realmente sensacional.
Francamente no soy
capaz de hallar en toda la obra ningún fragmento, en conjunto o en solitaro, en
el que Cosías no me haya gustado, sea vocalmente o bien verseando.
En esta última
faceta, es de derecho destacar el siguiente momento:
“Pues bien,
prima, yo la adoro,
Y para mí
no hay tesoro
Que valga
mis ilusiones.
Tengo
riquezas, poder,
Nobleza,
rango y valía…
Pues todo
eso lo daría
Por esa
sola mujer.
Préstame,
pues, tu favor,
Y harás la
dicha de un hombre,
Que te da
riqueza y nombre
Para cumplir
con su amor”.
No lo osaría afirmar que
a todo el mundo pueda entusiasmarle de la misma manera que lo hizo conmigo, pues
cada persona tiene unas necesidades, gustos, sensibilidades y preferencias
diferentes y dispares, pero, de lo que sí estoy segura es que nadie quedaría
indiferente ante semejante declaración tan bien dicha y con la intención
adecuada.
Su última
intervención vocal, en el quinteto del tercer acto junto a Diana, Campomayor,
Sebastián y Rebolledo sacó de nuevo a relucir su alto nivel de concentración y
gusto, con una voz en su línea justa flirteando en la zona alta con un estilo
belcantista de manual avanzado, no para dummies,
tal como para levantarse de la silla.
En definitiva, una
gran noche de música en la que se dieron cita el humor, la comicidad, el amor,
los enredos, la astucia, los versos, las voces, nuestra predisposición,
nuestras ganas de disfrutar, los nervios, y finalmente, la satisfacción de la
que en ningún momento dudé que hallaría en tierra un tanto hostil.
Por tanto, quien
pueda hacerse con unos “Diamantes” que la coja con cariño.
Si tiene la
oportunidad de verla representada que no le duela desplazarse y pagar entrada
por ello, pues el resultado es tan excelente que querrá repetir.
Y si tiene la
suerte de que en el reparto esté este señor que se llama Carles Cosías,
sinceramente, que no se lo piense dos veces porque no se va a arrepentir.
Cosías, un
verdadero diamante que brilla, igualmente con luz propia, entre tantos
diamantes, sean falsos o bien verdaderos.
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