Marcos Redondo
“Siempre habrá, creo, un disco en el
viejo desván de casa que os haga saber cómo fue mi voz. Y yo mismo, en carne y
sangre, quisiera estar siempre con vosotros en el viejo desván de los
recuerdos.
Barcelona,
Navidades de 1972”.
Así finaliza, si se me permite
reproducir literalmente el libro “Un hombre que se va…” escrito por el insigne
barítono Marcos Redondo.
Marcos Redondo fue, en la zarzuela,
lo que Plácido Domingo es en la ópera.
Con esta frase, que ni tan siquiera
es mía, fue como me definió a este cantante un empleado de “El Corte Inglés”
cuando adquirí una colección suya de 5 cd regalársela a mí abuelo hace ya
algunos años.
Marcos Redondo Valencia nació el 24
de noviembre de 1893 en Pozoblanco, hoy una placa en su casa natal lo recuerda
a los que se acercan hasta allí.
Pozoblanco no es pues solamente
famosa porque en su plaza de toros una cogida hiriera mortalmente al torero
Francisco Rivera “Paquirri” en los años ‘80, sino que también lo es por haber
sido la cuna del tan querido y laureado barítono.
Cordobés de nacimiento, ciudadrealeño
de adopción y manresano de corazón, así es como él mismo se definía.
Nacido en Pozoblanco, pronto se
trasladó a vivir con su madre a Ciudad Real donde recibieron la triste noticia
de la muerte prematura de su padre del cual, se dice, que heredó su voz, pues
Manuel Redondo, explican, tenía un bonito timbre con el cual hubiera podido
ganarse la vida, al igual que años más tarde hiciera su hijo, Marcos.
Fue en esta ciudad donde despertaría
en él la pasión por la música e impulsado en gran parte para desvincular a su
madre del estricto yugo paterno que la ahogaba. Sus méritos y valía fueron
reconocidos ya desde sus primeros años de estudio.
Por ello, el primer contacto del
pequeño Marcos con la voz tuvo lugar en la iglesia, donde pasó a ser seise de
la Catedral de Ciudad Real y ello le llevó a estudiar gran cantidad de piezas
religiosas.
Pero sucedió lo previsible e
inevitable y es que, como todo hombre, la voz cambió perdiendo agudos y ganando
en centro, y acaeció lo que Marcos Redondo ya se había imaginado, es decir, que
su timbre podía apuntar a la vocalidad baritonal.
Los inicios
La vida del artista, sin dejar de ser
una simple persona humana, es diferente de las personas externas o no
familiarizadas con el mundo del teatro o de la música.
Estas personas viven entre artistas,
pero no pueden sentir ni pensar como ellos.
Y esto es algo difícil de entender
para alguien que no se mueva en el mundo de la farándula.
Los inicios nunca son fáciles para el
cantante, o para cualquier otro profesional que esté siempre expuesto a los
ojos del gran público, sea en la disciplina que sea.
Es una vida llena de estudio y de
sacrificio que, aunque desde fuera pueda creerse glamurosa y fascinante, la
realidad es otra muy diferente. Una vida llena de dudas, de retos, de nervios y
de confianza brutal en uno mismo, de viajes y de estar siempre quizás en el
sitio donde uno no desea estar en determinados momentos.
El artista se debe siempre al público
y por ello, su vida pública –valga la redundancia- cobra más importancia que la
privada.
Y lo más difícil para ellos es saber
mantenerse siempre frescos, siempre novedosos porque las exigencias, a medida
que se toca la fama, aunque en primera instancia sea con la punta de los dedos,
son mayores cada vez y más peligrosas.
Y para Marcos Redondo no tenía que
ser una excepción. Sufrió mucho en sus comienzos, la lenta burocracia de la
época, herencia que ha llegado hasta nuestros días; una situación
político-económica difícil y si se añade, además, la escasez económica personal
del barítono, quien se acerque a leer estas palabras, seguro podrá imaginar que
la España de principios del s. XX supuso para el cantante una carga pesada y
duramente difícil de sortear.
Pero todos los grandes artistas
tienen el don de la comunicación y de la seducción de profesores, de mentores y
también del público. Por ello, Redondo siempre estuvo eternamente agradecido al
impulso y apoyo que el maestro Bretón, autor de la tan popular “La verbena de
la Paloma”, le brindó.
