Manon Lescaut en la R.O.H: una anécdota más para contar…
Si alguien, después de leer este
comentario, me tilda de anticuada, cuadriculada y de mente poco abierta..., si
alguien lo hace, le voy a dar completamente la razón, pues no puedo dejar de
serlo. No en esta ocasión, ni en tantas otras.
Nunca he creído que la ópera gane
aficionados a base de modernizarla, perdiendo el respecto al compositor y al
libretista, como tampoco a base de asquear a aquellos que, como yo, hace muchos
años que estamos metidos en este mundo, disfrutando de las músicas y de las
voces, que en definitiva son el eje central y prioritario, los puntos de mira
de ese espectáculo al que quizás, ahora erróneamente, llamamos ópera cuando,
ante producciones como la que acabo de ver, debería calificar como show de mal
gusto.
Ganar seguidores por puestas en
escena transgresoras es hastiar a los más clásicos, entre los cuales me he
encuentro y me enorgullezco de estar. Hacer esto lleva, en casos extremos, a
hacer perder el entusiasmo y el interés a aquellos que nos emocionamos con la
música, con las voces, con las palabras.
La ópera, hoy en día, es para mí un
arma de doble filo: peligrosa, hiriente, que acarrea consecuencias y me hace
replantear muchas cosas. ¿Es que nos están perdiendo el respecto los teatros de
ópera a base de programar obras con escenografías que no tienen ni ton ni son?
No, realmente es un negocio. La
ópera es una jungla, y ahí sobrevive el más valiente, el que apuesta y el que
arriesga; los otros, los más conservadores, los más clásicos, quedan a remolque
y se conforman con lo que ya tienen porque a lo mejor no pueden hacer otra cosa
por falta de presupuesto.
Si es por falta de dinero,
exultante digo ¡bendita sea la crisis!...
Lo siento, yo en esta ocasión me
conformo con lo que ya tengo y no lo quiero cambiar. No, no quiero, porque
sigue llenándome más un montaje clásico que me permita concentrarme en el intérprete
que todos estos montajes que no me aportan nada a nivel escénico y que por
ende, hacen que no pueda gozar como es debido de los cantantes.
Estas palabras, o reflexiones, o
críticas o indignación - ¿por qué no decirlo así? - vienen sin duda a raíz de la reciente “Manon
Lescaut” que estos días se está representando en la Royal Opera House de
Londres.
Esta ópera es una de mis
preferidas. Nadie como Puccini sabe describir mejor la dulzura, los ambientes y
lugares, el fuego primerizo de la pasión en un cuerpo humano, la burla, los
estados de ánimo, la frivolidad, la desolación, la desesperación, la pasión deseada, el amor consumado, la
soledad, las reflexiones… nadie como él para poner sobre el pentagrama todos
los sentimientos humanos habidos y por haber.
La música de Puccini habla siempre
por sí sola, es más, no sería ni tan siquiera necesario hacer apoyo en la voz
cantada cuando su orquesta es capaz por sí sola de contarnos lo que quiere
decirnos, lo que Puccini tenía en mente.
El gran Giacomo, mago de los
sentimientos, puso con su “Manon Lescaut” todo este abanico de sentires que
explotan musicalmente a lo largo de dos horas.
Pero todo esto que yo espero
encontrar en esta magna obra, lo siento mucho, no lo he encontrado en esta
flamante y descarada “Manon Lescaut” londinense. Y voy a dejar el capítulo de
las voces para más adelante porque quiero centrarme antes a comentar, y soy
benévola, la puesta en escena.
Es cierto que la obra habla de
prostitución, del estallido sexual que Manon provoca en Des Grieux, algo que el
joven caballero necesita tanto como el aire que respira, porque es tan fuerte
el impacto que en él causa la joven que a los 10 minutos de ópera ya no puede
pensar en nada más. Manon es su mundo y de ahí no sale.
“Manon Lescaut” habla también del
afán de riqueza, del ansia por hacerse con el poder, de la codicia, del lujo y
de manipulación. De diferentes esferas sociales. El fuerte acaba venciendo
siempre al débil.
Temas antiguos y sin embargo muy y
tan actuales, no cabe la menor duda. Pero… como siempre, cuando se está ante
una obra ambientada en el s.XVIII, cuando se adapta tiene que hacerse con mucho
sentido e inteligencia, sino el resultado acaba siendo un fiasco, como fiasco,
valga la redundancia, me parece que es en esta ocasión.
No voy a discutir las ideas que JONATHAN KENT tenía en su mente cuando
concibió esta producción, pero puedo decir que no tenía bien claro del todo la
época, hecho que hubiera podido solventar, cogiendo el libreto de la ópera o
leyendo con atención la novela del Abate Prévost antes de construir este
castillo en la arena que se desmorona ya en el primer acto y con el más
insignificante de los detalles.
Es lo de siempre, renovarse o morir.
Kent opta por renovarse. Yo ante
lo visto, opto por el morir, porque en la ópera está ya todo hecho, está todo
dicho, se ha explotado todo, y se necesita realmente inteligencia, valía y
respecto para afrontar un reto como el de Kent, y yo no diviso nada de esto aquí.