Contactos. Algo fundamental en esta
particular selva de profesionales que es el mundo de la lírica donde, no sólo
sobrevive el más excelso, sino también aquel que sabe granjearse mejor,
mantener las amistades y saber estar en el sitio adecuado en el momento
adecuado tomando siempre la decisión adecuada.
Nada es fruto de la suerte en esta
carrera. Todo se gana a pulso. Y esto fue así, y continúa, o al menos debería
continuar siendo así.
El primer paso
La decisión y la confianza en sí
mismo le hicieron trasladarse al Madrid de principios de siglo y malvivir en
una pensión que no podía pagar llegando a pasar incluso hambre.
Pero aun así, como todos los genios,
Redondo no desfalleció en su cometido y aguantó aquella dura prueba completando
sus estudios musicales aglutinando diferentes cursos musicales en uno solo, y
realizando actuaciones, en gran parte, de carácter religioso, con las que iba
precariamente subsistiendo.
El primer sueldo importante que ganó
en su vida profesional ascendió a la suma de 500 pesetas de la época, gran
fortuna entonces, con las cuales pudo pagar la pensión que ya hacía tiempo que
adeudaba a su casera.
Poco a poco, Marcos Redondo fue
ganándose un nombre en el mundo de la música y empezó a ser conocido a diestra
y siniestra, pero el servicio militar truncó esa carrera que acababa de
despegar.
Por dos veces fue declarado no apto,
pero a la tercera fue enviado primero a Reus y posteriormente a Manresa, donde
tendría que conocer a la mujer que fue su compañera y su confidente hasta el
día de su prematura muerte en 1941: María Dolores Bosch i Nogué a la que todos
llamaban Mary.
Pero si hay algo que se desconoce
bastante de la vida de Marcos Redondo es que antes de dedicarse por entero a la
zarzuela, se entregó completamente a la ópera, género por el cual luchó para
hacerse un nombre, no solamente en España, sino también en el extranjero. Así pues, “La Traviata”, “Il
barbiere di Siviglia”, “Manon Lescaut”, “Pagliacci”, “La forza del destino”,
“La favorita”, “Adriana Lecouvreur”, etc....fueron títulos muy afines y vinculados enormemente a su figura en sus
primeros años como profesional.
Pero todo cantante que se precie y
que quiera hacer una gran carrera operística tiene especial predilección por
presentarse ante el público de Italia, el país más representativo de la ópera.
Y por ello, con esfuerzo, Redondo viajó a Milán.
El salto a Milán
Milán, capital europea de la ópera.
La fachada del teatro más famoso del mundo, la Scala, se erige orgulloso en la
plaza que lleva su mismo nombre.
A pocos metros de ella, y atravesando
las Galerías Vittorio Emmanuelle, el Duomo con su bella fachada de mármol
blanco se impone a todo transeúnte que se acerca a esos lares.
Cuando una piensa en una ciudad como
Milán tan arraigada a la ópera, tan íntimamente relacionada con el maestro
Verdi, siempre retrocede en el tiempo.
Me imagino sus calles adoquinadas,
algunas se conservan hoy en día, por donde pasaba el carruaje que llevaba a
Giuseppe Verdi y a su esposa Giuseppina Streponi.
No es difícil de imaginar el duro
invierno milanés con la Piazza de la Scala con dos dedos de nieve. Es una
ciudad, para mi especial, con un aura especial, donde se respira y se vive la
ópera.
Marcos Redondo llegó a la capital
lombarda para hacer una tourneé con varias óperas, entre ellas con la que más
identificado se sentía “La traviata”. No hay ninguna crítica de la época en que
pueda encontrarse ningún reproche a sus actuaciones. Marcos Redondo convenció
en sus inicios en España e hizo lo propio en Milán y varias ciudades italianas
en las que actuó.
Poco a poco su estelar carrera iba
afianzándose en Italia, llegando a cantar varias temporadas seguidas, pero por
aquellos días, el barítono tenía en Manresa lazos muy estrechos que le hacían
viajar siempre a esta ciudad catalana de la comarca del Bages. Mary, el gran
amor de su vida y a la única en quien siempre confiaba sus dudas, sus miedos e
incluso devaneos, había calado hondo en el alma del intérprete.
El 10 de septiembre de 1923 se
convertían en marido y mujer en Montserrat.