Sí, se pueden hacer producciones modernas
y con sentido, pero en esta ocasión lo echo de menos y en creces, no por el
vestuario, sino por toda una serie de circunstancias que desembocan en
gratuitas connotaciones sexuales, que no aportan nada a la obra – aparte de
morbo- y de las que se hace gala durante
todo el segundo acto.
Como ejemplo la escena lésbica
entre Manon y la cantante de madrigal que se produce ante los ojos y
satisfacción de Geronte para su deleite.
¿Realmente hace falta algo así
para contarme la historia de Manon y de Des Grieux?
En “Manon Lescaut” se habla de
prostitución, de sexo encubierto, con mucha finura, acorde con la época de
pelucas y caras enharinadas, pero de lesbianismo no. Ni en la novela del Abate
Prévost que he leído más de tres veces ni en la ópera de Puccini… Entonces, ¿a
qué viene introducirlo?... por favor…
No.
Y lo más grave de esta puesta en
escena es que me impide gozar de la música, me distrae y me hastía. Si me
preguntan por el dueto del segundo acto y lo escucho cerrando los ojos, puedo
dar mi opinión a nivel vocal, pero al verlo, me desconcentra.
Kaufmann y Opalais se pasan todo
el dueto colocándose para darse el revolcón final… fíjense si tienen que ser
buenos los cantantes, que son capaces de cantarse un dificilísimo dueto, sin
mirarse a la cara, intentando concentrándose en la música, y por otro lado
estando pendiente de encontrar una postura lo suficientemente cómoda y creíble
que haga creíble, valga la redundancia, el revolcón final que se dan.
Me abruma… me cansa y me harta…
Hace 30 años “Manon Lescaut”
también se cantaba y sin tanto ir y venir de la cama, sin tantos achuchones…
con decorados de cartón y otros más corpóreos, sí, pero con los cuales no
perdías un ápice de tiempo intentando concentrarte en la música, porque ya
desde el minuto 1 no cabía dicha posibilidad.
Cuando se abre el telón y lo
primero que veo es la tan socorrida escalera de caracol me dan ganas de reír,
no puedo pensar en nada más que no sea el “Faust” que el propio Kaufmann
hiciera en el Metropolitan. Me hace pensar… ¿habrá un excedente de escaleras de
caracol en todos los teatros que, en producción sí, en producción también, no
paran de sacarlas?
¿¿¡¡¡Un casino al lado de un hotel
de carretera en el que se confunde un as con una sota??!!!! ¿Qué sentido
tiene…? En un bar de carretera, en una terraza de verano, en la playa o en casa
con unos amigo, se admitiría “pulpo como animal de compañía” parafraseando ese
famoso anuncio del “Pictionary” de los años ´90, pero en un casino no, no me
cuadra, no me sirve la idea porque no pega ni con pegamento.
Tratar a Manon como una prostituta
y exhibirla en el segundo acto de la forma que lo hace Geronte, con toda la
eroticidad con la que le obligan a hacerlo, ante cámaras, ante el propio Des
Grieux (que no sabemos que está allí hasta que no se quita la máscara…) y
tantas, tantas durante el segundo acto que acaban a una por colmarle la
paciencia. Mientras ella se contornea en lo que debería ser la escena de
aprendizaje del baile, Geronte se está fumando un puro.
Y podría seguir en el tercer acto
en el que no entiendo lo de la pasarela verde, ni el cartel publicitario, ni
nada de nada…
Un voto de confianza
Debo confesar también que antes de
escucharla, gracias a la generosidad de mí amiga Mónica Menconi y finalmente
verla gracias también a Joaquim, alma del blog “In Fernem Land” que nos regala
día tras día todas estas joyas, leí tan solo una única crítica acerca de la
producción.
Cuando lo que se lee es de alguien
a quien le ha gustado es obvio y lógico que en la producción le cuadre todo y
que además lo justifique de manera que haga interesante y atractivo el hecho de
sentarse ante el sofá, cómodamente, e intentar gozar de la producción.
Leí con atención la crítica de
Juan Antonio Muñoz para el diario “El Mercurio” (recomiendo su lectura
encarecidamente), y debo reconocer que de la lectura nació en mí una extrema
curiosidad de verla. Si a él le encajaba todo…y la disfrutó tanto…por qué no
intentarlo, ¿no?
Pero yo he sido incapaz de
encontrar algo que me gustara en ella. Así de crudo, pero es la verdad.
No he leído ninguna crítica más
acerca de esta “Manon Lescaut”, ni siquiera la que Joaquim hace en su blog,
para mí gran referente, que escribe siempre con coherencia y sentido. No.
No he querido dejarme llevar por
otras opiniones, y sé quizás, que una vez más vaya al revés del mundo, porque
por lo comentado a “vox populi”, creo que mucho público del que asistió a la
función del día 24 en el cine salió encantado.
No he encontrado chispa, ni
química entre los dos intérpretes principales. Sí que tienen a favor unos
envidiables cuerpos que hacen creíbles sus papeles de pareja joven, pero nada
más.