Juntos emprendieron su viaje personal
y musical, y como no podía ser de otra manera, la primera parada de los recién
casados tenía lugar en Italia. En la bella y acogedora Italia, donde en ciudad
de Nápoles, Redondo, tenía que ofrecer a los pocos días una representación de
“Il barbiere di Siviglia” a las que seguirían otras tantas hasta finales de la
temporada. Entonces la joven pareja regresaría a la calurosa Manresa para
tomarse su merecido descanso.
La zarzuela en su vida
Pero hubo algo con lo que Marcos
Redondo no había contado.
Fue un intérprete que había
consagrado su vida al estudio de la ópera, pero tenía que ser en la zarzuela,
nuestro género lírico más internacional, el que le colocara en la cúspide del
éxito.
La zarzuela… y pensar que él mismo la
despreció cuando le ofrecieron cantarla. ¿La zarzuela? No iba a perder su
tiempo con este género considerado desde siempre como inferior a la ópera.
Pero cuánto llegó a quererla a lo
largo de su vida. Consagró su vida, su arte y su voz a este género. Cantó y
estrenó muchas obras y por siempre más será recordado por haberla honrado y
difundido por España y en algunas ciudades de Latinoamérica.
Quiero subrayar desde aquí, como he
hecho en tantas ocasiones, que la zarzuela para nada es una disciplina inferior
a la ópera. Nunca lo ha sido. Es más, hay zarzuelas, en mí humilde opinión,
mucho más bonitas y difíciles que según que óperas escritas.
¿Quién puede resistirse al encanto de
una “Maruxa” del maestro Vives? ¿Quién no ha llorado o se ha emocionado
escuchando “La Dolorosa” de José Serrano? ¿Quién puede hacer oídos sordos a “La
del manojo de rosas” del maestro Sorozábal? ¿Quién no conoce la famosa mazurca
de las sombrillas de la “Luisa Fernanda” de Federico Moreno Torroba?...
La zarzuela nunca ha sido inferior,
pero siempre ha faltado cantantes, grandes cantantes que la dignificaran y la
colocaran en el lugar que se merece. Marcos Redondo fue el pionero en esta
ardua tarea.
Otros que vinieron después y
dedicaron por entero su vida al género fueron, como no, los padres del insigne
tenor madrileño Plácido Domingo, Pepita Embil – apodada en México como la
“Reina de la zarzuela”- ciudad donde consiguió, junto con su esposo, Plácido
Domingo Ferrer, grandes éxitos con ella. Y evidentemente, aunque la pasión
predominante del hijo de ambos, el gran Plácido Domingo, ha sido la ópera,
género al que ha dedicado y dedica aún a sus 72 años su vida entera, también ha
contribuido quizás en menor escala, a acercar la zarzuela al público y a darle
el lugar que merece.
Otros intérpretes españoles hicieron
lo propio como Mercedes Capsir, Hipólito Lázaro, Emilo Sagi-Barba, Cora Raga, Luis
Sagi-Vela, Josefina Cubeiro, Emili Vendrell, Vidente Simón, Manuel Ausensi,
Toñy Rosado, Alfredo Kraus, Montserrat Caballé, Teresa Berganza, Pedro
Lavirgen, Pilar Lorengar, José Carreras, Jaume Aragall, y más recientemente
Josep Bros, solo por poner un ejemplo y muchos más que seguramente no he citado
pero que deberían estar en estas líneas.
Cuando a Marcos Redondo se le ofreció
cantar zarzuela no dejó ni continuar al empresario. Un no rotundo salió de sus
labios.
Por dos veces se negó a escuchar ni
tan siquiera la propuesta, pero como todo sabio, afortunadamente rectificó y
finalmente, después de muchas dudas, de mucho pensarlo, decidió ir en busca del
empresario para conocer qué es lo que realmente se le estaba ofreciendo y bajo
qué condiciones laborales y qué precio.
El dardo que envenenó el resto de su vida
El 23 de septiembre de 1924, Marcos
Redondo hacía su debut en el mundo de la zarzuela con la obra “El Dictador” del
maestro Millán en el Teatro Novedades de Barcelona, con un lleno hasta los
topes.
Su aparición en la escena fue
recibida con una gran ovación que obligó a parar a la orquesta mientras se
encendían las luces de la sala y el cantante saludaba al público.
Redondo nunca había pensado que
alcanzaría un éxito tal como el que obtuvo cantando el género que en su día
había despreciado en pro de la ópera. Pero sin duda la obra que le consagró fue
“La Calesera”, obra que mantuvo en repertorio casi hasta el día de su retirada
de los escenarios.
Las más importantes provincias
españolas, a lo largo de todos sus años de carrera, pudieron gozar de la voz de
Marcos Redondo con obras como las citadas anteriormente, pero también con otras
como “Las golondrinas” (muy querida por el intérprete), “La del manojo de
rosas”, “La dogaresa”, “El cantar del arriero”, “Maruxa”, “El cantante
enmascarado”, “La rosa del azafrán”, “La tabernera del puerto”, “El huésped del
sevillano”, “El divo”, “Luisa Fernanda”… por citar alguna de las más populares.
Pero aunque como se ha dicho,
consagró su vida a la zarzuela, Redondo no olvidó la ópera y regresó,
tímidamente a ella en alguna ocasión especial, pero la popularidad alcanzada
con aquélla era tan grande que regresó a nuestro género lírico.
Hay muchas y divertidas anécdotas que
podrían explicarse de sus años dedicados a ella, pero para ello debería leerse
el libro que ha inspirado estas líneas, “Un hombre que se va…” escrito por el
propio cantante, y desde este rincón insto a cualquiera que sienta curiosidad a
hacerlo porque le sorprenderá revivir una de las vidas que más han hecho para
que la zarzuela alcanzara su mayor momento de gloria dentro de nuestro
territorio.
Marcos Redondo fue un intérprete en
mayúsculas, de aquellos que no quedan ni se fabrican ya. Disciplinado y
entregado a su profesión, responsable y apasionado, una voz irrepetible y un
artista, a lo sumo, único en su género.
A Marcos Redondo, con mi más profunda
y sincera admiración, desde allá donde esté.
La voz de Marcos Redondo
“Marcos Redondo no ha sido la mejor
voz, pero sí que ha sido el mejor cantante” rezaban dos señores en el Teatro de
la Zarzuela de Madrid durante una representación a la que mí abuelo tuvo el
honor de asistir. Es frase le quedó grabada en la memoria.
Bien se puede suponer que la que
suscribe estas líneas no ha tenido nunca la oportunidad de escuchar al barítono
cordobés en directo, pues Marcos Redondo falleció muchos años antes de nacer
yo, pero sí que he tenido la ocasión y el gran placer de poder escuchar discos
suyos, de romanzas individuales y alguna que otra zarzuela medio completa que
puede adquirirse, supongo aún a día de hoy, en cualquier gran almacén.
En mí humilde opinión la voz de
Redondo, aunque barítono, brillaba mucho en la zona medio alta de la tesitura,
es decir, cualquier persona que desconociera que el intérprete era barítono
podía pensar que se desenvolvía sin problema en la zona alta. Basta con
escucharle en la romanza de “El divo” del maestro Díez-Giles “Soy de Aragón”
para darse cuenta de ello.
Sin embargo cuando Marcos Redondo se
movía en la zona más central de la tesitura, su peculiar voz sonaba también
bien. Una de las romanzas que más me han impresionado y que he tenido la ocasión
de re escuchar recientemente es precisamente de la zarzuela “La Linda tapada”
del maestro Alonso que cuyo inicio es “En la cárcel de villa”.
Otra de las características de su
voz, y quizás influenciada por el repertorio que abordó a principio de su carrera
era la agilidad, todas y cada una de sus notas se identificaban claramente las
unas de las otras, a la par de que Marcos Redondo contaba con una excelente
dicción que hacía que, cantara lo que cantara, en ópera, zarzuela, canción
popular, himnos o zorcicos se podía identificar todas las palabras, sin
excepción, que cantaba, hecho además que le daba algo que yo aprecio mucho en
un intérprete y es precisamente la expresión, el saber qué se está cantando,
darle la entonación y el genio que requiere, y eso, es algo muy difícil de
conseguir.
Si se quiere comprobar su agilidad,
cualquiera puede coger la romanza de Miccone de “La Dogaresa” del maestro
Millán, la tan conocida como el “cuento” o “racconto” de Miccone “Un conde fue,
señor feudal”, que no deja indiferente a nadie.