Lescaut parecía un proxeneta y
Geronte no sabría exactamente qué adjetivo darle. Pero esto es ya lo de menos.
En fin, dejo pues la puesta en
escena aquí, no me quiero hacer más daño con ella y me voy a centrar en la
parte musical.
¿Dónde estaba Pappano?
Siempre he dicho, y he repetido
hasta la saciedad que hoy en día, Pappano, es uno de los mejores directores.
Nadie como él sabe captar tan a la perfección la música de Puccini.
Siempre he dicho que Pappano nació
para tocar Puccini porque sabe captar los matices del compositor de Lucca y
porque aprovecha al máximo el brillo de la orquesta a la que hace estallar
cuando la partitura lo pide y a la que da sutilidad, cuando la misma lo
requiere.
Quizás porque el audio de Mónica
no era lo suficientemente ajustado, el balance del sonido orquestal era
atronador y los cantantes se oían de lejos, pero con el audio escuchado, me da
la sensación de que la orquesta iba pasadísima de decibelios. Raro, muy raro y
para mí preocupante en una ejecución de este director.
Pensé que el vídeo mejoraría esto,
pero la verdad es que tampoco está equilibrado el sonido, pero en esta ocasión
completamente al revés, la orquesta casi tiene que adivinarse.
Por lo que pude escuchar en el
audio, repito, que tampoco es una grabación por la cual pueda emitir una buena
opinión, me da la sensación de desbocamiento, de falta de entendimiento, de que
a veces uno iba por un lado y desde el escenario Kaufmann marcaba en otro
sentido, queriendo imponer él su propio tempo.
Es verdaderamente una lástima.
No. En esta ocasión no me emocionó
ni Pappano ni la música de Puccini.
De las voces…
Evidentemente el mayor reclamo de
esta producción, vocalmente hablando, era el debut del tenor alemán JONAS KAUFMANN.
El bávaro tiene en su haber casi
todos los ingredientes para hacer un buen Des Grieux: voz, potencia, agudos
brillantes, y dicho sea de paso, goza de un buen físico con el que hacer creíble
su personaje.
Pero… hay peros…
Cuando escuché el audio me encontré
lo que me esperaba encontrar: a Kaufmann le falta la dulzura en el primer acto,
su voz corpórea, oscura y viril no consigue transmitirme nada. No encuentro el
frescor de la juventud, la ilusión, la voz no es brillante, no es ensoñadora…
La voz suena demasiado oscura.
Demasiado, y no logra imprimir esa sensación de mariposas en el estómago ante
el primer estallido sexual que se acaba de manifestar en su cuerpo.
Su Des Grieux es pasivo, monótono
y frío.
Mejora quizás en el segundo acto,
en el cual el joven llena de reproches a Manon. Entonces esa voz que se mueve
en la zona central y también puntualmente en la alta, que es donde brilla el
tenor, es cuando se torna idónea para el personaje. Des Grieux, vencido
nuevamente por la fascinación que siente por Manon, cede a los encantos de la
joven, pero la voz suena bien asentada, como bien también suena en el
concertante del tercer acto, dado que su potencia sobresale y se pasea por la
zona aguda sin problema.
Es para mí en el tercer acto donde
en su primer dueto con Manon encontramos al Kaufmann más sensible, más
enamorado, con más matiz. Es su mejor momento.
Pero nuevamente en el cuarto acto
se desinfla y pierde la emoción con la que nos ha convencido en el tercero.
A nivel escénico…no logra hacerme
ver a Des Grieux, no, no lo es… es Kaufmann, siempre es Kaufmann.
A su favor, claro está cómo decía,
el muniqués goza de un buen físico que, sino hace creíble el personaje que salió
de la pluma del Abate Prevost, al menos sí que logra captar la atención del público
femenino.
Tampoco me gustó la Manon de la
soprano KRISTINE OPOLAIS, faltada de
matiz, agudos extremos en alguna ocasión rozando casi el grito, sin
sensibilidad, sin pasión, sin crear ambiente, sin expresividad. Y Manon Lescaut
necesita de una soprano expresiva.
Sin embargo me gustó la voz de
Lescaut, el barítono CHRISTOPHER MALTMAN,
un bello timbre, un buen fraseo, y, a la par, una buena actuación escénica.
Correcto, sin ninguna
particularidad a destacar, el Geronte de MAURIZIO
MURARO, así como el resto del elenco.
Cuándo no lo arreglan ni las voces…
Pues yo diría… parafraseando el
chotis del Eliseo de “La Gran Vía” de Chueca… “pues apaga y vámonos”…
Y eso es lo que hago. Apago y me
voy.
Comentarios
Me cuento entre las personas que les cuadró todo, de las que gozó con las voces, con la orquesta y con la magia que imprimió Pappano.
Ya ves! No es cuestión de quien tiene o no razón, no discutiré eso, solo me entristece que no gozaras como yo lo hice, que no te emocionara como me emocionó a mi.
Una pena!
Otra vez será, estoy segura!