Si de lo que se trata es de recrear
los oídos con su zona central y clara dicción es imprescindible recurrir a mis
adorados “Los Gavilanes” de Guerrero, cuando Juan, el Indiano, canta “El dinero
que atesoro”, uno de mis momentos preferidos. Aquí se puede escuchar al
intérprete en toda su plenitud amén de los pésimos coros que le acompañan.
Y si por el contrario se quiere
corroborar la expresión, el genio, la dicción y el sentido de la
interpretación, insto a cualquiera que tenga curiosidad que escuche la romanza
final que Puck canta en “Las golondrinas” de José Mª Usandizaga, el famoso “Se
reía”. Además de no dejar indiferente a nadie, estoy segura que su escucha
creará curiosidad a muchos que intenten hacer este auto de fe y creer en mí
humilde elección y recomendación.
Marcos Redondo fue un intérprete
excepcional. Así lo confirman aquellos que tuvieron la ocasión de escucharlo en
vivo. Así opino yo también, que aunque no en vivo, sí le he escuchado en disco.
Marcos Redondo y su vinculación con Sabadell
Aunque en el libro que citaba unas
líneas más arriba, “Un hombre que se va…” sólo cita, en 306 páginas que
contiene la obra una única vez nuestra ciudad de Sabadell en la que reza que
Redondo vino a cantar ópera en el año 1941.
Como se ha dicho, el barítono
cordobés cantó en muchas provincias españolas, entre ellas Barcelona, cuya
vinculación a la ciudad condal es por todo el mundo sabida.
Pero desde este rincón, y ya que
dispongo del testimonio vivo de alguien que le escuchó cantar en directo en
muchas ocasiones, me gustaría dar a conocer - a aquél que se acerque a leer
estas palabras- la relación que Marcos Redondo tuvo con Sabadell.
El testimonio del cual dispongo es ni
más ni menos que el de mí abuelo, gran amante de la zarzuela y gran amante de
Redondo.
En Sabadell el ilustre barítono cantó
obras tan variadas como “El cantar del arriero”, “Los Gavilanes”, “La del
manojo de rosas”, “La dogaresa”, “Maruxa”, “El cantante enmascarado”, “La
tabernera del puerto” con el tenor Vicente Simón, entre otras, pues han pasado
muchos años y la memoria traiciona muchas veces las emociones vividas años
atrás.
Todas ellas fueron interpretadas en
el teatro Euterpe ubicado inmejorablemente en plena Rambla, y que en años
posteriores se convirtió en cine y hoy en día, es un edificio abandonado.
Si le pregunto acerca de su voz, al
igual que he hecho yo antes dando mi opinión sobre el intérprete, mí abuelo
afirma lo siguiente cuando se le pregunta sobre Redondo: “su voz ya era
agradable y bonita al hablar, y a la que abría la boca allí había un tesoro”. “En
esas épocas –nos explica- ya había detractores de la voz de Redondo, pues
estaban los “redondistas” los que adoraban a Sagi-Barba, pero el cordobés
adornaba tanto la canción y su voz era tan preciosa que hacían que se erigiera
en el favorito del público sabadellense”.
Es difícil hacer explicar a alguien
el porqué de algo y más cuando se tienen tantos años y después de todos y de
cada una de los sentimientos que se han vivido en vivo en un teatro. Sabemos
siempre por qué no nos gusta algo pero, alabar las excelsitudes de un
intérprete que a estas alturas no necesita presentación, se hace realmente
dificultoso y extremadamente delicado sin tocar la fibra de alguien que siguió
su carrera de forma bastante cercana.
Lo que en apartados anteriores no se
ha dicho es que Marcos Redondo, ya próximo a su retirada, empezó una gira de
despedida por diversas ciudades españolas que años antes habían aplaudido su
voz y su talento, y que en el momento de despedirse, aún en plenitud de facultades,
seguían elevando sus manos al intérprete.
Mí abuelo puedo ser testimonio en
Santander de una de esas funciones de despedida. La obra “El cantar del
arriero” del maestro Díez-Giles, a quien tuvo la oportunidad de saludar personalmente
en Sabadell en una ocasión en que el compositor visitó la ciudad.
Espeta con todo el cariño del mundo
que aquél su Lorenzo santanderino lejos estaba del Lorenzo sabadellense que de
chiquillo le había escuchado en nuestro querido Euterpe, pero el intérprete, la
pasión, las ganas y el amor al género continuaban aún intactos.
E intacta se conservará su voz en su
memoria.
En nuestras memorias.
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